Cuando el Señor Parra quedó ciego, no perdió sin embargo el sentido de orientación aún en las extensiones dilatadas y en las e


En una curiosa página escrita en 1849, se complace en imaginar lo que haría con éste si cayera en su poder



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En una curiosa página escrita en 1849, se complace en imaginar lo que haría con éste si cayera en su poder:
No lo mataría, sólo lo dejaría vivir para que viera lo que él pudo hacer y no hizo en bien del país en veinte años de poder absoluto; lo haría un consejero de Estado, por la mucha experiencia de los negocios que ha adquirido en tantos años, por su conocimiento de los hombres, su rara astucia, su energía indomable y otras cualidades eminentes que bien dirigidas serían de grande provecho para el gobierno de la nación".
También escribió:
“La vida de San Martín, desde que se separó del mando del ejército que había educado y formado, tiene el interés de la vida íntima de los grandes hombres, en la que la fascinación pública se admira de no encontrar nada de extraordinario, y más todavía de encontrarlos tan sencillos y pequeños con nombres tan grandes.
“Rosas honró su nombre, (por San Martín) sin reconocerle su grado militar y el sueldo de general, explotando en provecho de su tiranía, la prevención de ánimo con que miró siempre el caudillo de la independencia la injerencia de los poderes extranjeros en las cosas de este continente. Lególe como una prenda de sus sentimientos a este respecto, el famoso sable corvo que llevan los retratos contemporáneos, y que le acompañó siempre en las grandes batallas.

Su muerte, ocurrida en Boulogne-sur-Mer, en Francia, el 17 de agosto de 1850, a los 72 años de edad, ha terminado, veinte años después, una vida que para la América estaba de mucho atrás fenecida. San Martín, como Carlos V, se ha sobrevivido a sí mismo, y sentado en las playas que limitan el mar proceloso de la historia, ha podido oír lo que vienen diciendo de él las generaciones futuras. Antes de morir ya empezaban a hacerle justicia. Ese raro consuelo ha debido hacerle blanda la almohada de piedra de su tumba.”

“Su cadáver yace depositado en una de las capillas subterráneas de Notre Dame, de Boulogne-sur-Mer, embalsamado y encerrado en un cuádruple sarcófago, compuesto de dos cajas de plomo, una de madera de pino y otra de

encina. Allí aguarda al viejo soldado la orden de su gobierno de volver a su patria, como lo ha solicitado en su testamento. Cuando Buenos Aires se sintió

libre, se acordó del mártir de sus libertades. Los huesos de Rivadavia tienen ya

su lugar de descanso en el panteón argentino. Cuando sienta que no hay grandeza sin el nombre y las glorias argentinas, las cenizas de San Martín reposarán no lejos de su estatua ecuestre, a la puerta del cuartel de los Granaderos a caballo en el Retiro, dando frente al occidente, y señalando con

su dedo hacia los Andes, como lo representa un grabado popular.”

Buenos Aires, Agosto 20 de 1857



Caseros
Era 1851 y el señor Rosas aducía problemas de salud renunciando, como lo hacía anualmente, a la conducción de las Relaciones Exteriores, pero la respuesta general, como era habitual, lo confirmaba en su función: veinte mil partidarios se manifestaron en peregrinación a favor de su persona portando estandartes con su efigie.

Justo José de Urquiza, gobernador de Entre Ríos con una posición estudiadamente fortalecida, acepta en cambio la renuncia y proclama la autonomía de su provincia emitiendo el decreto del 1º de mayo de 1851 donde señalaba que en adelante Entre Ríos se entendería en forma directa con los demás gobiernos del mundo hasta que, congregada la Asamblea Nacional, fuera definitivamente constituida la República. En cumplimiento del Pacto Federal invitaba a las provincias a colaborar en su plan constitucional.

En abril había expresado, contra el intento de los gobernadores de Salta, Jujuy, Tucumán y Catamarca de erigir al señor Rosas presidente de la República:
“Ha llegado el momento de poner coto a las temerarias aspiraciones del gobernador de Buenos Aires, quien no satisfecho con las inmensas dificultades que ha creado a la República por su caprichosa política, pretende ahora prolongar indefinidamente su dictadura odiosa, reproduciendo las farisaicas renuncias, a fin de que los gobiernos confederados, por temor o interés mal entendido, encabecen el suspirado pronunciamiento que lo coloque de nuevo, y sin responsabilidad alguna, en la silla de la Presidencia de la República”
Urquiza disponía de un fuerte ejército, armado por el propio señor Rosas con el objetivo de defender la frontera con Brasil. A principios de ese año habíase asegurado la alianza con el gobernador correntino Benjamín Virasoro y paralelamente enviado a Montevideo al catalán residente en Entre Ríos, Antonio Cuyás y Samper, amigo personal y agente confidencial frente a los gobiernos de Uruguay y Río de Janeiro. Con su representación toleraba y propiciaba desde un tiempo atrás, el comercio clandestino con los sitiados de Montevideo, y ahora entrevistaba al jefe de la delegación brasileña, Rodrigo de Souza de Silva Pontes, proponiéndole una alianza para expulsar a Oribe del Estado Oriental. En las negociaciones tendientes a que el imperio brasileño rompiera relaciones con Buenos Aires, intervino también Andrés Lama. Le imponen como condición a sus representantes, una previa y clara ruptura de Urquiza con Rosas y Oribe.

Urquiza ofendido declaraba:


"¿Cómo cree, pues, el Brasil, cómo puede haberlo imaginado por un momento, que per­manecería frío e impasible espectador de esa contienda en que se juega nada menos que la suerte de nuestra naciona­lidad o de sus más sagradas prerrogativas sin traicionar a mi patria, sin romper los indisolubles vínculos que a ella me unen, y sin borrar con esa ignominiosa mancha todos mis antecedentes? (...) Debe el Brasil estar cierto de que el general Urquiza sabrá lidiar en los campos de batalla por los derechos de su patria y sacrificar, si necesario fuera, su persona, sus intereses, fama y cuanto posee" 
El pronunciamiento se produce el 29 de mayo, tras lo cual se concreta la alianza tripartita: Triple Alianza, integrada por Brasil, Uruguay y el litoral. Paraguay, bajo la presidencia de Carlos Antonio López, se negó a participar, haciéndolo el 24 de octubre.

Los mismos manifestantes que tributaban al señor Rosas, repudiaron a Urquiza pese a su prestigio, Ahora es su efigie la que se quema.

El 18 de julio Rosas declara la guerra de contra el Brasil.

Urquiza, en previsión de ser atacado desde Santa Fe, dejó una columna en la mesopotamia al mando de Virasoro. Designó comandante del ejército invasor al general uruguayo Eugenio Garzón y en cumplimiento del acuerdo cruza el río Uruguay obligando a capitular a Oribe el 8 de octubre. Proclamó y cumplió que no habría vencedores ni vencidos, ni degüellos, confiscaciones, ni represalias; el nuevo objetivo era "liberar a los pueblos oprimidos por la dominación tiránica de Rosas".

Pudo así Urquiza dejar Montevideo libre a su destino político y regresar con su ejército intacto y Urquiza recibió a los militares argentinos y uruguayos que quisieron engrosar su ejército. Mitre, que tenía entonces treinta años, se incorporó como comandante de artillería; se sumó además a la campaña, Salvador María del Carril y Wenceslao Paunero.

Tras un nuevo convenio del 21 de noviembre de 1851, entre Los Gobiernos de los Estados de Entre Ríos y Corrientes, su Majestad el Emperador del Brasil y el Gobierno de la República Oriental del Uruguay, se constituye un ejército aliado contra las fuerzas de Rosas. Los Estados Aliados declaraban solemnemente que no pretendían hacer la guerra a la Confederación Argentina ni coartar la plena libertad de sus Pueblos en el ejercicio de los derechos soberanos. Por el contrario, según el convenio, el objeto único era liberar al Pueblo Argentino de la opresión que sufría “bajo la dominación tiránica del Gobernador Rosas”, y auxiliarlo para que organizado en la forma regular que juzgara más conveniente pudiera constituirse sólidamente, estableciendo con los Estados vecinos las relaciones políticas y de buena vecindad, de que tanto necesitaban. Por otras cláusulas se estipulaba que Entre Ríos y Corrientes, comandados por Urquiza, tomarían la iniciativa de las operaciones de guerra con premura, obrando las fuerza de Brasil y la República Oriental como meros auxiliares. Asimismo, el gobernador de Entre Ríos y el de Corrientes se comprometían a obtener del Gobierno que sucediera al General Rosas el reconocimiento y pago, con intereses, de los empréstitos concedidos, y emplear toda su influencia sobre la administración que se organizare en la Confederación Argentina, para que ésta acuerde y consienta la libre navegación del Paraná y de los demás afluentes del Río de la Plata, no sólo para los buques pertenecientes a los Estados aliados, sino también para los de todos los ribereños.

El avance de Urquiza determinó el repliegue del gobernador Pascual Echagüe hacia Buenos Aires. En su marcha, capitaneados por el coronel unitario Pedro León Aquino, compañero y amigo del señor Parra y Mitre, se les unió el primero de ambos como boletinero, quién, teniendo prevenciones contra Urquiza, declaraba aceptar con su adhesión un mal menor y necesario: ya que “los tiranos sólo pueden ser derrocados por tiranos”.

El regimiento continuó su marcha hacia Buenos Aires reclutando nueva tropa, pero a medida que avanzaba eran menores las simpatías regionales y fue sufriendo la sublevación de parte de la fuerza. Al llegar el ejército aliado a Santa Fe la tropa amotinada, en la noche, dio muerte a Aquino y a todos los oficiales unitarios. Los insurrectos, la mayor parte porteños que había peleado a las órdenes de Oribe, fueron recibidos en Santos Lugares, donde se había replegado Rosas, con vítores y admiración. Rosas interpretó el suceso como un signo favorable e intentó reintegrar sus tropas poniendo al mando al general Ángel Pacheco, pero éste, evaluando negativamente la situación, prefirió renunciar a la campaña. Tomó el señor Rosas entonces la comandancia general de las fuerzas concentradas en la zona del Palomar de Caseros y optó por esperar al enemigo con este ejército de 23.000 soldados agotados y mal organizados pero llenos de fervor y veneración por el caudillo. Urquiza contaba con 24.000 soldados y 50 cañones. El 3 de febrero de 1852 las fuerzas rosistas fueron derrotadas en Monte Caseros (hoy Palomar). Los sobrevivientes de la división de Aquino presos y colgados de los árboles de Palermo. Rosas, auxiliado por Inglaterra se exilió en Southampton donde vivió hasta su muerte en 1877.

El informe del almirante Leprédour a su gobierno, de fecha 24 de febrero de 1852 sobre la derrota de Rosas en Caseros, registra:
“Rosas fue abandonado por sus tropas a pesar del coraje y sangre fría que demostró hasta el momento, en que habiendo sólo armas en manos de sus enemigos, se confió a la agilidad de su caballo para escapar del peligro que lo amenazaba por todas partes,”

“Después de luchar hasta que el último de sus infantes le permaneció fiel” consta en otro testimonio “Rosas se alejó con su escolta, hacia la Matanza, perseguido por un piquete al que pudo desbaratar, aunque recibió una herida de bala en la mano; ordenó entonces al contingente que abandonara el campo y siguió solo con su asistente Lorenzo López. En Hueco de los Sauces redactó, a lápiz, su renuncia, dirigida a la legislatura: fue éste su último acto de gobierno”


El Señor Parra participó el 3 de febrero en la batalla en los campos de Morón y de Monte Caseros. En el hospital del ejército rosista pasó la noche del triunfo, junto a Urquiza, Mitre y otros oficiales. Había llegado el momento de pensar en un diferente país. El nuevo gobernador provisorio, Vicente López y Planes, presidió los festejos. Mitre y Parra redactaron un boletín con la versión de la batalla. A poco de la instalación de Urquiza en la residencia de Palermo, el señor Parra se distancia y vuelve a Chile vía Río de Janeiro. Escribe allí el 20 de marzo de 1852:
"...Soldado, con la pluma o con la espada, combato para poder escribir, que escribir es pensar; escribo como medio y arma de combate, que combatir es realizar el pensamiento, y éste, mi titulado Diario de la Campaña en el Ejército Grande, tiene por objeto dar cuenta a mis amigos de los hechos a que se refiere como de las causas que los produjeron, y los resultado que debiera dar y dará el triunfo de Monte Caseros, a que concurrí en mi doble carácter, arrastrando desde el Pacífico al campo de batalla aquella prensa  de Chile que continuó fulminando y persiguiendo al tirano hasta las calles de Buenos Aires. Tienen estos apuntes la gloria y la recomendación de haber pasado en resumen por la vista de don Juan Manuel de Rosas, la vísperas de la batalla, como si hubiese sido la mala suerte de aquel pobre hombre que yo había de estarle zumbando al oído; caerás...ya caes... ¡ya has caído! pues lo que leía en manuscrito estaba destinado para ver la luz después de su caída. Debió hallarlo, sin embargo, bueno y verídico, pues no lo rompió, y pude rescatarlo entre los despojos del combate, y hallar todos mis papeles, según la minuta del General Pacheco, en orden; y ¡cosa extraña y fatídica! amarrados todos con una ancha cinta colorada. ¿Mandábame  Rosas en ella el cordón morado que debía amargar nuestro triunfo? Ello es que, a causa de su fatal don, tuve que seguirle a poco; como él, asilarme en un buque de guerra; como él ,contemplar tristemente a Buenos Aires tres días desde las balizas; como él, decir adiós a la patria y tomar el camino del extranjero, acompañado, para mayor irrisión de la fortuna, de su sobrino y de su hermano el general Mansilla, con quienes, embotadas las esperezas del espíritu de partido por el roce diario, asistí a la Opera en palco común en Río de Janeiro, no sin grande estupefacción del Emperador, de la corte y del público, que no acertaban a descifrar aquel enigma viviente, expuesto ante sus ojos, como una lección de las raras vicisitudes de la política argentina.”
Con fecha 13 de octubre de 1852, Valparaíso, el Señor Parra redacta una carta abierta a Urquiza. Entre sus párrafos, expresa:
“Mi distinguido general: colaborador oscuro en otro tiempo en la obra de su excelencia se propone llevar a cabo para organizar nuestra patria; admitido en una época en sus consejos y separados voluntariamente desde que creí injustificado el sistema de política seguido, volví voluntariamente a la antigua expatriación a fin de conservar en la práctica la pureza de los principios que me había por 10 años constituido órgano, y de no ser, al propio tiempo, arrastrado por los movimientos y las perturbaciones que preveía en germen”.
“No entiendo ser su tenedor, general, no habiendo querido hacerme su opositor, permítame romper el silencio decoroso que me había auto impuesto, en nombre de aquel patriotismo honrado que su excelencia me reconoció, y que tuvo la indulgencia de decírmelo a mí mismo lo días antes de la batalla de Caseros. Desde entonces a acá nada he hecho general, que me haga desmerecer aquellos honrosos dictados. Nada haré en adelante, cuente con ello, que desdiga de tan honorables antecedentes. Esta es mi ambición, general, ambición a la que no aspiran, créanlo, muchos de los que lo rodean y lo dejan extraviarse porque no les conviene desagradarlo…”
“Las mismas cosas producen siempre los mismos efectos, general, no se engañe… ¿cómo disimularse que su vida pública anterior requerirá la indulgencia de la historia? … usted es desde Artigas, Quiroga, Rosas, el que más prisioneros ha degollado… ¿Hasta cuándo llevará a toda aquella población a hacer la guerra de exterminio sin recompensa, sin paga, sin caridad? ¿Es su condado Entre Ríos? ¿Son sus habitantes todos hijos suyos, aunque tenga tantos naturales?”…¿a quién quiere engañar Urquiza con ese congreso constituyente donde están sus escribientes, sus lacayos para dirigirlo, sin los delegados de varias provincias incluida Buenos Aires?

“ Mándelo disolver” … convoque un nuevo Congreso elegido libremente en el que entren los señores Alvear, Guido, Alsina, Anchorena, López, Domínguez, Mitre, Lagos, Portilla, Vélez, Carril y como, los generales Pacheco, Pinto y Oro, Aberastain, Mármol Sarmiento hombres de saber, de prestigio, de autoridad, de conocimiento. Reúnalo o en el Rosario y declare territorio federal y ex leguas a la redonda…”

El señor Parra publica en Chile "Campaña en el Ejército Grande… con una dedicatoria previa a Juan Bautista Alberdi con el cual no se aviene permanecer al margen de los acontecimientos políticos.

Yungay, noviembre 12 de 1852
    Mí querido Alberdi:

                                        Conságrole a usted estas páginas en que hallará detallado lo que en abstracto le dije a mi llegada de Río de Janeiro, en tres días de conferencias, cuyo resultado fue quedar usted de acuerdo conmigo en la conveniencia de no mezclarnos en este período de transición pasajera, en que el caudillaje iba a agotarse en esfuerzos inútiles por prolongar un orden de cosas de hoy más imposible en la República Argentina. Esta convicción se la he repetido en veinte cartas por lo menos, rogándole por el interés de la patria y el suyo propio que no se precipitase, aconsejándole atenerse al bello rol que "sus Bases" le daban en la Regeneración Argentina.



   Si antes de conocer al general Urquiza dije desde Chile: "su nombre es la gloria más alta de la Confederación (en cuanto a instrumento de guerra para voltear a Rosas)", lo hice, sin embargo, con estas prudentes reservas; "¿Será él el único hombre que, habiendo sabido elevarse por su energía y talento, llegado a cierta altura (el caudillo) no ha alcanzado a medir el nuevo horizonte sometido a sus miradas, ni comprender que cada situación tiene sus deberes, que cada escalón de la vida conduce a otro más alto? La historia, por desgracia, está llena de ejemplos, y de esta pasta esta amasada la generalidad de los hombres... ¿Y después?... Después la historia olvidará que era gobernador de Entre Ríos un cierto general que dio batallas, y murió de nulidad, oscuro y oscurecido por la posición de su pobre provincia." Ya está en su provincia. La agonía ha comenzado, y poco han de hacer los cordiales que desde aquí le envían y le llegan fiambres para mejorarlo.

    Óigame, pues, ahora que habiendo ido a tocar de cerca a aquel hombre y amasado en parte el barro de los acontecimientos históricos, vuelvo a este mismo Yungay, donde escribí Argirópolis, a explicar las causas del descalabro que ese hombre ha experimentado.

    Como se lo dije a usted en una carta, así comprendo la democracia; ilustrar la opinión y no dejarla extraviarse por ignorar la verdad y no saber  medir las consecuencias de sus desaciertos. Usted, que tanto habla de política práctica, para justificar enormidades que repugnan al buen sentido, escuche primero la narración de los hechos prácticos, y después de leídas estas páginas, llámeme detractor y lo que guste. Su contenido, el tiempo y los sucesos probarán la justicia del cargo, o la sinceridad de mis aserciones motivadas. ¡Ojala que usted pueda darles este epíteto a las suyas!

    Con estos antecedentes, mi querido Alberdi, usted me dispensará que no descienda a la polémica que bajo el transparente anónimo del Diario me suscita. No puedo seguirlo en los extravíos de una lógica de posición semioficial, y que no se apoya en los hechos por no conocerlos. No es usted el primer escritor invencible en esas alturas, y sin querer establecer comparaciones de talento y de moralidad política que no existen, Emilio Girardin, en la prensa de París, logró probar victoriosamente que el pronunciamiento de Urquiza contra Rosas era un cuento inventado por los especuladores de la Bolsa, y la Europa entera estuvo por un mes en esta persuasión, que la embajada de Montevideo apenas pudo desmentir ante los tribunales. Mi ánimo, pues, no es persuadirlo, ni combatirlo; usted desempeña una misión, y no han de ser argumentos los que le hagan desistir de ella.

    El público argentino allá y no aquí, los que sufren y no usted, decidirán de la justicia. No será el timbre menor de su talento y sagacidad el haber provocado y hecho necesaria esta publicación, pues cónstele a usted, a todos mis amigos aquí, y al señor Lamas en Río de Janeiro, que era mi ánimo no publicar mi campaña hasta pasados algunos años. Los diarios de Buenos Aires han reproducido el ad Memorándum que la precede, el prólogo y una carta con que se lo acompañé al Diario de los Debates. Véalas usted en El Nacional, y observe si hay consistencia con mis antecedentes políticos, nuestras conferencias en Valparaíso y los hechos que voy a referir.

He visto con mis propios ojos degollar el último hombre que ha sufrido esta pena, inventada y aplicada con profusión horrible por los caudillos, y me han bañado la cara los sesos de los soldados que creí las últimas víctimas de la guerra civil. Buenos Aires está libre de los caudillos, y las provincias, si no las extravían, pueden librarse del último que sólo ellas con su cooperación levantarían. En la prensa y en la guerra, usted sabe en qué filas se me ha de encontrar siempre, y hace bien en llamarme el amigo de Buenos Aires, a mí que apenas conocí sus calles, usted que se crió allí, fue educado en sus aulas, y vivió relacionado con toda la juventud.

Hablole de prensa y de guerra porque las palabras que se lanzan en la primera se hacen redondas al cruzar la atmósfera y las reciben en los campos de batalla otros que los que las dijeron. Y usted sabe, según consta de los registros del sitio de Montevideo, quién fue el primer desertor argentino de las murallas de defensa al acercarse Oribe. El otro es el que decía en la cámara ¡Es preciso tener el corazón en la cabeza! Los idealistas le contestaron lo que todo hombre inocente y candoroso piensa: "Dejemos el corazón donde Dios lo ha puesto."

Es ésta la tercera vez que estamos en desacuerdo en opiniones, Alberdi. Una vez disentimos sobre el Congreso americano, que, en despecho de sus lucidas frases, le salió una solemne patarata. Otra sobre lo que era honesto y permitido en un extranjero en América, y sus Bases le han servido de respuesta. Hoy sobre el pacto y Urquiza, y como el tiempo no se para donde lo deseamos, Urquiza y su pacto serán refutados, lo espero, por su propia nulidad; y al día siguiente quedaremos, usted y yo, tan amigos como cuando el Congreso Americano y lo que era honesto para un extranjero. Para entonces y desde ahora, me suscribo su amigo.
El estudiante sostiene en sus manos una edición de la gran polémica que suscitaran y testimonian las “Cartas quillotanas y “Las ciento y una”; y al recorrer su páginas siente que arden; tal la pasión y fuego de su contenido. Se trata de un combate que a despecho de su lucidez, construyen dos hombres soberbios en una lucha sin cuartel y sin piedad, donde la capacidad creadora de cada uno está a la orden de la destrucción del otro. Son dos visionarios que aman la misma patria y que sabiendo que ha llegado el momento preciso de edificar una nación, que ya no puede tolerarse un error o una vacilación. Sin embargo, el pecado de vanidad y sus competitividades culturales excesivas, proyectan simultáneamente sobre ellos una falsa oposición en la tarea de cimentar instituciones perdurables en su suelo común, debilitado por cuarenta años de guerras internas y tiranía. Ambos están en Chile. El señor Parra ha vuelto al territorio del exilio, reasumiendo el rol de opositor, ahora contra Justo José de Urquiza, el vencedor de su proverbial enemigo, el señor Rosas. Ha publicado “La Campaña del Ejército Grande”, mucho más en intención y contenido que la obra de un boletinero de guerra. Alberdi, asimismo, fecha en Valparaíso las “Bases y puntos de partida para la organización política de la República Argentina”. Cada uno de ellos debió indudablemente admirar la obra del otro, pero de pronto surgió la provocación y el choque que los convierte en adversarios intransigentes. Según Halperin Donghi, una polémica tan fuerte como la que se dio entre ellos no aparece con esa virulencia en ningún otro país de América.

No es difícil imaginar el efecto que habrá producido en Alberdi el encuentro sorpresivo con la dedicatoria que le brinda el sanjuanino en su texto. Con irreprimible rencor, responde al Señor Parra desde la ciudad de Quillota en enero de 1853, afirmando que “es el verdadero gaucho malo o bárbaro de la prensa, que pretende detener la organización nacional hasta que Urquiza sea eliminado...” Desde allí continúa la polémica que acerca y distancia a estos hombres, furiosos, geniales, que tras más de dos décadas de irracional enemistad terminarán un día fusionados en un abrazo e inundados en lágrimas.

Sin embargo es útil al normalista analizar las diferencias conceptuales entre Alberdi y el señor Parra: En materia de educación, es para éste último instrucción individual y adquisición de conocimientos; para el primero, capacitación en orden cambio social, el cual abarca en el caso de la Argentina la producción y exportación agropecuaria y ganadera. El señor Parra ve en el latifundio el atraso. Alberdi es lapidario en su contra. Dice:
Dad garantías al caudillo, respetad al gaucho. El día en que creáis lícito suprimir al gaucho porque no piensa como vos, escribís vuestra propia sentencia de exterminio.”
La guerra con el Paraguay y el tema de la conciliación de los partidos, prolongará en el futuro sus divergencias. Brutal Parra afirmará que es providencial que un tirano haya hecho morir al pueblo guaraní; donde el otro ve la culpa del encierro del Paraguay, por obra de Buenos Aires, tal como lo ha hecho con las provincias. Su espíritu constitucionalista reclama una política de conciliación nacional por encima de los intereses partidarios.

Resuelve el filósofo Tomás Abraham estas tensiones, aventurando:
El señor Parra y Rosas “querían en teoría lo mismo: la reconstrucción del virreinato del Río de la Plata; pero no visualizaban el mismo virreinato. Tanto Parra como Alberdi querían ver el suelo poblado, la tierra arada, los vapores surcando los ríos, la gente educada y bien vestida, el indio domesticado o neutralizado… ¿Adónde iría el salvaje? , Alberdi no se lo plantea. En cuanto a Parra, cada lugar o etnia existe en relación a una comparación con lo de afuera: el gaucho es el árabe del desierto. La Rioja es parecida a Palestina, el chino es semejante al beduino y el Paraguay es la China de América.”
E incluye palabras de Mansilla:
Si hay algo imposible de determinar, es el grado de civilización a que llegará cada raza; y si hay alguna teoría calculada para justificar el despotismo, es la teoría de la fatalidad histórica”
… “Por lo pronto nosotros vamos resolviendo los problemas sociales más difíciles, degollándonos.”

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