Cuando el Señor Parra quedó ciego, no perdió sin embargo el sentido de orientación aún en las extensiones dilatadas y en las e



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La noble figura del prócer
Las primeras acciones militares de Manuel Belgrano, nacido el 3 de junio de 1770 y bautizado Manuel José Joaquín del Corazón de Jesús Belgrano, acontecieron durante la Primera Invasión Inglesa. Allí se incorporó a las milicias criollas con otros jóvenes para defender la ciudad, como sargento mayor del regimiento de Patricios. En 1797 el virrey Melo de Portugal lo había designado capitán de las milicias urbanas de Buenos Aires.

Más allá de estas actuaciones castrenses, como ocurrirá con el Señor Parra, consideraba que la función más importante de un pueblo es fomentar la educación, capacitando a la gente para que aprenda oficios que puedan aplicarlos en beneficio del país, creando en todos los barrios de la ciudad y en todas las villas de la campaña escuelas gratuitas, para ambos sexos, donde a las niñas que hasta entonces no contaban con ellas, se les enseñe la doctrina cristiana, a leer, escribir, coser, bordar, y principalmente inspirarles amor al trabajo para separarlas de la ociosidad, “tan perjudicial o más en las mujeres que en los hombres.”

Cuando por decreto de septiembre de 1810 el Secretario de la Junta ordenó la creación de una Biblioteca Pública, hoy Biblioteca Nacional, nuestro hombre ofreció sus libros para que de ellos se extrajesen todos los textos que se considerasen útiles.

Belgrano era depositario de una excelente educación que había completado en Europa con importantes especialistas en economía, alcanzando la Presidencia de la Academia de Práctica Forense y Economía Política en Salamanca. Vuelto a su patria, fue nombrado en 1794 "Primer Secretario del Consulado de Comercio", a través del cual propagó las doctrinas económicas en boga en el Viejo Mundo y propuso iniciativas a favor del mejoramiento material de la comunidad, protegió los órganos periodísticos publicados en el Río de la Plata y colaboró en ellos difundiendo sus ideas revolucionarias. Fue un impulsor de la matemática en el país e inspiró al consulado la creación de una Academia Náutica que comenzó a funcionar en 1799, cuyo director fue Pedro Antonio Cerviño, clausurada en 1806 por real orden. En 1799 creó también la Escuela de Dibujo, primera tentativa de enseñanza artística encarada en forma sistemática en el país, persuadido que una escuela de dibujo y arquitectura, eran indispensables para el ejercicio de las profesiones y el adelanto de la industria. Afirmaba que el estudio del dibujo debe ser obligatorio para los artesanos que aspiran a maestros y que "es el alma de las artes".  El reglamento, disponía la provisión de útiles a alumnos pobres y permitía la admisión de aficionados al dibujo que quisieran ejercitarse.

Estipuló en su reglamento que especialmente debía darse lugar a los naturales, como se denominaban a los indios relegados a causa de los excesos de la conquista y a los huérfanos, por ser los mayores desposeídos de nuestra tierra.

Creó para ellos un sistema de becas que incluía el subsidio a los tutores.

Producida la Revolución, hizo crear una escuela de matemáticas que puso bajo la dirección de Felipe de Sentinach y que incluía la enseñanza de arquitectura civil y naval.

Reconocerá el señor Parra que:


“La vida de Belgrano exhala sobre el conjunto de los hechos un cierto perfume de moralidad y de virtud que hace menos ingrata la tarea del narrador, condenado a traer a la vista de la posteridad las mil flaquezas que nublaron el brillo y la santidad de la independencia”
Su generosidad, fervor, integridad y firmeza, pudieron despertar recelos en los discrepantes de la Junta, por lo que pese a la escasa formación militar, en septiembre de 1810 le encomendaron la expedición del Paraguay, alejándolo del centro de operaciones políticas. Recurrió a un maestro para que le diera algunas lecciones de manejo de armas; de todos modos, siempre privilegió la difusión de las ideas de una manera política, siendo aquéllas el último recurso a considerar.

Al extenderse la expedición a Santa Fe y Corrientes, fundó los pueblos de Curuzú-Cuatiá y Mandisoví donde concentró la población de la campaña en torno de la iglesia y la escuela, para que no le falte la voz del pastor eclesiástico y el recurso de alguna instrucción, preocupándose también por la asignación de salarios a los maestros. Dispuso para ello que de la venta de los solares se forme un fondo para el fomento de escuelas, poniendo el capital a rédito “sin perjuicio de obligar a los pudientes a que hayan de satisfacer cuatro reales al maestro por cada uno de sus hijos, hasta que se doten bien de fondos públicos.”

Su temple era tal que, aunque el cruce de los pantanos del Iberá ocasionara en su marcha toda clase de penalidades, informó con regocijo sobre la disciplina de sus soldados.

En diciembre de 1810 libra la batalla de Campichuelo obteniendo una victoria contra las fuerzas de Velazco. No obstante sus derrotas subsiguientes en enero y marzo, en Paraguarí y Tacuarí, por un ejército que lo sextuplicaba en número, consiguió difundir el ideal de independencia entre los paraguayos que el 14 de mayo de 1811 constituyeron en Asunción una junta de gobierno patriota.

La Junta Grande significó un cambio político respecto a los ideales revolucionarios: en su circular del 22 de diciembre volvía a hablarse de “fidelidad y vasallaje a nuestro desgraciado Fernando”.

En Buenos Aires, el 5 y 6 de abril, partidarios de Cornelio Saavedra movilizaron a los sectores suburbanos hacia la Plaza de la Victoria con el apoyo de los Patricios para proponer al Presidente Cornelio Saavedra constituirse en un ejecutivo fuerte. La agitación se extendió a las juntas provinciales. Saavedra se negó aceptarlo y ante la negativa los rebeldes plantearon entonces una transacción: destierro y reemplazo de los adeptos al inmolado secretario Mariano Moreno y disolución de las tropas que le fueran leales. El 19 de abril el gobierno separa de su cargo a Manuel Belgrano y le inicia un proceso para juzgar su actuación en el Paraguay, reemplazándolo por José Rondeau.

En agosto, con la caída de la Junta Grande se cierran los procesos. Saavedra ha marchado a Salta con el objetivo de reorganizar el ejército del Norte; a medida que sus partidarios y los provincianos pierden fuerza frente al creciente poder de la Buenos Aires revolucionaria, inicia el destino del destierro.

Belgrano es rehabilitado con todos los honores.

Una nueva organización gubernamental, el Triunvirato, presidida por Chiclana, Paso y Sarratea, designó a Manuel Belgrano comandante del regimiento de Patricios. En su inspección del 6 de diciembre dicta medidas disciplinarias e higiénicas que incluyen el corte de la tradicional coleta o trenza de la entidad. El regimiento se subleva, canalizando con ello protestas de reivindicación por Cornelio Saavedra, anterior jefe del regimiento, y por los antiguos componentes de la junta Grande. Por la noche los soldados y suboficiales se pusieron en pie de guerra y expulsaron a los oficiales inspectores; quieren la cabeza de Belgrano y que vuelva su antiguo jefe. El Triunvirato manda un emisario a deliberar, pero lo toman de rehén y sostienen su demanda. En su exaltación, uno de los amotinados, soldado de origen inglés, dispara un cañonazo contra las tropas que rodean el cuartel causando bajas, éstas intervienen por las armas y sofocan el levantamiento. Como consecuencia suceden detenciones, la expulsión de los diputados del interior, fusilamientos, cuerpos colgados en la Plaza de la Victoria, entre ellos, el del inglés, del cual se estima fue el autor del primer disparo de una guerra civil que iba a durar casi 60 años.

En enero de 1812, Belgrano es enviado a proteger las costas del Paraná, de los intentos españoles. Erigió una serie de baterías en sus márgenes. Nombrado jefe de las bautizadas "Libertad" e "Independencia" solicitó autorización para el uso de un distintivo único, la escarapela azul y celeste. En febrero el Triunvirato aprobó su uso decretando: "Sea la escarapela nacional de las Provincias Unidas del Río de la Plata, de color blanco y azul celeste...".

Entusiasmado con la aprobación de la escarapela dio un paso más allá, diseñando una bandera con los mismos colores que el emblema autorizado, enarbolándola por primera vez en Rosario a orillas del río Paraná. Allí, en las baterías "Libertad" e "Independencia" la hizo jurar a sus soldados; luego, mandó una carta al Gobierno comunicando el hecho. Coincidentemente, ese mismo día, recibía un despacho del Triunvirato por el cual se le ordenaba hacerse cargo del Ejército del Norte, desorganizado y desmoralizado después de la derrota de Huaqui. Las tropas habían quedado reducidas a una sola división y al auxilio de las milicias gauchas salteñas comandadas por Martín Miguel Juan de Mata Güemes. Los realistas habían sofocado la rebelión de Cochabamba y los patriotas agotado sus fuerzas, renunciando sus jefes.

El 14 de febrero se levantaron los testimonios de los testigos. El caso de Castelli resulta particularmente desgraciado pues si bien no hubo declaraciones contra él y en lugar de ello elogios a su patriotismo, se lo interrogaba sobre si había faltado el respeto a Fernando VII o a la religión católica. Monteagudo había asumido su defensa y Manuel Belgrano, su primo, acudió “matando caballos” para confirmarle su apoyo. Pero la suerte estaba echada. En prisión, una quemadura de cigarro inició un cáncer de lengua que debió ser extirpada en junio. El mal acabó con su vida el 11 de octubre de 1812. Pidió papel y lápiz y escribió: "Si ves al futuro, dile que no venga". La viuda de Castelli, María Rosa Lynch, no pudo darles a sus seis hijos más que miseria.

Pensó el joven normalista que acaso la exhalación del moribundo y el vagido de un neonato pudieran expresar una misma cosa: la desilusión del vivir y el rechazo a nacer. Un sentimiento semejante le embargaba al adentrarse en los caminos de la historia. Tocaba ahora volver a seguir los pasos de Manuel Belgrano en el momento en que debe abandonar su destino en Rosario y encaminarse a sus reemplazos.

Por la partida no llega a recibir la contestación del Triunvirato a su solicitud de aprobación de la creación de la insignia patria la cual le era denegada ordenándosele que disimulara y ocultara la nueva bandera poniendo en su lugar la que se usaba en la Capital. Motivaba el mandato preocupaciones por la política con el exterior.

Al llegar a Jujuy instala allí el cuartel general. Enfrenta el desaliento de los jefes y asume un ejército desprovisto de armas, medicamentos y vestuarios. El gobierno le contesta a sus reclamos:
“El Estado no tiene en el día ni espada ni sable disponible, ni tampoco donde comprarlo.”
A pesar de todo, en concurrencia con el aniversario de la Revolución, hace bendecir la enseña patria, conmoviendo a sus soldados y al pueblo. El Triunvirato interpretará el acto como desobediencia y lo recrimina, ordenándole nuevamente que guarde la bandera. Belgrano contestó que así lo haría, diciendo a su vez a sus soldados, que se guardaría la enseña para el día de una gran victoria.

Se esfuerza en disciplinar y organizar ese indigente ejército y trocar la indiferencia y hostilidad de los pobladores a su adhesión a la acción revolucionaria. Trata de atraerse las simpatías de las familias más importantes de la región. Son sus oficiales Manuel Dorrego, Gregorio Aráoz de la Madrid, José María Paz, Diego Balcarce, Eustaquio Díaz Vélez.

Le sucede un grave contratiempo: el paludismo enferma a la mitad del ejército, a jefes y subalternos, con el agravante que falta quinina para dominar la fiebre. En estas condiciones y comprendiendo que será imposible resistir el avance realista, inicia el 23 de agosto de 1812 su retirada hacia Tucumán, siguiéndole los habitantes de Jujuy y Salta que abandonan sus hogares arrasando a su paso todo, para dejar sin víveres a las tropas realistas.

Desde Buenos Aires, el ministro de gobierno Bernardino Rivadavia, ordena imperativamente desproteger ese bastión, pero Belgrano desobedece; sabe que no puede dejar Tucumán en manos enemigas. Ha estudiado la estrategia de los realistas de cerrar a los patriotas la comunicación con el Alto Perú, afincando un puente militar que domine el territorio desde Tucumán a Santa Fe. Redacta una contraorden:

“Algo es preciso aventurar y ésta es la ocasión de hacerlo; voy a presentar batalla fuera del pueblo y en caso desagraciado me encerraré en la plaza hasta concluir con honor…..”.
Los desaciertos del gobierno de Buenos Aires, su unitarismo contrario a la formación de un Congreso soberano o de una Asamblea representativa para dictar una Constitución, irán socavando su poder, que se derrumba el 12 de octubre de 1812 como consecuencia de un golpe militar, en el que tienen activa participación los Granaderos de San Martín, militar llegado de Europa y Alvear, además del apoyo popular movilizado por la Sociedad Patriótica en contacto con la Logia Lautaro. Un segundo triunvirato asume en octubre de 1812 con Paso, Rodríguez Peña y Álvarez Jonte, factores de la Asamblea de enero del año 13. El apoyo al ejército fue entonces más decidido.

El plan de Manuel Belgrano es ganar terreno para las fuerzas revolucionarias, propósito que cierra coherentemente con la acción que emprenderá en enero de 1813 José de San Martín, quien recibirá su bautismo de fuego el 3 de febrero en San Lorenzo, al norte de Rosario, dispersando a una flotilla española que intentaba saquear el convento de San Carlos.

Belgrano, que había triunfado por su empeño y firmeza sobre los realistas en Tucumán el 24 de setiembre de 1812 lo logra nuevamente en Salta el 20 de febrero de 1813. Su desobediencia salva a las provincias del norte de la ocupación realista. La entrega del bastón de mando a la Virgen de las Mercedes, desde entonces generala del ejército, penetra en el sentir del pueblo, testigo de su patriotismo, dignidad y fervor religioso.

No cede tras la acción guerrera su obstinación por la educación, y destina la suma de dinero que el gobierno le otorga, para la fundación de escuelas públicas. Un breve párrafo del Reglamento de las escuelas, que creara posteriormente en Jujuy, da testimonio de su ideal educativo:


“El maestro procurará con su conducta y en toda expresiones y modos, inspirar a sus alumnos amor al orden, respeto a la religión, moderación y dulzura en el trato, sentimientos de honor, amor a la virtud y a las ciencias, horror al vicio, inclinación al trabajo, despego del interés, desprecio de todo lo que diga la profusión y lujo en el comer, vestir y demás necesidades de la vida, y un espíritu nacional que les haga preferir el bien público al privado, y estimar en más la calidad de americano que la de extranjero.”
Ya no asombra al normalista tropezar con el dato según el cual las escuelas que donó Belgrano de sus sueldos, tardaron más de 150 años en construirse. Había expresado:
“Fundar escuelas es sembrar en las almas”. “Sirvo a la patria sin otro objeto que verla constituida y este es el premio a que aspiro.”
Asume por esta disposición y sentido táctico su único mérito como general, atribuyendo la heroicidad al resto de la tropa y del paisanaje.

Manuel Belgrano reinicia su marcha hacia Humahuaca, Mojos, Potosí, pero esta vez, a pesar de haberse ganado con su administración y poder de convicción la adhesión de los habitantes y las poblaciones indígenas hasta contar con un ejército disciplinado de 2.500 hombres a los que se sumaron mil indios y mestizos del cacique chaqueño Cumbay, la superioridad numérica en soldados y artillería de su rival, brigadier Joaquín de la Pezuela, con su la habilidad estratégica para el ataque sorpresivo, harán que el resultado de las batallas le sea adverso. Belgrano es derrotado por un ejército de 4.600 hombres en octubre en Vilcapugio y en noviembre en Ayohúma; voces ambas de origen quichua, cuyos significados, “pozo santo” y “cabeza de muerto”, conmueven al estudiante al evocar la imagen fantasmal de tres mujeres, una madre y sus dos hijas, portando ánforas con las que dan de beber a los soldados agonizantes.

El general emprende la retirada convencido de no poder rendir la resistencia del altiplano. Lleva en su descenso todo lo que puede serle útil al enemigo; hasta las campanas de las iglesias, dejando partidas emboscadas. Sabe de la llegada de José de San Martín, quien ya ha hecho su estreno bélico en San Lorenzo. Escribe notas urgiendo su venida consciente del imperativo de la derrota. El gobierno lo nombra en su reemplazo poniéndolo, en diciembre, al frente de una expedición auxiliadora. San Martín ofrece firme resistencia en aceptar la substitución de Belgrano resaltando los méritos militares de aquél, dilata su obediencia, pero se hace cargo al fin y llega a Tucumán en enero de 1814. Recibe allí una misiva donde Belgrano le urge expresivamente su presencia, comunicando que se halla en mal estado de salud. El encuentro de ambos combatientes ocurrió probablemente en la posta de Yatasto, un rancho destartalado de adobe en medio de las sierras de Salta. La crónica simboliza, en el entrañable abrazo de los próceres, la unión de los ejércitos del Norte y de Buenos Aires, al servicio de la Independencia del Río de la Plata. Los Jefes patriotas planifican, a inspiración de Belgrano y con total acuerdo, fortificar Tucumán, punto de apoyo y arsenal de la campaña al Alto Perú. El plan incluirá la organización de los paisanos para la acción guerrillera concediendo a su líder Martín Güemes, el grado de teniente coronel graduado. La guerra gaucha será la que ponga coto al avance realista. Pocos días después se recibe la comunicación del Gobierno designando a San Martín general del Ejército del Norte. Belgrano entrega el mando de su ejército y queda a cargo del regimiento Nº 1 con el grado de coronel. Mientras tanto los realistas han establecidos su cuartel general en Tupiza y adelantan su vanguardia hasta Jujuy.

En Buenos Aires, Alvear, por sus intereses centralistas, se diferencia del espíritu libertario de San Martín. Influye sobre la Asamblea para la aprobación de un poder unipersonal. En enero de 1814 se disuelve el segundo triunvirato y se crea el título de Director Supremo del Río de la Plata designándose a su tío Gervasio A. de Posadas. Buenos Aires se aleja de los ideales revolucionarios.

A comienzos de marzo, el Director Supremo recrimina a San Martín por sus resistencias a cumplir instrucciones y ordena perentoriamente a Belgrano que marche a Buenos Aires donde, una vez más, a pesar de haber solicitado su baja definitiva, se lo arresta con la intención de procesarlo. Extraña la vulgaridad para el jefe que pierde.

Atacado nuevamente por el paludismo, consigue contra la intransigencia gubernamental viajar a Buenos Aires donde recibe refugio en la quinta de un pariente en San Isidro. Allí compondrá su autobiografía. El sumario contra su desempeño no se sustancia y se acabará finalmente, por reconocerle méritos y honores.

1814 es un mal año para la causa de Mayo. Se espera en el Norte la invasión inminente. En las provincias ribereñas domina Artigas contrariado con Buenos Aires, las provincias del interior se enfrentan cada vez más con la política paternalista de Buenos Aires. Fernando VII ha recuperado el trono y se habla de una numerosa expedición comandada por el general Morillo, con los portugueses del Brasil en su apoyo. El gobierno de Buenos Aires planea resolver la situación por vías diplomáticas gestionando el reconocimiento y acuerdos con Inglaterra, España, y la Corte portuguesa en el Brasil.

Posadas crea la escuadrilla naval con el almirantazgo de Guillermo Brown. Decide nombrar jefe del Ejército del Norte a Alvear en reemplazo de José Rondeau, que había a su vez reemplazado a San Martín por razones de salud.

Se oponen los oficiales, precipitando la renuncia de Posadas. Asume el directorio en enero de 1815, Alvear quien no encuentra apoyo para ejercer su mando es también obligado a renunciar cuando el General Álvarez Thomas, ahora jefe del Ejército del Norte, se niega enfrentar a Artigas. El Cabildo nombra entonces a Álvarez Thomas como Director sustituto y crea una Junta de observación para controlar los excesos del poder. Este estatuto convocaba a un Congreso General Constituyente para organizar definitivamente al país.

Mientras tanto en Europa Napoleón Bonaparte era derrotado en la batalla de Waterloo por una alianza entre británicos, holandeses y alemanes, ejércitos que podrían sofocar ahora los intentos revolucionarios de las colonias americanas.


Se constituía la Santa Alianza para restaurar las monarquías europeas.

Se decide enviar a Europa una misión diplomática integrada por Bernardino Rivadavia, jefe virtual de las negociaciones, Manuel de Sarratea y Manuel Belgrano, con instrucciones ostensibles e intenciones dilatorias reservadas. En caso extremo negociar una monarquía constitucional. Las gestiones fracasan.


Belgrano conoce en Europa al médico y naturalista Amado Bonpland a quien inducirá a viajar a América, lo que éste satisface en enero de 1817 para prolongar en las provincias del Río de la Plata su actividad como médico, profesor de historia natural, explorador científico, hasta 1820 en que desarrollará la explotación metódica de los yerbatales. Frustra la labor de este científico, el dictador José G. Rodríguez de Francia, que lo hizo prisionero y mantuvo cautivo durante nueve años en el Paraguay. Bonpland, durante ese tiempo, siguió ejerciendo su profesión de médico y desarrolló la agricultura y otras industrias del Paraguay. Su vida terminó en 1858, a los 85 años, cubierto de honores, como lo intuyera el ideal educativo de Belgrano, para el beneficio de su patria.
En 1816 ya habían sido sofocadas las rebeliones de Colombia, Venezuela, Chile y México; el Río de la Plata aún ofrecía resistencia, pero se dispersaba su acción en la lucha interna.

En marzo, vuelto Belgrano de su misión diplomática en Londres, el Director Álvarez Thomas le encomienda la jefatura del Ejército de Observación situado en San Nicolás de los Arroyos, para que marche a Rosario. Se trata de una tarea imposible, al mando de batallones insuficientes, para resolver los conflictos generados entre Buenos Aires y el protectorado de Artigas, que había instigado a los suyos a volverse contra el poder central. Belgrano busca la conciliación delegando parlamentar a Eustaquio Díaz Vélez, uno de sus jefes.

Díaz Vélez traiciona la misión y firma con el gobernador Mariano Vera, representante de Artigas, lo que se conoce como el pacto de Santo Tomé, por el cual se dispone la separación de Belgrano del mando y su arresto, haciéndose cargo el parlamentario de la tropa con el fin de derrocar al Director Álvarez Tomas; éste renunció el 16 de abril de 1816. La Junta de Observación designa a Balcarce como Director Supremo, cargo que ocupará por tres meses hasta la instalación del Congreso de Tucumán.

Como corolario económico de la carrera militar y política de Estaquio, Estoquio o Eustochio Antonio Díaz Vélez, en 1833 recibe en enfiteusis vastísimas extensiones de territorio entre Chapaleofú y el Quequén. Aprovecha la ley del ministro Bernardino Rivadavia y compra una gran cantidad de terrenos. Fundó varias estancias, y se convirtió en el mayor propietario individual de campos en la provincia de Buenos Aires. Las más conocidas fueron: "El Carmen" (en los actuales Partidos de Rauch y Ayacucho), "Campos de Díaz Vélez" y "Médanos Blancos" en el actual Partido de Necochea expropiados por el Poder ejecutivo nacional para fundar la ciudad el 19 de julio de 1865. Buenos Aires, Falleció el 1 de abril de 1856. Sus restos descansan en el cementerio de la Recoleta en la bóveda familiar declarada monumento histórico nacional.

La historia de Manuel Belgrano siguió rumbos muy distintos, ajenos a todo interés económico, contraste muy fuerte con las ambiciones de este hombre que le había traicionado.

El Congreso reemplaza a Balcarce por Juan Martín de Pueyrredón.

San Martín ha recomendado que Belgrano sea puesto nuevamente al frente del Ejército del Norte mientras él organiza la campaña de los Andes. “Créame usted” escribía a su vocero mendocino “que es lo mejor que tenemos en América del Sur”.

Pueyrredón, desde San Miguel de Tucumán, pide que Belgrano se traslade a esa ciudad donde es recibido por los diputados en sesión secreta. Traza ante ellos un panorama de la situación política europea la cual venía observando con beneplácito las revoluciones americanas, hasta que se produjo el desorden ocasionado por la anarquía. Europa, con el poder de Napoleón Bonaparte, ha trastocado la orientación republicana por la monarquía constitucional, tal como lo hiciera Inglaterra. Belgrano propone este modelo para lograr la integración el país, con la representación soberana del Inca. Confiaba que la restitución de los derechos indígenas, en lugar de los gobiernos débiles existentes, contaría con el apoyo de todos los pueblos. Belgrano pensaba que al no existir ni las virtudes ni la ilustración necesaria para ser república, la independencia no bastaba sin la unidad y cohesión bajo una forma de gobierno que evitara el derramamiento de sangre. No era un gorro frigio y una lanza lo que hubiera querido ver en el escudo de armas, sino un cetro entre las manos como símbolo de unión entre las provincias. Solamente los diputados de Buenos Aires se opusieron a esta concepción.

El 9 de julio de 1816 el Congreso de Tucumán declara la existencia de una nueva Nación:
“Romper los violentos vínculos que ligan a las Provincias Unidas de Sud América con los reyes de España, recuperar lo derechos, investirse del alto carácter de nación libre e independiente, quedando de hecho y derecho de amplio poder para darse las formas que exigiere la justicia”
El 20 de julio, bajo su influjo, el Congreso otorga a la bandera celeste y blanca el carácter de símbolo patrio. El debate continuará durante varias sesiones interferido por los conflictos que se suscitan en las provincias.

El señor Parra expresará juicios peyorativos sobre el Congreso que serán motivo de objeción por futuros detractores:


"Formado en su mayoría por curas de aldea, ignorantes de la historia contemporánea. Era un niño que declara la independencia; pues no se necesita inteligencia ni ciencia para emanciparse y constituirse una fracción de pueblo independiente de otra"
El señor Parra habría esperado que el Congreso pudiera establecer un régimen constitucional que fuera republicano, representativo, federativo y presidencialista; su ancestro, Fray Justo María de Oro fracasa en esta gestión pero logra al menos evitar la fórmula monárquica dejando abierto el camino, con su Reglamento Provisorio de 1817, para trabajar en una Constitución. Parra reniega del pobre resultado y de la estrechez de concepto de los congresistas, cuya declaración de Independencia la hubiera logrado la inteligencia de un niño, sin caer en la dilación del régimen de un Director Supremo, que con el tiempo cedería el poder a Juan Manuel de Rosas, atrasando la ansiada organización nacional.

A los 66 años de edad el general Zapiola, secretario de la logia Lautaro en España, ratificará de su propia boca estos conceptos, recitando un texto fundamental de la congregación:"Nunca reconocerás por gobierno legítimo de tu patria, sino aquel que sea elegido por la libre y espontánea voluntad de los pueblos, y siendo el gobierno republicano el más adaptable al gobierno de las Américas, propenderás por cuantos medios estén a tus alcances, a que los pueblos se decidan por ese sistema".

Con tales doctrinas y principios tan netamente fijados a la aurora de la revolución se comprende, concluye el señor Parra, por qué fracasaron todas las tentativas de crear monarquías.

El 3 de agosto Belgrano es designado comandante en jefe del ejército del Perú en reemplazo del general José Rondeau, derrotado en Sipe Sipe, mando que asume el 7 del mismo mes, en Tucumán, ciudad cara en sus recuerdos, fortificándola disciplinando a una tropa demolida y elevando su moral; función en la que continuará prácticamente hasta el final de sus días.

Cuentan que en 1816, en un baile donde se celebraba la declaración de la Independencia, Belgrano conoció a María Dolores Helguera, una bella tucumana de 18 años. Se enamoraron y quiso casarse con ella, pero en enero de 1818 recibió la orden de marchar hacia Santa fe, para reprimir el alzamiento de los caudillos entrerrianos. María Dolores había quedado embarazada, y tras la partida de Belgrano sus padres la obligaron a casarse con otro hombre al que ella no amaba y que tras un tiempo la abandonó. El 4 de mayo de 1819 nació la hija de la pareja, a la que bautizaron Manuela Mónica del Corazón de Jesús Belgrano. Los enamorados volvieron a encontrarse pero no pudieron contraer matrimonio ya que legalmente Dolores seguía casada. Belgrano llegó a adorar a su hijita, pero pudo disfrutar muy poco de la paternidad. Pese a sus problemas de salud, quebrantada gravemente desde 1819 insistiría en permanecer en su puesto de mando.
“La conservación del Ejército depende de mi presencia, sé que estoy en peligro de muerte, pero aquí hay una capilla en donde se entierran a los soldados, y también me pueden enterrar a mí”
El 2 de septiembre el gobierno le ordena licencia por las mismas razones de salud y su avanzada hidropesía. Se despide del ejército expresando a sus efectivos:
“Me es sensible separarme de vuestra compañía, porque estoy persuadido de que la muerte me sería menos dolorosa, auxiliado de vosotros, recibiendo los últimos adioses de la amistad. Pero es preciso vencer a los males, y volver a vencer con vosotros a los enemigos de la patria que por todas partes nos amenazan. Voy, pues, a reconocer el camino que habéis de llevar para que os sean menos penosas vuestras fatigas, en nuevas marchas que tenéis que hacer. Nada me queda que deciros, sino que sigáis conservando el justo renombre que merecéis por vuestras virtudes, cierto de que con ellas daréis glorias a la Nación, y correspondéis al amor que os profesa tiernamente vuestro general”.
La última ovación que oyó de sus soldados:
“Adiós nuestro general: Dios vuelva a V. E. la salud y le veamos cuanto antes en el ejército”
Quedó como sucesor Francisco Fernández de la Cruz. Al poco tiempo, las luchas civiles agotan las posibilidades de acción del ejército del Alto Perú.

Como consecuencia de un movimiento armado contra el gobierno civil de Tucumán se depuso al gobernador Feliciano de la Mota Botello y un capitán uruguayo, Abraham González, pretendió engrillar a Belgrano pese a sus pies hinchados por la hidropesía, a lo que su médico se opuso logrando impedirlo. Informado el Congreso reunido en Buenos Aires, manda al nuevo gobernador Bernabé Aráoz, que se le dispensen las consideraciones debidas a su jerarquía.

Ayudado económicamente por unos amigos, lleno de quebrantos y sufrimientos, inicia en febrero de 1820 su viaje de regreso a Buenos Aires, donde llega en marzo para morir en la misma casa donde había nacido. Fallece el 20 de junio las 7 de la mañana, el “día de los tres gobernadores; en medio de aquella enmarañada culminación anárquica, su muerte pasó inadvertida. Poco antes de morir, en un momento de lucidez dijo:
"Pensaba en la eternidad donde voy y en la tierra querida que dejo. Espero que los buenos ciudadanos trabajarán para remediar sus desgracias"
Amortajado según su deseo con el blanco hábito dominico, fue enterrado a la entrada de la Iglesia de Santo Domingo por un núcleo reducido de parientes y de amigos. Un solo periódico "El despertador teofilantrópico" de fray Francisco Castañeda, dio la noticia. Antes de cerrar los ojos para siempre, Belgrano le entregó su reloj de oro al médico José Redhead con estas palabras: "Es todo cuanto tengo para dar a este hombre bueno y generoso". Efectivamente, era el único bien material que le quedaba. Valioso como el triunfo de una batalla, aunque en su humildad no lo pretendiera. El gobierno le debía 18 meses de sueldo. Belgrano murió en extrema pobreza. Incluso la lápida de su tumba fue improvisada con el mármol de una cómoda de su hermano Miguel.

Su hija fue criada y educada por sus tías y tíos, es decir, por los hermanos de Belgrano. La historia oficial considera a Manuela Mónica como única hija de Belgrano; no obstante, el historiador Pacho O'Donnell cuenta:


"…el general también tuvo un hijo con María Josefa Ezcurra, hermana de Encarnación Ezcurra, la esposa de Rosas. Pero el prócer nunca lo asumió como propio. El niño obtuvo el nombre de Pedro Pablo y cuando su madre murió, fue adoptado por Don Juan Manuel, con el que mantuvo una relación excelente (se decía que el caudillo lo prefería antes que a su legítimo primogénito, Juan). Cuando el chico creció, el restaurador lo mandó a llamar y le confesó: "m'hijo, su padre fue Manuel Belgrano. De ahora en más, puede firmar como Pedro Rosas y Belgrano".
El sábado 30 de junio de 2007, entre las 13.30 y las 14, el personal de vigilancia del Museo Histórico Nacional detectó, en una vitrina violentada, la falta de aquel reloj que le perteneciera. Comentaba una lectora de la noticia:
“Me siento de luto y avergonzada, porque no me sorprende, porque así es la gente en mi país, así es la falta de seguridad y así son las autoridades, que no van a hacer nada, como siempre y se van a llenar la boca de palabras cuando los medios los interroguen pero todos sabemos que no pasa nada. Sólo queda cada vez menos, perdemos más cosas, perdemos la memoria y ahora los objetos que pudieron hacernos recordar de donde venimos y a quien debemos imitar.”
El Señor Parra, más de cincuenta años más tarde, se ocupará de la memoria de este noble prócer. Percibe el normalista cierta defección en el discurso en su honor, al tratarlo de “General sin dotes de genio militar que no ha descollado demasiado en las grandes fases de nuestra independencia, hombre de estado sin fisonomía acentuada.” Reconoce virtudes de resignación, esperanza, honradez y propósito desinteresado, pero lo retrata también como candorosa figura. Lo enoja este señor Parra que presuntamente erige frente al prócer su propia figura aquilatada. De todas maneras el normalista recorta estas otras palabras de estimación, sin dejar de examinarlas con cierta suspicacia:
“… aparece en la escena política sin ostentación, desaparece de ella sin que nadie lo eche de menos, y muere olvidado, oscurecido y miserable. Casi 30 años transcurren sin que se mente su nombre para nada, (…) pero llega la época en que la conciencia pública se despierta y vuelve sus ojos al pasado para honrar el patriotismo puro, la abnegación en la desgracia, la perseverancia en el propósito y la lealtad a los buenos principios, en el colmo del poder, hastiada como está la opinión con el espectáculo de estos héroes de mala ley que le piden el sacrificio perdurable de sus libertades, en cambio de la buena fortuna de una hora, y la noble figura de este prócer comienza a sacudirse el polvo del olvido que la cubría y a mostrarse espléndida de las dotes y virtudes que pide el pueblo a fin de ver reflejadas en los objetos de su culto sus propias aspiraciones. … es el espejo de una época grande. El conjunto de su vida constituye, por así decirlo, la Revolución de la Independencia,… era la América ilustrada hasta dónde podía estarlo entonces, la América inexperta en la guerra pero dispuesta a vencer. Joven va a estudiar a Europa, y antes que los grandes militares trajeran el arte de vencer, trae las buenas ideas sociales, el deseo de progreso y de cultura, la conciencia de los principios de libertad que debían requerir luego el auxilio de aquellas espadas.”
“Belgrano es uno de los pocos que no tienen que pedir perdón a la posteridad y a la severa crítica histórica… es pues la moral de nuestra historia, como en el discurso de su vida se muestra la expresión y el instrumento de las ideas que tuvieron de faro la marcha de la revolución. Su muerte oscura es todavía un garante de que fue ciudadano integro, patriota intachable; acaso para mostrar al morir en la miseria su superioridad misma, desconocida por los contemporáneos que sólo tributaron honores a los que se arrastraban al nivel de las deficiencias y miserias de la época, o se cubrieron con el dorado manto de la opulencia para ocultar su miseria nativa.”

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