Cuando el Señor Parra quedó ciego, no perdió sin embargo el sentido de orientación aún en las extensiones dilatadas y en las e



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La monarquía el Inca
La idea de Belgrano de una monarquía Inca había sido extraña a la comprensión del estudiante, más cercano por hábito a la occidentalización de América; descubría ahora claros antecedentes en Moreno y Castelli. Aún en el general San Martín que expresara ante delegaciones indias “Yo también soy indio”, retuvo, al dejar Perú, el estandarte de Pizarro, símbolo de la opresión incaica e hizo publicar en Buenos Aires los “Comentarios Reales de los Incas” del Inca Garcilaso, especialmente prohibido por la censura española luego de la rebelión de Túpac Amaru.

Moreno y Castelli, que provenían de Chuquisaca, habían conocido y trabajado contra la explotación indígena en el estudio jurídico de Esteban Gascón. Conocían con detalle la rebelión tupamara liderada por José Gabriel Condorcanqui Noguera, conocido por Túpac Amaru II. Fundador de la identidad nacional peruana encabezó el mayor movimiento de corte indigenista en el Virreinato por la libertad de toda América y de los llamados “negros”. En respuesta las autoridades coloniales eliminaron a la clase indígena noble y acrecentaron la represión contra lo andino.


“El 18 de mayo de 1781, en la Plaza de Armas del Cusco, Túpac Amaru fue obligado, tal y como señalaba la sentencia, a presenciar la ejecución de toda su familia. Ante su presencia ejecutaron a sus aliados y amigos, su esposa y sus cuatro hijos. Luego le cortaron la lengua. Se le intentó descuartizar vivo atando cada una de sus extremidades a sendos caballos, de manera infructuosa, por lo que finalmente se optó por decapitarlo y posteriormente despedazarlo. Los científicos que han estudiado este tema concluyeron que por la contextura física de Túpac Amaru era imposible despedazarlo de esa forma, sin embargo se le dislocaron brazos y piernas junto con la pelvis. Aunque Amaru hubiera sobrevivido a ese intento de descuartizarlo hubiera quedado prácticamente inválido. Su cabeza fue colocada en una lanza exhibida en Cusco y Tinta, sus brazos en Tungasuca y Carabaya, y sus piernas en Levitaca y Santa Rosa (actual provincia de Chumbivilcas).”
De un Artículo de Alberto Lapolla:
“Cien mil indios armó Túpac Amaru, sólo que con lanzas y piedras. Con menos de cinco mil hombres San Martín invadió el Perú. Estas diferentes cifras hablan del carácter absolutamente distinto de ambos ciclos revolucionarios. Pero si Túpac Amaru contó con cien mil soldados, la reacción española fue la habitual para ellos: cien mil indios fueron pasados por las armas. De los años de la represión al pueblo americano encabezado por Túpac Amaru II, es la mayor expresión jurídica del genocidio y de la supresión al oponente, la cual desgraciadamente se aplicaría reiteradamente en América y también en Europa cuando el fascismo decida acabar con los revolucionarios. En 1784, el gabinete español aprobó la Ley del Terror o Catecismo Regio, ensalzada por el obispo de Córdoba y por toda la Iglesia española en América, ariete de la represión al movimiento tupamarista y del poder ibérico en América…. Sus términos fueron ‘La cárcel, el destierro, el presidio, los azotes o la confiscación, el fuego, el cadalso, el cuchillo y la muerte son penas justamente establecidas contra el vasallo inobediente, díscolo, tumultuoso, sedicioso, infiel y traidor a su soberano. El vasallo deberá denunciar toda conjuración que llegue a su conocimiento, aun cuando los conjurados fueran amigos, parientes, hermanos o padres hay obligación de denunciarlos.

“Esta política brutal y aberrante producirá como dijimos, 100.000 indios muertos entre 1780 a 1785 en el Perú, Alto Perú, Salta, Jujuy y Tucumán que habían participado de las rebeliones de Túpac Amaru II y su lugarteniente altoperuano Túpac Catari –casualmente un vendedor de hojas de coca. Con esta misma tesis se enfrentará la Revolución Altoperuana de 1809 que abría la nueva etapa de la rebelión americana. Es en la represión de Pedro Murillo y sus compañeros -la Junta completa ahorcada por Goyeneche en la Paz; Antonio Álvarez de Arenales alcanza a escapar y Monteagudo enviado a prisión en Chuquisaca, para ser luego liberado por Castelli- que Moreno elabora su concepto que salvará a la revolución cuando la conjura de Liniers: ‘Ellos o Nosotros’. Es también de la Ley del Terror española y de la magnitud sanguinaria del enemigo a enfrentar, que Moreno y Castelli conocen en profundidad –más que Belgrano por su estadía Chuquisaqueña- de donde emergerá el Terror Revolucionario, explicitado sin ambages por Moreno en el Plan Revolucionario de Operaciones y que con los fusilamientos de Cabeza de Tigre, de Potosí y el triunfo de Suipacha hará irreversible para los enemigos el camino de la Independencia Americana. Como muy bien señalara el mismo Moreno poco antes de ser derrocado en carta a Belgrano, ‘no importa si nos derrotan, incluso si muero, con nuestra acción y la revolución que hemos hecho, la independencia de América es ya irreversible.”

“Moreno y Castelli pensaban en una Revolución esencialmente india, ya que los indios y mestizos constituían la mayoría absoluta de la población del Virreinato del Plata y del Perú. Eran el sujeto a liberar y a devolverle su soberanía y libertad, tal cual proclamara clara y nítidamente el fundador de la Revolución Americana, el Inca Túpac Amaru II en 1780.”


José Castelli señaló sin ambages ante las comunidades indígenas de provincia de La Paz, convocadas ante las ruinas de Tiahuanaco en la celebración del primer aniversario de la revolución:
“Toda la América española no formará en adelante sino una numerosa familia que por medios de la fraternidad pueda igualar a las respetadas naciones del mundo antiguo… Preveo que allanado el camino de Lima, no hay motivo para que todo el Santa Fe de Bogotá no se una y pretenda que con los tres y Chile, formen una asociación y cortes generales para forjar las normas de su gobierno.”
La otra orilla
Al no obtener la adhesión del gobernador de Montevideo, la Junta había roto relaciones con los realistas de esa plaza el 10 de septiembre de 1810. El gobernador Javier Elío decreta el bloqueo de Buenos Aires, ubicando siete naves en las afueras del puerto. Como además de los porteños sufren también los intereses británicos, apelan aquéllos a Londres y al ministro inglés en Río de Janeiro para su intervención en defensa del libre comercio. A fines de octubre penetra sin resistencia la escuadra inglesa, condicionando su apoyo a que no se declare la independencia.

El 12 de enero de 1811, el gobernador de Montevideo es nombrado por el Consejo de Regencia, Capitán General y Virrey de las Provincias del Río de la Plata y Alto Perú. Ofrece a la Junta, paz y olvido, demandando sin resultado subordinación a Buenos Aires. La conciliación no se produce y el 15 de febrero declara la guerra por traición al rey. Ordena entonces al teniente de blandengues en Colonia, Gervasio Artigas, organizar fuerzas militares para atacar a Buenos Aires. Los blandengues habían sido concebidos primitivamente como gente de campo, “acostumbrada a sus fatigas y a las del caballo”… "mucho más a propósito para celar los desórdenes de la campaña que la tropa soberana." Fueron luego adoptadas en la precaución de una próxima invasión británica. En lugar de acatar las instrucciones del gobernador, Artigas abandonó las filas españolas, cruzó el río Uruguay y ofreció sus servicios a la Junta de Buenos Aires. El Secretario acordó con satisfacción su apoyo, encargándole preparar desde Entre Ríos el levantamiento de la Banda Oriental. Artigas organizó un grupo de hombres en Buenos Aires y se dirigió hacia Uruguay, recibido con euforia por los pobladores quienes lo proclamaron Primer Jefe de los Orientales.

El 25 de febrero de 1811 libró la batalla contra los realistas en las cercanías del arroyo Asencio: el "grito de Asencio" mojona el arranque de la emancipación uruguaya. Se trataba de un centenar de patriotas encabezados por Pedro José Viera y Venancio Benavides, que tomaron las ciudades de Mercedes y Soriano y proclamaron el final de la dominación hispana.

El 18 de mayo de 1811 se libra la batalla de Piedras. Fue la primera victoria importante de las fuerzas independentistas del general José Gervasio Artigas contra los españoles. La batalla tuvo lugar en San Isidro de las Piedras, en la periferia de Montevideo: Artigas a la cabeza de un ejército de 1000 soldados desafió a los 1230 de hispanos. Después de la batalla, 200 de estos últimos se sumaron a las tropas orientales. Alberto Zum Felde, ensayista argentino radicado en el Uruguay, considera a la Batalla de Las Piedras, tras las derrotas de Belgrano en el Paraguay y el Paraná, fue decisiva para el futuro de la Revolución de Mayo: “sin la Batalla de Las Piedras hubiera sido ahogada a los pocos meses de su pronunciamiento."

Después de lograr este triunfo, Artigas sitió Montevideo con el grado de coronel otorgado por la Junta de Buenos Aires. Sería contrarrestado por la invasión portuguesa en la banda oriental solicitada por el Virrey Elío. Los portugueses entraron en Montevideo. Se ordena un nuevo bloqueo de Buenos Aires

Artigas regresó con su ejército y volvió a sitiar Montevideo, apoyado por tropas de la Junta revolucionaria comandadas por Rondeau quien tomó, con el acuerdo de Artigas, la dirección del sitio, que se prolongó por casi dos años.

No obtuvieron resultados positivos, en parte por los saqueos de provisiones que los realistas efectuaron en ciudades ribereñas, la presión del ejército portugués desplazado en la Banda Oriental y en última instancia, por la actitud del Primer Triunvirato, el nuevo gobierno de Buenos Aires que sustituyó a la Junta Grande debilitada por la derrota de Huaqui. El Triunvirato adoptó la política inducida por las potencias extranjeras de celebrar un acuerdo por el cual reconocía “la unidad indivisible de la monarquía española… que no tiene otro soberano que el Sr. Don Fernando VII”, comprometiéndose a retirar las tropas patriotas de la Banda Oriental. Los portugueses procedieron de la misma manera reconociendo la autoridad de España.

La Banda Oriental, recelosa de los portugueses, organiza su propio ejército.

La Junta había designado a Artigas, Gobernador de Yapeyú manteniéndolo como un jefe subalterno dentro de las filas del ejército independiente. Aceptado el cargo, marchó rumbo al Norte con tres mil hombres a sus inmediatas órdenes, siguiéndole detrás una caravana de dieciséis mil personas de toda edad y de toda clase social, cobijados bajo su protección, éxodo del pueblo oriental que eludía la restauración del poder español y el dominio de los portugueses. Después de tres meses de marcha, de octubre a diciembre de 1811, llegan al Salto del Uruguay y acampan en el Ayuí, en tierras de la jurisdicción misionera, a la margen derecha del gran río puesto como defensa natural contra los portugueses. Artigas asume su gobernación y la defensa de aquel conjunto humano contra probables invasores.

El Triunvirato, consciente de su error, terminó refutando el armisticio con los realistas e intentó convenir con Artigas la manera de retomar la guerra.


“En el caos inaugural del campamento de Ayuí el nombre del caudillo adquiría un prestigio legendario que habría de extenderse por las Provincias Unidas, Se afirmaba también un proceso de ruda democracia agraria cuyas líneas habrían de contraponerse más agudamente con la política que desde Buenos Aires manejaban los dirigentes del Triunvirato; los mismos que luego serían directoriales y más tardes unitarios. Un bullente proceso popular, emancipador y regionalista hervía en Ayuí y su expresión cabal era Gervasio Artigas, convertido por la fuerza de las cosas en el vocero de un pueblo que se intuía traicionado o al menos mal interpretado por sus lejanos y desconocidos dirigentes.”
Tres meses de permanencia e intrigas de miembros del gobierno en el campamento, incentivan como reacción la elaboración del pensamiento federalista de Artigas y su animadversión hacia los dirigentes porteños, hasta el punto de devolver sus despachos de coronel a Buenos Aires. El rechazo de sus diputados con expresas órdenes de proponer y defender sus ideas, producirá la ruptura de relaciones. Básicamente  sus ideas eran una confederación de provincias unidas por una Constitución nacional con autonomía de cada provincia para gobernarse; separación de los tres poderes y libertad civil de todos los habitantes con libertad religiosa. Igualdad y seguridad de todos los ciudadanos y que el gobierno nacional tuviera sede fuera de Buenos Aires. Además, la apertura de los puertos de Maldonado y Colonia para el comercio internacional. Día a día Artigas adquiere más poder sobre las provincias del litoral mesopotámico, que lo designan ahora “Protector de los Pueblos Libres” izando su propia bandera, que agrega al azul y blanco unas franjas rojas para simbolizar la sangre derramada por la causa federal.

Los porteños adheridos a la tendencia centralizadora como posibilidad de lograr su hegemonía, estaban aún lejos de concebir una fórmula republicana.

A la Banda Oriental le aguardaba todavía, en 1816, una nueva invasión de los soldados portugueses. Pueyrredón ofrecerá su ayuda, pero Artigas, todavía resentido, la rechaza. El 14 de enero de 1820 sufre la derrota de Tacuarembó y se retira a Entre Ríos pasando su patria al Reino de Portugal con el nombre de Estado Cisalpino, región que continuó perteneciendo al Brasil, cuando éste se independizó en 1825.

Huellas del camino
Al tiempo en que su familia concluía la vida colonial, el Señor Parra nacía a las gestas de la independencia. A la historia de su gente le continúa la historia de la patria, como teatro de acción y atmósfera, transición lenta y penosa de un modo de ser a otro; la pobre América del Sur agitándose en su nada, haciendo esfuerzos supremos por desplegar las alas y lacerándose a cada tentativa contra los hierros de la jaula que la retiene encadenada.

Extrañas emociones habrán agitado el alma de sus padres durante aquel 1810 en que moraba en las entrañas de su madre: la perspectiva crepuscular de una nueva época: “libertad”, “independencia”, “el porvenir”, palabras nuevas que debieron estremecer las fibras de sus corazones, agolpar la sangre, excitar la imaginación, suscitar vivencias de ansiedad, dicha y entusiasmo. El señor Parra sucederá a su progenie dejando huellas en aquel camino, sobre el cual el estudiante se detiene curioso, considerando los acontecimientos que conforman accidentes del terreno y el trayecto que le aguarda recorrer.

En ese trance palpita su corazón como un poema: Siguiendo un cauce del cual ignora su destino, cada paso por la historia cubre leguas. Los días y las noches de sus jornadas encienden y apagan las huellas de tantos que han sido; rastros que se borran y se reencuentran. En la noche de insomnio en el camino, sorprende a su alma alerta, el repentino fulgor del vuelo de una estrella. Cuando el día aclara retoma el paso, al frente un horizonte de ingrávidos guijarros y el azul donde un pájaro se pierde. Durante la marcha en la jornada, el zarzal abre una herida, ensartándolo en el eje punzante del venero del sol meridional; los pies sobre su sombra, la tierra sedienta, roja bebida; páginas de la historia sin sentido que estremecen. En la lejanía, nube y tormenta. Del azul retorna un pájaro en huida y se detiene en el matorral que desgarrara. Largo nido y breve vuelo. Mucho es lo que lo inquieta y desvela; retoma su andar: la herida de hoy, mañana podrá ser más honda todavía pero al fin cicatrizará en el silencio. Dicen que el cauce que acompaña se anega en un valle, otros, que desemboca en un río. Importa lo mismo: libres los ojos de arideces y el alma sosegada, sano de sangrar el cuerpo si el velo es descorrido.

Recuerda un tiempo de infancia en el cual no había modelos de violencia. Eran mañanas soleadas, potreros en libertad; sin embargo bastó la gallardía vertical y armada del tallo espinoso para que la omnipotencia infantil asumiera el desafío y fuera tronchando cardales, inclemente ante las flores abatidas. ¿Qué es lo que nos hace bravos, guerreros, malos? ¿Qué vieja escena cunde en la semilla de nuestra imaginación? ¿Por qué la visión de lo inabarcable o distinto desata la furia del excluido? ¿De eso se trata?

Cielo, sol, vergel agreste. La obra de la lluvia en los potreros. El vuelo mágico del insecto, la libélula, la mariposa. La extraña hechura de la flor, violada al fin, quebrada, que quizá ya no retorne, como no retorna la infancia del paraíso perdido.

José de San Martín ha venido sufriendo mala salud, úlcera sangrante de estómago y asma, o en verdad, como opina el Dr. Galatoire, una afección tuberculosa. Su licencia del mando de las tropas le posibilita restablecerse en las sierras de Córdoba y al mismo tiempo, planear su campaña libertadora, convencido de la imposibilidad de realizarla por el camino hacia el Alto Perú. El señor Parra lo narra de la siguiente manera:



“Elevado al rango de Coronel Mayor, y destinado después de las derrotas de Vilcapujio y Ayohuma al mando del ejército del Alto Perú, disperso, y conteniendo apenas de este lado de Salta el avance de los ejércitos del rey. Pero San Martín encontró allí enemigo más temible para él que los españoles, en una turba insolente de jefes pretenciosos e insubordinados y montoneras en lugar de ejército; y después de intentar en vano introducir un poco de disciplina fingió esputar sangre, retirose a Córdoba a curarse, y desde allí dejó traslucir al gobierno de Buenos Aires cuan bien le sentaría el clima de la pobre y apartada provincia de Cuyo, de que logró hacerse nombrar intendente. Era que había encontrado impracticable, estratégicamente hablando, el camino a Lima por el Alto Perú, y quería franqueárselo por los Andes chilenos. Era aquel, tiempo de intrigas, partidos, cábalas y ambicioncillas en Buenos Aires, e indicar una idea atrevida y de lenta preparación habría sido como confiar secretos a los niños.”
En Mendoza, desde 1812, Juan Ramón Balcarce que había luchado bajo las órdenes de Belgrano en la batalla de Tucumán, apoyaba a los patriotas chilenos contra una invasión realista. San Martín asume la Gobernación de Cuyo el 10 de agosto de 1814.

“Fue a los principios de su gobierno en Mendoza el intendente más bonachón que había recibido la provincia. No tenía un soldado, ni objeto para crear tropas. Estudiaba en tanto los negocios muy críticos ya de Chile, los caminos de la cordillera, las gentes y recursos de Cuyo, y con este o el otro pretexto animaba al gobierno de Buenos Aires después de la pérdida de Chile con ideas de este género: "Chile, Excmo., señor, debe ser reconquistado: limítrofe a nosotros, no debe vivir un enemigo dueño despótico de aquel país. Sí señor: es de necesidad aquella reconquista, pero para ello se necesitan 3.000 a 4.000 brazos fuertes y disciplinados, único modo de cubrirnos de gloria, y dar libertad a aquel Estado..


." Diósele al fin la orden de levantar un ejército incorporándosele su caballo de batalla, los Granaderos a caballo, que fueron en efecto a reunírsele, dos escuadrones que habían pasado a engrosar el sitio de Montevideo, y los dos que le habían acompañado a Tucumán.”
Los chilenos que habían resistido a los españoles y logrado la victoria en la batalla de Cucha Cucha, gozaron tiempos de “patria chica”, pero las luchas intestina entre sus caudillos, Bernardo O´Higgins y los hermanos Carreras -José Miguel, Director Supremo, Juan José y Luis- favorecieron la reconquista realista tras la batalla de Rancagua, del 2 de octubre de 1814. Los vencidos huyeron a Mendoza por el paso de Uspallata, con el jefe de los auxiliares argentinos Gregorio Las Heras, Seguían a los efectivos chilenos unas quinientas familias, recibiendo el auxilio de los mendocinos que salieron a su encuentro con víveres y caballos de silla. O`Higgins, que venía con su madre y con su hermana, quedó unido al ejército del norte. Las dificultades con los Carreras, en cambio, continuaron.

Narra el señor Parra que San Martín:


“Después de haber prestado todos los auxilios que debía a la emigración chilena, encontró en D. José Miguel Carreras y sus oficiales el desacordado empeño de obrar en el territorio de Cuyo con la misma autoridad que ya no tenían sobre el de Chile. Ensayó todos los medios que la prudencia sugería para traer a buenos términos a aquellos caudillos, logrando segregarles, con el general O'Higgins, parte de las fuerzas; pero sin lograr hacerles reconocer su autoridad, que se complacían por el contrario en ajar de una manera insolente.

San Martín pareció al fin contemporizar con las dificultades, y cesó de hacer reproches a los Carreras, que se creyeron en posesión de una autoridad incompatible con su situación y la del gobierno que los acogía. Entretanto había hecho descender de la cordillera a los auxiliares cordobeses al mando del coronel Las Heras que guardaban sus pasos, y una mañana abocando dos piezas de artillería a la puerta del cuartel de las tropas de Carreras, circunvalado por la infantería cordobesa y las milicias mendocinas, dióles diez minutos para escoger entre ametrallarlos o reconocer lisa y llanamente la autoridad del gobierno. Carreras y sus partidarios fueron alejados de la provincia, y las tropas chilenas o dispersas o enviadas a otros puntos del territorio.”


El plan continental se hacía mucho más difícil con la caída de Chile, lo que obligó a multiplicar los esfuerzos locales, identificados con la personalidad disciplinada y virtuosa, infatigable y apasionada por la libertad, de San Martín. Su esposa, María de los Remedios de Escalada y Quintana de San Martín, cumplió aquí un papel central en la organización de las colectas y donaciones de joyas de las damas mendocinas, sanjuaninas y puntanas. Habían contraído matrimonio en Buenos Aires el 12 de setiembre de 1812; tenía ella entonces 14 años, él, 20 años mayor. Sus testigos fueron Carlos de Alvear y su esposa Carmen Quintanilla, factores del encuentro y quienes lo introdujeron en la sociedad porteña.

Las damas mendocinas y María de los Remedios bordaron la Bandera del Ejército de los Andes, jurada el 15 de enero de 1817. Ese mismo día se consagró como patrona a la Virgen del Carmen de Cuyo.

En el modesto hogar de San Martín y Remedios, nació, el 24 de agosto de 1816 Merceditas, la única hija del matrimonio, de quien, en una carta a su amigo Tomás Guido le anunciara con orgullo, que era padre de una “infanta mendocina”, título que en España se le daba a las princesas.

Los vínculos cambian y la historia marcha por distintos cursos, donde la ambición y la soberbia enmarañan acontecimientos y separan a los compatriotas.

Tras el sitio de Montevideo, Alvear quiso sancionar a Artigas por su actitud durante el mismo, pero su tío, el Director Supremo Gervasio Posadas, archivó la cuestión descongestionando las tensiones. Ordenó el regreso de Alvear, para que se hiciera cargo del Ejército del Norte, entonces comandado por Rondeau, la oficialidad rechazó la designación quedando ambos jefes enfrentados. Posadas convocó a la Asamblea en apoyo de su autoridad mientras que Alvear se acantonó en Olivos y exigió la implantación de una dictadura militar para acabar con el enfrentamiento de los jefes militares. La Logia Lautaro, con el alejamiento de San Martín, ahora estaba en sus manos.

En 1815 Posadas renuncia al cargo conociendo que Alvear carecía de simpatías en el interior y que no cejaría en sus propósitos. Al cabo de largo debate, los diputados aceptaron la elección del brigadier Carlos Alvear como Director Supremo. Su controvertido poder dictatorial sólo podía sostenerse con intrigas. En sus maniobras políticas para congraciarse , puso fin a la proscripción de Pueyrredón, decretada por el movimiento militar de la Logia Lautaro tras la caída del Primer Triunvirato; asciende a los coroneles Soler, Matías Irigoyen, Antonio Ocampo y Terrada, y a San Martín, como coronel mayor, título equivalente al de general de brigada; pero lo verdadero es que se ha desentendido de la empresa libertadora y hasta despertado la sospecha en San Martín, de que solapadamente Alvear es el culpable de una serie de anónimos y pasquines cargados de injurias, calumnias, insultos y amenazas. Entre sus maquinaciones ofrece a Artigas la independencia oriental y el que las provincias litoraleñas elijan sus protectores, pero Artigas rechaza el ofrecimiento. Dispone, además, la misión García consistente en implicar a Gran Bretaña en el protectorado del Río de la Plata.

Pronto se halló Alvear con todo el país en su contra. Obligado a renunciar se exilió en un barco británico. La asamblea fue disuelta. El Cabildo convocó a elecciones en la Capital para designar un gobierno provisional en el que fue electo Rondeau, que por su permanencia en el Alto Perú, asumió como suplente Álvarez Thomas.

Juan Martín de Pueyrredón, durante su confinamiento en una estancia de San Luis, tras la caída del Primer Triunvirato, había ganado prestigio en la zona, por lo que a su tiempo fue elegido diputado por Cuyo ante el Congreso de Tucumán. De allí, Director Supremo, y desde esta función, gran colaborador de la campaña del Libertador.

Hijo de padre vasco francés y de madre Irlandesa, habiendo actuado por su educación europea y actividad comercial como elemento de enlace entre Inglaterra y el Cabildo, había surgido en aquel entonces su sentimiento libertario y la convicción que no podía esperarse nada de esa nación en tal sentido. Durante las invasiones inglesas organizó para la defensa el regimiento de húsares y por sus méritos fue nombrado teniente coronel por Santiago de Liniers y confirmado en su cargo por el rey. Sin embargo, en viaje como delegado a España, fue testigo de la decadencia de ese gobierno y aconsejó no reconocer al virrey Cisneros, elegido por la junta española. Sus cartas fueron interceptadas por Martín de Álzaga, quien puso al cabildo en su contra e intentó detenerlo en Montevideo por Elío, página de la historia controvertida por el historiador Enrique de Gandía. Al fin se unió con los patriotas y vivió con ellos la decepción de imaginar a Carlota Joaquina, regente de Buenos Aires. Tras la revolución y sofocamiento del levantamiento de Liniers, ocupó la gobernación de Córdoba que comprendía no sólo la ciudad sino la región de Cuyo.

En 1811 fue transferido a la audiencia de Charcas como presidente e intendente. Enterado del desastre de Huaqui se trasladó a la Casa de Moneda en Potosí y salvó el tesoro de la causa patriótica, huyendo hacia Jujuy y Tucumán. Nombrado comandante reorganizó las fuerzas del ejército del Norte, más tarde resignó este cargo a Manuel Belgrano, y asumió funciones como miembro del Primer Triunvirato.

El 9 de Julio de 1816, el Congreso de Tucumán declara la Independencia de las Provincias Unidas del Río de la Plata. El 20 de julio otorga a la bandera celeste y blanca el carácter de distintivo nacional y Pueyrredón vuelve a poner a Manuel Belgrano, al mando del Ejército del Norte.

Era indudablemente el hombre capaz de comprender el proyecto de San Martín, y como tal le brindó todo el apoyo financiero de su gobierno. Se entrevistaron en Córdoba para considerar la acción continental, a la cual le darán entusiasta prioridad. Pueyrredón nombra a San Martín, comandante del Ejército de los Andes.

El 31 de diciembre se concluye en Mendoza la organización del ejército destinado a la liberación de Chile.

El señor Parra detalla, según documentos de Barros Arana, los recursos que San Martín improvisó para crear aquel ejército.

“Contribuciones extraordinarias de guerra —los capitales a censo de monjas y cofradías, la limosna recolectada para redención de cautivos, donaciones gratuitas del vecindario, un auxilio pecuniario de 5.000 pesos mensuales y después 20.000 que mandaba Buenos Aires, las temporalidades de la provincia, realización de los fondos pertenecientes al colegio, venta de tierras públicas, impuesto sobre la extracción de vinos y aguardiente, el derecho de alcabalas, el de papel sellado, patentes de pulperías, las rentas recolectadas en San Juan y Mendoza y contribuciones voluntarias y forzosas, confiscación y realización de los bienes de los godos que emigraron a Chile, apropiación de los bienes de los españoles que morían sin sucesión, penas pecuniarias a los condenados por causas políticas, impuesto sobre el consumo de la carne, empréstitos forzosos al vecindario - Añádase a éstos: esclavos dados libres para formar el personal de batallones, sementeras de grano y cereales para alimento del ejército, el servicio personal gratis de toda persona de cuyo concurso hubiese menester, diez mil mulas y dos mil caballos para el movimiento y remonta del ejército, todas las milicias necesarias para guardar los pasos de la cordillera durante cuatro años, costura de uniformes, auxilio de frazadas, cuero de carnero, etc., etc. - Obteníanse todos estos recursos por una rara combinación de terror y de seducción, por el sentimiento exaltado del patriotismo y una severa y prolija administración, unida a una economía suma. San Martín en sus últimos años nos ha referido con enternecimiento muchos casos extraordinarios de abnegación espontánea de los vecinos de Mendoza. Los carreteros no admitían pago de viajes desde Buenos Aires, realizado uno en diecinueve días con armamento. Los labradores sembraban parte de sus campos para el ejército, o partían sus cosechas con el general. De chasques a Buenos Aires a los puestos avanzados en la cordillera o a Tucumán, donde residía el Congreso, servían personas animosas que realizaban prodigios de celeridad en sus viajes. Las damas no vivían sino cosiendo ropas o haciendo hilas para el ejército; y durante los tres años de su creación, Mendoza, San Juan y San Luis fueron verdaderos arsenales de guerra, ocupada toda la población en el servicio del ejército. La maestranza de Mendoza, bajo la dirección de Beltrán, fabricaba fusiles excepto el cañón, fundía balas, confeccionaba cohetes a la congreve, fornituras, morriones y cuanto necesitaba un ejército.”

“San Martín presidía a todo, disciplinaba su ejército, gobernaba la vasta provincia de Cuyo e influía en el Congreso para que declarase la independencia de las Provincias Unidas. La correspondencia original de San Martín de que otra vez hemos publicado fragmentos, ha dejado comprobada de un modo evidente su influencia en aquel acto importante. Vese por ella que el Congreso resistía la medida, diciéndole el diputado Godoy Cruz que no era soplar y hacer botellas; pero él insistía conjurando a Fr. Justo de Santa María de Oro, después obispo de San Juan y entonces diputado, y al doctor D. Narciso Laprida presidente del congreso a dignificar la condición de rebeldes con aquella soberana sanción que al fin se realizó.”

“En su gobierno de Cuyo mostró las asombrosas cualidades de su espíritu y el poder de acción que lo caracterizaba. Sabía electrizar a las gentes buenas, hechizar a los que necesitaba ganar, aterrar a los adversos y desmoralizarlos; y a todos, pueblo y soldados, oficiales y gobernantes inspirarles el fanatismo del deber, la religión de la exactitud, y la nimia observancia de los mandatos.”

“El rasgo distintivo de su carácter era la astucia y el secreto. Su pensamiento estaba herméticamente cerrado en su pecho. Nadie supo jamás, ni su secretario privado Álvarez Condarco de quien tenemos el hecho por qué camino debía traspasar los Andes el ejército; y amigos y enemigos estuvieron engañados hasta mucho después de haber salido de Mendoza la expedición. Verdad es que en esta ignorancia fundaba el éxito de la campaña, y los resultados lo probaron. El 12 de febrero, día de la batalla de Chacabuco, atravesaban por Santiago los batallones españoles que venían a marchas forzadas del sur de Chile, adonde él había dejado sospechar que intentaba acometer.”

“Cuéntase que al salir de Valparaíso la escuadra, conferenciaba sobre cubierta con lord Cockrane, el almirante, sobre el plan de desembarco en las costas del Perú, y que, apercibiéndose de que un sargento, su asistente, a quien estimaba mucho, había oído la conversación, llamó a un oficial y le hizo dar cuatro tiros en el acto, y arrojarlo al agua. Si el hecho no es cierto es verosímil. Su pasión era el secreto, y aquel infeliz viviendo no le habría dejado dormir tranquilo.”

El 5 de enero de 1817 el Ejército de los Andes inicia el cruce de la cordillera.

Transpuesta, se reúnen con las tropas de Bernardo O`Higgins en el valle del Aconcagua. Vencen en Chacabuco, el 12 de febrero, al brigadier realista Rafael Maroto y dos días después las tropas patriotas entran en Santiago. El Cabildo aclama a San Martín como director supremo de Chile, pero éste declina el cargo a favor de O`Higgins.

De marzo a abril San Martín viaja a Buenos Aires para solicitar mayor apoyo a Pueyrredón.

El virrey de Lima, Pezuela, manda un ejército al mando de Osorio. El 19 de marzo, tras la declaración de la independencia chilena, se produce la sorpresa de Cancha Rayada. O`Higgins resulta herido; Juan Gregorio de las Heras, con una estratégica retirada, logra salvar gran parte del ejército.

El 5 de abril de 1818 San Martín triunfa en Maipú asegurando la independencia de Chile. El 18 de mayo viaja a Buenos Aires donde es homenajeado por el Congreso General Constituyente, que se había trasladado de Tucumán ante el avance realista.

Con el resguardo de la guerra gaucha, cuyo líder Martín Güemes es nombrado Jefe del Ejército de Observación sobre el Perú, se entrega de lleno a la preparación de la expedición libertadora que partirá de Valparaíso hacia las costas peruanas. El jefe venezolano, Simón Bolívar, obtiene en tanto la victoria de Boyacá liberando a Nueva Granada y proclamando un mes después la constitución de la república de Colombia.

Entre tanto, Martín de Pueyrredón, con el objetivo de apoyar a San Martín en su proyecto continental, intentaba una política conciliatoria con las provincias ribereñas de Santa Fe, dirigida por Estanislao López, y la de Entre Ríos, bajo Ramírez, ambos opuestos a la dominación de Buenos Aires. Otro conflicto surgió con el regreso de José Miguel Carrera de su exilio en los Estados Unidos, a quien le impide que vuelva a Chile liberada por San Martín. Carreras se alió con Carlos de Alvear ansioso de recuperar el poder político y conspiraron con López y Ramírez

Corría el año 1819, el Congreso por su parte, queriendo crear el marco adecuado para la coronación de Carlos Borbón, duque de Luca, aprueba una Constitución de carácter centralista y pro monárquica, que…
 “…no es ni la democracia fogosa de Atenas, ni el régimen monacal de Esparta, ni la aristocracia patricia ó efervescencia plebeya de Roma, ni el gobierno absoluto de Rusia, ni el despotismo de la Turquía, ni la federación complicada de algunos estados”,…
generando un mayor descontento por parte de las provincias, que incidirá en la renuncia de Pueyrredón. Abrumado y con precaria salud, presenta su dimisión en abril que se hace efectiva en junio, contra el rechazo inicial del Congreso.

Es reemplazado interinamente por Rondeau, quien comenzó a recibir el título de Alteza, mientras se buscaba en Europa un príncipe para ser coronado, La oposición a su política de las provincias del litoral renovó hostilidades. Buscó el apoyo de las fuerzas portuguesas que estaban en la Banda Oriental.

La guerra estalló cuando López tomó por la fuerza una carreta con ministros del gobierno que atravesaba Santa Fe, a cargo de Marcos Balcarce. Ramírez apoyó al caudillo santafesino aduciendo que peleaban para eliminar la tiranía del gobierno, restablecer la libertad popular y la igualdad de los ciudadanos, es decir, de provincianos y porteños, y para desalojar a los portugueses de la Banda Oriental.

El gobierno ordenó a San Martín que trajera su ejército libertador para defender a Buenos Aires, mandato que rehusó empeñado en su objetivo de de independencia.

López y Ramírez Atacaron el 1º de febrero de 1820 a las fuerzas directoriales comandadas por Rondeau, cuando acampaban en Cepeda, batiéndolo en una sola carga de caballería.

Como consecuencia de la derrota, el gobierno porteño representado por Sarratea firma con los caudillos litoralenses un tratado en Pilar, donde se proclamaba la unidad nacional y el sistema federal preconizado por Gervasio Artigas, junto a la defensa contra cualquier ataque luso brasileño, disponiendo su comunicación a él “para que siendo de su agrado, entable desde luego las relaciones que puedan convenir a los intereses de la Provincia de su mando, cuya incorporación a las demás federadas, se miraría como un dichoso acontecimiento”.

López y Ramírez, fortalecidos por su victoria frente a Buenos Aires desconocieron luego la autoridad de Artigas derrotado en la batalla de Tacuarembó, reorganizaron sus provincias y abandonaron la guerra contra los brasileños, considerándolo aquél una traición, por lo que rechazó el tratado.

Después de la batalla de Cepeda, Rondeau decidió no intervenir en las luchas políticas que se desencadenarían.

Con la renuncia de Pueyrredón, San Martín perderá el apoyo porteño. Se suman rivalidades, conflictos políticos, conspiraciones y críticas por cargas impositivas y empréstitos para solventar su expedición libertadora.

En enero de 1819, luego de despedirse de su familia, enfermo, hubo emprendido su regreso a Chile cruzando la Cordillera de los Andes, esta vez en camilla, custodiado por sesenta granaderos. Llegado a Santiago se pone a trabajar en su campaña. A un intento de renuncia, sus oficiales celebran el acta de Rancagua reafirmando su jefatura para la cruzada del Perú.

Tras la partida de San Martín hacia Chile, Remedios de Escalada enferma de gravedad, se vio obligada a un regreso definitivo a casa de sus padres en Buenos Aires. Partió de Mendoza el 24 de marzo de 1819. Su traslado habría de ser sumamente penoso para su estado de salud. Se dice que a su pedido, el tío dispuso que en pos de ella fuese llevado un ataúd por si moría en el camino. En la quinta de la calle Caseros y Monasterio se aliviaron sus males. Sólo persistió la melancolía y el reclamo por la vuelta del esposo que, embargado en sus campañas no volvió a verla. El 3 de agosto de 1823 Remedios de Escalada de San Martín dejó de existir.

La expedición libertadora había partido en agosto de 1820 desde Valparaíso y en septiembre iniciado el desembarco en la bahía de Paracas, a 260 km. de la ciudad de Lima. Se encamina al cercano pueblo de Pisco, que ya había sido abandonado por los realistas. Imprimieron sus primeras proclamas y la escuadra cañoneó la fortaleza del Callao. Tras negociaciones infructuosas en Miraflores con enviados de Pezuela, San Martín encarga a Álvarez de Arenales adentrarse en la sierra peruana. Embarca el grueso del ejército y descienden al norte de Lima. Termina convenciendo a sus autoridades civiles y militares de la causa de la independencia.

En 1822, tras denodados esfuerzos, el Libertador intentaba acordar la unidad de acción con Bolívar. Se reúnen el 26 y el 27 de julio en Guayaquil pero sin el apoyo necesario de Buenos Aires, más por otras razones no bien dilucidadas por la historia, se retira. Renuncia al protectorado del Perú y marcha a Chile, siendo Gregorio de Las Heras designado en su reemplazo gran mariscal de Perú.

En su historia sobre el General recoge el señor Parra palabras pronunciadas al despedirse de los peruanos:


“Yo he proclamado la declaración de la Independencia de Chile y del Perú, y tengo en mis manos el estandarte que Pizarro trajo para someter el Imperio de los Incas. He cesado de ser un hombre público, quedando así recompensado con usura de diez años que he pasado en medio de la revolución y de la guerra. He llenado mis promesas para con los pueblos a donde he llevado mis armas. Les doy la Independencia, dejándoles la elección de la forma de su gobierno. La presencia de un soldado feliz, aunque desinteresado, tiene sus peligros para Estados nuevamente constituidos; y por otra parte, estoy cansado de oír decir que aspiro a poner una corona sobre mi cabeza. Yo estaré pronto siempre a sacrificarme por la libertad del país, pero como hombre privado y no más. En cuanto a mi conducta política, mis compatriotas, según es costumbre, la juzgarán diversamente. Yo apelo a la opinión de sus descendientes. ¡Peruanos! Os dejo la representación nacional que vosotros mismos habéis establecido; si tenéis en ella entera confianza, podéis estar seguros de triunfar; si no, la anarquía va a devoraros. Que Dios os haga felices en todas vuestras empresas, y os eleve al mas alto grado de paz y de prosperidad.”
Y continúa Parra:
“Era el estandarte aquél, "un pendón de dos varas quince pulgadas de largo, de color caña, forro amarillo, con un escudo de armas en el centro celeste, con bordadura carmesí y muy mal tratado", según lo describe la municipalidad de Lima, a cuya inspección lo hizo someter San Martín que lo había descubierto en poder de un español, a fin de verificar su autenticidad. En su testamento ordena que se devuelva al Perú este estandarte, y hoy se halla en los lugares donde flameó por primera vez a los ojos de Atahualpa va en cuatro siglos.”
“Si la historia dudara, al descender al olvido del ostracismo, de que era él el libertador del Perú, aquella tela que los siglos habían respetado, le serviría de paño mortuorio y de prueba de convicción. Bolívar dio, con todos los ejércitos sudamericanos reunidos, las batallas de Junín y de Ayacucho, que pusieron el sello a la independencia del continente, pues se dio la última en el Alto Perú que entonces formaba parte del virreinato de Buenos Aires.”
Veinticinco años más tarde el señor Parra, en ocasión de su presentación ante el Instituto histórico de Francia, aportará nueva luz sobre la entrevista de Guayaquil que pone de manifiesto la índole del héroe, incorporando en su discurso una carta que San Martín enviara a Bolívar, y analizándola, contra las dispares interpretaciones en curso de sus contemporáneos. La carta en cuestión fue publicada por el comandante Lafond de la Marina francesa en sus “Voyages autour du monde”, obra, de 1846.
“Excmo. Señor Libertador de Colombia, Simón Bolívar.

Lima, 29 de Agosto de 1822.

Querido general:

Dije a usted en mi última de 23 del corriente, que habiendo reasumido el mando supremo de esta República, con el fin de separar de él al débil é inepto Torre-Tagle, las atenciones que me rodeaban en aquel momento no me permitían escribir a V. con la extensión que deseaba: ahora al verificarlo, no solo lo haré con la franqueza de mi carácter, sino con la que exigen los grandes intereses de América.

Los resultados de nuestra entrevista no han sido los que me prometía para la pronta terminación de la guerra; desgraciadamente yo estoy firmemente convencido, o que V. no ha creído sincero mi ofrecimiento de servir bajo sus órdenes con las fuerzas de mi mando, o que mi persona le es embarazosa. Las razones que V. me expuso de que su delicadeza no le permitiría jamás el mandarme, y aún en el caso de que esta dificultad pudiese ser vencida, estaba V. seguro de que el Congreso de Colombia no consentiría su separación de la República; permítame V., general, le diga, no me han parecido bien plausibles: la primera se refuta por sí misma, y la segunda estoy muy persuadido que la menor insinuación de V. al Congreso, seria acogida con unánime aprobación, con tanto más motivo, cuando se trata con la cooperación de V. y la del ejército de su mando, de finalizar en la presente campaña, la lucha en que nos hallamos empeñados, y el alto honor que tanto V. como la República que preside, reportarían en su terminación.

No se haga V. ilusión, general; las noticias que V. tiene de las fuerzas realistas son equivocadas, ellas montan en el alto y bajo Perú a más de 19.000 veteranos, las que se pueden reunir en el término de dos meses. El ejército patriota, diezmado por las enfermedades, no podrá poner en línea a lo más 8.500 hombres, y de estos una gran parte reclutas; la división del general Santa Cruz (cuyas bajas, según me escribe este general, no han sido reemplazadas a pesar de sus reclamaciones), en su dilatada marcha por tierra, debe experimentar una pérdida considerable, y nada podría emprender en la presente campaña; la sola fuerza de 1.400 colombianos que V. envía, será necesaria para mantener la guarnición del Callao y el orden en Lima ; por consiguiente, sin el apoyo del ejército de su mando, la expedición que se prepara para Intermedios, no podrá conseguir las grandes ventajas que debían esperarse, si no se llama la atención del enemigo por esta parte con fuerzas imponentes, y por consiguiente la lucha continuará por un tiempo indefinido; digo indefinido, porque estoy íntimamente convencido de que sean cuales fueren las vicisitudes de la presente guerra, la independencia de la América es irrevocable; pero también lo estoy de que su prolongación causará la ruina de sus pueblos, y es un deber sagrado para los hombres a quienes están confiados sus destinos, evitar la continuación de tamaños males. En fin, general, mi partido está irrevocablemente tomado; para el 20 del mes entrante he convocado el primer Congreso del Perú, y al siguiente día de su instalación me embarcaré para Chile, convencido de que mi presencia es el único obstáculo que le impide a V. venir al Perú con el ejército de su mando; para mí hubiera sido el colmo de la felicidad terminar la guerra de la Independencia bajo las órdenes de un general a quien la América del Sud debe su libertad; el destino lo dispone de otro modo, y es preciso conformarse.

No dudando que después de mi salida del Perú, el gobierno que se establezca reclamará la activa cooperación de Colombia, y que V. no podrá negarse a tan justa petición, antes de partir remitiré á V. una nota de todos los jefes cuya conducta militar y privada puede serle a V. de utilidad conocer.

El general Arenales quedará encargado del mando de las fuerzas argentinas; su honradez, valor y conocimientos, estoy seguro lo harán acreedor á que V. le dispense toda consideración.

Nada diré a V. sobre la reunión de Guayaquil a la República de Colombia; permítame V., general, le diga que creo no era a nosotros a quienes correspondía decidir sobre este importante asunto: concluida la guerra, los gobiernos respectivos lo hubieran tranzado, sin los inconvenientes que en el día pueden resultar a los intereses de los nuevos estados de Sudamérica.

He hablado con franqueza, general; pero los sentimientos que expresa esta carta, quedarán sepultados en el más profundo silencio; si se traslucieran, los enemigos de nuestra libertad podrían prevalerse para perjudicarla, y los intrigantes y ambiciosos para soplar la discordia.

Con el comandante Delgado, dador de ésta, remito a V. una escopeta, un par de pistolas, y el caballo de paso que ofrecí a V. en Guayaquil; admita V., General, este recuerdo del primero de sus admiradores, con estos sentimientos, y con los de desearle únicamente sea V. quien tenga la gloria de terminar la guerra de la independencia de la América del Sud, se repite su afectísimo servidor.

José de San Martín


Bolívar dio, con todos los ejércitos sudamericanos reunidos, las batallas de Junín y de Ayacucho, que pusieron el sello a la independencia del continente, pues se dio la última en el Alto Perú que entonces formaba parte del virreinato de Buenos Aires.

Dos Generales fueron los artífices de la independencia americana, que allende vicisitudes y la gloria cosechada tuvieron, de grado o por fuerza, abandonar la escena política que habían abierto ellos mismos, el uno para descender a la tumba solitaria que le cavó temprano el desencantamiento de las cosas americanas; el otro buscando en la oscuridad de un voluntario destierro, el sosiego que no le ofrecían los Estados que acababa de formar. Así meditaba el Señor Parra, consciente del impenetrable desorden de los acontecimientos históricos que aguardaban la exploración del estudiante. Verdaderos seres ideales, inventados para el joven, sin más antecedentes que sus nombres, demasiado encumbrados para poder ser vistos desde larga distancia.

En 1823, vuelto a Mendoza, se propone ceder la chacra Los Barriales que su hija ha recibido de parte del gobierno de la provincia pocos días después de nacida, con el objeto que esos terrenos se destinen a premiar oficiales militares que se distinguieran en el servicio a la patria; pero el asesor fiscal dictaminó que los padres no podían perjudicar a sus hijos menores en mérito a la patria potestad ejercida sobre ellos.

Viaja a Buenos Aires a la que arriba el 4 de diciembre. El 10 de febrero de 1824 se embarca rumbo a Europa con su hija Mercedes Tomasa.

El 6 de agosto de 1824 Bolívar derrota a los realistas en la batalla de Junín. Con la victoria de Ayacucho lograda el 9 de diciembre por el general colombiano Sucre, se celebra el fin de la guerra por la independencia en el Perú.

El gobierno de Inglaterra reconoce la independencia de las Provincias Unidas, compromiso ratificado y ampliado por el Tratado de amistad, comercio y navegación, firmado el 2 de febrero de 1825.

Richard Cobden, campeón del liberalismo, expresaría en su momento sobre la emancipación política de las colonias; “Que tengan bandera, himno, gobierno independiente. Sólo queremos comerciar con ellos. Si lo hacemos, serán nuestros.”

Para entonces, el joven Parra tenía solamente 14 años. El examen que hará de los hechos, cuarenta años más tarde, reivindica como pioneros de la Independencia a Belgrano y San Martín, auxiliares de una gloria que era de ellos, desposeída por la buena fortuna de Bolívar y la desesperación del gobierno de Buenos Aires por salvar a la sociedad de la acción de los caudillos. El esfuerzo combinado de San Martín por el Pacífico, de Belgrano por el Alto Perú y de Bolívar que avanzaba desde el Ecuador concurrió a la destrucción final del enemigo común. Belgrano y su ejército fueron forzados por Buenos Aires a dejar el teatro de sus operaciones y San Martín, después de haber vencido las fuerzas españolas que guarnecían la capital y las costas del Perú, no pudo hacer frente a la masa de tropas que despeñándose de Los Andes cayeron sobre su diezmado ejército desde que el de observación de Tucumán abandonó su puesto y fue privado de refuerzos. Roto el vínculo que unía al virreinato con la metrópoli, las provincias propendieron a desligarse de la capital:


“Viose entonces el extraño fenómeno de masas populares arrancadas de hogares tan pacíficos antes y llevadas por un espíritu de acción casi sin objeto deliberado a amontonarse en bandas de jinetes, acaudilladas por el más avisado entre ellos, o por ambiciosos inquietos desprendidos de los ejércitos de la patria recorrer las campañas, atacar los pueblos, pelear con el exceso de una exuberancia de acción y de la vida pública, sin plan, sin fines conocidos y sin bandera, pues se improvisaron una divisa colorada que nada podía significar, ni como criollos, ni como españoles, si no en lo que ese color representa en las tradiciones de la humanidad y en la infancia de los pueblos, sangre y barbarie.

“Acaso aquel extraño desenfreno, aquella guerra por guerrear, era el despertar de la democracia en las antes sumisas colonias, como el niño corre y se agita y se revuelve sin otro móvil que el instinto que lo lleva a desarrollar sus miembros y prepararse para la edad viril cuando cada movimiento es obra de la inteligencia; pero cuyas órdenes habrían sido mal interpretadas, si de antemano los órganos de la acción no se hubieran adiestrado.”


Mas en aquél 1825 el joven Parra tenía solamente 14 años y ya había pasado mucha agua bajo el puente. Tras el frustrado intento de alcanzar la beca para estudiar en Buenos Aires, trabajó en la Oficina de Topografía de San Juan como ayudante de un ingeniero francés que trazaba el plano y delineación de la ciudad. Luego acompañó al pueblo de San Francisco del Monte a su tío, el cura José de Oro, hermano del obispo de este apellido que participara en el Congreso de Tucumán. Aprende con él el latín, la doctrina cristiana y le alecciona en los fundamentos y acontecimientos de la revolución de la que también ha sido actor, influyendo este hombre en la formación del carácter, las ideas generales, el amor a la patria y a los principios liberales, “porque era muy liberal sin dejar de ser muy cristiano”.
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