Cuando el Señor Parra quedó ciego, no perdió sin embargo el sentido de orientación aún en las extensiones dilatadas y en las e



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    Fundan una escuelita y dan clases a los vecinos; ya tiene la convicción que las escuelas son la democracia, el remedio contra la montonera y la vagancia. Maestro y discípulo se amaban, sostenían constantes coloquios, el presbítero hablando y él escuchándolo con ahínco, representado el diálogo entre un campesino y un ciudadano, sintiendo que su inteligencia se amoldaba bajo la impresión de la suya, corrigiéndole errores, desarrollando los instintos por la vida pública, el amor a la libertad, su consagración al estudio de las cosas de su país, de las que nunca podrán distraerlo ni la pobreza, ni el destierro, ni la ausencia de largos años. Se resiste dejar a su tío cuando la madre envía en su búsqueda a un familiar; su padre debe encargarse de ese propósito. Vuelto a su provincia trabaja como dependiente, pero su pasión por la lectura absorbe sus responsabilidades con la aquiescencia de la buena doña Ángela Salcedo. Tiene 16 años cuando cae en sus manos la “Autobiografía de Franklin” cuya vida se convierte en el modelo de sus ambiciones. Con el cura Albarracín lee la Biblia hasta casi memorizarla; así lo narrará en sus memorias.

En San Juan, el gobernador de prosapia unitaria, Juan María del Carril, ha generado oposición por su exceso de liberalismo. El 26 de julio de 1825 un movimiento religioso con apoyo militar lo arranca de su casa en medio de la noche y lo lleva preso al cuartel. Es reemplazado pero, aunque los caudillos lo reponen por pedido del gobernador de Mendoza, decepcionado por la actitud de sus conciudadanos, renuncia inmediatamente. A partir de estos acontecimientos Facundo Quiroga, el Tigre de los Llanos se enemista con los liberales e impondrá en San Juan al gobernador que le cuadre. Este hecho marcará la vida del Señor Parra.

A sus 17 años, de acuerdo al régimen de la época, es reclutado como subteniente del batallón federal de la provincia y a poco procesado por el incumplimiento de tres turnos de guardias. Su tío intercederá por él argumentando razones de necesidad de subsistencia y socorro a su pobre familia. Un año más tarde participa en la guerra civil del lado unitario. Actúa en Mendoza en luchas de guerrilla contra los federales del fraile Aldao. Se une junto a su padre Clemente a las fuerzas unitarias dirigidas por el general José María Paz. Participa en la Campaña de Jáchal contra Facundo a las órdenes de Nicolás Vega. Peleó también en Las 9 Quijadas, Niquivil, Tafín, donde salvó su vida de milagro. En la derrota unitaria de Pilar, fue ayudante de Rudecindo Alvarado. Nuevamente hecho preso por el gobernador Manuel Quiroga. Se expatría al fin hacia Chile con Narciso Laprida en 1831. Tiene19 años.

En cuanto a Juan Martín de Pueyrredón, tras un viaje a Europa al dejar su gobierno, volvió a su país al año siguiente. Le cupo en 1829 el intento infructuoso de lograr la paz entre Lavalle y Rosas. Vivió después retirado en una finca de San Isidro, donde murió en 1850 siendo inhumado sin pompa, como un ciudadano común.



La aparición del Señor Rosas y la anarquía
En tiempos del Congreso radicado en Buenos Aires hace su aparición en la escena quien será el proverbial enemigo del Sr. Parra, el Señor Rosas, entonces estanciero de 24 años, dando cuenta en nota al Directorio de la inseguridad de las tierras de frontera. De sus antecedentes importa destacar su nacimiento el 30 de marzo de 1793, primero de veinte hermanos de los cuales diez sucumbieron tempranamente. Hijo de León Ortiz de Rozas y doña Agustina López de Osornio, heredera de la productiva estancia ubicada en la desembocadura del Salado, conocida como El Rincón de López, en la cual su padre, Clemente López de Osornio, uno de los primeros estancieros en zona alejada, fue sacrificado por los indios junto a su hijo Andrés, el 13 de diciembre de 1773.

Mujer de autoritario carácter con el cual su hijo se identificaría, rebelándose a su vez, cuando tras una falta ella trata de imponerle la humillación de una disculpa. Según una difundida versión, confinado su hijo en castigo en una habitación a pan y agua hasta que obedezca, éste huye sin llevarse nada, desnudo, para jamás regresar al hogar ni reclamar nunca herencia. Suprimirá el Ortiz de su apellido y cambiará “Rozas” por “Rosas”. En su fuga lo acogerían otros prósperos estancieros, los Anchorena, dato dudoso siendo Tomás Manuel de Anchorena un enemigo recalcitrante de la rebeldía de los hijos en el hogar.

Probablemente no fuera un caso excepcional en la historia de las familias coloniales que una mujer fuerte llevara las riendas de la casa. Tal vez pueda, forzando el caso, emparentarse con el de la madre de señor Parra: fuerzas dominadoras en sus formas femeniles, domésticas, administrativas, ante las cuales la rebeldía del hijo se impone al sabio o caprichoso imperio.

El señor Parra acusa una opresiva emoción al estampar hechos de la historia de su madre: “la madre es para el hombre la personificación de la Providencia, es la tierra viviente a la que se adhiere el corazón, como las raíces al suelo; todos los que escriben de su familia hablan de su madre con ternura.”

Tras fronteras, el planeta es tomado más en serio como lugar. El río ajeno, el puerto, la calzada. De andar y andar el día se puebla de gentes y ropajes nuevos.

Raros sucesos: tal vez simplemente un árbol, pero muy añoso; palomas, pero todas blancas. Mármoles ignotos, plazas, giraldas, bautisterios. Torres, panteones, mezquitas, bodegones. Y por primera vez soñar en noche forastera los rostros familiares que tras fronteras extrañas.

En Nápoles, en una noche de pesadillas terribles que han suscitado la imponencia de una caminata por el Vesubio, el señor Parra sueña que su madre ha muerto. Es tal la impresión, que escribe a su familia, compra una misa de Réquiem para que la canten en su honor las discípulas de Santa Rosa y fantasea presentarse en su patria ante Benavídes y Rosas y todos sus verdugos, apostrofándoles: “vosotros también habéis tenido madre, vengo a honrar la memoria de la mía. Haced pues un paréntesis a las brutalidades de vuestra política, no manchéis un acto de piedad filial. Dejadme decir a todos quién era esta pobre mujer que ya no existe.”

El señor Rosas ha dejado también testimonios de sentimientos filiales, a la par que perjura por sus trapacerías:


“He leído madre mía la estimada de usted. La he leído y aun leyéndola, respetaba en ese acto los consejos variados. La sensibilidad empañaba mis ojos; el corazón anunciaba el placer, y de naturaleza se complacía en la esperanza venturosa. El delito lo constituye la voluntad de delinquir y sabe el cielo que la mía jamás lo amó.”
“Un solo instante no he dejado de querer a mis padres. Esta soledad desde donde escribo es testigo de las emociones que contristaban mi alma y de las amarguras que animaban sus mejores deseos considerándose víctima desgraciada por la fatalidad de un destino injusto.”
“Voy a la ocasión a marchar por segunda vez a campaña. Si en ella soy feliz o sobrevivo, he de aprovechar un instante para pedir la bendición a mis amantes padres, y abrazarlos tiernamente. Para esto y ante todo desea la vida Juan Manuel Ortiz de Rozas.”
Firma Rozas con su apellido completo, complaciendo a sus padres, pero no torcerá sus designios políticos a pesar de las amonestaciones que le han hecho.

Si ha de continuar su indagación el estudiante deberá a acostumbrarse a abrirse paso entre versiones y apreciaciones encontradas. Acaso sean fútiles:

¿Fue motivo del alejamiento del hogar, el orgullo? ¿Lo fue la ofensa y reproche de mala administración del Rincón de López, que sus padres le habían encomendado a sus 16 años? ¿Huyó desnudo o sólo devolvió el poncho que le habían obsequiado? ¿Modificó su apellido por rencor o por una razón de estrategia política?

En cuanto a la herencia, al morir su padre León Ortiz de Rozas: ¿Su madre se encontraba paralítica? ¿Renunció al legado paterno a favor de ella? ¿Es cierto que todos los días le enviaba una fuente de natilla? Y cuando ella falleció ¿Una nueva renuncia se hizo a favor de sus hermanas?

Resulta verosímil que prefirió trabajar por su cuenta, al principio administrando los campos de sus primos Anchorena y después en sociedad con Luis Dorrego y Juan N. Terrero, como que impuso un sistema sintetizado en su “Instrucciones a los mayordomos de estancia”.

Rosas contrajo matrimonio el 16 de marzo de 1813, con Encarnación Ezcurra Arguibel; contaban ellos 20 y 18 años y habrían apelado al subterfugio del embarazo para obtener la aprobación de los padres. A los pocos días del matrimonio Manuel marchó al campo para continuar sus tareas. Encarnación quedó en casa de su suegra. Al año nació el primer hijo llamado Juan, la relación familiar se fue haciendo difícil, por lo que Rosas decidió trasladar su vivienda a la casa de los padres de su mujer.

Dos años después de la nota al Directorio por la cuestión de la inseguridad, ya como patrón de estancia, denuncia especulación con la carne y propone el establecimiento de saladeros.

Juan Manuel labró con sus socios la propia fortuna en forma exitosa, para fundar en 1815, el saladero de las Higueritas. Continuó las tareas de administración y pudo en 1817 comprar la estancia de Los Cerrillos sobre la costa del Salado. En el ínterin, nacieron María de la Encarnación, fallecida poco después, y el 24 de mayo de 1817, Manuela Robustiana.

La historia del país continuaba su marcha, cada vez más compleja, entre conflictos de integración y proyecciones difusas, y el normalista estaba listo para realizar una síntesis de sus lecturas:

Desde el establecimiento del Directorio en 1814 la división política del territorio había sido la siguiente: Buenos Aires incluida con Santa Fe, Entre Ríos con Corrientes y Misiones. Córdoba que incluía La Rioja. Tucumán con Catamarca y Santiago del Estero. Salta con Jujuy y Cuyo, que a su vez comprendía Mendoza, San Juan y San Luis. El poder dependía más de los comandantes de campaña que del apoyo de la ciudad capital de la provincia. La situación del Uruguay, después de haber pasado del dominio español al del Directorio de Buenos Aires y de éste a Artigas, terminaría en manos de los portugueses del Brasil, a lo que se sumaba la amenaza de un retorno de fuerzas hispanas.

En 1816 soldados portugueses invadieron Uruguay; Pueyrredón ofreció ayuda a Artigas pero éste la rechazó. El 20 de enero de 1817, tomaron Montevideo. El 18 de julio de 1821 se proclamó la anexión de la Banda Oriental al Brasil con el nombre de Provincia Cisplatina, que prosiguió hasta 1825.

Los intentos de organización nacional sufrían la interferencia de las autonomías provinciales que competían por cual habría de ser la sede del mismo. Fueron quedando claramente definidas dos tendencias políticas, federales y unitarias. Contra el poder central de Buenos Aires las provincias comenzaron a firmar pactos, que no desconocían la necesidad de una organización nacional, pero preservaban sus autonomías. Buenos Aires acordó con los santafesinos, en mayo de 1816, reconocer su libertad e independencia hasta establecer la Constitución que debía redactar el Congreso, al cual contribuiría con un diputado, se preveían consideraciones posteriores con respecto a la no participación de Artigas como auxiliante de la provincia así como otros arreglos que ponían de manifiesto la celeridad de las circunstancias políticas y la conciencia de las dificultades que habrían de aparecer e hicieron fracasar los convenios.

Pueyrredón intentaría durante su directorio desligar a Santa Fe de la influencia artiguista en Corrientes sin desatender los asuntos con la Banda Oriental. No pudieron evitarse insurrecciones y movimientos armados que tuvieron como principales antagonistas a Marcos Balcarce y Estanislao López, invasión posterior por las fuerzas de Viamonte, sucesor de Balcarce, que fueron llevando a la necesidad de una tregua y armisticio. El mismo se firmó en el Refectorio del Convento de San Lorenzo el 12 de abril de 1819 entre representantes de Manuel Belgrano u Estanislao López.

Este tratado significaba para Estanislao López una paz necesaria y anhelada, mientras que para Artigas un signo de debilidad frente a Buenos Aires.

En 1819 el Congreso sanciona la Constitución de las Provincias Unidas de Sud América. Su redacción fue precedida por un manifiesto del deán Funes que asociaba ideas monárquicas, aristocráticas y democráticas. Pueyrredón, ante las presiones de los que son partidarios en establecer una monarquía en el Río de la Plata, renuncia decepcionado al cargo de Director Supremo. Lo reemplaza Rondeau que pretende utilizar los ejércitos para imponer su autoridad dictatorialmente. San Martín se niega a emplear la fuerza a esos fines y pierde con la renuncia de Pueyrredón el apoyo económico de Buenos Aires para su campaña. El Directorio no vaciló en solicitar la ayuda del general portugués Carlos Federico Lecor, que ocupaba Montevideo. Esta actitud porteña agravó la situación.

La propuesta de la Constitución 1819, de contenido centralista, provocó el rechazo y reacción ofensiva de los federales del interior, particularmente del Litoral. Tropas entrerrianas, y santafecinas, dirigidas por Francisco Ramírez y Estanislao López, se dirigieron hacia Buenos Aires en octubre de 1819. Todo el interior reaccionó contra el Directorio y hasta el ejército del norte a las órdenes del comandante general Alejandro Heredia, que había recibido la orden de bajar hacia el sur para combatir a los caudillos federales, y Juan Bautista Bustos, superior inmediato del general José María Paz, se sublevaron en la posta santafecina de Arequito el 8 de enero de 1820.

Fieles al Tratado de San Lorenzo y firmes en no participar en la guerra civil, desobedecieron a Fernández de la Cruz que estaba al frente del Ejército de Observación sobre el Perú y que se disponía a cumplir la orden del Director Rondeau. Bustos aprovechó esta oportunidad para volver a su provincia y hacerse elegir gobernador propietario en Córdoba, transformándola en un centro de poder independiente de las influencias de Buenos Aires y del litoral. Al día siguiente de la sublevación de Arequito se adhieren las provincias cuyanas formando una liga dispuesta a apoyar el congreso convocado por Bustos.

Estanislao López , y Francisco Ramirez, aliados de José Artigas que luchaba en la Banda Oriental para contener a los portugueses, marcharon sobre Buenos Aires derrotando en Cepeda, el 1º de febrero de 1820, al ejército del Director Supremo Juan José Rondeau. De obstruyó de esta manera la intención de organización nacional. Ante esta derrota el Director renunció a su cargo.

El movimiento federalista, acaudillado por Ramírez acaba con las ideas centralistas y monárquicas del Directorio, el Congreso Nacional, el Cabildo y la Constitución Unitaria. Por mucho tiempo el motín de  Arequito fue blanco de críticas y hasta considerado como “un acto de traición a la patria”. Sin embargo con el tiempo la visión fue cambiando y a mediados del siglo XX, con el revisionismo histórico afianzado, fue calificado como un paso importante en la formación de la Argentina.

Lo cierto es que aún con más fuerza, los caudillos serán representantes de hecho de los intereses locales, contando con el apoyo popular y las fuerzas de su montonera.

Desconociendo la autoridad nacional se separarán de las administraciones anteriores, para conformar nuevas provincias, las que a su vez continuarán vinculándose por pactos, sin dejar de reconocer como se ha dicho la necesidad de unión y organización nacional. Buenos Aires se transforma en una provincia independiente y su primer gobernador, Manuel de Sarratea, intenta asegurar la tranquilidad para los negocios porteños, firmando el 23 de febrero de 1820 el Tratado del Pilar con los jefes triunfantes, López y Ramírez.

El tratado de Pilar establecía la necesidad de organizar un nuevo gobierno central con la supresión para siempre del Directorio. Con este fin se habían elegido los representantes de Buenos Aires que reunidos en una Junta eligieron su gobernador. De todos estos cambios nació la Sala de Representantes, llamada Legislatura de Buenos Aires, que arrebató el poder al Cabildo reducido al modesto papel de entidad municipal. Buenos Aires aceptó la libre navegación de los ríos y se pactó una amnistía general, se le confirió el manejo de las Relaciones Exteriores, retirando López y Ramírez sus tropas.

Ramírez nunca había abandonado la idea de erradicar a los brasileños portugueses de la Banda Oriental y apelaba a Buenos Aires para obtener ayuda, pero gobierno debía ocuparse en resistir a los indios del sudoeste de la provincia, incitados por Carrera y no podía enviar sus tropas de inmediato para apoyar al Uruguay.

En el contexto de la crisis de 1820 se firmó la paz entre Santa Fe y Buenos Aires por el tratado de Benegas y existía el proyecto de convocatoria de un Congreso Nacional en Córdoba. Tanto Bustos de Córdoba como López de Santa Fe y Martín Rodríguez de Buenos Aires se oponían a Ramírez y lo consideraban un obstáculo para la reorganización nacional. La rivalidad entre Ramírez y López por el liderazgo político de las provincias ribereñas, junto con sus propósitos opuestos, finalmente los llevó a un conflicto armado entre ellos.

Ramírez planeaba extender su hegemonía a toda la Mesopotamia inclusive al Paraguay y dirigir la guerra contra los portugueses. Ocupó Corrientes y Misiones fundando “la República Federal Entrerriana” el 29 de Septiembre de 1820, día de San Miguel, patrono del "continente de Entre Ríos". Pese a su denominación de "federal", la república era muy centralizada; sería dirigida por él mismo como "Jefe Supremo" elegido por el pueblo.

Estanislao López le negó su apoyo. Había aceptado la supremacía porteña en el tratado de Benegas, celebrado en las inmediaciones del Arroyo Medio, el 24 de noviembre de 1820, con el comisionado Martín Rodríguez y la mediación de Juan Bautista Bustos, aliado de López. En ese tratado se establecía la paz entre Buenos Aires y Santa Fe y en un plazo de 60 días reunir un Congreso Nacional Constituyente en la Provincia de Córdoba.

Ramírez, en consecuencia, decidió invadir Santa Fe pero fue derrotado en Coronda en mayo de 1821. Acordó con Carrera intervenir en un movimiento de pinzas contra Córdoba para vencer a sus comunes opositores. Después de un exitoso comienzo, Ramírez y Carrera fueron totalmente derrotados en Cruz Alta el 16 de junio.

Ambos deciden separarse; Carrera huyó hacia Chile y Ramírez marchó hacia el Chaco, pero fue alcanzado y derrotado en San Francisco, cerca del Río Seco, por las tropas de Bedoya, lugarteniente de Bustos. Escapó con vida de la contienda, mas regresando con el propósito de rescatar a su compañera, cautiva apodada la Delfina, ambos prisioneros de un mismo amor, le dieron muerte. Corría la desdichada, retrasada entre el grupo de fugitivos con menos pericia en la montura. Los testimonios próximos del hecho y la memoria popular sostuvieron siempre que Francisco Ramírez, cuando la partida enemiga la había echado en tierra y comenzaba a desnudarla, en el intento de salvarla lanzándose sobre ellos con la furia de un león, le dieron muerte. Malherido en la lucha fue decapitado por un indio santafecino. Su cabeza puesta en una pica, ultrajada, fue enviada a su opositor Estanislao López, que la exhibió públicamente en el Cabildo. Se cuenta que el caudillo santafecino la hizo embalsamar y la colocó en una jaula sobre su escritorio como una especie de trofeo.

El normalista podría intentar argumentar la razón del odio; pero la violencia y el avasallamiento no requieren de mayores explicaciones, son hechos omnipresentes de la naturaleza humana. La náusea inhibe la razón y la acción, que nada cambiarían de la esencia de las cosas. Apela, al menos, a los velos de la ilusión.

La Delfina, rescatada por el coronel Anacleto Medina, logró sobrevivir dieciocho años en Concepción del Uruguay. Susana Poujol escribió sobre ella y sobre Norberta Calvento, la que pudo ser consorte de Ramírez, que mantenía el luto por la muerte del Supremo Entrerriano aunque la hubiera abandonado. Asistió el 28 de junio de 1839 al paso demorado del ataúd de su rival, y años más tarde, por expreso deseo de ella misma, fue amortajada con el traje de novia cosido en vano para su casamiento.

Aunque se sostenga que el federalismo no se opuso al proyecto de unidad sudamericana, encarnizadas luchas interprovinciales fueron llevando el país a la anarquía y disgregación de las Provincias Unidas.

En La Rioja, separada de Córdoba a partir del motín de Arequito, asume Francisco Ortiz de Ocampo; en la provincia de Cuyo, un movimiento depone al gobernador general Luzuriaga y toma posesión Tomás Godoy Cruz, que no puede impedir que San Juan y San Luis depusieran a sus autoridades, José Ignacio de la Rosa y el comandante Vicente Dupuy. Estos apoyaban a San Martín para la campaña de los Andes; de esta caída surgirá la división de Cuyo en tres provincias. En San Juan, se perfila el chileno Carrera. Ortiz de Ocampo apenas instalado es depuesto por Facundo Quiroga quien se arrogará como caudillo y gobernador de la Rioja.

Tucumán proclama su autonomía en 1820 con Bernabé Aráoz, de familia patriota dispuesta a colaborar con el Libertador, pero acaba trenzándose en lucha con santiagueños y salteños. Santiago del Estero se separa, con su caudillo Felipe Ibarra, quien prolongó su jurisdicción hasta su muerte natural en 1851. A Catamarca le llegó su momento en agosto de 1821 con Nicolás Avellaneda y Tula; como los mendocinos, simpatizaban con el partido directorial omitieron la declaración de federalismo. Aráoz fue combatido encarnizadamente por otros dirigentes tucumanos. Salta y Jujuy se mantuvieron unidas celebrando una constitución; los conflictos internos de la dirigencia salteña culminan en 1821 con el asesinato de Güemes por facciones acomodadas con los realistas y en contra de los caudillos. Salta recién logrará la independencia de Jujuy en 1834.

Al acordar el gobernador de Buenos Aires la paz con Estanislao López y Ramírez por el tratado de Pilar, Entre Ríos y Corrientes mantuvieron cierta cohesión con ella. En este acuerdo Artigas fue desplazado ignorándose cualquier tipo de consideración a él y toda referencia a la declaración de guerra a Portugal que era su expectativa. Como consecuencia de este abandono enfrentó debilitado a los portugueses y fue derrotado en Tacuarembó, el 4 de enero de 1820, retirándose a Entre Ríos. Un nuevo enfrentamiento con su ex lugarteniente en las Guachas y Ábalos provocó su retiro definitivo de la escena política. Termina su vida a los 86 años tras tres décadas de exilio en el Paraguay, en una humilde chacra rodeado de indios y campesinos que lo llaman Caraí Marangatú, “padre de los pobres”. Sus restos fueron repatriados al Uruguay en 1855.



Crisis del poder

La noticia del Tratado de Pilar había sido recibida en Buenos Aires como una deshonra y motivó el reemplazo del gobernador Sarratea por un representante del grupo directorial. Los caudillos, junto con Soler, impusieron su restitución y nuevamente en su cargo ordenó el enjuiciamiento de los miembros del Directorio y del Congreso. La Junta de Representantes, más fuerte, elegida ahora por los votos de la ciudad y la campaña, le obligó a renunciar, nombrando gobernador en su reemplazo, a Ildefonso Ramos Mejía.

Con todo Estanislao Soler se hizo proclamar por el Cabildo de Luján Gobernador y Comandante de Armas. Ramos Mejía presentó su renuncia pero dispuso que el bastón de mando fuese depositado en el Cabildo de Buenos Aires en carácter de Cabildo Gobernador. El 20 de junio de 1820, por la confluencia de intereses, ambiciones, ambigüedades y desórdenes políticos fue mal llamado "Día de los tres gobernadores"; en realidad, no había ninguno. Ese mismo día moría el General Manuel Belgrano.

Nuevamente la provincia fue invadida por el caudillo santafesino Francisco Ramírez apoyado por el chileno Carrera y por Alvear, militar de la logia que retorna a la escena. El conflicto de la gobernación culmina con la derrotada de Soler en Cañada de la Cruz, batalla de la primera guerra civil entre unitarios y federales.

En aquellas horas de convulsión y confusión un hombre se había reintegrado a su patria, Manuel Dorrego. Porteño, abandonó sus estudios jurídicos en Chile cuando estalló la Revolución y se incorporó al ejército. En política fue opositor de Pueyrredón y condenado al exilio.

Exonerado de culpa y cargo y rehabilitados títulos, honores y el pago de sus sueldos, se encaminaba, inocente a un destino trágico. Como capitán había marchado al norte con Cornelio Saavedra, Presidente de la Primera Junta cuando el desastre de Huaqui, prestó ayuda a los vencidos en Cochabamba. Fue herido dos veces y ascendido a teniente coronel, quedando, a causa de esas heridas, con la cabeza inclinada hacia un hombro por el resto de sus días que no habrían de ser muchos. De naturaleza indisciplinada en su juventud, a pesar de su acción heroica en las batallas de Salta y Tucumán, tuvo tropiezos con Belgrano y San Martín de lo cual se guarda la anécdota de su hilaridad frente a la voz de mando del primero. Opositor del Director Supremo se pronunció por el gobierno federativo, resultando deportado en noviembre de 1816 y tras una travesía plagada de incidentes llegó a Baltimore, enfermo y sin recursos. El 6 de abril de 1820, regresa al país. El 17 de abril, rehabilitado, asumió la comandancia general de la tercera sección de campaña en tanto Soler lo designaba comandante militar de Buenos Aires.

Al ser derrotado Soler en Cañada de la Cruz, Dorrego salía en dirección a Perdriel, mas al tocar Caseros se le acercó un mensajero del Cabildo invitándole a regresar. En tanto, Coronel Pagola llegaba a la ciudad con los efectivos salvados en Cañada de la Cruz y con intenciones de copar el gobierno.

El 3 de julio dos mil hombres acaudillados por Dorrego irrumpían a las puertas de Buenos Aires y sofocaban las intenciones pagolista de poder. Al llegar a la plaza de Monserrat, Dorrego topó con un fuerte contingente armado, se adelantó solitario ante el presunto pero circunstancial enemigo, exhortándolo a deponer rencores y sumarse al esfuerzo de la concordia nacional. Los milicianos rompieron la formación y, en efecto, se agregaron al ejército dorreguista. Pagola debió rendirse.

Estanislao López, por su parte, reuniendo una junta electoral en el Cabildo de Luján, promovió la nominación de Alvear. Buenos Aires desconoció su autoridad nombrando en su lugar a Dorrego, Gobernador Interino.

Por esta época pueden ubicarse los primero movimientos políticos del señor Rosas. Brindó apoyo a Dorrego, junto a Martín Rodríguez, con sus tropas de milicianos del norte, para el enfrentamiento con las fuerzas de López, Alvear y Correa.

Años después, recordando esas épocas, Rosas manifestaría que hasta ese momento vivía feliz con una vida oscura dedicada a las elaboraciones rurales, de las que fuera arrancado por sus conciudadanos para tomar parte en el restablecimiento del orden.

Reclutó unos quinientos hombres aprovisionándolos de excelentes caballos, partiendo de su estancia Los Cerrillos, situada en la Guardia del Monte, vestidos de rojo, por lo que se los caracterizaría “los Colorados del Monte”. Se unieron a las fuerzas de Buenos Aires con el nombre de Quinto Regimiento de Milicia, contrastando su comportamiento con el resto de las otras fuerzas saqueadoras a su paso, por la disciplina y fidelidad a las consignas de su patrón: orden y subordinación.

Volvió luego a sus asuntos privados pero incorporado a las actividades públicas, hasta que en 1827 llegará a ser designado comandante de campaña en Buenos Aires.

Dorrego, por su parte, confiado por el triunfo sobre López, invadió la provincia de Santa Fe desoyendo los consejos de Rosas y Rodríguez. Siguió adelante sin ellos la persecución del caudillo lo que le costó una aplastante derrota en Gamonal, el 2 de septiembre de 1820, que determinó su caída.

El señor Rosas logró impedir la invasión de López a Buenos Aires negociando la paz con la elección de Martín Rodríguez como gobernador y otras indemnizaciones, que satisficieran a López. Éste a su vez recelaba de Ramírez que pretendía establecer una extensión de su dominio.

El prestigio de Dorrego se mantenía entre los federales, que se movilizaron en contra del nombramiento de Martín Rodríguez. Rosas los reprimió con sus colorados del monte dejando un tendal de doscientos muertos en la Plaza de la Victoria. Si bien Dorrego acepta el triunfo de su adversario, por el hecho de estar en la oposición, es desterrado a Mendoza y concluye exiliándose en Montevideo.

En premio a los servicios del señor Rosas, Rodríguez lo ascendió a Coronel de Caballería en noviembre de 1820 y lo recompensó, como pacificador, con pesos plata y hectáreas de estancias en Buenos Aires y el norte de Santa Fe.

La Asamblea del Año XIII había facultado al gobierno para enajenar las tierras públicas del modo que considerara conveniente. Esta cláusula fue completada por ley en 1819 y dio origen a la política de dilapidación de la tierra y la facilidad para formar inmensas estancias por la clase gobernante. Se estaba formando la herencia del baldío español que denunciaría Alberdi y el señor Parra entre otros y que influiría en la vida social de allí en adelante.

Otras luchas interprovinciales se sucedieron luego, nuevas sublevaciones, exilios, renuncias, disolución de la Asamblea y convocatorias eleccionarias.

Luego será la Ley del Olvido la que permitirá el retorno de los protagonistas para nuevos enfrentamientos.

Se legaliza la cesión del “todo el lleno de facultades” para la defensa y seguridad de la provincia, lo que si bien permite una época de estabilidad y crecimiento, va acercando a la República a la entrega del poder absoluto y la tiranía.


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