Cuando el Señor Parra quedó ciego, no perdió sin embargo el sentido de orientación aún en las extensiones dilatadas y en las e



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Los años de la gran seca
Quien primero gozó de las facultades de aquella administración fuerte fue Martín Rodríguez, ruralista, hijo de doña Tadea Rodríguez, viuda del comandante de Chascomús, administró una de las primeras estancias de la frontera del Salado, pero también había servido como millar durante las invasiones inglesas y en las campañas revolucionarias en el ejército del norte. El nombramiento de gobernador se debía en parte al apoyo del Señor Rosas, que también había firmado el Tratado de Benegas por una “paz perpetua entre Santa Fe y Buenos Aires”, aquel 24 de noviembre en la estancia cordobesa de Tiburcio Benegas, y en el cual se accedía a enviar delegados a un congreso a convocarse en Córdoba, sirviendo como mediador y garante el general Juan Bautista Bustos, también firmante, gobernador de la provincia en cuestión.

El señor Rosas suscribió un acuerdo privado correlativo, por el cual entregaría veinticinco mil cabezas de ganado a Santa Fe, que luego fueron treinta mil, para indemnizarla de los animales destruidos tras cinco años de continuas luchas.

Santa Fe obtuvo las bases para una nueva prosperidad y el señor Rosas produjo un importante impacto político fuera de su provincia natal de Buenos Aires. El caudillo de Entre Ríos, Francisco Ramírez había acordado en aquel 1820, limitar su posibilidad de intervenir en las relaciones entre ambas provincias, acuerdo que se quebró cuando ambicionara extender su hegemonía.

Conformada una cierta estabilidad entre Buenos Aires y el litoral, Martín Rodríguez designó Ministro de Gobierno y Relaciones Exteriores a Bernardino Rivadavia y Ministro de Hacienda a Manuel José García. Rivadavia, desaparecido por dos años de la escena política, regresaba de Europa influenciado por el liberalismo económico europeo, convencido que el gobierno debía estar en manos "ilustradas y voluntariosas". Mitre lo calificaría como el más grande hombre civil de la tierra de los argentinos.

El normalista recoge sobre esta controvertida figura, escritos en que se le condena por una actitud desdeñosa respecto a la campaña del Libertador y altanera frente a los caudillos. Enrique de Gandía atribuye a la inclusión de su ministerio en el gobierno de Martín Rodríguez, la oposición al tercer Congreso argentino a punto de instalarse en Córdoba para que diese una Constitución. Según su pluma el motivo era impedir que el Congreso estuviese por encima de Buenos Aires y que algunas provincias pudieran reclamar un peso de la aduana. David Peña argumenta que le resultaba poco lógico ofrecer a un gobernador como Bustos, promotor de la sublevación de Arequito, el honor de presidir la obra simbólica de la paz. Por algunas de estas razones, o por todas, Rivadavia dejaba con su interferencia, al país inconstituido en contra del deseo de la mayoría de los gobernadores. Gandía suma una marca más: impedir que San Martín, Libertador de Chile y Perú, promoviese la unión americana y accediese a la presidencia de ese gran nuevo estado, la nación argentino-chileno-peruana, a la que se sumaría el Uruguay.

El estudiante trata de adentrarse en generalidades de la administración de Rivadavia inquiriendo la catadura del prócer, del cual, hasta algunos de sus detractores, coinciden que fue un buen gobernante. Su presencia en el gobierno compone dos períodos próximos, de 1821 a 1824 como ministro de Martín Rodríguez, y de 1826 a 1827 como presidente de la República, resultándole impreciso lo que corresponde a su administración, a la de Martín Rodríguez, a la intermedia de Las Heras y a las últimas del Congreso de la época presidencial.

En suma, se suprimieron los Cabildos, excepto el de Buenos Aires, por creerlos innecesarios. En reemplazo de ellos se creó un sistema de policía y juzgados de paz. Se redactó una ley de olvido o amnistía para mitigar los destierros de los gobiernos patrios. Se redujo la planta de militares, sueldos y pensiones, formando ejércitos con voluntarios y reclutados por la ley de vagos y marginales. Se dispuso el sufragio "universal" limitado a todo hombre libre, mayor de 20 años. Se aprobaron las leyes de libertad de imprenta, seguridad individual e inviolabilidad de la propiedad.

En 1822 se prohibió la enajenación de la tierra pública hasta tanto se dictara, se sancionará la ley que fijara normas al respecto. En 1826 la ley esperada fue la de la enfiteusis.

En tanto, el señor Rosas se disgusta con el gobernador Rodríguez por divergencias en la cuestión indígena, abandona el servicio y regresa en febrero de 1821 al establecimiento de Los Cerrillos. Aunque aprobaba a la expansión colonizadora sobre las tierras del indio, se oponía a la estrategia militar de Martín Rodríguez; confiaba en la adaptación de los indígenas por los métodos que había empleado con sus propios peones pampas y la que podría lograrse por la prédica sacerdotal. Martín Rodríguez, que llevó a cabo su campaña, consiguió solamente una retirada transitoria de los indios que poco después volvieron y atacaron distintas estancias, entre ellas Los Cerrillos.

Buenos Aires quería asegurarse que la guerra interna no volviera a perturbar sus negocios; esta fue una de las causas que la llevaron a impulsar, desaparecido Ramírez, la firma del Tratado del Cuadrilátero con las provincias litorales el 25 de enero de 1822. Volvía a establecerse una paz firme, verdadera amistad y unión entre las cuatro provincias contratantes, que se comprometían a la defensa conjunta en caso de un ataque exterior y por el artículo tercero fijaban los límites divisorios de las provincias de Entre Ríos y Corrientes y de ésta con Misiones. No resolvió la pobreza de las provincias.

Se tomaron otras medidas de contenido anticlerical, como abolición del diezmo eclesiástico, limitación del número de sacerdotes en los conventos, supresión de las congregaciones de Recoletos, Mercedarios y Betlemitas. En 1822 el Doctor Gregorio Tagle, católico, planeó en su contra una revolución que fue abortada sin ejecuciones. Se destituyó y expatrió al sacerdote Pedro Medrano. Un segundo intento de Tagle el 19 de Marzo de 1823, al grito de "viva la religión y la Patria", concluyó con el fusilamiento de su sobrino y del capitán Benito Peralta y la fuga de algunos insurrectos, A consecuencia de estos conflictos se rompieron las relaciones con Roma.

A acción cultural de Rivadavia se debe la creación de la Universidad de Buenos Aires; se fundó el Museo de Historia Nacional; se creó la Sociedad de Beneficencia y se fomentó la creación de escuelas. Difundió la vacuna. Defendió el uso del pararrayos. Protegió a Aimé Bonpland.

Se instalaron fortines en Salto, Rojas y Pergamino. Desde el punto de vista económico se dispuso el control gubernamental de un Banco compuesto por capitales privados, la fundación de la Bolsa Mercantil, la creación de la Caja de Ahorros. Se promovió la actividad agropecuaria y se dio impulso a la inmigración En la universidad se incluyó la cátedra de economía política.

En agosto de 1822 se contrató, por autorización de la Junta de Representantes de Buenos Aires, un empréstito con la casa Baring Brothers de Londres, de 1.000.000 de Libras Esterlinas, para financiar la construcción del puerto de Buenos Aires, instalar agua corriente y desagües en la ciudad y fundar tres pueblos en el sur de la provincia. Se dispuso para ello el Régimen Enfitéutico que prohibía la venta de tierra pública. Se recibieron del crédito 560.000 Libras, enviadas en remesas a partir de julio de 1824 que no tuvieron el destino propuesto originariamente, siendo en cambio desviados a la compra de armas para la guerra con el Brasil.

El decreto de enfiteusis se transformó en ley nacional cuando Rivadavia asumió la primera Presidencia de la Nación. La ley surgió como una exigencia de prestamista que al suscribir un empréstito estipuló la garantía hipotecaria de todas las tierras públicas. Luego fue la riqueza minera el aval de hipotecas que aumentaban con nuevos empréstitos. Para una mejor administración se creó un Departamento de Topografía y Estadística. La aplicación del régimen de enfiteusis obligó a ocuparse más decididamente de la expansión de la frontera. Se organizó la expedición al Desierto comandada por Martín Rodríguez que incorporaron las leguas ganadas al indígena y se fundó la ciudad de Tandil. Por otro lado se nacionalizaba el Correo y se adelantaron proyectos para la canalización de los ríos. Se estructuró el Jardín Botánico y la adquisición de especies vegetales.

El nuevo gobierno concentraba sus esfuerzos en un programa unitario inspirado en el modelo europeo que no se adaptaba a la idiosincrasia de la mayoría de la población local. Su política anticlerical chocaba contra la cultura tradicionalista del país. El endeudamiento y proyectos poco realistas generaban discrepancias. El tono aristocrático del gobierno de Rivadavia chocaba con el localismo federalista rioplatense. Pero las presiones continuaban con mayor intensidad por las medidas de fijar precios máximos a la carne y al pan.

En mayo de 1823, coincidente con el crítico momento del estallido de la revolución, había retornado Manuel Dorrego de su segunda proscripción política acogiéndose a los beneficios de Ley del Olvido. Lo reponen como militar y se le da inmediatamente el mando de 200 hombres, con los que persiguió a los sublevados hasta Cañuelas. En septiembre fue electo diputado. Como representante ente la Junta proyectó la supresión de las levas y desde su periódico “El Argentino” defendió las tesis federalistas en contra del gobierno. En 1825, Interesado en negocios de minas, viajó al norte, visitando a gobernadores federales Bustos, Ibarra y Quiroga. Saludó luego al héroe venezolano, que lo impresionó profundamente y a quien consideró el único capaz de contener al emperador del Brasil, entonces en actitud amenazante contra las Provincias Unidas.

En abril de 1824 termina el período legal del mandato de Martín Rodríguez quien se hallaba en el sur de la provincia luchando contra los malones de indios. De los hechos posteriores de este último, puede destacarse que entre 1825 y 1827 fue jefe del ejército de Observación en Uruguay durante la guerra contra el Brasil, intervino en ella y se plegó posteriormente a la revolución que derrocó a su sucesor. En la década de 1840 se volvió contra el Señor Rosas e intentó unirse a las fuerzas de los unitarios, pero ya era demasiado viejo y estaba enfermo; en su lugar, donó su fortuna a las fuerzas opositoras al régimen y murió exiliado en Montevideo, publicándose sus Memorias después de su muerte en 1849. En 1910 se le levantó un monumento en el cementerio de la Recoleta de Buenos Aires, fundado durante su gobierno.

La Junta de Representantes designó como nuevo gobernador de la Provincia a Juan Gregorio Las Heras, guerrero de la independencia americana, que a su vez cumplía una misión ante las autoridades militares españolas en el Perú para la programación de un Congreso Constituyente. Regresa al país y le entrega el mando el ministro Bernardino Rivadavia, a su vez interesado en viajar a Londres a proponer la explotación minera.

Se convoca a todos los pueblos a reunirse en un proyectado Congreso Nacional Constituyente. Concurren 17 provincias. Se enfrentan las intenciones políticas federales y unitarias.

En amistad con el gobernador Ibarra, Dorrego fue electo diputado por Santiago del estero al Congreso de 1824. Convertido en prestigioso político federalista debatió brillantemente la Constitución unitaria rivadaviana, refiriéndose a ella afirmó:
"Forja una aristocracia, la más terrible porque es la aristocracia del dinero. Échese la vista sobre nuestro país pobre, véase qué proporción hay entre domésticos asalariados y jornaleros y las demás clases del Estado (...). Entonces sí que sería fácil influir en las elecciones, porque no es fácil influir en la generalidad de la masa, pero sí en una corta porción de capitalistas; y en ese caso, hablemos claro, el que formaría la elección sería el Banco, porque apenas hay comerciantes que no tengan giro con el Banco, y entonces sería el Banco el que ganaría las elecciones, porque él tiene relación en todas las provincias".
La Ley Fundamental sancionada por el Congreso Nacional Constituyente establecía que mientras no se promulgase la Constitución Nacional las provincias se regirían por sus respectivas Constituciones provinciales, respetándose sus autonomías.

El gobierno de Las Heras envió a Rivadavia a Londres, quien junto con el Primer Ministro inglés Canning ratificaron el Tratado.

En 1825 se confirmaron los beneficios ingleses en el comercio con estas tierras. Inglaterra recibió el trato de "Nación más favorecida" y los británicos residentes en el Plata fueron protegidos, gozando de una situación especial en relación al resto de los extranjeros.

El gobierno de la provincia de Buenos Aires fue facultado para ejercer las Relaciones Exteriores ante la ausencia de un gobierno nacional de carácter ejecutivo.

En 1822 Brasil se había independizado de Portugal e incorporado la Banda Oriental a su territorio como provincia Cisplatina. Tras el entusiasmo por la victoria de Ayacucho, el 11 de abril de 1825, treinta y tres hombres, los 33 orientales, parten de la costa de San Isidro comandados por Lavalleja, hacia la tierra uruguaya decididos a emancipar su patria.

El Señor Rosas, había convenido con sus amigos hacendados entre otros ricos propietarios, adelantar los recursos pecuniarios para ese objetivo. Estaba también de su lado el partido popular y sectores belicistas del Congreso. Sería Rosas quien anticipara, con el pretexto de la compra de campos, la estrategia del desembarco.

Los treinta y tres orientales lo efectuaron el 19 de abril en la playa de la Agraciada con el respaldo de la población de la campaña que fue levantándose en armas. Desde Santa Fe, Entre Ríos y Corrientes, partidas de gauchos sin distinción de nacionalidad, en incesante aflujo cruzaban el río Uruguay para sumarse a la patriada al mando de hombres como Frutuoso Rivera. Sitiada la ciudad, Lavalleja convocó a los representantes del pueblo criollo a realizar una Asamblea en La Florida. Esta Asamblea declaró la Independencia de Uruguay y nombró Gobernador a Lavalleja, el 25 de agosto de 1825.
Texto de la Declaración de Independencia de la Provincia Oriental

“La Honorable Sala de Representantes de la Provincia Oriental del Río de la Plata, en virtud de la soberanía ordinaria y extraordinaria que legalmente reviste, para resolver y sancionar todo cuanto tienda a la felicidad de ella, declara: que su voto general, constante, solemne y decidido, es y debe ser por la unión con las demás Provincias Argentinas, a que siempre perteneció por los vínculos más sagrado que el mundo conoce. Por tanto ha sancionado y decreta por ley fundamental la siguiente:

Queda la Provincia Oriental del Río de la Plata unida a las demás de este nombre en el territorio de Sud América, por ser la libre y espontánea voluntad de los pueblos que la componen, manifestada en testimonios irrefragables y esfuerzos heroicos desde el primer periodo de la regeneración política de dichas Provincias.

Dado en la Sala de Sesiones de la Representación Provincial, en la Villa de San Fernando de la Florida, a 25 del mes de Agosto del año de 1825.”


Toda esta cruzada, organizada abiertamente a la vista del gobierno de Buenos Aires, violaba la neutralidad de las Provincias Unidas. Después de obtenida la victoria de Sarandí por los patriotas, el 12 de octubre de 1825, y habiéndose incorporado la Banda Oriental como miembro autónomo de las Provincias Unidas del Río de La plata, Argentina debió enfrentar como represalia la Guerra con el Brasil. La victoria de Ituzaingó, en febrero de 1827, reafirmó la independencia de Uruguay. En 1829 sesionó el congreso en Montevideo y el 18 de julio de 1830 se juró la Constitución donde se le dio el nombre de República Oriental del Uruguay. El estado brasileño mantenía la ocupación de una gran parte del territorio, lo que concluiría en un corrimiento de fronteras con el Brasil

El Ministro Rivadavia había regresado de Europa a fines de octubre de 1825. El 4 de noviembre el Gobernador declaró rotas las relaciones diplomáticas con el Brasil. Acto seguido el Brasil declaró la guerra por mar y por tierra en diciembre de 1825 la que habría de durar tres años y estableció el bloqueo de Buenos Aires apostando sus barcos cerca de la rada de la actual isla de Martín García, Colonia y Montevideo. A la crisis política se agregó la voluntad británica de imponer la paz para retomar los contactos comerciales interrumpidos con los mercados consumidores latinoamericanos.

La situación fue aprovechada por el ministro Rivadavia. En el discurso ante sus electores hizo suya la política de guerra y señaló que en la lucha estaba comprometido "el ser nacional". Afirmó además que el Río de la Plata debe ser tan exclusivo de estas provincias como lo es su nombre, que sin su posesión exclusiva aquéllas no existirían. De esta manera sacrificó su convicción pacifista a los efectos de hacerse popular con una opinión pública belicista y de este modo reunir la fuerza militar necesaria para enfrentarse a los caudillos provinciales que liderados por el gobernador de Córdoba, se oponían al proyecto de Constitución centralista de 1826 que había impulsado.

El Congreso General había creado por ley, el 6 de febrero de 1826, el cargo de Presidente de las Provincias Unidas del Río de la Plata, otorgándoselo a Rivadavia al día siguiente. El poder Ejecutivo quedaba en manos una sola persona secundado por cinco ministros. El gobierno central dispondría de la Aduana, Bancos, y Puertos, como así también del ejército y el tesoro provincial. Cesaba el poder de las provincias transferido a un Congreso hasta la próxima organización nacional, medidas todas ella que además de las de enfiteusis, generaron una gran oposición provincial y provocaron la renuncia de Las Heras quien se exilió en Chile.

Se justificó la resolución en el hecho de que el gobierno de Buenos Aires había pedido ser relevado de sus funciones nacionales por considerarlas incompatibles con las provinciales, y en la necesidad de intensificar la acción debido a la guerra con Brasil. Si bien la medida estaba en parte inspirada en las presiones británicas para la instalación de un Poder Ejecutivo representativo de las Provincias Unidas, la premura con que se llevó a cabo fue motivo de sospecha para los contemporáneos no identificados con la política oficial. Parece ser que debió existir alguna alianza para imposibilitar la ascensión del Presidente. La elección sorpresiva pudo ser también, hasta cierto punto, consecuencia del temor a la influencia que Bolívar podía adquirir sobre estas tierras.

La Constitución aprobada por las tres cuartas partes del Congreso, cuando fue enviada por el presidente a los gobiernos provinciales del Litoral, Norte e Interior fue rechazada. Sólo aceptada por Tucumán y la Banda Oriental. Facundo Quiroga, en la Rioja se negó a reconocer la presidencia y las leyes del Congreso. Con sus montoneras se dirigió a Tucumán y derrotó a Lamadrid que había derrocado al gobernador. Se impuso también en San Juan y Mendoza, siendo apoyado por San Luis, Córdoba y Santiago del Estero. En el mismo Buenos Aires la oposición se manifiesta liderada por estancieros, como Juan de Anchorena y el Señor Rosas.

Rivadavia perseveró en la organización de su nuevo gobierno de manera de atender las necesidades de la guerra y funcionar a la vez como maquinaria de partido para realizar su predilecta administración centralizada. Tuvo dificultades en el armado de su gabinete por rivalidades internas y desacuerdos con sus planes constitucionales.  A los pocos días de su nombramiento presentó al Congreso un proyecto de ley declarando a la ciudad de Buenos Aires capital del Estado nacional, demarcando su jurisdicción y nacionalizando sus establecimientos. La ley se complementaba con el proyecto de dividir en dos la provincia bonaerense con capitales en San Nicolás y Chascomús. El proyecto dio motivo a una larga discusión en el Congreso. El señor Rosas y los Anchorena, como representantes de los hacendados de la campaña, enviaron al Congreso un memorial de protesta seguido de más de mil firmas. A partir de ese momento el señor Rosas se adhirió pragmáticamente al federalismo. No obstante, la ley fue aprobada el 4 de marzo y el 7 un decreto del presidente dejaba cesante al gobernador de Buenos Aires y disolvía la Junta de Representantes.

Aunque la prosecución de la guerra con Brasil contaba con el respaldo de la opinión pública porteña y del Congreso, no logró convencer a los caudillos provinciales aferrados a un tenaz sentimiento localista.  Por otra parte el reclutamiento forzado de los peones incrementaba protestas por la disminución de la fuerza de trabajo en los campos.

En el interior, Lamadrid, encargado por el gobierno nacional de reclutar hombres para incorporarlos al ejército frente a la guerra contra Brasil, toma el poder de Tucumán y obtiene el apoyo de Salta y Catamarca. Bustos en Córdoba, encabezaba la oposición al Presidente. De la misma forma lo hacía Santiago del Estero y Facundo Quiroga en la Rioja.

Se desarrollan batallas entre las facciones con resultados diversos; una reacción popular en Salta destituye a su gobernador.

La guerra contra el Brasil continuaba ganando terreno al mando de Martín Rodríguez, Alvear y la flota de Guillermo Brown. Brasil, pese a ello, dominaba el mar bloqueando el puerto argentino con el lógico prejuicio al estado, que aumentó su endeudamiento para hacerle frente.  En 1827 se obtiene en Ituzaingó una importante victoria sobre los brasileños. Este triunfo reafirmó la independencia de Uruguay cuyo Congreso sesionaría en Montevideo en 1829 y el 18 de julio de 1830 juraría la Constitución.

Para ese entonces, los hechos que se sucedieron en Buenos Aires, precipitaban la caída del gobierno de Bernardino Rivadavia.

La opinión pública y la prensa de los sectores federales ya mal predispuestos habían responsabilizado al gobierno y al general en jefe de la inacción en que permaneció el ejército tras la victoria de Ituzaingó. En realidad, esta pasividad se debía a que cada día se hizo más difícil dotar, equipar y sostener un ejército cuya formación misma dependía de la voluntad de los gobernadores y jefes de provincias, reacios al gobierno.

Un factor agregado fue la adopción de medidas centralistas con respecto a la Banda Oriental, medidas adoptadas por una Sala de Representantes orientales donde predominaban los elementos unitarios porteños. Esta misma Sala de Representantes había aprobado la Constitución centralista de 1826, y aceptado la designación de numerosos porteños unitarios para cargos judiciales y administrativos; providencias que fueron generando una sorda rivalidad entre el gobierno de Buenos Aires y sus adictos orientales.

En este crítico contexto de repudio de los caudillos provinciales a la autoridad central de Buenos Aires, y ante la perspectiva catastrófica de una larga guerra para las Provincias Unidas tras la cuestionada victoria de Ituzaingó, el presidente envió en 1827 a Río de Janeiro un delegado oficioso con el objetivo de buscar una rápida paz con el Imperio. Rivadavia no podía luchar al mismo tiempo contra las fuerzas del emperador brasileño y contra las de los caudillos y de los sectores disidentes de Buenos Aires. Por negociaciones de paz a cargo del ministro Manuel J. García y repitiendo la historia de 1817, se firmó un convenio por el cual el gobierno porteño, en convención preliminar , entregaba la Banda Oriental al Imperio del Brasil, lo que provocó una generalizada indignación, grupos de exaltados apedrearon la casa del presidente. Cuando el enviado regresó con este convenio firmado, el gobierno se encontraba tambaleante. Más allá de sus convicciones personales y quizás buscando algún rédito político, Rivadavia solicitó al Congreso el rechazo de la Convención Preliminar de Paz. El Congreso, dominado por los elementos belicistas, rechazó el tratado el 25 de junio de 1827.

Dos días después Rivadavia renunció. El Congreso, por acuerdo de las facciones rivales votó el 3 de julio una ley de emergencia por la cual se designaba un presidente provisional que gobernaría hasta la reunión de una convención nacional, ésta nombraría al presidente permanente y decidiría la aprobación o no de la Constitución de 1826. Vicente López asumió dicha presidencia el 5 de julio. No logró un ministerio de coalición, reinstaló la Junta de Representantes de la Provincia de Buenos Aires, la cual realizó las designaciones el 12 de agosto, entre ellas la de Dorrego como gobernador de la provincia, J osé Rondeau como ministro de guerra y el Señor Rosas, como comandante general de las milicias de campaña de Buenos Aires. Poco después, el 18 de agosto de 1827, Vicente López presentó su renuncia ante el Congreso.

    La caída del presidente implicaba la derrota del partido unitario y el fracaso del régimen presidencial. Se restituía además la ciudad de Buenos Aires a la provincia y a sus autoridades. El coronel Dorrego, jefe de la oposición federal de Buenos Aires al gobierno saliente y partidario de la guerra con el Brasil, sería paradójicamente el encargado de arribar a una paz con el Imperio. Este desenlace fue resultado de la tenaz presión británica, y de un consenso público que comenzó a percibir una paz decorosa como la mejor solución para una guerra que ya no se podía ganar. Al día siguiente 22 de junio de 1827 era aceptada la renuncia de Rivadavia, quien se retiró de la vida pública. “… pero el vandalaje os va a devorar”, añade en su despedida.

Juzga el señor Parra:


“Rivadavia ignoraba que cuando se trata de civilización y la libertad de un pueblo, un Gobierno tiene ante Dios y las generaciones venideras, arduos deberes que desempeñar, y que no hay caridad ni compasión en abandonar una nación, por treinta años, a las devastaciones y a la cuchilla del primero que se presente, a despedazarla y degollarla. Los pueblos, en su infancia, son unos niños que nada prevén, que nada conocen, y es preciso que los hombres de alta previsión y de alta comprensión, les sirvan de padre. El vandalaje los ha devorado, en efecto, y es bien triste gloria vaticinarlo en una proclama y no hacer el menor esfuerzo por estorbarlo.”
Juicio severo el del señor Parra. Con todo significa que si Rivadavia hubiera mantenido su gobierno contra las críticas y pese a todos sus errores, distinta hubiera sido la suerte de la nación. Para otros historiadores la forma dictatorial de su gobierno hace de Rivadavia un precursor del señor Rosas.

En 1829 Rivadavia parte a Paris dejando su familia en Buenos Aires, intentando volver en 1834, pero el entonces gobierno de Viamonte le impide desembarcar. Su mujer y su hijo Martín que lo esperaban en el puerto se suman al exilio; los mayores, Benito y Bernardino, se han plegado a la causa federal. Juan Facundo Quiroga y el general Arenales pidieron que se lo dejara vivir en su tierra, Un mes esperó en la rada que se le diera su pasaporte. Por fin puede llegar a Colonia. Durmió en una pieza donde la lluvia caía sobre su cama. Rivadavia se establece en el Uruguay, lejos de la política y de las ambiciones logró cultivar una granja, hasta que en 1836 Oribe, por instigación del señor Rosas, lo desterró a Santa Catalina (Brasil). Sus papeles fueron robados. Tenía 58 años y estaba prácticamente en la miseria. Tras la muerte de su esposa Juanita del Pino y el abandono de Martín, que se une a sus hermanos convirtiéndose en rosistas, parte hacia Cádiz donde llevó hasta su muerte, una existencia modesta. Su deceso ocurrió el 2 de septiembre de 1845 de apoplejía. En su testamento pidió “que su cuerpo no volviera jamás a Buenos Aires y mucho menos a Montevideo”. Sus restos fueron repatriados en 1857 y desde 1932 descansan en el mausoleo levantado por Rogelio Irurtia en su honor en Plaza Miserere. De sus restos el señor Parra diría:


"Mejor están en derredor a sus cenizas los que aún llevan el nombre de argentinos que él les dio, porque para ellos la tumba de Rivadavia es el único vínculo que les queda como nación, y a ella tienen asida todavía una mano, en la tenacidad del náufrago que no pierde la esperanza de salvación, mientras queda un leño para luchar contra las olas desencadenadas.”

“Triste patria ésta, pensamos, en la cual donde mejor se está es junto a una tumba y a la que sólo liga a sus hijos las cenizas de un muerto. Tan penosa como entenderla semejante a un madero en mitad del mar y con tormenta.



"Don Bernardino: ésta es la misma patria que dejasteis hace 30 años. Las mismas instituciones la rigen; el mismo espíritu la anima. ¡Estáis con los vuestros! Entrad en ella y reposad en medio de las bendiciones de la posteridad Estáis en vuestro gran amor: el Estado de Buenos Aires: un fragmento separado de la tierra Argentina,”
Difícil era para el estudiante discernir la naturaleza de los próceres. Rivadavia, hijo de inmigrantes gallegos que alcanzaron cierto prestigio en Buenos Aires, su casamiento con Juana del Pino, hija del virrey, aseguró su ascenso social y político. Había formado parte de los ejércitos que enfrentaron las invasiones inglesas en 1806 y 1807 como Capitán del Regimiento de Gallegos. Tres años después se transformó en una figura fundamental de la Revolución de Mayo. En 1811, fue designado Secretario de Gobierno y de Relaciones Exteriores, cargo en el que reemplazó a Moreno. Le tocó entonces misiones diplomáticas cerca de los gabinetes de París Madrid y Londres. Además de las misiones políticas se ocupó de contratar a numerosos científicos europeos para que viniesen al país a encabezar una nueva revolución, la de la cultura y la ciencia, creando instituciones rectoras del pensamiento nacional. Se le reprocha, sin embargo, indiferencia por las campañas de la Independencia y revanchismo y ensañamiento cruel contra sus enemigos personales, siendo factor decisivo del fusilamiento de Martín de Álzaga mediante fundamentaciones oscuras. Empero, no había llegado aún a presidente de la nación, cuando en 1825, desempeñando funciones de gobierno, solicitó que cada provincia enviara sus seis mejores estudiantes a Buenos Aires, proveniente de familias decentes aunque pobres, a fin de ser becados por el Estado para continuar su instrucción en el prestigioso Colegio de Ciencias Morales. El estudiante recordaba, respecto a este hecho, la frustración que sobrellevó el hogar del joven Parra, quien seguía viendo en el prócer, a un visionario arquitecto de la Nación; otros, en cambio, lo culparían por la distorsión de la identidad nacional al modelo europeo. De allí que el estudiante reparara en las palabras del biógrafo Juan María Gutiérrez que confirmaban su desconcierto:
"Los hombres notables de la revolución argentina de quienes nos separan el tiempo y la muerte, soportan bajo sus humildes sepulcros el doble peso de la losa y de la indiferencia. La vida de nuestro pueblo ha sido turbulenta, rápida como un torrente. Nos hemos derrumbado por sus aguas, sin hallar aquel reposo que exige la contemplación de la historia para poder distinguir con claridad la fisonomía de los personajes que en ella se ilustraron.”
Manuel Dorrego, autor del derrumbe de la constitución de Rivadavia, siendo un gran demócrata, contribuyó a su pesar a suscitar la desorganización nacional. Se trata de nudos historiográficos generados desde las perspectivas apasionadas de los hombres, por concepciones políticas bien intencionadas pero no conciliables. Así le parecía al menos al normalista.

Ya había tropezado con la dificultad de comprender del destierro de Dorrego decretado por Pueyrredón, que tampoco fue suficientemente explícito. Al oponerse Dorrego a su designación como Director Supremo, en lugar de concedérsele la baja, había sido violentamente detenido y embarcado al destierro, tachado de insubordinación y altanería con la que habría manchado sus servicios en la carrera militar. En los Estados Unidos, publicó sus "Cartas Apologéticas", donde rechaza con verosimilitud y firmeza los cargos contenidos en los decretos del Director Supremo.

Enrique de Gandía, no rebajando un ápice sus méritos, elabora una interpretación donde asocia su descontento con el de Artigas y los caudillos del litoral, junto a otros patriotas enrolados en la misma postura. Enrique de Gandía intenta hacer perceptible el conflicto de posturas políticas en el germen de la independencia y la constitución de la nación.

Con la esperanza de encontrar en ello un poco de verdad el estudiante se demora en el análisis de este historiador:

La Banda Oriental se hallaba en poder de los portugueses mientras la Argentina luchaba por la libertad de Chile. He aquí el nudo del conflicto. Si pensando en el Uruguay el gobierno de Pueyrredón, atacado por Dorrego, declaraba la guerra al Portugal, esta nación se habría aliado con España y permitido la expedición y su aprovisionamiento en Montevideo, desde donde caer sobre Buenos Aires. En previsión, en lugar de ello, habría de apostar a la misión de San Martín de lograr desde el Pacífico la liberación latinoamericana. A su vez, según el historiador, preparaba en silencio con agentes secretos, Tomás de Lezica y Andrés de Argibel, la sublevación de la expedición de Cádiz.
 1830 por decreto de la sala de representantes se declara al señor Rosas restaurador de las leyes e instituciones y se le confiere el grado de brigadier. El 18 de Julio la Banda Oriental fue reconocida como un país libre y soberano, pudiendo dictar su propia constitución en la ciudad de Montevideo.

El Uruguay independiente, tuvo su primer presidente electo, Fructuoso Rivera, que desplazó a Lavalleja. Luego fue sucedido por Manuel Oribe, quien pronto tuvo enfrentamientos con su antecesor. Manuel Oribe fue obligado a dimitir y fue remplazado por Rivera que contaba con apoyo de Brasil.

   El período entre 1827 y 1830 se conoce como el de “la gran seca” años de intenso calores, rareza de lluvias, tormentas de polvo que cuando se precipitaban se acumulaba sobre los techos hasta destruirlos. Todo el país fue convertido en un inmenso desierto con una gran mortandad de animales y una amenaza para las necesidades elementales de las gentes.

El general José María Paz, tras derrotar al gobernador Bustos en Córdoba y a Facundo Quiroga en la Tablada, había quedado dueño de las provincias del interior, intentando organizar el país de acuerdo a las ideas unitarias. Entre 1829 y 1831 fue Gobernador de Córdoba, transformándola en el centro de una liga integrada por nueve provincias que le otorgan el poder supremo. En nuevo enfrentamiento había vuelto a derrotar en Oncativo, a Quiroga. Muchos unitarios se apoderaron de los gobiernos provinciales pero al fin, José María Paz fue sorprendido en una avanzada y boleado su caballo, cayó prisionero de López y llevado a Santa Fe.



El señor Parra, posteriormente compondrá un informe que, en lugar un relato épico sobre el general caído, da cuenta de la habilidad del gaucho que lo sometió y las particularidades de su existencia.
“Hoy empieza a ser conocida en Europa la palabra gaucho con que en aquella parte de América se designa a los pastores de los numerosos rebaños que cubren la Pampa pastosa. Es el gaucho argentino un árabe que vive, come y duerme a caballo. El lazo que maneja con una increíble destreza, le somete toda la creación animal, sin excluir el jaguar y el león, a quienes acomete sin temor. Los que huyen de su aproximación, no están libres del tiro certero de sus bolas, que hace girar en torno de su cabeza y lanza como un rayo sobre el objeto que le sirve de blanco, seguro de ligarlo estrechamente, sin que le sea posible hacer un movimiento, marchar o desembarazarse. No hace dieciséis años que la guerra civil entre unitarios y federales se terminó por haber boleado un gaucho al general que mandaba uno de los ejércitos contendientes, y hécholo prisionero a pocos pasos de su frente. El gaucho no se preocupa de saber si el caballo que monta es salvaje o domesticado. En cualquiera estado que lo encuentre en la Pampa, echa el lazo sobre él, lo ensilla y lo somete de grado o por fuerza a su voluntad. Su alimento exclusivo es la carne asada en las llamas y saturada de cenizas. Pocos pueblos hay que resistan con mayor estoicismo toda clase de privaciones y de fatigas. El gaucho es un español, en quien la cría de ganados de que se ocupa, ha despertado y hecho dominar la sangre árabe que circula en sus venas. Es un bárbaro en sus hábitos y costumbres, y sin embargo, es inteligente, honrado y susceptible de abrazar con pasión la defensa de una idea. Los sentimientos de honor no le son extraños, y el deseo de fama como valiente, es la preocupación que a cada momento le hace desnudar el cuchillo para vengar la menor ofensa.”
Rosas ordenó la ejecución del general Paz, pero López se negó hacerlo, lo que no lo libró a ser sometido a la diaria visión de torturas, ejecuciones y jocosas amenazas: "Hoy capaz te llevamos al “Remanso. El Remanso era el degolladero. Posteriormente fue trasladado por el señor Rosas a Lujan, en conjunto estuvo preso ocho años. Rosas intentó ganar su voluntad, lo proveyó de libros, le otorgó el grado de General de la Provincia de Buenos Aires y le pagó un sueldo, pero Paz no cedió, mostrando un carácter indeclinable. Durante su prisión vivió una notable historia de amor con su sobrina Margarita Weild, 23 años menor, su eterna enamorada. Se casaron en prisión, vivieron en cautiverio, tuvieron hijos y se fugaron al fin partiendo todos al exilio. Sus restos descansan juntos en la catedral de Córdoba.

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