Cuando el Señor Parra quedó ciego, no perdió sin embargo el sentido de orientación aún en las extensiones dilatadas y en las e



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Periódicos

Con la derrota de los unitarios en Chacón, Juan Facundo Quiroga irrumpe en San Juan. El joven Parra inicia con su padre su primer exilio en Chile buscando la hospitalidad de un pariente en Putaendo, paraje por donde había cruzado San Marín con su ejército desde Mendoza. A los pocos días se despidió de su padre que volvió a San Juan y pasó a la localidad vecina de Santa Rosa de los Andes, donde se ofreció como maestro en su insignificante escuela. Allí conocerá a María Jesús del Canto, que será la futura madre de su hija Emilia Faustina. Por haber reemplazado las cartillas cristianas de instrucción, a su entender plagadas de errores y supersticiones religiosas, e instrumentar otros métodos didácticos que considera modernos, surgen conflictos con el gobernador de la región. Pierde su cargo e imposibilitado de volver a su patria, donde Facundo ha vencido a Lamadrid y los federales recuperado el control, pasa a Pocuro. En 1832 nace la niña. Parra es dependiente de tienda, bodegonero; María Jesús es de familia pudiente. Dado el contraste con su precaria situación rehúye al matrimonio.

Trabaja tres años de minero en Copiacó y como mayordomo en La Colorada, una mina de plata propiedad de su antiguo jefe Nicolás Vega. En ese lugar siguió ejerciendo su vocación educativa dictando clases de francés. Dibujaba animales y pájaros.

En 1833, como dependiente en una tienda de Valparaíso, gana una onza al mes, con la mitad del sueldo paga al señor Richard para que le enseñe inglés y del resto da dos reales al sereno que lo despierta a las dos de la madrugada para estudiar antes de comenzar sus obligaciones de em­pleado. Tradujo una parte de la obra novelística del escritor Walter Scott que le era facilitada por un residente inglés.

En 1835 enferma de tifus y sufre una profunda depresión. Facundo Quiroga ha sido asesinado en Barranca Yaco y en San Juan, el gobernador Benavides preside con una actitud más distendida. Los amigos gestionan una autorización para el retorno a su provincia, a la que vuelve en 1836. Al mejorar su condición incorporará a Faustina al hogar de Doña Paula y de sus hermanas, quienes le procurarán cariño y educación. Con el tiempo, la hija le dará seis nietos y le acompañará hasta su muerte. En San Juan enseñó dibujo y francés. Actuó de perito tasador y de procurador en los Tribunales. Entre otras tareas, fue decorador y actor.  

En 1838, estaban de regreso los jóvenes que habían podido seguir estudios en Buenos Aires, entre ellos Antonino Aberastain y Manuel Quiroga Rosas, cargados de libros a la moda. Juntos fundan la Sociedad Literaria de San Juan, filial de la Asociación de la Joven Argentina. Lee asiduamente, sobre todo las obras de la biblioteca particular de Quiroga Rosas, material de apasionadas discusiones en las tertulias nocturnas, y adopta el dogma civilizador, adoctrinado por correspondencia secreta y cartas de Alberdi. Comete la equivocación de enviarle a este “brillante autor del Fragmento preliminar al estudio del derecho” una respetuosa carta con su único y probablemente mal poema “Canto a Zonda” que Alberdi utilizaría en su contra cuando en posteriores y célebres polémicas se enfrentarían. Expresaba, con el pseudónimo García Román que “en su escasez de maestros a quien consultarse, el incógnito ignora aún si lo que ha hecho son realmente versos”.

La pasión educativa ahonda en esta carta sus fundamentos:

“… como cuando él, un joven no ha podido recibir una educación regular y sistemada, cuando no se han bebido ciertas doctrinas a que uno se adhiere por creerlas incontestables, cuando se ha tenido desde muy temprano el penoso trabajo de discernir, de escoger, por decirlo así, los principios que debían formar su educación, se adquiere una especie de independencia, de insubordinación que hace que no respetemos mucho lo que la preocupación y el tiempo han sancionado”

Y de esta manera el joven Parra acudía al consejo del hombre destacado del Salón Literario, tan joven como él, para superar el libertinaje retórico que padecía.

Del olvido el normalista rescata dos versos:

… “Que del baño el terso espejo en su seno feliz oculta”

… ”Cuyas nevadas cúpulas osan penetrar el cielo”

En nueva misiva se da a conocer y explicita las funciones del grupo creado con sus amigos.

El joven Parra se ocupa por entonces de un proyecto que ha dejado trunco con su muerte un tío allegado, el obispo de Cuyo, Fray Justo Santa María de Oro. Se trata del Colegio de Señoritas de la Advocación de Santa Rosa de Lima. Logra continuar su obra y completarlo en 1839. Su inauguración se celebra el 9 de julio, con la asistencia de 18 niñas, a quienes se les enseñará lectura, escritura, geografía, aritmética, gramática, ortografía, religión, dibujo, música, francés, italiano, labores. El uniforme escolar que aconseja será adoptado posteriormente por las escuelas argentinas. Sus hermanas Bienvenida, Procesa, Rosario estudian y trabajan en la institución. Presiden la inauguración el gobernador Nazario Benavides y el obispo Eufrasio Quiroga Sarmiento, tomando la palabra Manuel Quiroga Rosas, Antonio Aberastain y el boticario Aman Rawson, entre otros.

Las relaciones se complican cuando el grupo Lanza el 20 de Julio el primer número de “El Zonda”, publicación que durará poco tiempo por su contenido opositor al gobierno.

Baños del Zonda y vientos del Zonda conjugan lo fresco y lo cálido.

Hay virtud en el viento y en el valle, ímpetu que levanta la tierra y sosiego para los ardores juveniles.

“Zonda, es un valle delicioso y alegre, cercado de cerros agrestes y monótonos, cubierto de alquerías y casas de campo, de prados artificiales en que pastan numerosos rebaños, y donde sus moradores pasan consagrados a la labranza días felices y tranquilos.”

“Zonda, es un viento abrasador, impetuoso, dijo otro. En su carrera levanta pardos y sofocantes torbellinos de polvo, areniscas y basuras, limpia en la ciudad unas veredas y ensucia otras sepultándolas… con la gruesa capa de arena y basura que cubre el piso de nuestras calles. Deseca los muebles e incendia las ciénagas circunvecinas. Es pesado, molesto, relaja las fibras y produce fuertes dolores de cabeza, en los viejos principalmente. Y aunque por todos estos efectos no convendría su nombre a nuestro periódico, purifica por otra parte la atmósfera se lleva y aleja consigo las tempestades, provoca otro viento fresco que hace olvidar las desazones que él había causado, y que trae de nuevo la basura y arena de las calles al lugar que ocupaban antes, que es lo más interesante, pues cada cosa tiene y debe tener su lugar. Los incendios que fomenta regeneran los pastos de los ciénagas que alimentan numerosas recuas, y dan de que vivir al común.”
“Zonda es, dijo otro, un baño refrigerante cuyas saludables aguas alivian mil dolencias, donde la juventud goza placeres variados, donde los pasatiempos, el baile gracioso, el canto alegre y la jarana bulliciosa se suceden sin interrupción por cuatro meses del año, donde se destierra la etiqueta, se confunden las familias y se estrechan los lazos sociales.”
“Todas las acepciones le sientan de perillas, se dijo al fin, y por lo tanto el periódico con este nombre será pacífico, turbulento, abrasador, refrigerante, impetuoso, tranquilo, alegre, agreste, social, fastidioso, variado, monótono, divertido, pesado, saludable, dañoso, es decir bueno, malo, como lo pide el marchante. Mil bravos saludaron á Zonda y quedó resuelto que el periódico se llamara aquí y en todas partes el ZONDA, durante los diez años de existencia propuesta”.
Pero el periódico del señor Parra se vendía poco o nada. La necesidad de vivir de algo, sin robar, ni matar, ni cometer otros pecados no era la única causa que los movía en esta empresa. No se trataba de darles con que vivir a los editores de por sí indiferentes a la renta sino hacerle una favor al país con la difusión de sus ediciones. No había periódicos en la provincia.

“En San Juan nunca han durado los diarios, son una planta exótica que brota apenas y desaparece de nuestro suelo: el clima les es fatal: apenas principian y ya mueren de languidez; o le aprietan el gaznate para que se callen.

El muchacho era un humorista y sabía pregonarlo:


    ¿Qué es un periódico?

Una mezquina hoja de papel. Llena de retazos, obra sin capítulos, sin prólogo atestada de bagatelas del momento, de anuncios carentes de interés y que se olvidarán mañana.

    ¿Qué contiene?

Noticias de países extranjeros, lejanos, desconocidos: Una batalla en España. Lo que escriben de Italia, Menudencias de Francia... ¡Esto cansa!: ¿Qué importa todo eso?

Basta, basta, que esto es un periódico.”

Y por vía del chiste de pronto el periódico es todo; la Administración, el Gobierno, el Pueblo, el Comercio, la Asamblea, el Bloqueo, la Patria, la Ciencia, Europa, Asia, etc. Surgía un periodista nato que veía en la prensa la tribuna, el foro romano; en la información, un arma de civilización y progreso; un modo de oratoria destinada a persuadir y sacar de la rutina a los que sabiendo leer vivían sin embargo paralizados por la falta de pensamientos.

“Quien calla otorga, dice el refrán, es decir, que el escritor periódico que deja de escribir confiesa que no llevaba razón en lo que sostenía, o no tuvo más que decir puesto que se calló. Mas si se quiere reflexionar maduramente aunque eso es tan fastidioso y tan poco usado entre nosotros, descubrirán con facilidad las causas que interrumpieron las publicaciones que han precedido a ésta. A más de las vicisitudes políticas que lo han interrumpido todo, hasta las vidas de muchos, casi sin excepción los antecedentes periódicos han sido instrumentos de los Gobiernos, en cuya época se escribieron. El espíritu de partido alimentó sus producciones, y en lugar de ser la prensa un medio de instrucción, una mejora social, un vehículo del comercio, las artes y las ciencias, un canal en que derramase las luces en que nos aventajan otros pueblos, una discreta censura de los abusos y costumbres que nos han legado nuestros antecesores, fue sólo en sus manos la campana de alarma, el bramido de las pasiones políticas y el augur funesto de días de desorden y de calamidades públicas”

En 1840 el Señor Parra tiene 29 años. Participa de la sublevación unitaria que es derrotada, consolidándose el poder de Rosas. Sufre prisión y amenazas¸ es engrillado y la soldadesca al pie del calabozo, quiere asesinarlo al grito de ¡“Mueran los salvajes unitarios”!

Consigue hacerle llegar una carta de socorro a su tío el obispo Eufrasio Quiroga Sarmiento. A punto de ser linchado y tras recibir un golpe de lanza, lo salva el propio gober­nador, don Nazario Benavides, que accedió a las súpli­cas de la madre, doña Paula.

Devuelto a la prisión, sabiendo que se le desterrará, niñas del colegio de Santa Rosa lo visitan prometiéndole per­sistir en sus estudios y cantan en su honor un pasaje de Tancredo. En escritos posteriores recordará:
“He fundado, acompañado por jóvenes instruidos y competentes, El Zonda, en San Juan, cuya publicación cesó, por una tropelía y una expoliación de Benavides, poniéndome en la cárcel como queda referido, no obstante no ocuparse aquel periódico sino de costumbres, educación pública, cultivo de la morera, minas, literatura, etc.”
A fines de noviembre de 1840 debe exiliarse nuevamente a Chile. Antes de partir, deja inscripta con carbón sobre las piedras calizas del paraje el Zonda, la célebre frase: “On ne tue point les idées”, que según Groussac, pertenece a Volney. El gobierno manda descifrarla. ¨Las ideas no se matan¨, que para Parra, en su versión vernácula, significaba: “A los hombres se los degüella, a las ideas no¨.

De aquellos mismos capítulos autobiográficos:


“Las publicaciones periódicas son en nuestra época como la respiración diaria; ni libertad, ni progreso, ni cultura se concibe sin este vehículo que liga a las sociedades unas con otras, y nos hace sentirnos a cada hora miembros de la especie humana, por la influencia y repercusión de los acontecimientos de unos pueblos sobre los otros. De ahí nace que los gobiernos tiránicos y criminales necesitan, para existir, apoderarse ellos solos de los diarios, y perseguir en los países vecinos a los que pongan de manifiesto sus iniquidades. Rosas, a expensas de las rentas nacionales que pagan los pobres pueblos argentinos, ha establecido una red de diarios pagados en todos los países para que lo defiendan y cohonesten sus atrocidades. El Defensor de la Independencia Americana en el Campamento de Oribe, O Americano en el Brasil, el Courrier du Havre y la Presse en Francia, estos cuatro periódicos y la Gaceta Mercantil, cuestan a la República Argentina más de cuarenta mil pesos al año. Toda la persecución de que soy víctima hoy, nace de que con la aparición de La Crónica, hice que la redacción de El Progreso, entregada a la influencia de Rosas, tuviese que pasar a otras manos y cambiar de espíritu. Rosas teme más a la prensa que a las conspiraciones, una conspiración puede ser ahogada en sangre, pero un libro, una revelación de la prensa, aunque haya un puñal como el que dio fin con Varela, queda ahí siempre; porque lo que está impreso queda estampado para siempre, y si en el momento presente es inútil y sin efecto, no lo es para la posteridad que, juzgando por el examen de los hechos y libre de toda preocupación y de toda intimidación, pronuncia su fallo inapelable.
Tras la clausura y exilio, Parra estuvo un tiempo sin trabajo ni medios, padeciendo hambre y soledad, causas probables de un envejecimiento prematuro, que el escritor Lastarria describe:

“El hombre era realmente raro; sus treinta y dos años de edad parecían sesenta, por su calva frente, sus mejillas carnosas, sueltas y afectadas, su mirada fija pero osada, a pesar del brillo de sus ojos, y por todo el conjunto de su cabeza, que reposaba en un tronco obeso y casi encorvado. Pero eran tales la viveza y la franqueza de la palabra de aquel joven viejo que su fisonomía se animaba con los destellos de un gran espíritu, y se hacía simpático e interesante”.

Desde 1840 en adelante, comienza a consolidarse por obra de Lastarria, Bilbao, Sanfuentes y Jotabeche, maneras y modos de pensar con fuerte sabor nacional. A este afianzamiento discursivo no sólo participan los intelectuales chilenos, sino también otros, como Andrés Bello, José Mora y proscriptos que literariamente pretenden establecer nuevos territorios y claras identidades, proyectando ideales de patria, ciudadanía y escritura. A ellos se aproxima tímidamente el señor Parra radicado ahora en Santiago.

Principia el año 1841; Parra ocupa una pieza con Benjamín Villafañe y Quiroga Rosas. Falto de educación ordenada, de diplomas de capacidad que lo convaliden suficientemente para ahogar sus miedos y alentar esperanzas; emociones de novedad y pavor le agitan al lanzar su primer escrito en la prensa Chilena.

Como si de su desmantelada buhardilla, con una silla y dos cajones que le sirven de cama, un desconocido escritor desalentado hubiese dejado caer a la calle su obra, y al ser descubierto recoger en cambio un nombre en el mundo literario, así lo sorprendió su éxito. Por la mañana había sido aplaudido por los argentinos, por la tarde se hablaba de él en los corrillos, a la noche en el teatro; supo que Andrés Bello, poeta y gramático venezolano residente en Chile y un constitucionalista chileno, lo habían leído juntos hallándolo bueno; el literato español Rafael Minvielle, calificaría su estilo de irreprochable, castizo en el lenguaje, brillante de imágenes, nutrido de ideas sanas revestidas con el barniz suave del sentimiento.

El joven Parra colaborará, durante este movimiento, en los periódicos “El Mercurio”, “Crónica contemporánea” y “El Nacional”. Manuel Montt, ministro de educación y futuro presidente de Chile, impresionado por su artículo sobre la batalla de Chacabuco, le confiará la dirección del diario “El Nacional”. Parra ha superado definitivamente la inseguridad de su aprendizaje y consolidado el vigor de su escritura.

La victoria de Chacabuco- 12 de febrero de 1817

“Un día pasa todos los años precedido y seguido de otros días; si en algo se distingue de los que anteceden y suceden, si el habitante de Chile fija por un instante en él sus miradas, es sólo por las frías fórmulas con que se representa el regocijo público, como las viejas religiones sustituyen la pompa de ceremonias emblemáticas, a los grandes recuerdos que no mueven ya el corazón de los creyentes. Algunas salvas en las fortalezas, algunos pabellones flotando en lo alto de los edificios, he aquí todo lo que, recuerda un día que debiera ser tan caro al corazón de todo chileno. La fría fisonomía de los ciudadanos corresponde también a la alegría decretada, como la de la virgen a quien un sórdido cálculo de familia une al esposo que su corazón no ha elegido, con los atavíos nupciales sobre el cuerpo y el disgusto reconcentrado en su pecho, coronada de guirnaldas la cabeza y el pesar pintado en su semblante. El extranjero que nos observa, creería los hijos de los españoles vencidos en aquel gran día, fastidiados de ver repetirse un recuerdo humillante y odioso. Veinticuatro años han transcurrido apenas, desde que aquel memorable día alumbró en Chacabuco un combate de vida o de muerte para la Independencia americana, y ya ni se mentan los nombres ilustres que lo inmortalizaron. ¡Ah! ¡Los pedruscos que cubren aquel suelo sagrado, no han conservado las manchas de la sangre patriota que los salpicó, y el cóndor de los Andes ha dejado de revolotear en torno de ese vasto campo de carnicería en que el amo y el esclavo lucharon con furor! …

…”Mientras la prensa guarda un criminal silencio sobre nuestros hechos históricos, y mientras se levanta esta generación que no comprende lo que importan para Chile estas salvas y estas banderas que decoran el 12 de febrero, nosotros, cada vez que pase por nuestras cabezas el sol de este augusto día, lo saludaremos con veneración religiosa, y deplorando la suerte que ha cabido a tantos patriotas, cualquiera que sea el país o el color político a que pertenezcan, elevaremos nuestros votos al cielo por que en los cansados días de su vejez, hallen un pan que no esté amasado con lágrimas para su alimento, el abrigo del techo de sus padres y las bendiciones y respeto de sus compatriotas”

(El Mercurio, de 11 de febrero de 1841).

En 1841, en víspera de las elecciones, se batían los partidos chilenos: “pipiolos” y “pelucones”; liberales aristócratas los primeros, conservadores reaccionarios los segundos. En realidad, la cuestión era mucho más enredada y contradictoria. Se presentaba al gobierno como un tirano, como el único obstáculo para el progreso del país. Para el joven Parra, frescas estaban aún las amorataduras de la prisión, con sus treinta años llenos de virilidad las ideas liberales debían ser un hechizo, cualquiera que fuere el que las pronunciara. El partido pipiolo le envió una comisión para inducirlo a que tomase en la prensa la defensa de sus intereses; el general Las Heras fue también intermediario. Parra pidió ocho días para responder, sacando en limpio una verdad que confirmaron las elecciones de 1841, saber que el antiguo partido pipiolo no tenía elementos de triunfo, que era una tradición y no un hecho, que entre su pasada existencia y el momento presente, mediaba una generación para representar los nuevos intereses del país. En realidad, sobre este previsto fracaso tomó su resolución. Es más, acusados los proscriptos con el señor Rosas como perturbadores, sediciosos y anarquistas, no le convenía tomar el partido de la oposición, sino el del oficialismo, antes que plegarse a la fórmula liberal y concitar la animadversión del que fuera a gobernar, pero proponiendo a condición de inyectar al partido ideas de progreso y facilitar a la vez su cruzada por la liberación de la tiranía que dominaba su patria,

Fue Rafael Minvielle quien lo introdujo a la presencia del ministro del entonces Ministro de Justicia, Culto e Instrucción Pública, don Manuel Montt, jefe del partido pelucón, que había moderado la posición política de su gobierno y con quien rápidamente pusiéronse de acuerdo, conformando el vínculo que debía unir su existencia y su porvenir al de este hombre. "Las ideas, señor, no tienen patria" le habría dicho al joven Parra. Discutieron larga y porfiadamente la guerra al señor Rosas que se proponía mantener, concluyendo en una transformación que satisfacía por el momento los intereses de ambas partes, dejaba expedito el camino para educar la opinión del gobierno mismo, y hacerle aceptar la libertad de imprenta lisa y llanamente como sucedió.

Juan Bautista Alberdi, tiempo después en famosa polémica, le hará el doble reproche de haber escrito diez años contra el señor Rosas sin logar bajarlo del poder, como lo hiciera la acción militar, y que nueve años de prensa periódica publicada en Chile, le había coaccionado abrazar el partido gubernamental y ocuparse de lo superfluo.

Pero el señor Parra ya habíase justificado frente a sus detractores:

“El espectáculo de las revoluciones americanas y el estudio de sus causas generadoras, han morigerado mis deseos de marchar de frente y atropellándolo todo; respeto los hechos y las resistencias; no creo en las posibilidad de perfeccionar nuestras instituciones; no creo que el partido liberal, llamado así en Chile, pueda dar un paso sin sublevar terribles resistencias; no creo en la república sin pueblo liberal y educado, como no creo en la monarquía entre nosotros sin el más espantoso despotismo. Estoy íntimamente convencido de que la América está hoy en una terrible crisis y que Chile debe mandar con tiento para no sumergirse en los males que han visitado a todas las otras secciones.”

El mismo Alberdi lo reconocerá paralelamente en otros escritos:

“Los conservadores en Europa lo son de las antiguas instituciones retrocadas tímidamente por la mano de la revolución. Los conservadores chilenos, por el contrario, lo son de las brillantes progresivas consecuencias de las revoluciones americanas.”

En razón del interés por su patria nativa, en setiembre de 1841, había decidido volver y unirse a las tropas de Gregorio Aráoz de Lamadrid, contra el consejo y pronósticos negativos de Montt. Partió de Santiago con otros tres compatriotas, a pie hacia la cima de los Andes y al iniciar el descenso, sólo alcanzan a presenciar la derrota de Lamadrid en la batalla de Rodeo del Medio. Conducen a salvo a un grupo de combatientes dispersos por Pacheco y Oribe, promoviendo la actitud fraternal y protectora de Chile con los vencidos.

Por otra parte, y contra los agravios de Alberdi, El Mercurio, El Nacional, El Heraldo, en realidad habían sido jalones de una actividad periodística difusa de la cual Parra opinará con sentido crítico:

“Entre las cuestiones de literatura, caminos, municipalidades, y cuestiones políticas suscitadas entonces, hay algunos artículos que aún pueden ser leídos con interés, no obstante los progresos generales que la prensa periódica ha hecho en Chile.”

Al fin será en el “El Progreso”, fundado en 1842 por él a sus 31 años acompañado por Don Vicente F. López, y sólo a un año de ese periplo, donde retornará claramente a la posición de lucha. Al mismo tiempo lo hará en el Heraldo Argentino combatiendo al señor Rosas hasta la llegada de la noticia de la derrota de Rivera en el Arroyo Grande, creyendo que la lucha estaba terminada.

La primera redacción del Progreso duró ocho meses, tuvo una alta importancia por la gravedad de las materias tratadas en él, entre otras la cuestión de colonización de Magallanes. Desagrados de empresa les hizo abandonarla, hasta que, habiéndose desacreditado el diario, fue solicitado de nuevo para rehabilitarlo, lo que se consiguió. Allí editó como folletín la crónica de un caudillo, conducto para denostar al señor Rosas que dominaba su patria. En rigor no era sólo la historia de la barbarie y el proceso de los caudillos argentinos lo que se narraba, sino también la historia y el proceso de los errores de la civilización argentina, representada por el partido unitario. Aunque por intereses políticos suprimiera estos capítulos en ediciones posteriores, razón por lo que tampoco puede afirmarse que el periodismo es la voz que hace oír la verdad. Sin embargo el señor Parra consideraba probada su indeclinable honestidad.

“Lo que hice en la prensa política de Chile entonces, los principios e ideas con que sostuve al gobierno, tuvieron la aceptación de los hombres mismos a quienes ayudaba a vencer, y fueron formulados por el viejo Infante, juez intachable de imparcialidad al gobierno. Hablando El Valdiviano Federal de un periódico de la época, decía: "Entre la multitud de periódicos que desde los principios de la República se han dado a luz, difícilmente habrá habido alguno que haya emitido opiniones más peligrosas a la causa de la libertad; en este concepto haremos desde nuestro siguiente número ligeras observaciones sobre algunas de sus páginas, no obstante que poco habrá que añadir a la sabia y filantrópica impugnación de El Mercurio en varios puntos cardinales que sostiene". Reivindico para mí aquella gloria de El Mercurio de haber impugnado al lado del gobierno las ideas peligrosas a la libertad. “

Que se goce denigrando o se sacuda y se despierte, que se escriba para la civilización y la humanidad, sin subterfugios, o se utilice la ironía para acicatear la indiferencia, o simplemente tirando golpes desordenados, tajos y estocadas, provocando heridas rojas o amarillas, todo vale. Eso es un periódico. Usar pseudónimos o apócrifos, simular un diálogo e inventar interlocutores, desdoblarse o cambiar de sexo. Satirizar, estimular reacciones, Mostrarse descarnadamente o ponerse una careta. Todo sirve y de todo se sirvió el Señor Parra. Criticar costumbres, depurar el lenguaje, corregir abusos, perseguir vicios, difundir ideas, atacar las preocupaciones, suavizar la vida que hace del hombre un ser peligroso. Advierte:

“Los delitos pierden su repugnante fealdad cuando son muchos sus perpetradores.”

“El hábito que familiariza al hombre con sus propios males lo hace dormir tranquilo al borde del precipicio.”

En El Mercurio, escribe Señor Parra en octubre de 1842:

“… Hace 14 años que comenzó esta cuestión sangrienta del Plata, junto con la aparición de ese hombre de fierro que ahora sobresale en ella y que la precipita a un espantoso desenlace. La cuestión presente no es la misma enteramente de la que se agitaba en los años 30 y 31. Entonces como ahora, se luchaba entre el absolutismo y la libertad entre la barbarie y la civilización pero hay algo más en la lucha actual que era de diferente aspecto, al menos para el exterior. Aquella guerra pudo llamarse guerra civil porque entonces había partidos en el país y Rosas no era sino uno de tantos caudillos. Había en sus mismas filas un López y un Quiroga que lo eclipsaban y le impedían apropiarse la causa que en común defendían con la divisa de la Federación. Tampoco salía la lucha entonces ni un palmo fuera del territorio argentino. Pero desde que Rosas logró enterrar a sus dignos compañeros, desde que quedó sólo en el campo y se extendió su dominación desde las pampas del sur hasta Jujuy, haciendo de este modo la burla más completa de la palabra federación, comenzó entonces una era nueva y empezó recién a prepararse esta gestión que hoy vemos en sus extremos…”

El señor Parra, denuncia lo espantoso de la prensa dominada por poderes tiránicos, como ocurría en tiempos del señor Rosas en Buenos Aires.

“ El que recorra siete años de la Gaceta, siete años del Diario de la Tarde, siete años del British Packet, se espantarán de observar de aquellos diarios son unos cadáveres que hablan; unos autómatas que se mueven los tres a un tiempo por un resorte misterioso: el mismo lenguaje, las mismas palabras, y la misma materia en los tres, en el mismo día y a la misma hora; y de todo lo que los tres dicen, jamás sacará al curioso el más leve indicio de lo que pasa en Buenos Aires, en la sociedad, en la calle. Cualquiera de los diarios de Chile, en este momento, (esto escribía el señor Parra en 1849) en California o en Pekín por poco que siga el movimiento de la prensa, sabrá quiénes son los diputados, lo escritores, los partidarios de éste o aquél, los fines de cada uno, sus amigos, sus medios, su esperanzas, sus defectos y hasta su historia. De la prensa, de las cartas y de los semblantes de Buenos Aires, jamás el extraño obtendrán nada que revele el estado de la sociedad.”

Quebradas las esperanzas de retornar a su provincia, escribe a su madre y hermanas y les pide que se trasladen con Faustina a Chile. El exilio durará 13 años.



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