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- SALVACIÓN, LIBERACIÓN, ESCLARECIMIENTO



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13 - SALVACIÓN, LIBERACIÓN, ESCLARECIMIENTO


Salvación, pero ¿de qué? Liberación, ¿de qué determi­nada situación y hacia qué otra? Los hombres han dado muchas respuestas a estas preguntas y, como los tempe­ramentos humanos son de clases tan profundamente dis­tintas, como las situaciones sociales son tan varias y los modos de pensar y sentir tan apremiantes mientras du­ran, las respuestas son muchas e incompatibles entre sí.

Hay ante todo el salvacionismo material. En su forma más simple es meramente la voluntad de vivir expresada en un formulado deseo de escapar a circunstancias que amenazan la vida. En la práctica, el eficaz cumplimiento de tal deseo depende de dos cosas: la aplicación de la inteligencia a determinados problemas económicos y po­líticos, y la creación y mantenimiento de una atmósfera de buena voluntad, en que la inteligencia pueda hacer su obra del mejor modo posible. Pero los hombres no se contentan con ser meramente bondadosos e inteligentes dentro de los límites de una situación concreta. Aspiran a referir sus acciones, y las ideas y sentimientos que las acompañan, a principios generales y una filosofía a esca­la cósmica. Cuando esta filosofía rectora y explicativa no es la Filosofía Perenne, toma la forma de una seudorreli-gión, un sistema de idolatría organizada. Así, el simple deseo de no morir de hambre, la bien fundada convicción de que es muy difícil ser bueno, prudente o feliz cuando se está desesperadamente hambriento, vienen a ser trans­formados, bajo el influjo de la metafísica del Progreso Inevitable, en un utopismo profético; el deseo de escapar a la explotación y a la opresión llega a ser explicado y guiado por la creencia en un revolucionismo apocalíptico, combinado, no siempre en teoría, sino invariablemente en la práctica, con un culto, parecido al de Moloc, a la nación como óptimo bien. En todos estos casos se consi­dera la salvación como una liberación, mediante una variedad de artificios políticos y económicos de las mise­rias y males relacionados con malas condiciones materia­les para pasar a otra serie de futuras condiciones materia­les tanto mejores que las presentes que, de uno u otro modo, harán que todo el mundo sea perfectamente feliz, prudente y virtuoso. Oficialmente promulgada en todos los países totalitarios, sean de la derecha o de la izquier­da, esta confesión de fe es todavía sólo semioficial en el mundo, nominalmente cristiano, de la democracia capita­lista, donde la machacan en la mente popular, no los representantes del Estado o la Iglesia, sino los moralistas y filósofos más influyentes, esto es, los redactores de avisos (los únicos autores, en toda la historia de la litera­tura, cuyas obras son leídas diariamente por todos los miembros de la población).



En las teologías de las diversas religiones, la salvación es también considerada como una liberación de la locura, mal y miseria, para pasar a la felicidad, bondad y sabidu­ría. Pero los medios políticos y económicos se consideran subsidiarios con respecto al cultivo de la santidad perso­nal, la adquisición de mérito y el mantenimiento de la fe en algún divino principio o persona, que puede, de uno u otro modo, perdonar y santificar al alma individual. Ade­más, el fin que se procura alcanzar no se considera exis­tente en algún utópico período futuro, que empiece, por ejemplo, en el siglo XXII, o hasta quizás un poco antes, si nuestros políticos favoritos continúan en el poder y legis­lan adecuadamente; el fin existe "en el cielo". Esta última expresión tiene dos sentidos muy diferentes. Para los que probablemente constituyen la mayoría de los que profe­san las grandes religiones históricas, significa, y significó siempre, una feliz condición postuma de indefinida super­vivencia personal, concebida como una recompensa por las miserias inseparables de la vida en un cuerpo. Pero para los que, dentro de las diversas tradiciones religiosas, han aceptado la Filosofía Perenne como una teoría y han hecho todo lo posible para vivirla en la práctica, "el cielo" es otra cosa. Aspiran a ser libertados del yo separado en el tiempo y hacia la eternidad según se advierte en el conocimiento unitivo de la Base divina. Como la Base puede y debería ser unitivamente conocida en la vida presente (cuya finalidad y designio últimos no es otra cosa que este conocimiento), "el cielo" no es una condi­ción exclusivamente postuma. Sólo es completamente "salvado" el que es libertado aquí y ahora. En cuanto a los medios de salvación, son simultáneamente éticos, intelectuales y espirituales y han sido resumidos con ad­mirable claridad y economía en el Óctuple Sendero de Buda. La liberación completa está condicionada a lo siguiente: primero, Recta Creencia en la obvia verdad de que la causa del dolor y el mal es la avidez de existencia separante, egocéntrica, con el corolario de que no puede haber liberación del mal, sea personal o colectivo, sino desembarazándose de tal avidez y de la obsesión del "yo", "mi", "mío"; segundo, Recta Voluntad, la voluntad de libertarse a sí mismo y a los demás; tercero, Recto Hablar, dirigido por la compasión y caridad hacia todos los seres sensibles; cuarto, Recta Acción, con el objeto de crear y mantener la paz y la buena voluntad; quinto, Rectos Medios de Vida, o la elección tan sólo de profesio­nes no dañinas, en su ejercicio, para ningún ser humano o, si es posible, para ninguna criatura viviente; sexto, Recto Esfuerzo hacia el dominio de sí mismo; séptimo, Recta Atención o Recogimiento, que debe practicarse en todas las circunstancias de la vida, de modo que nunca hagamos el mal por mera falta de reflexión, porque "no sabemos lo que hacemos"; y, octavo, Recta Contempla­ción, el conocimiento unitivo de la Base, al cual dan acceso el recogimiento y el ético anonadamiento prescrito en las seis primeras ramas del Sendero. Tales son, pues, los medios que está al alcance del ser humano emplear para lograr la última finalidad del hombre y "salvarse".
De los medios que emplea la divina Base para ayudar a los seres humanos a alcanzar su meta, el Buda de las Escrituras palis (un maestro cuya antipatía por las "cues­tiones sin base" no es menos intensa que la del más severo físico experimental del siglo XX) rehusa hablar. Sólo está dispuesto a hablar del "pesar y su término" —el enorme hecho brutal del dolor y el mal y el otro hecho, no menos empírico, de que existe un método por el cual el individuo puede librarse del mal y hacer algo por dismi­nuir la suma del mal en el mundo que lo rodea. Sólo en el budismo mahayánico se discuten los misterios de la gra­cia con algo parecido a la plenitud de tratamiento conce­dido al tema en las especulaciones de las teologías hindú y cristiana, en esta última especialmente. La enseñanza primitiva, himayánica, sobre la liberación es simplemente una elaboración de las últimas palabras registradas del Buda: "La decadencia es inherente a todas las partes componentes. Obrad con diligencia vuestra propia salva­ción." Como en el bien conocido pasaje siguiente, toda la insistencia está en el esfuerzo personal.

Así, pues, Ananda, sed lámparas para vosotros mis­mos y sed un refugio para vosotros mismos. No os trasladéis a ningún refugio externo. Asios fuertemente a la Verdad como lámpara; asios fuertemente a la Verdad como refugio. No busquéis refugio en nadie fuera de vosotros. Y aquellos, Ananda, que ahora o después de mi muerte serán lámpara de sí mismos y no se traslada­rán a un refugio externo, sino que, asidos fuertemente a la Verdad como su lámpara y asidos fuertemente a la Verdad como su refugio, no buscarán refugio en nadie fuera de sí mismos —ellos alcanzarán la Cumbre más alta. Mas deben tener ansia de aprender.


Lo que sigue es un pasaje traducido libremente del Chandogya Upanishad. La verdad que este pequeño mito está destinado a ilustrar es que existen tantas con­cepciones de la salvación como grados de conocimiento espiritual y que la clase de liberación (o esclavizamiento) logrado por cualquier alma individual depende del punto hasta el cual esa alma quiera disipar su esencial volunta­ria ignorancia.

Ese Yo que está libre de impurezas de la vejez y la muerte, del pesar y la sed y el hambre, cuyo deseo es verdadero y cuyos deseos se realizan —ese Yo es el que ha de ser buscado e inquirido, ese Yo es el que ha de ser percibido.

Los Devas (dioses o ángeles) y los Asuras (demonios o titanes) tuvieron noticia de esta Verdad. Pensaron: "Busquemos y percibamos este Yo, de modo que poda­mos obtener todos los mundos y el cumplimiento de todos los deseos."

Así, pues, Indra, de los Devas, y Virochana, de los Asuras, se acercaron a Prajapati, el famoso maestro. Vivieron con él como alumnos durante treinta y dos años. Luego Prajapati les preguntó: —¿Por qué razón habéis vivido aquí todo este tiempo?

Contestaron ellos: —Oímos decir que aquel que per­cibe el Yo obtiene todos los mundos y la realización de todos sus deseos. Hemos vivido aquí porque queremos que se nos enseñe el Yo.

Prajapati les dijo: —La persona que se ve en los ojos: ésa es el Yo. Ésa es inmortal, sin miedo, y es el Brahm.

—Señor —preguntaron los discípulos—, ¿quién se ve reflejado en el agua o en un espejo?

—Él, el Atman —fue la respuesta—. Él realmente se ve en ésos. —Luego Prajapati añadió—: Miraos a vo­sotros mismos en el agua, y todo lo que no compren­dáis, venid a decírmelo.

Indra y Virochana examinaron su reflejo en el agua, y cuando se les preguntó qué habían visto del Yo, contestaron: —Señor, vemos al Yo, vemos hasta el cabello y las uñas.
Entonces Prajapati les ordenó ponerse sus más ricos vestidos y volver a mirar su "yo" en el agua. Así lo hicieron, y cuando se les volvió a preguntar qué habían visto, contestaron: —Vemos al Yo, exactamente como nosotros, bien ataviado y con nuestros más ricos vestidos.

Entonces dijo Prajapati: —El Yo se ve realmente en ésos. Ese Yo es inmortal y sin miedo, y ése es el Brahm. —Y los alumnos se fueron con el corazón complacido.

Pero, mirando cómo se alejaban, Prajapati se lamen­tó de este modo: —Los dos partieron sin analizar ni distinguir, y sin comprender al verdadero Yo. Quien­quiera que siga esta falsa doctrina del Yo debe perecer.

Satisfecho de haber hallado al Yo, Virochana volvió junto a los Asuras y empezó a enseñarles que sólo debe adorarse al yo corporal, que sólo al cuerpo ha de servirse, y que quien adora al yo y sirve al cuerpo gana ambos mundos, este y el siguiente. Y ésta, en efecto, es la doctrina de los Asuras.

Pero Indra, cuando regresó junto a los Devas, advirtió la inutilidad de este conocimiento. "Como este Yo —re­flexionó— parece estar bien adornado cuando el cuerpo está bien adornado, bien vestido cuando el cuerpo está bien vestido, así también será ciego si el cuerpo es ciego, cojo si el cuerpo cojea, deforme si lo es el cuerpo. Más aun. Este mismo Yo morirá, cuando el cuerpo muera. No veo bien alguno en tal conocimiento." Indra, pues, volvió junto a Prajapati en busca de nueva instrucción. Prajapati lo obligó a vivir con él por espacio de otros treinta y dos años; y luego se puso a enseñarle paso a paso, por así decirlo.

Prajapati dijo: —El que se mueve en sueños, gozan­do y glorificado: ése es el yo. Ése es inmortal y sin miedo, y es el Brahm.

Con el corazón complacido, Indra volvió a partir. Pero, antes de reunirse con los otros seres angélicos, advirtió también la inutilidad de aquel conocimiento. "Cierto es —pensaba— que este nuevo Yo no es ciego si el cuerpo es ciego; ni cojo o herido, si el cuerpo es cojo o herido. Mas aun en sueños el Yo tiene concien­cia de muchos sufrimientos. No veo, pues, bien alguno en esta enseñanza."

Así, pues, volvió junto a Prajapati en busca de nueva instrucción, y Prajapati lo hizo vivir con él durante treinta y dos años más. Al término de ese tiempo, Prajapati le enseñó del modo siguiente: —Cuando una persona duerme, descansando en perfecta tranquili­dad, no soñando sueños, entonces percibe al Yo. Ése es inmortal y sin miedo, y ése es el Brahm.

Satisfecho, Indra partió. Pero, aun antes de llegar a su hogar, comprendió también la inutilidad de tal co­nocimiento. "Cuando uno duerme —pensó— no se conoce a sí mismo como 'Éste es yo'. En el hecho, no se tiene conciencia de ninguna existencia. Ese estado es casi aniquilamiento. Tampoco veo bien alguno en este conocimiento."

Indra, pues, regresó de nuevo en busca de enseñan­za. Prajapati lo retuvo junto a sí otros cinco años. Al fin de ese tiempo, Prajapati le enseñó la verdad más alta del Yo.

—Este cuerpo —dijo— es mortal, siempre en las garras de la muerte. Pero en su interior reside el Yo inmortal y sin forma. Este Yo, cuando asociado a lo consciente con el cuerpo, está sujeto a placer y dolor; y mientras dura tal asociación, nadie puede librarse de dolores y placeres. Pero cuando la asociación llega a su término, terminan también dolor y placer. Levantándo­se por encima de la conciencia física, conociendo al Yo como distinto de los órganos de los sentidos y la men­te, conociéndolo bajo esta luz verdadera, uno se alegra y es libre.

Del Chandogya Upanishad
Después de percibir a su propio yo como el Yo, el hombre alcanza la abnegación; y en virtud de la abne­gación debe concebírsele como incondicionado. Éste es el misterio más alto, que anuncia la emancipación; mediante la abnegación no participa en placer ni dolor, sino que alcanza lo absoluto.

Maitrayana Upanishad
Deberíamos señalar y conocer la verdad de que ninguna clase de virtud y bondad, ni aun el Eterno Bien, podrá jamás hacer virtuoso, bueno o feliz al hombre, mientras se encuentre fuera del alma, esto es, mientras el hombre tenga trato con cosas externas mediante sus sentidos y su razón y no se retire dentro de sí para aprender a comprender su propia vida, quién y qué es.

Theologia Germánica

Realmente, la verdad salvadora no fue nunca predi­cada por el Buda, puesto que uno ha de percibirla dentro de sí mismo.



Sutralamkara

¿En qué consiste la salvación? No consiste en ningu­na fe histórica, en ningún conocimiento histórico de algo ausente o remoto; en ninguna variedad de restric­ciones, reglas y métodos para practicar la virtud; en ninguna formalidad de opinión acerca de la fe y las obras, el arrepentimiento, perdón de los pecados, o justificación y santificación; en ninguna verdad o recti­tud que puedas obtener de ti mismo, de los mejores hombres y libros, sino única y enteramente de la vida de Dios, o el Cristo de Dios, avivada y renacida en ti; en otras palabras, en la restauración y unión perfecta de la primera vida doble en la humanidad.



William Law

Law usa aquí la fraseología de Boehme y los demás "reformadores espirituales", a quienes los protestantes ortodoxos, luteranos, calvinistas y anglicanos convenían (era este uno de los poquísimos puntos en que lograban estar de acuerdo) en desconocer o perseguir. Pero está claro que lo que él y ellos llaman el renacimiento de Dios dentro del alma es esencialmente el mismo hecho de experiencia que los hindúes, más de dos mil años antes, describían como el advertimiento del Yo como interior y, sin embargo, trascendentalmente otro que el yo indivi­dual.

Ni los perezosos, ni los necios, ni los que no discier­nen alcanzarán el Nirvana que es el desatar de todos los nudos.

Iti-vuttaka

Esto parece suficientemente obvio. Pero la mayoría de nosotros hallamos placer en la pereza, no podemos mo­lestarnos en estar constantemente recogidos y, con todo, deseamos apasionadamente salvarnos de los resultados de la pereza y falta de advertimiento. En consecuencia, ha habido un difundido deseo de salvación y una difundi­da creencia en Salvadores que entren en nuestra vida, sobre todo a la hora de su término y, como Alejandro, corten los nudos gordianos que nuestra pereza no nos ha dejado desatar.

Pero Dios no es burlado. La naturaleza de las cosas es tal, que el conocimiento unitivo de la Base, dependiente del logro de una total abnegación, no puede en ningún modo alcanzarse, aun con ayuda externa, por los que no son todavía abnegados. La salvación obtenida por la creencia en el poder salvador de Amida, por ejemplo, o Jesús, no es la liberación total descrita en los Upanishads, las Escrituras budistas y los escritos de los místicos cristia­nos. Es algo diferente, no meramente en grado, sino en clase.

Habla tanta filosofía como te plazca, adora tantos dioses como quieras, observa todas las ceremonias, canta devotas alabanzas a cuantos seres divinos te parezca —la liberación no llega jamás ni al final de un centenar de edades, sin el advertimiento de la Unidad del Yo.

Shankara

Este Yo no es advertible por el estudio, ni aun por la inteligencia y la erudición. Este Yo revela su esencia únicamente a aquel que se aplica al Yo. El que no abandonó los caminos del vicio, que no puede domi­narse, que no posee la paz interior, cuya mente está turbada, no puede nunca advertir el Yo, aunque esté lleno de toda la ciencia del mundo.



Katha Upanishad

El Nirvana es allí donde no hay nacimiento ni extin­ción; es la visión del estado de la Talidad, que absolu­tamente trasciende todas las categorías construidas por la mente; pues es la conciencia interior del Tathagata.



Lankavatara Sutra
Las falsas o, en el mejor caso, imperfectas salvaciones descritas en el Chandogya Upanishad son de tres clases. Hay primero la seudosalvación relacionada con la creen­cia de que la materia es la Realidad última. Virochana, el demoníaco ser que es la apoteosis de la extravertida somatotonía, encariñada con la fuerza, encuentra perfec­tamente natural el identificarse con su cuerpo, y regresa junto a los otros titanes en busca de una salvación pura­mente material. Encarnado en el presente siglo, Virochana habría sido un ardiente comunista, fascista o nacionalista. Indra ve el engaño del salvacionismo mate­rial y se le ofrece entonces la salvación onírica, la libera­ción de la existencia corporal en un mundo intermedio entre la materia y el espíritu —ese universo psíquico, fascinantemente raro y excitante, desde el cual los mila­gros y predicciones, las "comunicaciones de espíritus" y percepciones extrasensorias hacen sus sorprendentes irrupciones en la vida ordinaria. Pero esta clase, más libre, de existencia individualizada es todavía demasiado personal y egocéntrica para satisfacer a un alma cons­ciente de su incompleta condición y ansiosa de comple­tarse. Indra, pues, va más allá y es tentado a aceptar la indiferenciada conciencia del sueño profundo, del falso samadhi y el éxtasis quietista, como liberación final. Pero él rehusa, según las palabras de Brahmananda, confundir tamas y sattuas, la pereza y lo subconsciente con el aplo­mo y la supraconsciencia. Y así, por el discernimiento, llega a la percepción del Yo, que es el esclarecimiento de la oscuridad, que es ignorancia, y la liberación de las consecuencias mortales de esa ignorancia.

Las salvaciones ilusorias, contra las cuales nos previe­nen las otras citas, son de distinta clase. El énfasis es aquí puesto en la idolatría y superstición —sobre todo el culto idólatra de la razón analítica y sus nociones, y la supersti­ciosa creencia en ritos, dogmas y confesiones de fe como si, de algún modo, fueran de suyo mágicamente eficaces. Muchos cristianos, como lo deja entender Law, han sido culpables de tales idolatrías y supersticiones. Para ellos, la liberación completa hacia la unión con la divina Base es imposible, sea en este mundo o postumamente. Lo mejor que pueden esperar es una vida meritoria, pero todavía egocéntrica, en el cuerpo y alguna clase de postuma, feliz "longevidad", como la llaman los chinos, alguna forma de supervivencia, tal vez paradisíaca, pero aún envuelta en tiempo, separación y multiplicidad.

La beatitud en que se liberta el alma iluminada es algo completamente distinto del placer. ¿Cuál es pues, su natura­leza? Las citas que siguen nos dan, al menos, una respuesta parcial. La bienaventuranza se apoya en la abnegación y el desprendimiento, y así puede ser gozada sin reacción ni saciedad, es una participación en la eternidad y, por lo tanto, permanece como es sin mengua ni fluctuación.

En adelante, en el verdadero Brahm, se hace (el espíritu libertado) perfecto y otro. Su fruto es el desatar de lazos. Sin deseos, alcanza la eterna e inmensurable beatitud, y ahí reside.



Maitrayana Upanishad

Dios ha de ser gozado; las criaturas, sólo usadas como medio hacia Aquel que ha de ser gozado.

San Agustín

Entre los placeres espirituales y corporales hay la diferencia de que los corporales engendran deseo an­tes de que se obtengan y, después de obtenidos, des­agrado; y los espirituales, por el contrario, no suscitan cuidado cuando no se tienen, pero son deseados cuan­do se tienen.

San Gregorio el Grande

Cuando el hombre se halla en uno de estos dos estados (beatitud o noche oscura del alma) todo mar­cha bien para él, y está tan seguro en el infierno como en el cielo. Y mientras, como hombre está en la tierra, le es posible pasar a menudo del uno al otro; sí, aun en el espacio de un día y una noche, y todo sin su propio obrar. Pero cuando el hombre no está en nin­guno de estos dos estados, tiene trato con las criatu­ras, y vacila de acá para allá y no sabe qué modo de hombre es.



Theologia Germánica
Gran parte de la literatura del sufismo es poética. A veces, esta poesía es harto forzada y extravagante; a veces bella con luminosa simplicidad, a veces oscura y casi inquietantemente enigmática. A esta última clase pertenecen las prelaciones de Niffari el egipcio, santo musulmán del siglo décimo. He aquí lo que escribía sobre el tema de la salvación:

Dios me hizo ver el mar, y vi las naves hundiéndose y las tablas flotando; luego también se sumergieron las tablas. Y Dios me dijo: "Los que viajan no se salvan." Y me dijo: "Los que, en vez de viajar, se arrojan al mar, se arriesgan." Y me dijo: "Los que viajan y no se arriesgan perecerán." Y me dijo: "La superficie del mar es un brillo que no puede alcanzarse. Y el fondo es una oscuridad impenetrable. Y entre los dos hay grandes peces, que han de temerse."

La alegoría es harto clara. Las naves que conducen a los individuales viajeros a través del mar de la vida son sectas e Iglesias, colecciones de dogmas y organizaciones religiosas. Las tablas, que también se hunden al fin, son todas las buenas obras que no llegan a la abnegación total y toda fe menos absoluta que el conocimiento unitivo de Dios. La liberación hacia la eternidad es el resultado de "lanzarse al mar"; según las palabras de los Evangelios, uno debe perder la propia vida para salvarla. Pero lanzarse al mar es arriesgado —no tanto, por su­puesto, como viajar en un vasto Queen Mary, provisto de las últimas novedades en comodidades dogmáticas y or­namentos litúrgicos y con rumbo al cajón de Davy Jones o, en el mejor caso, a un puerto equivocado; pero, con todo, bastante peligroso. Pues la superficie del mar —la divina Base según se manifiesta en el mundo del tiempo y la multiplicidad— brilla con un resplandor reflejado no más fácil de asir que la imagen de la belleza en un espejo; mientras que el fondo, la Base según es eternamente en sí, parece meramente oscuridad a la mente analítica, cuando ésta atisba hacia las honduras; y cuando la mente analítica decide unirse a la voluntad, en la necesaria zambullida final hacia el anonadamiento, debe arrostrar el desafío, mientras se hunde, de esas devoradoras seudosalvaciones descritas en el Chandogya Upanishad —salvación onírica en ese fascinante mundo psíquico, donde el yo sobrevive todavía, pero con una clase de vida más feliz y menos embarazada, o bien la salvación del sueño del falso samadhi, de unidad en lo subconsciente en vez de unidad en la supraconsciencia.

La apreciación de Niffari acerca de las probabilidades de que un individuo alcance la finalidad última del hom­bre no peca de excesivo optimismo. Pero lo cierto es que ningún santo o fundador de religión, ningún expositor de la Filosofía Perenne ha sido jamás optimista. "Muchos son los llamados, pero pocos los elegidos." Los que no eligen ser elegidos no pueden esperar nada mejor que alguna forma de salvación parcial bajo condiciones que les permitan avanzar hacia la liberación completa.




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