El escepticismo antiguo


Protágoras: experiencia y relativismo de la verdad



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5. Protágoras: experiencia y relativismo de la verdad.
Mencionar el nombre de Protágoras es evocar la imagen de uno de los mejores sofistas. Si la gloria de un filósofo depende de la excitación o de la apatía con que lo leen las posteriores generaciones, podemos decir que hasta ahora Protágoras ha cumplido con creces el primer requisito; no sabemos nada del porvenir. Sexto también presta a Protágoras una gran atención. Los elementos de la filosofía protagórea van a añadir nuevos argumentos que terminarán conformando el perfil del escepticismo: de ahí el interés de la interpretación que el escepticismo hace de su filosofía.

Es un lugar común, adelantar como supuesto epistemológico en los sofistas un cierto escepticismo en el conocimiento. En Protágoras esa actitud se reconoce, pero junto a ella aparecerá con más fuerza un cierto subjetivismo que tendrá nuevas consecuencias. Se puede avanzar que ese subjetivismo con tintes escépticos propone una salida original al problema, eternamente fijado entre los presocráticos, de la relación entre la apariencia y el ser. Considerar con justicia a Protágoras nos obliga a referirnos a Demócrito de Abdera. Entre ambos existe una parcial coincidencia y una no menor oposición, pero este acuerdo, por un lado, y antagonismo, por otro, implican una estrecha relación: quizá, este parentesco tenga su origen en que ambos fueron discípulos y compartieron las mismas enseñanzas de Leucipo. Este vínculo entre los abderitas es fácilmente constatable; sin embargo, es difícil saber quién precede en la relación. No hay una cronología exacta que pueda resolver este problema y fije, sin lugar a dudas, las fechas de nacimiento de Demócrito y Protágoras. Los testimonios sobre este particular son muchos y conjeturables. Epicuro307, Diógenes Laercio308, Filóstrato309, Eusebio310 y Clemente311 afirman que Protágoras fue discípulo de Demócrito. Plutarco312 y Sexto Empírico313 presentan a Demócrito como adversario de Protágoras. Mientras que el testimonio de Apuleyo es el único que hace expresa referencia a la edad de ambos, diciendo que Protágoras y Demócrito eran de la misma edad314. Así pues, aunque no existe unanimidad de criterio sobre su cronología315, creemos, basándonos en el texto de Diógenes (X, 8) y la confirmación de Atenodoro (68 A 9), que Protágoras llega después que Demócrito (dice el texto que primero se dedicó a otras tareas) al conocimiento de la filosofía.

Protágoras fue el más famoso de los sofistas. Platón sugiere que es el primero en adoptar el nombre de «sofista» y cobrar un estipendio por las enseñanzas que ofrece316. Su intento de mostrar una visión equilibrada del hombre y de la sociedad le lleva a preocuparse en primer lugar por la __siV y, como no, por la forma que tenemos de conocerla.

El término phýsis es usualmente traducido por «naturaleza»317. En los sofistas, el vocablo adquiere un notable desarrollo por sí mismo, y por el tradicional antagonismo que mantiene con el concepto nómos318, sin el cual no se entiende completamente. De ahí que, aunque pueda traducirse con total garantía por «naturaleza», sostenemos que al aparecer en oposición al concepto nómos, también es correcto traducirlo por «realidad», que puede marcar el contraste con mayor claridad.

El Demócrito reconocido por los escépticos e incorporado a su visión de la historia del pensamiento declaraba que el hombre está separado de la realidad por la barrera de los sentidos y que la verdad se alcanza, únicamente, por medio de la razón, pero también declara la imposibilidad de fundamentar el conocimiento racional. A partir de aquí, lo único cognoscible que queda es aquello que a cada cual aparece319. Protágoras defiende, desde aquí, que sólo existen verdades subjetivas, relativas al sujeto que las tiene. Pero lo más interesante es que estas verdades que provienen de las apariencias que percibe el sujeto, no dependen sólo de los objetos exteriores de los cuales son reflejo (algunas veces ocurre que un mismo objeto produce sensaciones diferentes en sujetos diferentes), sino que dependen más del estado subjetivo de cada uno, que varía de un sujeto a otro, y de un momento a otro de la vida.

Como punto de partida, Protágoras excluye una phýsis o realidad permanente, pues si ninguna cosa permanece, ninguna cosa puede ser fijada de una forma o de otra. El verdadero significado de la phýsis está unido al relativismo de la teoría que declara: «el hombre es medida de todas las cosas». Esta afirmación protagórea tiene su raíz en uno de los argumentos más famosos de la historia de la filosofía:


«El hombre es la medida de todas las cosas; de las que son, que son, de las que no son, que no son»320.
Esta declaración aparece al comienzo de los escritos de Protágoras que, según Platón, tenían el título de «La Verdad» («_Al_qeia» o «Per_ _Alhqe_aV»)321 y según Sexto «Los argumentos demoledores» («o_ katab_llonteV»)322, posiblemente otro nombre para la misma obra. La interpretación de esta sentencia fue materia de discusión en el tiempo de Platón y sigue siéndolo en la actualidad: la correcta comprensión del significado de este argumento nos lleva al núcleo del pensamiento sofístico en general y de Protágoras en particular.

Las versiones más familiares de los argumentos de Protágoras aparecen en el Teeteto de Platón y en el libro IV de la Metafísica de Aristóteles. Para salvar algunos escollos propios de la interpretación de esta declaración podemos ponernos de acuerdo en dos cuestiones sobre las cuales existe cierta aceptación por parte de los investigadores.

1/ La primera de ellas es que hay que interpretar el argumento protagóreo del m_tron _nqrwpoV en el sentido de que el hombre, que es la medida de todas las cosas, es cada hombre individual (o cada grupo particular de individuos), tal como somos tú y yo y no ciertamente la raza humana o el hombre en general tomado como entidad singular. La cuestión que acabamos de exponer se discute en el Teeteto platónico323. Allí debaten Sócrates y Teeteto sobre el problema de ¿qué es el saber? La primera definición sobre este particular la da Teeteto, el cual viene a decir, como punto de partida, que la persona que sabe, tiene conocimiento sensible de lo que sabe, por lo que el saber no puede ser otra cosa que sensación324. Evidentemente, no se le escapa a Sócrates que esta tesis de Teeteto puede ser reducida a la fórmula de Protágoras. En este sentido, refiriéndose a la definición que acaba de hacer Teeteto, dice Sócrates que puede ser identificada con la tesis protagórea de que el hombre es la medida de todas las cosas325.

Es innegable la relación de la tesis del homo-mensura con el individuo. Negar esta conexión sería imputar a Platón algún error involuntario en el análisis de la proposición o una voluntaria interpretación descuidada de esta tesis, lo cual es poco defendible, porque la interpretación de Platón326 se encuentra acreditada por algunos pasajes de otros autores como Aristóteles que afirma rotundamente que la opinión de cada uno (_k_st_) es la verdad327.O como Sexto Empírico, (el que más nos interesa) que confirma al hombre como criterio, y reclama como consecuencia más inmediata la aparición de la relatividad (t_ pr_V ti), lo cual le parece al Empírico una muestra inequívoca de la similitud de esta teoría con algunos aspectos del escepticismo pirrónico: «Así pues, lo que él [Protágoras] está afirmando con rotundidad es que el hombre es criterio de todas las cosas, de las que son, que son, de las que no son, que no son. Y consecuentemente, establece solamente las cosas que aparecen a cada uno (ka_ di_ to_to t_qhsi t_ _ain_mena _k_st_ m_na), y de este modo introduce la relatividad (ka_ o_twV e_s_gei t_ pr_V ti). Por esta razón parece tener algo en común con los pirrónicos»328. Esta fórmula protagórea puede adquirir una fuerte carga ontológica si enfatizamos el son; las cosas son para mí dulces y para ti son amargas: en rigor son las dos cosas. Aristóteles se refiere a esta interpretación como ontología fenomenista, de ahí que haga relativas todas las cosas. Sexto acepta la hermeneútica aristotélica y muestra el sinsentido de la pregunta por la cosa en sí, por eso se introduce la relatividad329, porque sólo podemos hablar de cómo son las cosas para el perceptor. En este pasaje, Sexto supone que Protágoras tiene algo en común con los pirrónicos, al incluir en su doctrina el relativismo de las cosas: sólo lo que aparece a cada uno es verdad. Pero entiende que la filosofía de Protágoras difiere con el escepticismo en que dogmatiza al calificar al hombre como criterio de verdad.

2/ Cuando hablamos sobre las cosas y decimos que el hombre es su medida no nos referimos a la existencia o no-existencia de las cosas, sino al modo en que son y al modo en que no son, dicho en términos modernos nos referimos a cuáles son los predicados que deben ir ligados, fijados a ellas en declaraciones predicativas-subjetivas que realiza un sujeto.

De ahí que en el Teeteto platónico, refiriéndose a la tesis de Protágoras, dice Sócrates que las cosas son «para mí» y «para ti» tal como se nos aparecen330. Esta interpretación de las opiniones e impresiones que tiene el hombre como individuo es confirmada por Sexto Empírico cuando observa que «todas las impresiones sensibles y opiniones son verdaderas (p_saV t_V _antas_aV ka_ t_V d_xaV _lhqe_V _p_rcein) y que la verdad es relativa (ka_ t¢n pr_V ti e_nai t_n _l_qeian) puesto que cada cosa que aparece a alguien o es opinada por alguien es real para aquél»331. Implícitamente se manifiesta en esta tesis la posibilidad de cierto relativismo casi sin límites; pues si alguien afirma que el hombre no es criterio de todas las cosas, está confirmando la declaración de que el hombre es criterio de todas las cosas; pues la misma persona que hace esta declaración es un hombre y afirma que lo que le aparece relativamente es una afirmación de una de las apariencias que le ocurren a él mismo. Y no conviene que intentemos refutar esta afirmación basada en unas condiciones de percepción, con otra basada en otras condiciones de percepción diferentes. Por tanto, como dice el propio Sexto332, no podemos enfrentar las apariencias propias del estado de locura a las que aparecen a una mente sana, ni las del sueño a las del estado de vigilia; pues tanto el hombre enfermo como el sano, el dormido o el despierto fundan sus apariencias en un cierto estado de la mente; y como ninguna impresión es recibida independiente de sus circunstancias, cada hombre tendrá apariencias que deben ser aceptadas, al ser recibidas en unas circunstancias determinadas y propias que sólo a él afectan. Además, esta proposición también puede ser interpretada o calificada como escéptica en el sentido que luego normalizará Timón: es decir, si la miel parece dulce a algunos y amarga a otros, entonces será dulce para aquellos a los que se aparezca como dulce y amarga para aquellos a los que les parezca amarga; ahora bien no podemos saber cómo es la miel en verdad.

Estos dos puntos que acabamos de estudiar son aceptados por la mayoría de los estudiosos. Es obvio que estas cuestiones están a salvo en el fragmento protagóreo. El resto de la sentencia, sin embargo, está abierta al debate al ser más compleja y contar con múltiples dificultades.

La cuestión más controvertida concierne a la naturaleza y el «status» de las cosas para las que el hombre es medida. Volvamos a la discusión de Platón en el Teeteto, ya que allí se da algún ejemplo conveniente para esta controversia. El texto de Platón arriba mencionado afirma que para Protágoras el hombre es medida de todas las cosas; significando con ello que las cosas son para mí tal como a mí me parecen que son y son para ti tal y como a ti te parecen que son. Para aclarar este extremo Sócrates pone un ejemplo:


«- ¿No es verdad que, cuando sopla el mismo viento, para uno de nosotros es frío y para otro no? ¿Y que para uno es ligeramente frío, mientras que para otro es muy frío?

- Sin duda.

- ¿Diremos, entonces, que el viento es en sí mismo frío o no? ¿O creeremos a Protágoras y diremos que es frío para el que siente frío y que no lo es para quien no lo siente?»333.
Si atendemos, sensu stricto, a lo que dice Protágoras: que el viento es frío para algunos que lo sienten frío y no lo es para los que no lo sienten así; esta teoría implicaría cierto rechazo del cotidiano y corriente punto de vista según el cual el viento es en sí mismo o bien frío o no frío, y que uno de los dos perceptores está equivocado al suponer que el viento es así como a él le parece y el otro perceptor está en lo correcto. Independientemente de que la interpretación de Protágoras sea correcta o no, debemos considerar, tal como propone Kerferd334, tres posibilidades de interpretación de este argumento:

a) No hay un viento único, sino dos vientos privados singulares: mi viento que es frío y tu viento que no lo es.

b) Hay un viento común, pero no es ni frío ni cálido. La característica de frialdad sólo existe para mí privadamente. El viento existe independientemente de mí; pero no su frialdad o no frialdad que depende de mi percepción.

c) El viento es en sí mismo ambas cosas frío y caliente. Frío y caliente serían en este caso dos cualidades que pueden coexistir en el mismo objeto: yo percibo una y tú percibes otra.

En la literatura sobre el argumento protagóreo, estos tres puntos de vista han fundamentado las interpretaciones modernas. A las dos primeras335 se las puede caracterizar como las representantes del punto de vista subjetivista336, y la última como la defensora del punto de vista objetivista337.

Después de explicar que para la doctrina del hombre-medida de Protágoras el viento era frío para el hombre que lo siente frío y no para aquél que no lo siente así, Platón subraya en este contexto, que la percepción (a_sqhsiV) es identificada con la apariencia correspondiente (_antas_a)338, o lo que es igual que parecer es lo mismo que ser percibido, concluyendo que la percepción es siempre de algo que es y es infalible como saber que es339. Significa que cada percepción en cada persona individual y en cada ocasión es, estrictamente hablando, incorregible: nunca puede ser corregida por la percepción de otra persona que difiera de la mía, ni por algún otro acto de percepción. Los objetos externos tendrán una determinación u otra, una forma u otra, dependiendo de la relación que cada uno tenga con el sujeto particular. Esta idea significa que en el conocimiento de las cosas naturales todas las impresiones sensibles y opiniones son verdaderas y que la verdad es relativa ya que cada cosa que aparece a alguien o es opinada por alguien es real respecto de él340. De ahí que diga Sexto Empírico que aunque algunos hayan considerado a Protágoras como uno de los que eliminan el criterio, sin embargo él afirma otra cosa diferente ya que, al menos, las impresiones y las opiniones que tenemos son verdaderas y por tanto pueden actuar como criterio341.

Protágoras intentó solucionar el eterno problema de la apariencia y el ser: su conclusión tiende a la identificación del ser con la apariencia, de la misma forma que otros proclaman el ser sobre la apariencia. Frente a la instalación del ser como realidad y de la razón como única forma de conocerlo, Protágoras se inclina al efecto contrario; es decir, a la justificación de la apariencia y a la fiabilidad absoluta en los sentidos como únicos instrumentos para percibir lo que aparece. La restricción de la realidad que hace Protágoras a lo que me aparece, al fenómeno, no es puesta en duda ni por Sexto342 ni por Aristóteles343.

Sin embargo, Sexto Empírico no se mantiene en esta interpretación del relativismo protagóreo que termina identificando el fenómeno con la cosa; sino que aplica, además, el esquema escéptico propio que opone metódicamente las apariencias a la realidad, distinguiendo, críticamente, un discurso diferente referido a cada una de las dos instancias. El vinculado a las apariencias es válido, mientras que el ligado a la realidad es dogmático pues aquí no hablamos de lo que aparece sino que pretende referirse a la realidad misma, más allá de todas las apariencias. Sexto critica, en este sentido, la declaración protagórea de que todas las apariencias son verdaderas; ya que esta afirmación, que impide cualquier debate por la imposibilidad de contradecir en el discurso, lleva aparejada su propia refutación, pues rebasa el límite de las apariencias al calificarlas como verdaderas. La declaración de Protágoras de que las impresiones sensibles que percibimos son verdaderas, es dogmática y peligrosa para el escéptico, pues crea un criterio de verdad mediante el cual juzgar todo conocimiento. Según esto, no hay diferencia entre aparecer y ser, pues supone Sexto que Protágoras pretende establecer que todas las percepciones existen realmente, se dan en las cosas mismas y no solamente en su mero aparecer para el perceptor; como consecuencia, cada uno de nosotros es criterio exacto y seguro de nuestras propias impresiones. Según esta interpretación, Sexto entendería el significado de la teoría del hombre-medida de manera objetiva; de ahí la visión de Protágoras no tanto como relativista, sino más bien como subjetivista cuyo punto de vista es que cada juicio es verdadero simpliciter, verdadero absolutamente, no simplemente para la persona que piensa que es así344: así pues, todas las cosas que aparecen (p_nta t_ _ain_mena) a los hombres, existen y las que no aparecen a ninguno de los hombres, sin más, no existen345.

No obstante, una afirmación de este estilo plantea unas dificultades lógicas insalvables. Sexto las reconoce y argumenta contra la falacia de que toda apariencia es verdadera: «ciertamente -dice Sexto- nadie podría proponer como verdadera toda apariencia, ya que esto se refuta a sí mismo (peritrop_n), como Demócrito y Platón enseñaban, refutando a Protágoras; porque si toda apariencia es verdadera (p_sa _antas_a _st_n _lhq_V), también el (juicio) que ninguna apariencia es verdadera, si está basado en una apariencia será verdadero, y entonces el (juicio) que toda apariencia es verdadero será falso (t_ p_san _antas_an e_nai _lhq_ gen_setai ye_doV)»346. En la estructura interna de este argumento, interviene un peculiar nivel lógico marcado por el término «peritrop_n» que hemos traducido como «se refuta a sí mismo»347. Con este razonamiento, Sexto está sugiriendo, con unos elementos conceptuales más desarrollados, el sentido original del argumento. La crítica a la afirmación protagórea es certera en el sentido de que uno no puede decir que cada una de las apariencias o impresiones sensibles del hombre son verdaderas, porque este juicio se refuta a sí mismo, pues si cada apariencia es verdadera, el juicio de que no hay apariencias verdaderas, si está basado en una impresión sensible, sería verdadero también, y entonces el juicio de que cada apariencia o impresión sensible es verdadera sería falso. Según Sexto, Protágoras está vacilando entre un escepticismo germinal y una suerte de dogmatismo, señalado por la interpretación objetiva de su filosofía. Por tanto, la calificación que hagamos de las tesis de Protágoras depende de cómo las interpretemos; si las teorías del sofista son entendidas de forma subjetiva, entonces estaremos ante un autor que tiene una aparente similitud con el escepticismo. Para el escéptico también el hombre es la medida de todas las cosas, a condición de que inmediatamente añada «según me parece»; es decir, hasta esta afirmación es puesta en duda, o al menos suavizada con un «me parece a mí».

En cualquier caso, Protágoras defiende un cierto fenomenismo en el que el fenómeno puede ser criterio con algunas matizaciones: lo que se me aparece es verdadero para mí, pero no puedo convertir ese fenómeno subjetivo en un fenómeno objetivo y verdadero para todos. Decir que el fenómeno que me aparece es verdadero puede tener dos traducciones: en la primera, X me parece Y es una constatación subjetiva de una percepción que recibo, y como tal válida; en la segunda, X que aparece es Y es un juicio más sobre lo que aparece, que sobre el dato sensible que yo percibo: en este caso postulo algo que está más allá del fenómeno. Así, lo que en un principio es una actitud escéptica, puede llegar a tener tintes dogmáticos; pues identificar verdad con apariencia lleva a un callejón sin salida, ya que no sólo digo que tengo impresiones sensibles y opiniones, sino que, y aquí es donde está el problema, éstas son verdaderas. Afirmar, pues, la verdad de las impresiones es emitir un juicio aseverativo sobre ellas del que no tenemos certeza de si es falso o verdadero. Esta objeción sólo es posible si Protágoras de manera consciente aísla y separa la declaración «todas las apariencias son verdaderas» que califica los hechos, de la declaración misma. Es decir, solo es posible este argumento si los razonamientos utilizados por Protágoras son entendidos objetivamente y no como materia de apariencia también a múltiples observadores. Cualquier objeto X puede aparecer Y a uno y Z a otro, en cuanto que aquí se pone el acento en el aparecer; pero no puede ocurrir que las dos cualidades Y y Z puedan coexistir en el mismo objeto físico.



Si atendemos a la pormenorizada demarcación que posteriormente realizará el pirronismo técnico, entre afirmaciones referidas a las apariencias y afirmaciones acerca de la realidad, que están más allá de las apariencias (sobre las cuales el escéptico tiene que suspender su juicio), las proposiciones de Protágoras se pueden calificar como dogmáticas. Pero tendemos a pensar que Protágoras propuso no tanto una afirmación sobre la realidad en sí, sino cierta no-determinación de la misma, de ahí que esté resuelta, de manera relativa, únicamente para el perceptor. Esta sugerencia está coordinada con aquella otra parte de la doctrina del hombre-medida, en la que Protágoras, según Diógenes Laercio, afirmó que en todas las cosas hay dos razones contrarias entre sí: «El primero que dijo sobre toda cosa hay dos argumentos contrarios el uno al otro (Ka_ pr¢toV __h d_o l_gouV e_nai per_ pant_V pr_gmatoV _ntikeim_nouV _ll_loiV)»348.

Ante esta teoría surgen dos dificultades. La primera se apoya en el siguiente razonamiento, si cada percepción del hombre es verdad y esta percepción constituye un argumento, puede parecer que concerniendo a cada cosa no sólo existen dos argumentos sino un número mucho mayor, tantos como personas diferentes con diferentes percepciones. La respuesta ante esto es que todas las percepciones por muchas que sean pueden ser reducidas a sólo dos, cuando una es tomada como punto de partida. Si el punto de partida es A, todo lo demás es tomado como no-A. Pero esto da paso a la segunda objeción más importante. A y no-A son claramente contradictorias. No sorprende aquí la crítica de Aristóteles a este planteamiento, ya que, desde una perspectiva lógica, si «A» es verdadero «no A» no puede serlo también, o estaría violando el principio de contradicción349; pero este principio no era una necesidad lógica del sistema de Protágoras. Efectivamente, si el sofista hubiese aceptado el principio de contradicción no habría podido reconocer las antilogías. Además, nosotros hemos presentado a Protágoras como uno de los creadores de la declaración de que es imposible contradecir350. Si, como hemos supuesto, parece que hay una fuerte evidencia de que Protágoras defendió que la contradicción es imposible, entonces tenemos un aparente conflicto con la teoría de los dos lógoi. Digo aparente, porque lo que tenemos que comprender es que en este problema hay articulados dos niveles. En un pasaje descubierto hace relativamente poco tiempo351, Dídimo el ciego declara que la gente se contradice constantemente, en el sentido de que cotidianamente nosotros oponemos una declaración negativa a otra declaración que no lo es. Y esta contradicción se da en los asuntos cotidianos tanto como en los argumentos filosóficos. El aparente conflicto se reduce a que la contradicción es posible en la función verbal, pero nunca puede ser aplicable al ámbito de las cosas sobre las que nosotros hablamos. Por lo tanto, cuando nosotros levantamos una contradicción en el ámbito de las palabras, debemos ser conscientes de que es sólo aparente; y si las dos declaraciones que conforman la contradicción tienen significado, entonces ocurre, sin duda, que se refieren a diferentes cosas y no a la misma. No es la oración o la formulación verbal lo que resulta verdadero o falso, sino lo expresado, el hecho expresado por aquélla. Este doble ámbito, el de la cosa sobre la que se habla y lo que se dice de ella, son perfectamente recogidos por un pasaje de Séneca que distingue entre el ámbito de las cosas (realidad, nivel 0), el del lenguaje que se refiere a ellas (lenguaje, nivel 1) y el ámbito de la declaración misma (metalenguaje, nivel 2), sobre la que se puede, como cosa que es, mantener, de forma aparente, el pro y el contra: «Protágoras dice que se puede sostener igualmente el pro y el contra respecto de todas las cosas, de igual modo que sobre esto mismo: si es posible, o no, sostener el pro y el contra respecto de todas las cosas»352. Estas dos declaraciones a las que se reducen todas las demás pueden ser ambas verdaderas sin contradicción, pues las declaraciones son sobre diferentes cosas, implicadas en el lenguaje que refiere a las cosas. Protágoras eligió la experiencia de las dos razones muy enraizada en el pensamiento griego como única forma de superar dialécticamente el estatismo de la filosofía, consecuencia del desarrollo de la teoría parmenídea. Como demostración de lo que acabamos de decir, es una suerte que haya sobrevivido el testimonio de Porfirio sobre el libro de Protágoras «Sobre lo que es». De acuerdo con este testimonio, Protágoras argumenta de forma amplia usando una serie de demostraciones contra aquellos que defienden la unidad del ser353. De lo que se deduce que Protágoras insiste en que lo que es, no es «uno», sino una «pluralidad» en todas las ocasiones. Y en cada ocasión es lo que me parece a mí. Por eso, dijimos antes que si algo puede deducirse que afirmó Protágoras fue la poca determinación de la realidad, pues si en cada ocasión las cosas son según me parecen a mí, éstas no son de un modo más que de otro354.

Constatamos, pues, una línea de relación del pensamiento protagóreo con la escuela escéptica antigua. Protágoras no puede ser calificado completamente como escéptico, pero da un nuevo paso para la aparición del escepticismo. Es evidente que el desarrollo del pensamiento que culmina en el pirronismo no podrá prescindir totalmente de un cierto dogmatismo, pero éste será mayor o menor según los casos, y en el caso de Protágoras es menor. Al sostener la infalibilidad de todo fenómeno para el que lo percibe, adopta un cierto subjetivismo fenomenista355 que implica no sólo el relativismo del ser sino también el relativismo de la verdad. De tal forma que, para el subjetivista lo que le aparece a alguien es verdadero con una condición y es que esta misma declaración también forma parte del aparecer de alguien. El círculo de las influencias sobre el escepticismo y sobre Pirrón se va cerrando. Nuestro escéptico se va a encontrar, por un lado, con la afirmación dogmática de que lo que aparece no es la realidad, es decir no es verdadero; y por otro, con la justificación plena del valor de la apariencia, como lo único perceptible. Pirrón nos previene tanto sobre una como sobre otra actitud. Y es aquí donde radica la diferencia entre Protágoras y Pirrón.



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