El escepticismo antiguo



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EL ESCEPTICISMO ANTIGUO:

POSIBILIDAD DEL CONOCIMIENTO

Y BÚSQUEDA DE LA FELICIDAD

Í N D I C E

Agradecimientos 13

Lista de Abreviaturas 14

Introducción 15

CAPÍTULO I
APROXIMACIÓN CRÍTICA A LAS FUENTES DEL PIRRONISMO
1. Timón de Fliunte, el portavoz de la doctrina de Pirrón 25

2. Cicerón: la tradición académica 35

3. Aulo Gelio: distinción entre pirrónicos y académicos 47

4. Sexto Empírico: la fidelidad de un historiador de la filosofía 57

5. Diógenes Laercio: reflexiones sobre la vida de los filósofos escépticos 67

CAPÍTULO II


PROLEGÓMENOS: HIPÓTESIS PARA UNA LECTURA ESCÉPTICA

DE LA FILOSOFÍA GRIEGA.
1. Las sucesiones filosóficas: elementos ordenadores de la filosofía 77

2. Crítica epicúrea a los que arruinan el conocimiento 83

3. Los Sillos de Timón: apuntes sobre el origen y desarrollo del «fenomenismo» pirrónico 87


CAPÍTULO III
ANTECEDENTES DEL ESCEPTICISMO EN LA FILOSOFÍA PREHELENÍSTICA.

1. El hipotético »escepticismo» de Jenófanes 101

2. Parménides como crítico del conocimiento sensible 115

2.1. Conociento intelectivo «versus» conocimiento sensible 117

3. Gorgias: la negación del criterio 125

4. La tradición abderita antecesora del escepticismo 137

4.1. Demócrito: realidad y apariencia 138

5. Protágoras: experiencia y relativismo de la verdad 151

6. La conexión con el pirronismo: Metrodoro de Quíos, Anaxarco y Nausífanes 167


CAPÍTULO IV


PIRRÓN DE ELIS: LA RADICALIZACIÓN DEFINITIVA DE LA CONCIENCIA ESCÉPTICA GRIEGA
1. El carácter singular del Bíos pirroniano 183

2. La indeterminación de la realidad: ¿escepticismo o dogmatismo? 201

3. Pirronismo y escepticismo fenoménico 213

4. El resultado de la disposición pirrónica: la aphasía y la ataraxía 227


Consideraciones finales 237
Índice de fuentes 241

Índice de autores antiguos 247

Índice de autores modernos 251


AGRADECIMIENTOS
Muchas son las personas de las que este trabajo es deudor. Con estas líneas quiero expresar brevemente mi agradecimiento a algunas de ellas. En primer lugar, quiero dar las gracias al Profesor Tomás Calvo Martínez, con quien mis débitos son tantos que nombrar algunos de ellos sería cometer injusticia con los otros; a mis colegas del Departamento de Filosofía de la Universidad de Córdoba José Luis Cantón, Fernando Riaza y Gloria Santos que han sustentado este trabajo con sus consejos y lo han estimulado a menudo con sus objeciones; así mismo, a los profesores Angel Urbán Fernández y Jesús Rodríguez Guito quienes atendieron con generosa solicitud mis consultas sobre algunos textos griegos. Quedo especialmente agradecido al profesor Myles Burnyeat, con quien discutí algunas de las ideas de este libro y al Bibliotecario del Merton College de Oxford, John Burgass, que puso a mi disposición materiales fundamentales. Por último, agradecer la hospitalidad, las facilidades y el ambiente de trabajo que me ofreció el «Waburg Institute» en mi estancia en la Universidad de Londres, que hicieron posible la redacción definitiva de este libro.




LISTA DE ABREVIATURAS
Por lo general los títulos de las obras citadas en el texto o en las notas y de los artículos no han sido abreviados hasta el extremo de dificultar su identificación. Si el libro o el artículo es citado por primera vez se cita completo, utilizando a partir de ahí normas convencionales para referirnos a ellos. Las abreviaturas más utilizadas en las referencias a las fuentes son las siguientes:
Acad.= Cicerón, Académicas.

De Fin.= Cicerón De Finibus.

DK= Diels/Kranz, Die Fragmente der Vorsokratiker.

D.L.= Diógenes Laercio, Vidas de los Filósofos.

Dox. Graec.= Diels, Doxographi Graeci.

H.P.= Sexto, Hipotiposis Pirrónicas.

M.= Sexto, Contra los Matemáticos.

Metaf.= Aristóteles, Metafísica.

Noct. Att.= Gelio, Noctes Atticae.

Poet.= Diels, Poetarum Philosophorum Fragmenta

Praep. Evang.= Eusebio de Cesárea, Praeparatio Evangelica.

P.G.= Migne, Patrología Griega.

S.H.= Suplementum Hellenisticum


INTRODUCCIÓN

Este libro constituye un intento de reconstruir e interpretar el sentido del escepticismo griego en su constitución más radical, es decir, en aquella formulación que razonablemente suele asociarse con el nombre de Pirrón de Elis.

El pirronismo, como expresión fundamental del escepticismo, puede ser abordado y estudiado de distintas formas y desde perspectivas muy diferentes. En vez de limitarnos a una reconstrucción, hasta donde es posible, del pensamiento de Pirrón, nosotros trataremos de estudiarlo como culminación de una tradición que, al menos desde el pensamiento presocrático, va minando más y más la confianza en las fuentes del conocimiento humano en una serie de etapas que, a nuestro juicio, desembocarán en el pensamiento de Pirrón. El intento, pues, no está presidido por la necesidad de realizar una historia del escepticismo antiguo, sino más bien poner de relieve, al menos en sus aspectos substanciales, los procedimientos hermeneúticos utilizados por los escépticos en su interpretación de la filosofía anterior a Pirrón.

Partiremos, pues, de una doble hipótesis, cuya confirmación minuciosa constituirá una parte substancial de nuestro trabajo. En primer lugar, la existencia efectiva de esta tradición a que nos referimos. Esta tradición y su eficacia histórica ha sido ya tenida en cuenta por otros estudiosos y, por tanto, en este terreno nuestras aportaciones serán, sin duda, más de detalles y de matizaciones que de contenidos globales. Pero además y en segundo lugar, hemos tomado como referencia para nuestro análisis, la importante circunstancia de que el escepticismo maduro asociado al pirronismo tuvo conciencia de hallarse inserto en tal tradición. Esto produjo el fenómeno -que será igualmente objeto de estudio por nuestra parte- de que los escépticos griegos (y no solamente ellos, también el antiescéptico por excelencia: Epicuro) hicieron una lectura escéptica de la filosofía griega anterior, insistiendo en aquellos elementos de los distintos filósofos anteriores (crítica del conocimiento, negación del criterio, etc.) que favorecían una interpretación proclive a las posiciones del propio escepticismo. Tenemos pues, un doble juego, cuya articulación trataremos de poner de manifiesto: de Jenófanes a Anaxarco hay una «sucesión» de filósofos que no solamente representan distintos aspectos e hitos de la crítica del conocimiento humano, sino que además fueron interpretados por el escepticismo como antecesores egregios que contribuyeron al establecimiento último y más radical del escepticismo.

Al estudio y esclarecimiento de esta «tradición» dedicamos, pues, la primera parte de nuestra investigación, en la cual, como resulta exigido por la propia orientación adoptada, insistiremos fundamentalmente en la lectura escéptica de los filósofos en cuestión: no se tratará por tanto de «reconstruir objetivamente» el pensamiento de Parménides o de Protágoras etc., cuanto de rastrear respecto de la obra de estos autores aquellos elementos y noticias (a menudo provenientes de fuentes escépticas como Sexto Empírico) que favorecen una lectura escéptica de las mismas.

Es fundamental, por tanto, en este trabajo un capítulo introductorio dedicado a las fuentes: Aproximación crítica a las fuentes del pirronismo. En él, hemos considerado, a través de un análisis de las fuentes referidas a Pirrón de Elis, las dificultades que presenta la falta de unidad de la tradición textual. Este examen ha puesto de manifiesto cierta ambigüedad entre una tradición que no reconoce a Pirrón como escéptico, y otra que sí lo admite como tal. En la primera se encuentran Cicerón y Agustín de Hipona; en la segunda coinciden Timón, Aulo Gelio, Sexto Empírico, Diógenes Laercio y numerosos testimonios dispersos de otros autores. Cicerón solamente reconoce como filosofía escéptica aquella que surge de la Academia platónica con Arcesilao y Carnéades. El origen, pues, de esta corriente vendría definido por la actitud de Sócrates que le lleva a confesarse el más ignorante de los mortales. Agustín de Hipona, por su parte, al tomar a Cicerón como maestro, reproduce su mismo análisis, reduciendo el escepticismo en general a aquél que, estrictamente, se da en la «nueva academia». La otra tradición (Timón, Gelio, Sexto y Diógenes Laercio) coincide en aceptar a Pirrón, creemos que acertadamente, como el responsable de la formulación más radical del escepticismo, distinguiendo a los pirrónicos de los escépticos académicos Arcesilao y Carnéades.

Una vez determinado el núcleo de esta investigación, nuestro trabajo ha quedado articulado en dos capítulos. En el primero de ellos (Prolegómenos: hipótesis para una lectura escéptica de la filosofía griega) seleccionamos y analizamos aquellos textos (Diógenes Laercio, Timón de Fliunte, etc.,) en que nos apoyamos para justificar, en primera instancia, nuestra hipótesis de una «tradición escéptica» en el pensamiento griego. El segundo capítulo, mucho más amplio (Antecedentes del escepticismo en la filosofía prehelenística) lo dedicamos al estudio de los elementos escépticos presentes en el pensamiento de autores como Jenófanes, Parménides, Gorgias, Demócrito, Protágoras y «los abderitas» Metrodoro, Anaxarco y Nausífanes. Aunque la selección de estos autores pudiera parecer discutible desde una consideración histórica «objetiva», no debe en modo alguno considerarse arbitraria, ya que tal selección viene impuesta, en definitiva, por los propios textos (estudiados en el capítulo primero) en que se configura la idea de tal tradición escéptica.

No es necesario advertir que estas cuestiones están interrelacionadas entre sí; la conciencia que los grandes escépticos griegos tuvieron de formar parte de una tradición filosófica que se inicia en los Presocráticos no crea arbitrariamente tal tradición, tal tradición está ahí y, como veremos, otros autores no escépticos, fueron conscientes de ella. Sí que es cierto, sin embargo, que la apropiación hermenéutica de tal tradición por parte de los escépticos hace que su reconstrucción del pensamiento de los filósofos anteriores, pertenecientes a la misma, se lleve a cabo desde su peculiar horizonte de comprensión1. Esta es la encrucijada que define la dificultad fundamental de nuestro trabajo. Por lo demás, cabe contar con un minimum histórico razonablemente aceptable; de hecho, la preocupación por el conocimiento no sólo aparece con el escepticismo, sino que el nacimiento del pirronismo -como comienzo de un pensamiento escéptico- fue y se reconoció solidario de toda una tradición que, paulatinamente, fue derivando desde una inquietud principalmente física, hasta otra de carácter substancialmente cognoscitivo.

Esta tesis revelará que ese escepticismo encarnado por Pirrón no rompe con toda la tradición anterior, sino que se instala en una línea de pensamiento iniciada por otros autores y ampliada por él. Por tanto, debemos encontrar las relaciones que se establecen y examinar las afinidades que descubrimos con aquellos filósofos que ponen las bases de una reflexión sobre el conocimiento, tendente a una suerte de «fenomenismo», que servirá para explicar la existencia de esa conexión. En consecuencia, si queremos encontrar los indicios o antecedentes del pirronismo, tendremos que rastrearlos a partir de la filosofía presocrática. Y no cabe duda de que en ella hubo numerosos pensadores que partieron de una de las premisas fundamentales del escepticismo: la desconfianza en la percepción sensorial como fuente de conocimiento. Evidentemente, partir de esta premisa no significa sólo plantear una duda sobre el conocimiento sino juzgar, como alguno de ellos vislumbró, que la desconfianza en los sentidos conduce a la desconfianza en la razón y, en definitiva, al escepticismo.

Una vez concretada y expresada la conexión entre la filosofía prehelenística y el escepticismo, nos hemos concentrado en Pirrón de Elis y en la respuesta coherente que propone a la pregunta constante y general acerca de los fundamentos y límites del conocimiento humano.

En el cuarto y último capítulo, dedicado íntegramente a Pirrón de Elis (Pirrón de Elis: la radicalización definitiva de la conciencia escéptica griega) ofrecemos un estudio comparativo y exhaustivo de las noticias sobre la vida y el pensamiento de Pirrón. Después, hemos unificado los criterios e indicado aquellos resultados más acreditados, entre los que destacamos:

a) una incuestionable originalidad, elogiada por sus contemporáneos, al incorporar su escepticismo a la práctica cotidiana de la vida; en este sentido, se puede decir que los pirrónicos, acentuando esta dimensión práctica, defienden un escepticismo mucho más consistente que el de los académicos.

b) una singular y coherente solución al problema del conocimiento: la indeterminación de la realidad por la incapacidad que tenemos de conocerla y la suspensión del juicio como resultado.

c) una concluyente y resuelta actitud ética que, a través de la afasia y la ataraxia, conduce al hombre a la felicidad, como consecuencia de la imposibilidad de elección absolutamente fundada.

El pensamiento de Pirrón -por su riqueza y considerables incógnitas- se presta a numerosas interpretaciones. No pretendemos que la aquí propuesta sea erigida como árbitro de la disputa; sin embargo, tiene a su favor que ha equilibrado y sintetizado las diferentes ideas que existen sobre Pirrón y el pirronismo.


CAPÍTULO I

Aproximación crítica a las fuentes del pirronismo.

El espíritu dialéctico griego, por su natural inclinación, ha desarrollado actitudes en las que se desenvuelve naturalmente la actividad escéptica . La misma estructura de la lengua griega (m_n... d_) está abierta al uso de la razón, al uso del lenguaje, a la duda. El pensamiento griego es, pues, de fuerte tradición coloquial discursiva, de tenaces controversias ideológicas. Una rápida reflexión sobre la historia del pensamiento sería suficiente para caracterizar al escepticismo como un movimiento incómodo y bastante peligroso. La razón es evidente: un movimiento que destruye o intenta destruir, en principio, la posibilidad de certeza en el conocimiento humano, no puede ser contemplado sin recelo. De ahí que, investigar el escepticismo griego sea una tarea que exige numerosas matizaciones y estudios comparativos entre múltiples autores, pues gran parte de la obra directa de los escépticos ha desaparecido.

Para esta ocupación nada más conveniente que el estudio de las fuentes a las que vamos a acudir en este tema. Es evidente que en cualquier trabajo de investigación textual nos encontramos con un supuesto previo: antes de hablar del contenido de la fuente, es decir, «de lo que dice la fuente», tenemos que discutir previamente su valor. Esto último, sin embargo, parece muy problemático en el trabajo que nos ocupa: cualquier análisis de un autor que no deja ningún escrito es depositario de una dificultad insalvable. Si además, la investigación que acometemos tiene que sustentarse en testimonios antiguos y, en algunos casos, ambiguos, entonces necesita un acto de creencia en ellos, pues, aunque no podamos estar seguros de la verdad que exponen, es lo único con que contamos y de ahí tendremos que partir sin remisión. Es cierto, también, que el grado de verosimilitud, el crédito que concedamos a un texto viene condicionado por los propios contenidos del texto que determinan la confianza que le otorgamos.

Centraremos este capítulo en el estudio de aquellas fuentes escritas que aportan algunos datos directos sobre el escepticismo, y en aquellas otras cuyas mediaciones son fácilmente abarcables. No estoy diciendo que vayamos a descuidar los testimonios indirectos de otros autores que se insertan en las fuentes primitivas, sino que éstos no van a ser prioritariamente objeto de nuestro trabajo; aunque, evidentemente, serán utilizados en el estudio de Pirrón y del escepticismo. Estos testimonios, si bien pueden servirnos de apoyo, no deben ser utilizados para justificar ninguna hipótesis, ya que al ser textos aislados revelan, por su propia clausura, ciertas limitaciones.

Cicerón, Aulo Gelio, Sexto Empírico y Diógenes Laercio son nuestros cimientos. Citaré, aunque sea mínimamente, a Agustín de Hipona por su obra Contra los Académicos, a pesar de que las consideraciones que allí se hacen sobre el escepticismo más parecen vanas discusiones que críticas valiosas. Mención aparte habrá que hacer de Aristocles por su polémica contra los escépticos. Este texto, un conocido pasaje de Aristocles trasmitido por Eusebio, reviste un especial interés por la explicitación de la que podríamos denominar posición pirroniana genuina.

Dejando aparte las fuentes menores y el texto de Gelio que tiene aspectos particulares, de las otras cuatro principales fuentes antiguas sobre el escepticismo hay que distinguir dos grupos: de un lado, Cicerón y Diógenes Laercio, y de otro Timón y Sexto Empírico. Los dos primeros se puede decir que son relativamente extraños a la corriente del pensamiento escéptico, los otros dos pertenecen a ella del modo más radical: el primero, manifestándola (al menos literariamente, Pirrón no escribió nada) y el segundo, concluyéndola.

Si bien es difícil, en cualquier tipo de investigación, justificar con una introducción cualquier análisis2, vamos a tratar de explicitar algunas características de las fuentes elegidas y la selección misma. El método que hemos utilizado ha intentado ser tanto histórico (el estudio de los hechos históricos, de la «realidad histórica», el pasado) como historiográfico (el estudio de los textos en los que se relatan o explican los hechos históricos, en este sentido debemos de tener en cuenta qué valor referencial tienen los términos usados por los historiadores), y, sobre todo, crítico, aunque no somos nosotros los que debemos decir si este método ha dado resultado o no.

Para el estudio de Pirrón y del pirronismo hemos realizado, inevitablemente, un proceso de acercamiento a múltiples fuentes que tenemos sobre él. Nosotros, como ya se habrá observado, hemos elegido aquellas que tenían una cierta unidad. De entre éstas, merecen una mención aparte dos textos, procedentes respectivamente de Aristocles y de Agustín de Hipona. Por las razones apuntadas no estimamos oportuno incluir, como epígrafe pormenorizado, el texto de Agustín de Hipona; no ocurre así con el segundo, pues su importancia es clave para el estudio del pirronismo. El texto de Aristocles recogido por Eusebio de Cesárea en su obra Praeparatio Evangelica es tan valioso que a pesar de las mediaciones a las que se ve sometido merece un análisis preciso y riguroso.

El libro de Agustín de Hipona tiene características particulares. La concepción de esta obra, titulada Contra los académicos, estuvo orientada por Cicerón. Con ella, se propone criticar, con una honestidad intelectual digna de elogio, «todo» el escepticismo; aunque sólo se refiere igual que Cicerón al escepticismo de la «nueva academia»3. Contra los Académicos de Agustín es una fuente secundaria para el conocimiento del escepticismo. Su importancia no proviene de los datos que aporta sobre el escepticismo o del estudio de este movimiento, sino por el intento de descubrirnos, más bien confesarnos, el estado psicológico de la duda por el que atravesó siendo joven y del cual se arrepiente. La duda, por tanto, es aquí calificada como error, tránsito negativo que sólo puede desembocar en la sabiduría y en el conocimiento de Dios; pues el que duda, duda como consecuencia de no haber encontrado a Dios, es decir, de no haber encontrado la «Verdad».

Agustín de Hipona se presenta como un pecador, un escéptico que ha dudado de su fe. De ahí que considere el escepticismo como la doctrina del error y del pecado, fijación que debe entenderse en el contexto de su caída, de su pecado4. En Agustín de Hipona, la relación entre cristianismo y filosofía es intercambiable. Así, frente a un somero y simple análisis filosófico, encontramos una brillante actitud pedagógica que tiene como fin sacar a los jóvenes del error. Esta obra es una respuesta para el que duda, respuesta que supone una esperanza para aquél que quiere conseguir la Verdad, es decir, llegar hasta Dios: afán más propio de alguien que quiere evangelizar que de alguien interesado en cuestiones filosóficas. Por eso, no puede sorprendernos el punto de partida de esta obra: el hombre no puede ser dichoso si no encuentra la verdad, porque el que no la tiene le falta algo y al faltarle algo no es perfecto y, por tanto, no es feliz. Esta actitud se observa claramente en un texto fundamental:

«Ahora bien, el que busca, todavía no es perfecto. No veo, pues, cómo puedes afirmar que es feliz»5.
Sin embargo, habría que decir ante esta observación que el escéptico es feliz, justamente investigando, lo cual creo que se le escapa al Santo. Si invertimos el razonamiento y pensamos que el cristianismo identifica Verdad y Dios, y que a Dios se llega a través de la fe, es imposible que no participemos de la verdad, la cual se nos da también a través de la fe. Así el cristiano busca y encuentra, no como el escéptico, que busca y no encuentra, ya que, según el de Hipona, yerra. En resumen, podemos sacar las siguientes conclusiones de la lectura de esta obra:

1) Agustín de Hipona sigue a Cicerón en la calificación del escepticismo, y por ello, sólo reconoce a la Academia platónica como escéptica. De ahí, que en la obra sólo se hable del escepticismo académico, el único que conoce por otra parte. Así, la mayoría de las críticas que el santo dirige hacia el escepticismo sólo se refieren a un tipo de escepticismo y no puede ampliarse al resto.

2) Da la impresión de que Agustín de Hipona no comprende cuáles son las verdaderas intenciones del escepticismo académico; de ahí, por ejemplo, que no haga mención de los problemas referentes al conocimiento sin los cuales no se puede comprender este escepticismo.

3) Una consecuencia un tanto marginal de la obra es que debido a la gran influencia que tuvo el Santo en la cristiandad, su ataque contra el escepticismo académico impulsó una lucha contra toda clase de escepticismo al ser este movimiento condenable para cualquier conciencia cristiana.

No creo conveniente justificar la poca eficacia que tienen los escritos de Agustín de Hipona para el estudio filosófico del escepticismo en general. Las demás fuentes sobre Pirrón y el escepticismo son más claras y más homogéneas en sí mismas, aunque no lo son entre sí, pues no coinciden en la interpretación que construyen del escéptico. Estas diferencias interpretativas tienen su explicación en otra gran dificultad: el silencio literario de Pirrón. Estamos ante uno de los ágrafos famosos de la antigüedad, del que sólo quedan anécdotas de su vida o bien textos y testimonios de sus discípulos sobre los principios filosóficos que orientan su pensamiento. De ahí, que debamos constantemente valorar estos materiales que han sobrevivido no sólo por lo que manifiestan e interpretan, sino también por lo que dejan de manifiestar e interpretar.


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