El escepticismo antiguo


Pirronismo y escepticismo fenoménico



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3. Pirronismo y escepticismo fenoménico
Hasta ahora hemos utilizado, prioritariamente, el testimonio técnico de Aristocles sobre Timón y Pirrón. La importancia de este texto en el conjunto de la crítica, nos ha llevado a dotar de una gran consideración filosófica a este pasaje. Ahora, debemos cotejar esta declaración con los fragmentos de otras obras de Timón que complementarán la perspectiva sobre el pirronismo. Timón es, fundamentalmente, un poeta satírico. La lectura de los pasajes que han sobrevivido de su obra, no remiten, comúnmente, a un filósofo en el sentido técnico de la palabra, sino más bien a un discípulo que deja algunos testimonios filosóficos muy interesantes. Debido a esta particularidad, tendemos a pensar que los argumentos filosóficos que proporciona, están firmemente asentados en la enseñanza de Pirrón. Es decir, pensamos, que la poca formación filosófica de Timón no le capacita para la creación o modificación de los postulados del escepticismo que nos transmite: Timón pondría las palabras y Pirrón las ideas.

De todos los conceptos teóricos que desarrolla el escepticismo, la cuestión del fenómeno centra uno de los problemas técnicos de este movimiento en general, y tiene, a su vez, un alto interés tanto para la descripción de Pirrón como para la definición de todo el pirronismo posterior. Sobre este punto también estamos informados a través de Timón, su portavoz. El concepto «t_ fainom_non» es importante para entender a Pirrón y crucial para comprender todo el desarrollo posterior del escepticismo. Sin embargo, poco a poco se han acumulado tantas significaciones del término «fenómeno» que creemos bastante problemático definir lo que significó, primitivamente, para él. Es cierto que en el ámbito de los testimonios sobre Pirrón y para evitar peticiones de principio y círculos viciosos, hay que realizar una interpretación restrictiva de los mismos y aceptar como verdaderos aquellos en los que, al menos, aparezca su nombre. Sin embargo, los fragmentos que nos deja Timón en su libro «Sobre las sensaciones» no generan ninguna eventual diferencia entre las posiciones del maestro y del discípulo. Un examen atento a las páginas que llevamos hasta ahora demuestran que los conceptos que expresa Timón con relación al fenómeno, están en perfecta consonancia con la visión de la filosofía de Pirrón, reconstruída a partir de la versión de Enesidemo y las aportaciones de Sexto496.

Además, el contexto que enmarca los fragmentos de Timón sobre el fenómeno es particularmente significativo. Su intención viene determinada por la exposición de los argumentos que utilizan los escépticos para defenderse de las acusaciones dogmáticas. Según estas denuncias dogmáticas, los escépticos con su actitud negativa parecen anular, sin proponérselo, también la vida (ka_ t_n b_on a_to_V _naire_n)497. El núcleo de la defensa de los escépticos sobre este particular es «lo que aparece», el fenómeno: las cosas aparecen pero no sabemos si son tal como aparecen, por eso, la «realidad» de la cual se supone que proviene queda indeterminada. El amplio debate entre dogmáticos y pirrónicos obliga a los segundos, por tanto, a matizar sus posiciones con respecto a lo que aparece. Cuando los primeros acusan a los segundos de establecer dogmas, pues sólo al discutir con ellos están, implícitamente, admitiendo aquello de lo que discuten, los pirrónicos dicen que ellos hablan sobre lo que sienten o se les manifiesta, es decir, ninguno niega tener hambre o el dolor si lo siente, sino que nos advierten que no podemos hablar dogmáticamente sobre ello. Por eso, dice Diógenes que cuando los dogmáticos atacan a los pirrónicos, éstos contestan de esta manera: «Pues reconocemos que vemos y conocemos que pensamos; pero desconocemos cómo vemos o cómo pensamos»498. Se trata, como advertimos, de un fino argumento, capaz de explicar por sí solo parte de la significación del escepticismo. Lo que están planteando los pirrónicos es la dificultad de encontrar el vínculo que nos hace pasar de una sensación relativa, subjetiva e individual a la certeza universal y objetiva de que esa sensación es verdadera.

Así pues, después de haber descubierto que las cosas son indiferenciadas, trata todas las diferencias como puramente aparentes, no pudiendo decir ni de nuestras opiniones, ni de nuestras experiencias sensibles que son verdaderas o falsas. A partir de aquí, se imponía el ou mâllon, fórmula dada como aplicación universal, y que tenía como consecuencia la suspensión del juicio (epoch_). Esta declaración es la clave del pensamiento pirroniano; las razones que llevan a Pirrón a defender esta idea podemos deducirlas de los fragmentos de Timón. En su obra Sobre las sensaciones aporta la pista que resuelve este problema: «No aseguro que la miel es dulce, pero reconozco que así aparece, (t_ m_li _ti _st_ gluk_ o_ t_qhmi, t_ d_ _ti _a_netai _molog¢)»499. Timón reconoce, en este texto, su ignorancia con respecto a la naturaleza de la miel. Pero no es ignorante con respecto al sabor que tiene para él, ya que concede que la miel aparece dulce sin hacer caso de sus supuestas «verdaderas características». Los pirrónicos sugieren, por tanto, que estamos limitados a las apariencias que tienen un sentido descriptivo, vemos, oímos, tocamos, sentimos sólo lo que nos afecta, es decir, lo que nos aparece, por eso podemos indicar cómo aparecen las cosas. Si nosotros decimos que las cosas son, estamos afirmando algo sobre un fenómeno que hemos percibido; si nosotros afirmamos que parecen, estamos ante una descripción sensitiva sobre el fenómeno que percibimos500. Con la segunda declaración no afirmamos nada acerca del objeto, sino que sólo describimos una sensación que tengo con relación a lo que aparece. Así, el pirrónico concluye que la misma cosa puede aparecer de manera contraria a personas diferentes, por lo que nada de lo que aparezca a uno cualquiera de nosotros puede servir para fundamentar ninguna opinión o creencia acerca de la naturaleza de la cosa misma. Se podría pensar que Timón con la frase citada, sostiene que no es posible decir que la miel es dulce, no tanto porque no sepamos si la miel es verdaderamente dulce o no, sino porque «no más es que no es», y las cosas están privadas de determinación.

Así pues, la frase «la miel es dulce»501 intenta determinar con una característica al objeto (en este caso la miel) en sí mismo. La segunda frase «la miel aparece dulce», aporta unos datos sobre la apariencia. Hay que entender que la apariencia no es algo que sólo los objetos puedan tener. La música produce sonidos pero puede aparecer suave o pesada, la pintura produce visión y sin embargo puede aparecer como tranquilizadora o agresiva; igualmente, un argumento puede aparecer como válido y una declaración como verdadera o un comportamiento como imprudente. Decir cómo aparecen las cosas, es decir cómo nos impresionan o producen una llamada de atención en nosotros. Por eso, nosotros constatamos regularmente cómo aparecen cosas o parecen sin que podamos decir cómo son realmente. El contraste que se da entre es (_st_) y aparece (fa_netai)502, confirma la diferencia que existe entre el mundo real indeterminado, que ya veíamos en el texto de Aristocles con respecto a las cosas que son por naturaleza (p_fuke), y «lo que se aparece» de ese mundo al sujeto. Por eso, Timón reconoce en este fragmento su ignorancia con respecto a la verdadera naturaleza de la miel, aunque no parece tener ninguna duda sobre el sabor que ésta tiene para él. Sobre esta segunda cuestión no podemos hablar, pues no es objeto de discusión que la miel se presente dulce de sabor a un sujeto, y esta apariencia no es ni verdadera ni falsa, sino sólo apariencia.

El concepto de «apariencia» requiere un comentario: cuando los pirrónicos utilizan o hablan de las apariencias o de las cosas que aparecen no están utilizando un término técnico filosófico. El verbo «fa_nesqai» que nosotros traducimos por «aparecer» es un término común griego (si fa_nesqai es aparecer, «apariencia» traduce «fantas_a» como nombre común y los términos «t_ fain_menon» y «t_ fain_mena», que algunos traducen por «impresiones» o «apariencias», son literalmente «lo que aparece» o «lo que es aparente»). Por eso, quizá, no es legítimo postular que para los pirrónicos las apariencias son entidades completamente diferentes de los objetos que supuestamente los producen. Estos escépticos griegos antiguos parece que todavía no han asumido que cuando nosotros atendemos a las apariencias, nosotros atendemos a una entidad de una peculiar forma; es decir a una imagen mental o dato perceptual. Sino que por el contrario, para el pensamiento gnoseológico de los pirrónicos atender a las apariencias es atender simplemente a la forma en que las cosas aparecen, unos versos que cita Sexto de la obra de Timón las «Imágenes» son muy clarificadores a este respecto: «Pues yo diré, tal como se me aparecen que son las cosas, teniendo la explicación correcta de la verdad como canon»503. Y en esta cuestión no hay mayor compromiso que éste504. Así, el fenómeno es lo que parece ser tal como se manifiesta, pero que, en rigor, puede ser algo distinto.

El punto de partida es indiscutible, las cosas aparecen de una manera determinada, a la que no podemos sustraernos, pero el fenómeno no debe ser aceptado, ni como verdadero ni como falso, sino sólo como fenómeno, y es evidente que ese reconocimiento sobre lo que vemos y constatamos debemos aceptarlo, sin poderlo evitar, pues nos acompaña como la sombra al cuerpo: no podemos dudar de los fenómenos que se nos aparecen, ni desconfiar de las proposiciones que expresan nuestro parecer sobre la realidad. El escéptico, por tanto, no niega los datos que le llegan a través de la percepción: no niega la visión que tiene de las cosas sino que ignora cómo se produce la misma; no niega que vemos, pero no sabe con certeza qué es lo que ve, o si lo que ve es tal como le aparece. Por eso, dice Diógenes que ellos, los escépticos, aceptan el fenómeno, es decir, «lo que aparece», pero no que sea en verdad tal como nos aparece a nosotros: «En efecto, admitimos lo que aparece, pero no que sea realmente tal [como aparece] («ka_ g_r t_ _ain_menon tiq_meqa o_c _V ka_ toio_ton _n)»505.

La admisión del fenómeno supone la constatación pirroniana de que el hombre está frente a él, pero no comporta automáticamente su asunción como criterio práctico de conducta (es muy difícil saber si tal era ciertamente la posición de Pirrón), como ahora veremos. A partir de aquí, encontramos, razonablemente, que ni las cosas, ni las opiniones o informaciones que recibimos de ellas, pueden ser determinantes al informar sobre la realidad:


«Pues, cuando decimos que una imagen tiene relieves, manifestamos lo que aparece (t_ _ain_menon diasa_o_men); pero cuando decimos que no tiene relieves, no hablamos de lo que aparece, sino de otra cosa. Así, Timón dice en su Pitón que él [Pirrón] no se apartó de la costumbre. Y en su Imágenes habla así:

Pero lo que aparece prevalece siempre, en cualquier parte que llegue (_ll_ t_ _ain_menon p_nt_ sq_nei, o_per _n _lq_) [en cualquier parte donde aparezca]»506.


En este pasaje hay dos partes bien diferenciadas. En la primera, Timón observa el fenómeno utilizando un cuadro o imagen507 como ejemplo. Si un cuadro o imagen (quizá está pensando en un bajo relieve que se puede considerar un cuadro en sentido amplio) tiene relieves o ángulos, podemos decir o hablar de lo que aparece, pues lo vemos o en su defecto lo tocamos con nuestras manos; pero, si no los tiene, no podemos decir nada en este sentido. Se puede conjeturar que Timón se refiere, principalmente, a la impropiedad del lenguaje que usamos, ya que conduce, a veces, a una falacia que se reduce en este contexto a hablar sobre algo indeterminado que no aparece. Aquí radica, según Timón, el problema, pues los hombres cometemos en el lenguaje una falacia que pasa a veces inadvertida, como es la sustitución en el discurso de los verbos fa_netai y e_nai, aplicándole al primero las características y significados del segundo. Evidentemente, este análisis todavía es bastante rudimentario por lo que no podemos presuponer en Timón, ni en Pirrón un dualismo epistemológico entre fainom_non y _dhloV (lo cual ya reclamaría un universo discursivo-epistemológico del tipo que se da en Sexto508), entre lo que aparece y lo que está oculto, sino más bien una descripción natural de lo que realizamos en nuestra actividad cotidiana al enfrentarnos con la realidad509.

La segunda parte del pasaje es un fragmento célebre de Timón. Sus contenidos pueden ser interpretados de varias formas; todas ellas, no obstante, dependen en buena medida de la significación que queramos darle al término sq_nei (prevalece). Su sentido más obvio es que el fenómeno prevalece, llega a todas partes, ya que es lo único que en definitiva se percibe de las cosas. También, el término «fenómeno» puede ser entendido con un sentido mucho más enérgico: es decir, prevalece porque domina, queramos o no, a los que se presenta. Actúa, en este sentido, como ilusión que nos controla, convirtiéndose así en algo independiente del sujeto que percibe. Ambos significados están en el pasaje de manera implícita y quizá la ambigüedad es intencionada por parte de Timón. No hay que olvidar el carácter irónico y corrosivo de este autor; de hecho, la cita aparece en su obra titulada Indalmoí que puede traducirse por Imágenes, pero también por Ilusiones, con lo que observamos que en el mismo título puede haber un juego deliberado de palabras.

Es un verdadero problema tratar de distinguir a través de Timón cuál es, exactamente, el ámbito del fenómeno en Pirrón. Los estudiosos no se llegan a poner de acuerdo sobre este particular. Por ejemplo Hirzel510, entiende que las palabras de Timón justifican la afirmación del valor universal del fenómeno, valor al que ni siquiera el sabio puede sustraerse. Por su parte Robin511, dice que Pirrón dudaba sin reservas no concediendo nada a las sensaciones llegando como ideal a la total apatía y a la insensibilidad. Stough, nos da dos versiones sobre el fenómeno:

1/. Una, en la que el fenómeno domina sobre el sujeto, como aquello que es experienciable por alguien que percibe.

2/. Otra, en la que el fenómeno es algo subjetivo, como experiencia presente del sujeto512.

Mientras que Conche513 presenta una posición bastante diferente, ya que entiende el fenómeno como apariencia pura y universal no apariencia de algo, sino apariencia (nada más) que no hace referencia al objeto. Todavía hay más interpretaciones, este es el caso de Reale514quien entiende los versos de Timón dedicados al fenómeno a través de Aristóteles515 como «absolutización» del fenómeno que lleva a declarar que todo queda indiferente y relativo. Por último, Burnyeat516, confiere a los versos de Timón517 en los que aparece phainoménon un valor normativo (como criterio para vivir que posteriormente Enesidemo adopta explícitamente518), en el sentido de que el escéptico seguirá el fenómeno para superar la crítica dogmática de que el escéptico convierte la vida en algo imposible de llevar a cabo al suspender su juicio en todo.

Por nuestra parte, hemos venido manteniendo que en Pirrón existe una preocupación por el conocimiento junto con una actitud moral tal como aparecía en el texto de Aristocles y tal y como hemos venido también observando en algunos textos de los ya utilizados, por lo que creemos que la teoría que defiende Burnyeat es bastante razonable. El concepto de «fenómeno» no va a ser utilizado con un fuerte valor epistemológico, sino más bien descriptivo. Es evidente, que cualquier escéptico debe ejercer su acción en el espacio de la vida cotidiana, en el fenómeno: nadie puede quedar inmovilizado frente al mundo y debe actuar y conducirse en la vida de algún modo. Es falso decir que los escépticos se oponen a todo, más bien a lo que no está claro; el escéptico actúa y sigue lo que le aparece: «Nosotros, en efecto, dicen, sólo nos oponemos a las cosas oscuras (t_ _dhla) que acompañan a los fenómenos (to_V _ainom_noiV)»519, y no a los fenómenos mismos.

Nuestro práttein sólo es posible en «lo que aparece». El sabio advierte la indeterminación de las cosas, la imposibilidad de juzgar, y la imprudencia de quien se inclina por algo a través de la razón o de los sentidos; por tanto, se queda en la ataraxia. Por eso, el hombre debe actuar con indiferencia hacia las cosas, no pronunciarse sobre ellas, pues no existe ningún sistema capaz de asegurar la verdad o falsedad de las mismas: fórmula que no está construida ni como afirmación ni como negación, sino que expresa únicamente la imposibilidad del que habla para poder aceptar alguna alternativa. Este acuerdo sobre nuestras impresiones conduce a la tolerancia, pues el que comprende el mundo de esta forma debe acordar lo mismo para el mundo de los demás. Lo que quiere decirnos Pirrón es que no hay ningún criterio absoluto que nos lleve ni a través de los sentidos ni a través de la razón a elegir una cosa u otra con garantías o a justificar teóricamente nuestra elección.

Así pues, como consecuencia de esta necesidad poco a poco va evolucionando el concepto de fenómeno con un carácter cada vez más orientado hacia el conocimiento, hasta llegar a su máxima significación con Sexto Empírico520, el cual lo convierte en un criterio práctico del escepticismo. No es de extrañar pues, que la última parte del texto de Timón que admite que el fenómeno prevalece allí donde llega, aparece también en Sexto Empírico. Sin embargo, en este autor está referido a la necesaria actividad epistemológica del filósofo escéptico, teniendo así, un significado más desarrollado que en Pirrón o Timón, ya que se utiliza el fenómeno casi como criterio para participar en las acciones de la vida, un criterio que sirva no solo de elección, sino también de renuncia521.

Los dogmáticos concentraron su crítica sobre este concepto que resolvía la acción. No obstante, es interesante observar que las críticas de los dogmáticos contra el fenómeno, van más referidas al término phantasía que al de phainómenon522. Significa esto que confunden, por un lado, «fantasías» y «fenómeno»; y, por otro, aplican las características que el concepto de «fantasía» adquiere con los estoicos al concepto de «fantasía» pirrónica. Así pues, aunque el fenómeno como tal no es criticable, porque es fenómeno, fantasía puede tener unas connotaciones negativas que aparecen con los estoicos. Zenón, por ejemplo, definía la fantasía como una huella en el alma (t_pwsiV _n yuc_)523, mientras que Crisipo la definía como una alteración del alma, una alteración de la cualidad determinante del alma (fantas_a _st_n _tero_wsiV yuc_V)524. Según los estoicos, fantasía es una imagen, una representación que tenemos de la realidad, pero advertimos que, al definir los estoicos la fantasía de esta forma dejan al margen el fenómeno y plantean el problema de las apariencias entendidas como representaciones del fenómeno. Esta crítica no se puede aplicar al fenómeno en el que está incluido tanto la forma en que las cosas aparecen, como las cosas que aparecen. Por eso decimos que las críticas están dirigidas más a las fantasías (en sentido estoico), es decir, a las imágenes o representaciones que tenemos del fenómeno y no, al fenómeno mismo: «Contra el criterio (krit_rion) del fenómeno, los dogmáticos dicen que sobre las mismas cosas les sobrevienen apariencias (_antas_ai) diferentes»525.

En este texto aparece un término nuevo, krit_rion. El criterio supone un salto cualitativo, con respecto al valor del fenómeno. Cuando los dogmáticos acusan a los escépticos de la paralización a la que se ven obligados por su teoría, los escépticos dicen que ellos siguen el fenómeno. Este desarrollo explícito del «fenómeno» como criterio, también era entendido en este sentido por Diógenes Laercio, pues al final de la argumentación sobre «lo que aparece» responsabiliza no a Timón, sino a Enesidemo de la conversión del «fenómeno» en criterio: «En efecto, el fenómeno tiene validez de criterio según los escépticos, como dice Enesidemo»526.

Así pues, podemos encontrar cierto paralelismo entre estos textos y el de Aristocles citado al principio. En todos confirmamos que Pirrón se muestra prudente y remiso ante la posibilidad de conocer la realidad, ya que ésta queda indeterminada e incognoscible, y sólo nos llegan las apariencias y el fenómeno. Y en todos podemos, razonablemente, defender la existencia de un cierto fenomenismo inicialmente pirroniano. Para Pirrón el escepticismo es una práctica que se convierte en una forma de vida.

Con un sentido mucho más técnico, la definición que presenta Sexto del escepticismo asume claramente esta apreciación del fenómeno, aunque la dota de características específicas, pues la actitud del escepticismo debe poner en confrontación «lo que aparece» (_ainom_nwn), con «lo que se piensa» (nooum_nwn): «La corriente escéptica es una facultad que pone en confrontación de cualquier modo lo que aparece con lo que se piensa, de lo que resulta que mediante el equilibrio de las cosas y de las razones que se oponen llegamos primero a la suspensión del juicio y luego a la tranquilidad de ánimo o imperturbabilidad»527. A partir de aquí ¿qué es lo que le queda al escéptico?, es suficiente conducirse en la vida empíricamente y sin dogmatizar, de acuerdo con las reglas y creencias que son comúnmente aceptadas528. Únicamente la experiencia puede aportar algún tipo de conocimiento; se puede decir que toda clase de conocimiento parece proceder de ella. Sexto con mayor distancia observará que la experiencia sensible (a_sqhsiV) es condición de las ideas (_p_noia) y de todos los pensamientos conceptuales (n_hsiV). Lo malo de la experiencia es que no tenemos un criterio de verdad que asegure algo de ella529. Podemos estar seguros de nuestras sensaciones, pero no podemos ir más allá de ellas mismas. Esta idea quiere decir, en un escepticismo ya más avanzado, que la relación entre las impresiones, las entidades reales que, supuestamente, causan esas impresiones y los juicios que se refieren a las cosas, nos es completamente desconocida.

En consecuencia, la causa original del verdadero escepticismo es la esperanza de alcanzar la ataraxia mediante la investigación de la verdad de las cosas. Ahora bien investigar no significa dogmatizar, el escéptico con su obra investiga, pero no dogmatiza; es decir, no afirma o niega nada sobre las cosas que investiga. Cuando al escéptico no le queda más remedio que decir alguna cosa positiva o negativa sobre algo, no será una afirmación o negación en el sentido absoluto del la palabra, sino que en todas las fórmulas escépticas que afirman algo como: No comprendo (_katalhpt¢); nada defino (o_d_n _r_zw); no más esto que aquello otro (o_ m_llon t_de _ t_de); tal vez sí, tal vez no(t_ca, o_ t_ca); todo es incomprensible (p_nta _st_n _kat_lhpta); ¿Por qué esto más bien que eso? (di_ t_ m_llon t_de _ t_de); suspendo el juicio (_p_cw); siempre habrá que sobreentender «según me parece (_V _mo_ _a_netai)»530.

Con algún ejemplo puede quedar clara esta idea: el escéptico concede, afirma lo que siente, si tiene frío o calor no puede negarlo, pero no afirma que esas sensaciones o pasiones son verdaderas. Esto sería ir más allá del fenómeno, más allá de la sensación y del límite cognoscitivo que tenemos. Lo más importante de todas las expresiones escépticas que hemos visto, es que ellas mismas entran en la duda mantenida por el escéptico. Esas expresiones mediante las cuales dudamos de las afirmaciones dogmáticas son ellas mismas dudosas, Sexto encuentra un paralelo con los fármacos catárticos que aplicados a las enfermedades (el dogmatismo), no sólo expulsan del cuerpo la dolencia, sino que también son arrojados ellos mismos: «Acerca de todas las expresiones escépticas, debemos saber primero que no aseguramos en absoluto que sean verdaderas, ya que podemos decir en verdad que pueden también ser refutadas por ellas mismas, puesto que están incluidas en las cosas a las que aplican, de la misma manera que los fármacos catárticos no sólo expulsan del cuerpo los humores, sino que también ellos mismos se expelen con los humores»531. La propuesta escéptica es bastante novedosa. Las fórmulas escépticas al suprimir toda certeza no tienen más remedio, si quieren ser consecuentes, que suprimirse a sí mismas. La estrategia de Sexto consiste en aceptar como necesidad argumentativa la auto-refutación de sus argumentos y así como no es imposible para un hombre utilizar una escalera y después de ascender por ella echarla abajo, tampoco es imposible utilizar unos argumentos para destruir el dogmatismo, no procediendo arbitrariamente sino dialécticamente, y destruir, posteriormente, los argumentos mismos532.

Este aparato epistemológico y conceptual que se desarrolla con Sexto, evidentemente, todavía no ha surgido en Pirrón. Y casi con toda seguridad esta hipótesis es correcta; pero, no podemos caer en la tentación de mantener, como hacen algunos, que Pirrón no tiene ninguna teoría gnoseológica concreta que fundamente sus postulados prácticos. Desde una perspectiva histórica, todas estas consideraciones sobre el escepticismo van reconociendo un fenomenismo como clave para entender no sólo este movimiento sino gran parte de la filosofía griega. Esta orientación de la fuente de Sexto tiene tanta potencia que podemos correr el riesgo de confundir a Pirrón y al pirronismo con la reconstrucción en clave fenoménica que hace Sexto de todo el escepticismo. Por tanto, tratar de rehacer los inicios del escepticismo, es decir, a Pirrón y al pirronismo, desde la versión proporcionada por Sexto, aunque es del todo legítimo, no tiene en cuenta numerosos testimonios que, históricamente, son válidos para el estudio de la figura de Pirrón. Esta disposición textual533 inicia lo que a partir de Enesidemo constituye la tradición pirrónica, sobre la que se basan algunos historiadores modernos para confirmar la exégesis de Pirrón como defensor del fenómeno y de la costumbre: actitudes, la una teórica, por cuanto se refiere al conocimiento de la realidad, y la otra práctica, por cuanto se refiere a su experiencia cotidiana. En un caso y en otro, son los testimonios que han sobrevivido de su vida y de sus enseñanzas los que determinan las conclusiones sobre su conducta y su filosofía.



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