El león invisible



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¡Diablos! no pudo por menos que exclamar el misionero que parecía no dar crédito a lo que estaba oyendo. Nunca creí que fueras capaz de expresarte así. Me dejas de piedra.

¿Por qué? quiso saber la otra. ¿Por qué parezco tonta? Ustedes tienen un dicho: «No hay mejor sordo que el que no quiere oír.

Y a eso, y por lo que se está viendo, tú le añades: «Ni mejor tonto que el que lo quiere parecer.

Más o menos.

Eso significa que el verdadero tonto soy yo puesto que, si no recuerdo mal, te conozco desde que eras una niña y vivía convencido de que tu cabeza estaba más vacía que la caja de caudales de la misión.

¡Si usted lo dice...!

Me estás faltando al respeto.

No es con mala intención. Además admito que tiene usted demasiados problemas como para preocuparse por lo que piensa o siente una novicia que nunca ha querido demostrar qué es lo que en verdad siente o piensa. ¡Bien! masculló entre dientes el amoscado misionero. Resulta cierto una vez más el dicho de que «nunca es tarde para aprender, y creo que la lección ha merecido la pena. Se volvió hacia Aziza Smain que había preferido mantenerse al margen de la peculiar discusión para inquirir: ¿Y tú qué opinas?

¿Y qué puedo opinar? quiso saber la aludida. Cierto que tengo una hija a la que cuidar, un hijo al que buscar y un hombre al que salvar, pero no pretendo convertirme en símbolo de nada, ni que eso sea suficiente para que Calicó se arriesgue ofreciendo su vida a cambio de la mía. El misionero, que se había puesto pesadamente en pie con el fin de pasear de un lado a otro del pequeño claro como si necesitase estirar, las piernas o el movimiento le ayudara a aclarar las ideas, señaló en tono de absoluto convencimiento:

Estoy de acuerdo aunque debo admitir que la solución que apunta Calicó parece factible. Si consiguiéramos llegar sanos y salvos a la misión a nadie le sorprendería que días más tarde una enfermera acompañase a un moribundo en su viaje a Senegal o Costa de Marfil. Guiñó un ojo con picardía. Y desde allí te resultaría relativamente sencillo abandonar África.

¿Y qué sacaría con eso? quiso saber la condenada a la lapidación. Si esos fanáticos quieren matarme, y está claro que lo quieren, acabarán conmigo me esconda donde me esconda, por lo que creo que poner en peligro a una muchacha a la que le queda toda una vida por delante en un absurdo intento por salvar a alguien que no tiene futuro resulta de todo punto insensato.

En ciertas circunstancias, y no cabe duda de que ésta es una de esas circunstancias fuera de toda lógica y todo control, una insensatez puede acabar por convertirse en lo más sensato.

Sin embargo yo me opongo.

En ese caso nos comportaremos democráticamente, por lo que propongo que lo sometamos a votación. ¿Y eso qué significa?

Que será la mayoría la que decida.

Usman Zahal Fodio apenas tardó un par de minutos en reconocer que aquélla era sin duda una magnífica solución, indicando además que la joven Calicó no necesitaría quitarse el velo en el último momento corriendo el riesgo de provocar de ese modo la ira de los fundamentalistas. Serás una más entre las muchachas fulbé, y desde luego la última en la que se fijasen quienes buscaran a Aziza Smain, puesto que resulta evidente que eres una kotoko del lago Chad por cuyas venas no corre ni una gota de sangre hausa.

¿Y qué ocurrirá en ese caso?

Que a los integristas no les quedará otro remedio que aceptar que las absurdas noticias sobre Aziza Smain que los descerebrados banacas han ido propagando por todo el país resultaron falsas, por lo que se volverán a sus casas con el rabo entre las piernas.

¿Y si se lo toman a mal?

Peor para ellos, puesto que nunca han sido capaces, ni lo serán jamás, de enfrentarse en lucha abierta a los descendientes del temido Usman Dan Fodio que tantas veces les humilló y tantos de sus antepasados mató.

Aun así nos arriesgamos a iniciar una guerra tribal de incalculables consecuencias le hizo notar su sobrina.

Lo sé, y lo supe desde el día en que inicié el viaje hacia Hingawana fue la tranquila respuesta del guerrero cubierto de cicatrices. Pero la culpa no será de los fulbé, sino de quienes imaginaron que podían violar y lapidar a una de sus mujeres. Si aceptáramos semejante ofensa seríamos indignos de considerarnos hombres libres sin más ley que nuestra voluntad, ni más patria que el suelo que pisamos en cada momento. Y ten presente que hay una cosa que aterroriza a nuestros enemigos cualquiera que sea su país, su religión o la tribu a la que pertenezcan; son conscientes de que los fulbé siempre saben dónde encontrarlos, mientras que ellos nunca saben dónde encontrar a los fulbé puesto que ignoran dónde duermen cada noche.

Aquélla era sin duda una verdad incuestionable, puesto que desde el lejano día en que los temidos nómadas llamados indistintamente o según las zonas, peul, fulbé o bororo pusieron el pie en el continente negro llegando de nadie sabía dónde, se comportaron como escurridizos y vagabundos guerrilleros que convertían los conceptos de valor y sufrimiento en su razón de ser y su más preciada bandera. Sin embargo, la inmensa mayoría de los pobladores de las vastas llanuras que bordeaban el gigantesco Sahara solían ser sedentarios pastores que apenas se alejaban de sus núcleos de población, artesanos, agricultores o pacíficos comerciantes a los que espantaba la idea de que cualquier noche cayeran sobre sus tranquilos hogares una manada de sanguinarios y apestosos adoradores de vacas sedientos de venganza y capaces de degollar en silencio a todo un pueblo para perderse a continuación en las tinieblas y no parar de andar a paso de carga durante cinco semanas.

Incluso para los terroristas más avezados resulta prácticamente imposible atentar contra unos individuos que acampaban cada anochecer en un lugar distinto, sin más hogar que una estera ni más techo que el cielo, y que además eran duchos en el arte de mimetizarse con el entorno, hasta el punto de conseguir hacerse prácticamente ilocalizables.

Un guerrero fulbé era muy capaz de mantenerse erguido sobre una sola pierna, con la otra flexionada y pegada a la cintura, rodeándose el cuerpo de ramas de tal modo que a diez metros de distancia se le confundiría con un matorral más entre los matorrales entre los que se camuflaba. Al cabo de esa hora cambiaba de pierna para permanecer otro tanto de igual modo, aguardando pacientemente a que un venado, un león, un facocero o el odiado miembro de una tribu enemiga se pusiera al alcance de su afilado machete, momento en que degollaba a su víctima de un certero tajo y en un abrir y cerrar de ojos.

Ningún niño bororo de los que partían cada amanecer a pastorear el ganado llevaba jamás el agua o las provisiones que se suponían imprescindibles a la hora de soportar una dura jornada de marcha bajo un sol implacable, puesto que el mero hecho de tomar tal precaución significaba que no se sentía capaz de encontrar el agua o los alimentos que iba a necesitar en el desierto o la sabana.

Y si no sabía encontrarlos para él solo, menos aún sabría encontrarlos el día de mañana para su futura familia, por lo que nunca sería digno de conseguir una esposa y procrear hijos.

Decidido por tanto, por tres votos a uno, que Aziza Smain debía marcharse en la ambulancia mientras Calicó se quedaba con Usman Zahal Fodio, tan sólo bastaba conocer la opinión del enfermo, que aún tardó varias horas en encontrarse lo suficientemente despejado como para asimilar con claridad lo que le estaban proponiendo.

¿Y por qué no hacemos el viaje en mi coche que es más cómodo, más rápido y está dotado de aire acondicionado? quiso saber al fin.

Porque a ese precioso y espectacular Hummer 2 rojo lo anda buscando ya medio Níger fue la rápida respuesta del religioso. Y no creo que pasáramos ni tan siquiera el primer control de carreteras. Llama demasiado la atención y ya todo el mundo sabe, o por lo menos imagina, que en él viaja Aziza Smain.

¿Y qué hacemos con él?

De momento, ocultarlo. Luego ya veremos. Si lo quiere se lo regalo.

¡Ya lo creo que lo quiero! se apresuró a replicar el sonriente y agradecido padre Anatole. Lo puedo transformar en una magnífica ambulancia, y a la misión le vendrá de maravilla porque «la Tuerta se cae a pedazos. Sin embargo, no volveré a buscarlo hasta que ustedes dos se encuentren a salvo.

De acuerdo admitió Oscar Schneeweiss Gorriticoechea. Prepare una carta de cesión y se la firmaré, pero antes necesito que me haga un favor.

Si está en mi mano...

Supongo que sí. ¿Sabe manejar un soplete?

Naturalmente, hijo. En la misión tenemos que hacer de todo, y aunque no me considero una lumbrera, me suelo apañar bastante bien con la fontanería.

En ese caso busque el que está en la caja de herramientas y corte las vigas de acero que sujetan los parachoques a la base del chasis.

¿Y eso?

Usted haga lo que le digo.



El misionero le observó un tanto sorprendido, pero se limitó a obedecer por lo que al cabo de media hora, y contando con la eficaz ayuda de las dos mujeres, consiguió que tanto el parachoques trasero como el delantero se desprendieran del lujoso vehículo.

¿Y ahora qué hacemos? quiso saber un tanto amoscado puesto que el esfuerzo y el calor le habían obligado a sudar a chorros.

Meterlos en unas vasijas de barro que encontrara bajo el asiento posterior, e ir fundiéndolos poco a poco con ayuda del soplete.

¿Fundiéndolos? repitió el otro cada vez más confuso. ¿Y eso para qué?

Es que son de oro.

¿Cómo has dicho?

He dicho que son de oro, aunque cubiertos con una triple capa de pintura negra para que nadie lo descubra.

¿Pero qué tontería es ésa? no pudo por menos que inquirir el ya totalmente desconcertado capuchino. ¿A quién se 1e ocurre andar por el mundo en un coche con los parachoques de oro?

A alguien cuya familia cuenta con una larga tradición de huidas precipitadas de los más diversos países fue la sencilla y en cierto modo lógica respuesta. Cuando los nazis subieron al poder en Austria, mi abuelo pasó a Suiza, supuestamente a disfrutar de un tranquilo fin de semana en Zurich, en un Mercedes Benz en el que hasta el techo y las puertas eran de oro. Y mi padre le imitó entre las fronteras de Argentina y Chile. Cuando las cosas se ponen difíciles, el oro es el mejor de los recursos, por lo que en el momento de iniciar este viaje llegué a la conclusión de que no estaría de más tomar algunas precauciones.

¡Muy astuto, vive Dios! reconoció el belga. Muy astuto. Pero le va a resultar imposible sacar tanto oro del Níger. Los aduaneros suelen revisar a fondo los equipajes por si alguien pretende contrabandear uranio.

Es que no pienso sacarlo de Níger fue la sorprendente explicación. Uno de los parachoques es para mejorar el hospital de su misión. Y el otro para repartirlo entre los fulbé que nos van a ayudar.

Los fulbé jamás admiten que se les pague por los favores que hacen intervino Aziza Smain, que había permanecido atenta a la extraña conversación. Y mi tío se ofenderá si se lo propones.

Nada más lejos de mi ánimo que ofenderle, pero te ruego que le hagas comprender que no se trata de pagar por lo que hacen, sino de obsequiarle con un recuerdo de un amigo que se va, y que probablemente jamás volverán a ver. Y ahora necesito descansar. Me encuentro muy fatigado.

A los pocos momentos se había sumido en un profundo sopor aunque resultó evidente que al poco le asaltaron violentas pesadillas, puesto que comenzó a gemir y estremecerse mientras un sudor frío le corría por todo el cuerpo como si se encontrara a punto de deshidratarse.

El león invisible le rugía con más fuerza que nunca.

A Abu Akim el Martillo de Alá le complacía y relajaba de forma harto especial pasar una hora al día sentado a los pies de una palmera.

Por lo general prefería hacerlo al amanecer, pero en el caso de que por cualquier razón a esa hora no le resultara factible cumplir con tan personalísimo ritual, solía aprovechar el momento en que el sol comenzaba a perderse de vista en el horizonte, puesto que desde niño alimentaba la extraña creencia de que el simple hecho de acomodarse sobre la arena, con la espalda apoyada en un rugoso tronco, le ayudaba a pensar con mayor claridad, convencido de que la savia que circulaba por el interior de una altiva planta a la que no dudaba en denominar «el más hermoso adorno de la naturaleza le transmitía en cierto modo su gran fuerza vital.

En opinión del hombrecillo educado en Inglaterra que había permanecido largos años sin poder disfrutar de la beneficiosa presencia de sus cimbreantes troncos y sus abiertos penachos, las palmeras y no la Media Luna deberían haberse convertido en el verdadero símbolo del islam, puesto que la Media Luna cambiaba de aspecto a los tres días y debido a su lejanía en nada contribuía al bienestar de los seres humanos, mientras que las palmeras constituían para el sufrido viajero un punto de referencia que siempre permanecía inalterable, al tiempo que proporcionaban sombra, alimento, belleza y una clara indicación de que bajo sus raíces se encontraba la ansiada agua que tanto se necesita durante las interminables travesías del desierto.

Desde muy antiguo todo cuanto hacía referencia a lo musulmán estaba ligado de algún modo a la figura de una palmera, y debido a ello Abu Akim se sentía tan unido a ellas, que durante un día a la semana imitaba a los beduinos de lo más profundo del Sahara limitando su dieta a dátiles y leche de camella.

Ello le permitía sentirse más limpio y más identificado con Dios y con la naturaleza.

No era aquél, sin embargo, uno de tales días, puesto que el exigente sacrificio del ramadán traía aparejado que tras todo un largo día de ayuno el cuerpo reclamaba algo más consistente que dátiles y leche.

Por ello, sediento y hambriento, aguardaba sentado al pie de su palmera predilecta, observando cómo el sol iniciaba su lento descenso en busca del horizonte, a la espera, de que «no se pudiera distinguir un hilo blanco de un hilo negro, momento en que sus criados le avisarían de que el banquete nocturno estaba dispuesto.

Le reconfortaba imaginar que de igual modo el Profeta habría pasado largas horas apoyado en una palmera semejante, en perfecta comunión con su Creador, y meditando sobre la mejor forma de conseguir que los hombres mujeres de su raza emprendieran el camino que habría de conducirles directamente al paraíso.

De horas como aquélla, a solas con Dios y con sus propios pensamientos habrían surgido las santas palabras Corán, y por ello, tantos siglos más tarde, Abu Akim experimentaba un especial placer al imaginar que de algún modo imitaba al santo visionario que había sabido marcar la ruta correcta a millones de sus fervientes seguidores. La savia de la palmera al fluir tan cerca de su espalda le transmitía la fuerza necesaria como para enfrentarse a los mil peligros que de continuo le acechaban, consciente como estaba de que poderosos infieles habían puesto precio a su cabeza, por lo que siempre podía darse el caso de que algún ladino traidor sintiera la tentación de hacerse con tan generosa recompensa.

En realidad no le importaba saber que en cualquier momento podían asesinarle; más bien por el contrario experimentaba un íntimo orgullo al comprender que si le perseguían con tanta saña era porque se había convertido en el temido Martillo de Alá, que no reparaba en esfuerzos y fatigas a la hora de intentar que lo que había concebido aquel a quien él consideraba tocado por la gracia divina, acabara por convertirse en una auténtica realidad y algún día todos los habitantes del planeta marcharan al unísono por los hermosos senderos del islam.

Respiró profundamente, advirtió que su espíritu se elevaba tal como siempre ansiaba que lo hiciera, y se regodeó en la contemplación del rojo disco del sol que comenzaba a rozar el borde de las grandes dunas que se distinguían en la distancia, por lo que experimentó una particular sensación de desagrado en el momento de ver aparecer entre al fondo del sendero a su fiel lugarteniente, el manco R'Orab el Cuervo, quien se dejó caer cansinamente a su lado para comentar en tono de reconocida culpabilidad:

Siento traerte malas noticias en hora tan inoportuna, pero creo que es necesario que sepas que pese a todos nuestros esfuerzos, no hemos conseguido dar con el paradero de Aziza Smain.

¿Cómo es posible? inquirió su jefe en tono de evidente reconvención y casi menosprecio. No es más que una mujer.

Lo sé, y no consigo entender qué es lo que está ocurriendo, pero lo cierto es que miles de fieles la buscan sin éxito por todos los rincones, por lo que llegaría a creerse que se la ha tragado la tierra.

La tierra tan sólo se traga a los muertos replicó su interlocutor de evidente mal talante. Está viva, y mientras siga respirando constituye una ofensa que no estoy dispuesto a aceptar. Te ordené que no volvieras si no era trayéndome su cabeza en una cesta.

Lo recuerdo admitió el abatido beduino al que le costaba un gran esfuerzo encarar la situación. Pero es que todo cuanto hemos intentado resulta inútil. No aparece por parte alguna.

¿Y qué piensas hacer?

Cambiar la forma de actuar, y por ello he venido. Necesito que ruegues a tus amigos de Kano que envíen un avión en su busca.

¿Un avión? se sorprendió de forma harto desagradable el Martillo de Alá al que nunca le había gustado pedir favores a nadie. ¿Por qué un avión?

Porque la región fronteriza entre Nigeria y Níger, en la que sabemos que se esconde, es una enorme sabana salpicada de barrancos, monte bajo y matorrales lo suficientemente compactos como para que ellos puedan ocultar el vehículo del europeo que la ayuda, y que ha sido visto por esa zona.

¿Estás seguro de eso?

Me consta que cruzó la frontera por Jibiya, y que se hace pasar por científico que busca fósiles, pero resulta evidente que lo que intenta es permitir que Aziza Smai escape con el fin de llevársela a su país para presumir que nos la ha arrebatado en nuestras propias narices. Entiendo. Y no me gusta. Aborrezco que los extraños, sobre todo si son infieles, intervengan en nuestros asuntos.

También yo, y por ello creo que únicamente conseguiríamos localizar su vehículo desde el aire... ¿Qué opinas?

Que tal vez tengas razón. ¿Darás la orden?

No sólo la daré, sino que puedes hacer correr la voz de que entregaré personalmente un millón de euros a quien me traiga la cabeza de esa mujer. No podemos consentir que nuestras creencias se pongan en entredicho.

Nadie las pone en entredicho protestó con cierta timidez su atribulado subordinado. Tan sólo se trata de un retraso.

Pero un retraso inadmisible. Los medios de comunicación de medio mundo ya han difundido la noticia de que una condenada a muerte por el tribunal de la sharía se ha escapado, por lo que muchos se preguntan si en realidad somos tan ineptos que ni siquiera sabemos hacer cumplir nuestras propias leyes. Es como si un peligroso asesino se hubiera fugado de una prisión americana la víspera de su ejecución.

A Aziza Smain no se la puede considerar una peligrosa asesina señaló en el mismo tono de exculpación el hundido R'Orab. Debido a ello disfrutaba de una relativa libertad de la que abusó de una forma indigna y totalmente inesperada. Por lo que he podido averiguar gran parte de la culpa recae sobre el caíd de Hingawana que no tomó las debidas precauciones, e incluso se rumorea que en cierto modo favoreció la huida.

Algo he oído al respecto admitió Abu Akim al tiempo que se ponía en pie puesto que el sol acababa de desaparecer tras las dunas y muy pronto los colores dejarían de existir. Pero no es tiempo de acusarnos los unos a los otros y dividir nuestras fuerzas, sino de trabajar codo con codo con el fin de procurar que las leyes se cumplan.

Lo único que importa es encontrar a esa mujer y ejecutarla tal como ordena la sentencia. El resto es superfluo. Tal vez no resulte sencillo... El continuo carraspeo del manco mostraba hasta qué punto se encontraba nervioso. Hemos sabido que casi la totalidad de los fulbé de la región han comenzado a arrear a sus animales hacia el oeste, como si tuvieran la intención de concentrarse al sur de Niamey, a orillas del río Níger.

Tal vez acudan a una de sus tradicionales ferias de ganado aventuró en un tono de evidente esperanza su interlocutor.

¿En esta época del año? negó el otro convencido: ¡Jamás lo han hecho! Y por lo que me han contado son los banacas los que están haciendo correr la voz de que hasta el último bororo, hombre, mujer o niño, debe encaminarse cuanto antes hacia ese punto.

¿Y qué tienen que ver los banacas con todo esto? Lo ignoro, pero hay dos cosas que debemos tener en cuenta: primero, que por lo que se sabe los banacas constituyen una especie de rama desgajada del tronco fulbé, con los que se encuentran emparentados. Y segundo, que son los únicos seres de este mundo capaces de hacer llegar cualquier mensaje hasta el último rincón del continente.

Eso es muy cierto admitió a pesar suyo A Akim. Cuando se lo proponen esos locos actúan con un reguero de pólvora, resultan totalmente incontrolable y el simple hecho de que existan obliga a admitir que ocasiones incluso el Creador comete errores.

La sorprendente afirmación de un hombre tan probadamente religioso cabía atribuirla sin duda al hecho de los estrafalarios banacas o bananas, también conocido como «los caminantes, constituían desde tiempo inmemorial uno de los grupos étnicos más peculiares del continente negro y casi podría asegurarse que de la Tierra.

Debido a sus antiquísimas costumbres, o tal vez, y con mayor probabilidad, a un desconocido y complejo defecto genético, raramente conseguían permanecer inmóviles y además padecían insomnio crónico, pese a lo cual jamás se fatigaban, razón por la que dedicaban su tiempo y sus extraordinarios excesos de vitalidad a deambular sin descanso por las praderas, los montes y los desiertos.

Solían hacerlo a solas o en muy pequeños grupos, casi siempre recitando extrañas letanías destinadas a espantar a los malos espíritus, y no se les conocía enemigos en una región del planeta en la que casi todo el mundo contaba con algún enemigo, ya que en cierto modo se les consideraba una especie de santones o iluminados a los que jamás se les debía hacer daño a riesgo de provocar la ira de los dioses.

Por lo general se consideraba un honor abastecerles de agua y toda clase de alimentos pese a que nunca los solicitaban, y de igual modo rechazaban de plano cualquier oferta de refugio o la más mínima remuneración cuando se les utilizaba a modo de correo, dado que siempre se mostraban dispuestos a llevar cualquier tipo de mensaje, que repetían sin olvidar ni una sola palabra, a un destinatario que muy bien podía encontrarse a más de trescientos kilómetros de distancia.

Semidesnudos y descalzos, sin armas ni equipaje, la súbita aparición entre un río de dunas o entre la alta hierba de la pradera de un banaca traía siempre consigo un cierto aire de misterio, y los nativos más supersticiosos aseguraban que en realidad no se trataba de seres humanos, sino de la encarnación de las almas de aquellos que no conseguían descansar en el más allá por lo que necesitaban viajar continuamente hasta encontrar en algún lugar remoto la paz perdida a causa de sus muchos pecados.

Tan sólo se relacionaban sexualmente entre sí, probablemente porque no existía nadie capaz de seguir su ritmo de vida, y por lo general siendo ya relativamente mayores, puesto que en cuanto alcanzaban la pubertad los hombres preferían lanzarse a recorrer el mundo.

Solían mantener sus relaciones de pareja durante la época de las grandes lluvias, único momento en la que su incesante actividad descendía ligeramente, y su esperanza de vida debía ser muy corta, puesto que no se tenía noticias de ningún banaca anciano.

Debido a ello, la curiosa afirmación de Abu Akim de que constituían una especie de «reguero de pólvora se ajustaba mucho a la realidad, por lo que resultaba evidente que ya no debía quedar ni un solo bororo en cientos de kilómetros a la redonda que no supiera que tenía que arrear sus negros cebúes hacia un lugar muy concreto, a orillas del Níger, con el evidente fin de contribuir a la salvación de" una hermosa muchacha por cuyas venas corría sangre fulbé, y que además era hija de una princesa que años atrás había sido especialmente famosa debido a su espectacular belleza.


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