El león invisible



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El monegasco, del que se diría que había quedado como alelado ante el espectáculo de la casi total desnudez de una criatura que evidentemente tenía la virtud de descentrarle, consiguió reaccionar apartando la vista de unos senos que parecían desafiar las leyes de la gravedad apuntando hacia el cielo como los amenazantes cuernos de un toro bravo, para intervenir con tono decidido:

El caíd tiene razón. Cada kilo que ganes y cada gota de leche que consigas, no sólo redundará en tu propio provecho y el de tu hijo, sino en el de todo el pueblo.

Lo único que desea este pueblo es matarme a pedradas.

Conseguiremos que poco a poco vayan cambiando de idea.

La condenada a muerte inclinó la cabeza, se observó las manos que aún mantenía cruzadas sobre el regazo y por último señaló en tono de absoluta resignación.

Mi prima, que estaba tuberculosa, se curó y engordó más de veinte kilos comiendo casi exclusivamente grasa de giba de camello. Si para salvar a mis hijos tengo que cebarme hasta reventar, me comeré los camellos enteros.

¿Y nos darás los nombres de quienes te atacaron?

Eso necesito pensármelo.

Una nube de polvo se vislumbró a primera hora de la tarde hacia el sudoeste, y poco a poco se fue agrandando hasta extenderse por la totalidad del horizonte, y aunque algunos llegaron a pensar que se trataba de una tormenta de arena que no soplaba desde donde solía hacerlo durante aquella época del año, no pasó media hora antes de que el rumor de motores les hiciera comprender que lo que se aproximaba era una veintena de vehículos de todas las formas y colores que avanzaban al unísono como si se tratara de un ejército invasor dispuesto a apoderarse del pueblo.

No obstante la caravana se detuvo a unos trescientos metros de las primeras casas, y de inmediato cuadrillas de atareados obreros comenzaron a descargar cuanto traían, decididos al parecer a levantar un cómodo campamento antes de que las tinieblas de la ya cercana noche se adueñaran de la llanura.

Con las primeras sombras, un enorme camión que no era otra cosa que un silencioso grupo electrógeno comenzó a runrunear muy suavemente, y casi al instante cientos de bombillas se encendieron ante el asombro de unos lugareños que en su inmensa mayoría jamás habían visto con anterioridad la luz eléctrica.

Oscar Schneeweiss Gorriticoechea comenzaba a cumplir cuanto había prometido, y lo llevaba a cabo con la misma eficacia con la que solía administrar sus múltiples empresas.

Tres cocineros se afanaron con el fin de ofrecer a cuantos lo solicitasen abundantes raciones de cordero asado acompañadas de auténticas montañas de sabroso cuscús, frutas frescas, dulces de miel, refrescos helados y té muy caliente y azucarado, mientras media docena de operarios alzaban una gran pantalla blanca en la que al poco rato se proyectó una película de aventuras en la selva que tuvo la virtud de dejar a más de un nativo absolutamente anonadado y boquiabierto.

En menos de cuatro horas, el siglo XXI había extendido sus alas sobre los tejados de Hingawana con la rapidez y la violencia del más rápido y violento harmatán que nadie recordara.

Al mediodía siguiente una tubería de tres kilómetros de longitud y una pequeña bomba hidráulica transportaban desde el mayor de los pozos un agua que ya había sido depurada hasta una hermosa fuente levantada en el centro de la plaza principal. Las mujeres se arremolinaban en torno a ella como si aquél fuera el milagro que habían estado esperando desde el día mismo en que nacieron.

Una cómoda casa prefabricada con dos habitaciones, salón, cocina, baño con agua corriente y un amplio patio sombreado se alzó como por ensalmo en un extremo del poblado, y muy pronto se convirtió en el nuevo hogar de Aziza Smain y sus hijos, mientras todo aquel que lo solicitó pudo cambiar gratuitamente sus remendados harapos por hermosos ropajes de brillantes colores.

Pero de cuanto de maravilloso trajeron consigo los recién llegados lo que sin lugar a dudas mayor entusiasmo despertó fue el flamante campo de fútbol, con sus porterías pintadas de blanco y dotadas de redes, los balones de cuero, las rojas camisetas con pantalones blancos o amarillas con pantalones verdes, así como las negras botas de reglamento con sus correspondientes medias haciendo juego con el uniforme elegido.

Al caer la tarde, cuando el calor amainó lo suficiente, extranjeros y lugareños midieron sus fuerzas propinándole patadas a una pelota ante los gritos de ánimo y el entusiasmo de los seguidores de uno y otro bando.

Oscar Schneeweiss Gorriticoechea sabía muy bien lo que hacía.

África amaba el fútbol.

En Hingawana los pocos que tenían una ligera idea de quién era el presidente George Bush lo aborrecían, pero la inmensa mayoría sabía quién era Ronaldo y lo adoraban.

El caíd Ibrahim Shala no pudo resistir la tentación de asistir al espectáculo y, montado en su caballo blanco y acompañado por dos criados que se turnaban a la hora de protegerle del sol con su inmensa sombrilla roja, marchó con paso majestuoso y lento desde su palacio al campo de fútbol para observar las incidencias del pintoresco enfrentamiento sin descender ni por un instante de su pacífica montura.

René Villeneuve ejercía las labores de árbitro con notable justicia e indiscutible autoridad.

Vencieron los locales por cinco a tres.

El guardameta visitante, electricista de profesión, demostró ser bastante más habilidoso empalmando cables que deteniendo balones.

Al concluir, ambos equipos se ducharon juntos, y resultó evidente que para algunos de los contendientes aquélla era su primera ducha.

Caía la tarde. El parasol resultaba ya inútil y tras despedir con un gesto a sus criados, el emir encaminó su montura al punto en que Oscar Schneeweiss Gorriticoechea había estado contemplando el partido sentado en el techo de su Hummer 2 de color rojo fuego.

Tu actitud me sorprende, fue lo primero que dijo. Normalmente se corrompe a los dirigentes para que vayan en contra de los intereses del pueblo, pero tú estás intentado corromper a todo un pueblo para que vaya en contra de los intereses de sus dirigentes.

¿Acaso consideras que darle de comer y beber, o proporcionarle diversiones tan inocentes como películas de aventuras o partidos de fútbol significa corromper a un pueblo? replicó el aludido con un deje de voz que denotaba sorpresa o tal vez ironía.

Yo no he viajado tanto como tú, pero mi padre me envió un año a vivir en Londres, y algo aprendí, aunque no demasiado. Admito que tu intención es justa y loable, pero opino que ofrecer a alguien mucho más de lo que siempre ha tenido no deja de ser una forma como cualquier otra de corromper 1e hizo notar el hausa. Continúa siendo el «pan y circo de los romanos.

Pero un circo sin gladiadores ni leones que devoren a los cristianos. Precisamente lo que trato de evitar es un macabro circo en el que ese mismo pueblo que ahora grita y se apasiona jugando al fútbol sin causar daño a nadie, lo haga de igual modo mientras derrama la sangre de una infeliz arrojándole piedras hasta que no le quede ni un hálito de vida.

En eso tienes razón admitió el jefe. Y te repito que puedes contar conmigo para intentar conseguirlo, pero tengo la impresión de que todo esto, por bueno que parezca, se te puede ir de las manos. A mi modo de ver son demasiados cambios y demasiado rápidos.

A tu gente se la nota feliz y satisfecha.

¡Eso es lo malo, querido amigo! recalcó el nativo mientras palmeaba afectuosamente una y otra vez el cuello de su blanca cabalgadura. Eso es lo malo. El mío nunca ha sido un pueblo feliz y satisfecho, por lo que tanto mis antepasados como yo siempre hemos sabido cómo administrar su hambre, su sed, sus penurias y sus insatisfacciones. Con ellas vinieron al mundo y con ellas lo abandonaron. Sonrió de oreja a oreja, casi como un niño travieso. Pero te garantizo que no tengo ni la menor idea de cómo se administra la dicha o la abundancia.

Yo te enseñaré, fue la tranquila respuesta. Costumbre tienes, eso resulta evidente, pero no sé si es algo que se aprenda con unas cuantas lecciones, o que valga la pena aprender para tener que olvidarlo en cuanto te hayas marchado. Ese día toda esta gente se sentirá mucho más miserable e infeliz de lo que lo ha sido hasta ahora. Les dejaré muchas cosas señaló Oscar Schneeweiss Gorriticoechea en un tono que evidenciaba sinceridad. Todo lo que les he prometido.

Nunca lo he dudado admitió el caíd que parecía sentirse tan cómodo sobre su ancha silla de montar como si se encontrara tumbado en un sofá de su viejo palacio. Desde el momento en que hiciste tu aparición comprendí que eres uno de esos hombres que saben que quieren y no se detienen hasta conseguirlo, pero te advierto que ahora te enfrentas a un enemigo que probablemente nunca se te había presentado antes: la fe.

¿La fe o el fanatismo?

El fanatismo no es más que la fe de los imbéciles, pero por eso mismo resulta tan terriblemente peligrosa. Los que la profesan no suelen tener criterio propio, y gracias a ello cualquiera les puede influir cuando menos se espera.

Veo que le cundió bastante el año en Londres.

Esas cosas no se aprenden en Londres; se aprenden mucho mejor en Nigeria replicó el caíd al tiempo que arreaba suavemente al animal para que reiniciara la marcha. Y ahora he de irme. Cada atardecer debo hacer acto de presencia en la mezquita aunque tan sólo sea por intentar averiguar qué diablos trama el hijo de mala madre de Sehese Bangú.

Se alejó muy despacio seguido por la mirada del monegasco que permaneció muy quieto, hundido en sus pensamientos hasta que René Villeneuve vino a tomar asiento a su lado para inquirir sin el menor rodeo al tiempo que hacía un gesto hacia quien ya se perdía de vista tras las primera casas.

¿Qué cuenta el hombre?

Está preocupado y lo entiendo. Es muy listo y presiente, como presiento yo, que este asunto se puede complicar más de la cuenta.

Te lo advertí. Demasiado a menudo, y sobre todo en lugares como éste, la buena voluntad no basta.

¿Y qué otros medios podemos utilizar? quiso saber Oscar Schneeweiss Gorriticoechea. Yo únicamente hago lo que sé hacer.

Lo comprendo admitió el periodista, pero lo que no acabo de entender es por qué demonios lo haces. Porque probablemente es lo que hubiera hecho el comandante.

¿Cousteau? ¿Quién si no?

Nunca tuve noticias de que se dedicara a salvar indefensas muchachas africanas en peligro de muerte.

Él intentaba salvarlo todo; los animales, los océanos, las tierras e incluso el aire que respiramos replicó su interlocutor con una leve sonrisa. Yo pertenezco a una generación a la que el comandante inculcó el respeto por la vida y por los seres indefensos que nos rodean, y aunque muchos lo hayan olvidado, lo tengo muy presente, y me consta que si se hubiera enfrentado a un caso como éste hubiera intentado resolverlo tal como estoy intentando resolverlo yo.

A menudo me pregunto si estás bien de la cabeza.

No hace falta que te lo preguntes fue la tranquila respuesta. No lo estoy. Admito que continuar comportándome como un niño que idealiza a sus héroes y aún cree en la bondad y la justicia puede parecer estúpido, pero lo cierto es que me gusta, me lo puedo permitir, y no tengo nada mejor que hacer. Oscar Schneeweiss Gorriticoechea observó cómo los últimos jugadores abandonaban el campo de fútbol charlando y comentando las incidencias del peculiar encuentro, y al poco se volvió a su acompañante para añadir con una leve sonrisa: Durante los difíciles años en lo que me sentía tan débil que en ocasiones no podía ni levantar un libro, me admiraba ver cómo aquel hombre ya casi anciano que era mundialmente famoso y podía retirarse a descansar y disfrutar de su fama y su enorme fortuna, prefería no obstante continuar a bordo de la Calipso, jugándose el pellejo en lucha contra las tempestades o enfrentándose a los tiburones como si cada minuto fuese el último de su vida y tuviera clara conciencia que aún le quedaban mil cosas por hacer y mil mundos por descubrir. «Si consigo curarme nunca estaré cansado y algún día seré como él, solía decirme a mí mismo. Conseguí curarme y aunque rara vez me canso, dudo que llegue a ser como él, aunque estoy dispuesto a intentarlo.

René Villeneuve lanzó una significativa mirada a su alrededor y su tono era francamente jocoso al señalar: ¡Buen camino llevas! masculló. Cousteau era un hombre de mar y por lo que yo sé nos encontramos en las lindes del Sahara y a unos dos mil kilómetros del tiburón más cercano.

En una ocasión leí una frase que me llamó la atención: «El espíritu de los hombres de mar puede viajar tierra adentro, pero los hombres de tierra adentro le temen al mar, por lo que su espíritu jamás se aleja unos metros de la orilla.

Ciertamente acertado admitió el periodista sin el menor rubor. A mí del mar lo único que me gusta es el ruido.

A media mañana Oscar Schneeweiss Gorriticoechea recibió un mensaje de uno de los obreros que estaban pintando y revisando los últimos detalles de la flamante casa de Aziza Smain.

La muchacha quería verle.

Acudió tan nervioso como un adolescente dispuesto a recibir las notas de su examen de fin de curso, y lo primero que le sorprendió en el momento de aproximarse fue advertir que la turbadora nativa se encontraba asomada a la amplia ventana del espacioso salón que le hacía gestos para que se situara frente a ella, a un par de metros de distancia.

Perdona que te reciba así, fue lo primero que le dijo, pero la ley me prohíbe permitir que un hombre entre en mi casa si no estoy acompañada por dos mujeres o un pariente muy cercano. Podrían volver acusarme de adulterio. Y a ti también.

¡Vaya por Dios! Sería lo que nos faltara.

La reincidencia implica la aplicación inmediata del castigo sin la menor esperanza de indulto. Y a ti podrán apalearte o condenarte a prisión por una larga temporada.

En ese caso, mejor me quedo aquí, aunque te advierto que este sol raja las piedras.

De eso quería hablarte.

¿Del sol? se sorprendió el otro.

Del sol, de la arena y del viento fue la aclaración de la mujer que aparecía ahora limpia, recién peinada y cubierta con un sencillo vestido verde que resaltaba aún más unos rasgados ojos que parecían cambiar de tonalidades según las horas y sus estados de ánimo. Pese a no lucir más adornos que su propia belleza, deslumbraba como un faro que brillara bajo el sol más violento.

No consigo entenderte.

Es sencillo replicó ella con un asomo de sonrisa que iluminó su rostro por lo general serio y preocupado. Pero antes que nada, quiero darte las gracias por la casa que me has regalado, que se me antoja más hermosa que el mismísimo palacio del caíd.

Sin embargo, presiento que hay algo en ella que no te gusta puntualizó su interlocutor que comenzaba a sudar a mares por culpa de un inclemente sol que le abrasaba la nuca.

La casa me encanta... le contradijo ella. Es perfecta en todo, salvo que está al revés.

¿Al revés? no pudo por menos que repetir un perplejo Oscar Schneeweiss Gorriticoechea. ¿Qué quieres decir con eso de que está al revés? El techo está arriba y el suelo abajo. Como tiene que ser.

Pero está orientada al norte.

¿Y eso qué tiene que ver?

Que aquí no existe forma humana de vivir en una casa orientada al norte. Al norte está el desierto y del norte llegan la mayor parte del año los vientos que traen una arena que en cuanto se abre la puerta o las ventanas se mete hasta la cocina y se mezcla con los alimentos. Hay días, cuando arrecia el harmatán, que incluso resulta imposible abrir una puerta orientada al norte.

¡Curioso! admitió el monegasco. ¡Jamás se me habría ocurrido!

No tenías por qué saberlo, pero si te fijas, todas las casas del pueblo están orientadas al sur, y si las calles son tan estrechas y sinuosas no es por capricho o porque falte espacio, sino con el fin de que den sombra y corten el viento.

¡Ahora que lo dices...!

Por eso he querido advertirte. El otro día, mientras te esperaba en el palacio del caíd Shala, pude ver la maqueta, ¿se dice así?, y los dibujos del hermoso pueblo que te propones construir. Pero si lo haces tal como lo has concebido, con calles tan anchas y la mitad de las casas orientadas al norte, los habitantes de esas casas acabarán regresando a sus viejos hogares. Los increíbles ojos brillaron en lo que parecía una chispa de picardía al añadir: Y lo que es peor, en cuanto enseñes el proyecto se reirán de ti.

¿Acaso te importa que se rían de mí?

Mucho, admitió la nigeriana. Conozco a mi pueblo, y si no te admiran y respetan jamás conseguirás salvarme. Ni a mí ni a mis hijos.

Suena lógico.

Supongo que lo es. Y supongo que si te has convertido en una remota esperanza de que no me ejecuten, debo velar por ti del mismo modo que tú velas por mí. Estoy segura de que construir esta casa al revés ya le ha dado pie a Sehese Bantú para desprestigiarte. Procura no volver a cometer errores como éste.

Lo tendré en cuenta. Tú eres muy lista y yo aprendo rápido. Pasado mañana tendrás una nueva casa y construida al derecho.

¿Una nueva casa? se escandalizó ella. ¡No es necesario! Ésta me encanta y bastará con abrir una puerta en el muro trasero.

Ni por lo más remoto. En mis compañías impera una norma que no admite discusión: toda mercancía que tenga el más mínimo defecto se cambia de inmediato por una nueva y mejor. Pasado mañana tendrás una casa más bonita y más grande orientada al sur. ¿De qué color la quieres?

¿Es que te has vuelto loco?

No necesito volverme loco. Siempre lo he estado... El hombre que sudaba a chorros añadió: Y ahora dime, ¿cuándo vas a darle al caíd Shala los nombres que te ha pedido?

¿Realmente crees que debo hacerlo?

Según él ésa constituye tu única esperanza de salvación.

¿Y qué le ocurrirá a mi hermana y a mis sobrinos si encierran a Hassan? Pronto o tarde será ella la que acabe lapidada.

Lo dudo. Si se impone la justicia y los auténticos culpables pagan por sus crímenes, los demás se lo pensarán mucho antes de actuar con la impunidad con que lo han venido haciendo hasta ahora.

No estoy muy segura de eso.

Pues deberías estarlo le hizo notar un hombre al que el sudor le corría ya por todo el cuerpo y tenía la desagradable sensación de estar a punto de sufrir una insolación. Y deberías comprender que puedes convertirte en la mujer que haga cambiar unas costumbres salvajes que continúan vigentes porque nadie se ha atrevido a plantarles cara. De simple víctima puedes pasar a ser un símbolo.

No tengo ningún interés en convertirme en símbolo replicó con su voz firme y algo ronca Aziza Smain. Lo único que pretendo es salvar a mis hijos. Y si es posible, ver cómo crecen.

Pues dale al caíd esos nombres y lo conseguirás.

El precio es muy alto.

La vida es el precio más alto que se puede pagar por nada en este mundo. Y es tu vida la que está en juego.

Y la de mi hermana.

Tu hermana no corre peligro porque en el peor de los casos yo le proporcionaría, al igual que a ti, la posibilidad de establecerse en cualquier lugar del mundo sin tener que preocuparse por el futuro. Sabes que dinero no me falta. No.

Supongo que dinero es lo que te sobra, pero mi hermana quiere a Hassan, y no creo que por mucho dinero que le dieras fuera feliz sabiendo que se pudre en la cárcel.

Si acaba en la cárcel estará donde se merece, le hizo notar el monegasco en tono sorprendentemente duro. Él, más que nadie en este mundo, tenía la obligación de defenderte puesto que vivías bajo su techo, pero en lugar de hacerlo te forzó y te entregó a sus amigos. Yo en tu lugar no me lo pensaría dos veces a la hora de echárselo a los cerdos.

Pero no estás en mi lugar. Por suerte o por desgracia, nadie podrá estar nunca en mi lugar, pero dile al caíd que mañana le daré una respuesta.

Espero que pienses en ti misma y en tus hijos antes que en los demás. Y ahora, lamentándolo mucho, debo dejarte porque me estoy achicharrando. Como continúe un minuto más al sol me caeré redondo.

Regresó a duras penas y casi tambaleándose bajo el implacable calor del mediodía africano hasta la cómoda y climatizada autocaravana en que había establecido su cuartel general; tras darse una larga ducha que pareció devolverle al mundo de los vivos, convocó a la plana mayor de su equipo en la gran carpa blanca que hacía las veces de cuartel general para espetarles sin más preámbulos:

¡Hay que darle la vuelta a las casas! Tardaron en reaccionar.

¿Cómo ha dicho? inquirió al fin el desconcertado ingeniero jefe.

He dicho que acabo de aprender mi primera lección africana, y tengo la extraña sensación de que no será la última señaló convencido. Aquí la naturaleza es la que manda, y el que no se someta a ella va de culo.

¿Le importaría explicarse un poco mejor?

Lo intentare, replicó asintiendo una y otra vez con la cabeza. Resulta evidente que allá en Europa somos buenos construyendo urbanizaciones, puentes o puertos deportivos, pero éste es un mundo muy diferente y lo primero que tenemos que hacer es dejarnos aconsejar para no meter la pata a cada paso. La casa que con tanta eficacia y rapidez le hemos construido a Aziza Smain es casi inhabitable porque está orientada hacia el norte. Mañana quiero todos los planos en esa dirección, con calles estrechas que corten el viento y toldos de lado a lado como en Andalucía o Marruecos, apuntó acusadoramente con el dedo a todos y cada uno de los presentes al añadir en un tono que no admitía réplica: Y escuchad a los nativos antes de hacer algo porque como dice el refrán, «más sabe el tonto en su casa, que el listo en la ajena. No quiero que volvamos a cometer errores de principiante.

Se hará como dice.

Y pasado mañana esa mujer tiene que tener una nueva casa, más grande, más bonita y con un gran porche orientado al sur. ¿Está claro?

¡Muy claro!

Pues manos a la obra y que nadie pegue un ojo hasta que Aziza Smain duerma en su nueva cama... Alzó el dedo en una nueva advertencia. ¡Y que le construyan una piscina!

¿Una piscina? se horrorizó el jefe de los capataces. ¿Una piscina de verdad en mitad de este desierto?

¡Y tan de verdad! Por si no te habías dado cuenta, deberías pararte a pensar que las piscinas son mucho más útiles en mitad del desierto que en mitad de la nieve.

Eso es muy cierto, pero ya me explicará de dónde vamos a sacar aquí la fibra de cristal, la pintura aislante, los motores y los filtros para una piscina. Sin contar con el hecho de que si les gastamos el agua de sus míseros pozos en llenar una piscina, los nativos nos van a correr a gorrazos hasta el mar.

La fibra, la pintura, los motores y los filtros que los traigan en avión. Y el agua en camiones cisterna desde el río Níger. O de cualquier otro que esté más cerca.

¡Divino! Pero el que paga manda. ¡Tú lo has dicho! Mando porque pago.

Y manda y paga muy bien, eso nadie lo niega. Por lo tanto le aseguro que antes de una semana la señora podrá nadar en su piscina.

¡No te equivoques, hijo! No te equivoques le hizo notar su jefe. Esa piscina no tiene como objeto que la señora nade en ella, cosa que probablemente no hará, porque estoy convencido de que no sabe nadar. Su verdadero objeto se centra en demostrar que somos capaces de hacer algo que nadie más sería capaz de hacer por estas latitudes. Eso impresiona a los lugareños, y la prueba la tienes en que empieza a llegar gente de los poblados vecinos, para ver, con envidia, lo que está ocurriendo en Hingawana.

¡Con tal de que no se dediquen a condenar a muerte a otras mujeres para conseguir lo mismo...! comentó con evidente humor el ingeniero jefe. A menudo los remedios acentúan los síntomas de la enfermedad, y me veo construyendo una nueva Nigeria por el resto de mi vida. Todo el que quiera es libre de marcharse... puntualizó en tono tranquilo Oscar Schneeweiss Gorriticoechea. Cuantos estáis aquí lleváis años conmigo, y os he dado a ganar mucho dinero con trabajos fáciles en lugares cómodos. Ahora ha llegado el momento de exigir, y aunque supongo que os preguntaréis por qué diablos os he embarcado en esta absurda aventura, mi única respuesta está en que mis motivos son sólo míos pero pienso llegar hasta el final cueste lo que cueste.


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