El león invisible



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¿Y no hubiera sido más barato y más práctico enviar un grupo de mercenarios para que se llevaran a esa mujer por la fuerza? quiso saber René Villeneuve, que también formaba parte del grupo. Por lo que hemos visto no hubieran encontrado la más mínima resistencia.

Admito que eso fue lo primero que se me pasó por la mente, pero acabé desechando la idea, fue la honrada respuesta. No creo que la violencia sea la mejor forma de resolver los problemas, entre otras cosas porque durante años mi familia no hizo otra cosa que huir de la violencia. Si siempre he renegado de ella, me estaría traicionando a mí mismo si recurriera a esos métodos cuando me conviene. Me inclino más por el diálogo y la persuasión.

Y el derroche de dinero...

Y el derroche de dinero, en efecto admitió sin el menor rubor el monegasco. Para eso está.

Pero con lo que piensas gastarte aquí en casas, cine, piscina y campos de fútbol se podrían resolver otros muchos problemas más urgentes en un continente en el que la gente se muere de hambre puntualizó Max Theroux, el médico que le había atendido siendo un muchacho y que había insistido en unirse a la singular expedición. Más de la mitad de África sufre el azote de hambrunas, tuberculosis, malaria y sida, sin contar las sequías, las inundaciones y las infinitas guerras, y si quieres que te sea sincero, entiendo que tanto gasto por salvar a una sola persona resulta desproporcionado cuando millones de niños se encuentran en el más absoluto abandono.

Oscar Schneeweiss Gorriticoechea tardó ahora un cierto tiempo en responder, tiempo que utilizó en servirse un vaso de limonada de la jarra que se encontraba sobre una mesa del rincón de la gran carpa blanca; tras beber muy despacio, asintió una y otra vez con la cabeza, pero al replicar no se dirigía directamente al amigo que tantos cuidados y tanto cariño le había proporcionado cuando se encontraba al borde de la muerte, sino al conjunto de los presentes que aguardaban expectantes.

Mucho hay de cierto en lo que has dicho admitió. El gasto es en verdad desproporcionado si se compara con lo poco que se hace por tantas vidas igualmente valiosas como se encuentran en peligro. Pero he meditado sobre ello, y he llegado a la conclusión que ni toda mi fortuna, ni mil fortunas semejantes, solucionarían los infinitos problemas de un continente que el mundo ha abandonado a su suerte. Sin embargo, os habréis dado cuenta de que los medios de comunicación se pasan la vida mostrándonos terribles imágenes de niños famélicos que expiran ante las cámaras en brazos de sus madres, sin que casi nadie haga nada. Eso es así, año tras año, hasta el punto de que la sociedad se ha vuelto hasta cierto punto inmune a semejante tipo de mensajes... Los observó uno por uno al inquirir casi agresivamente: ¿O no?

En parte tienes razón admitió René Villeneuve. Como periodista tengo muy claro que una misma noticia repetida una y otra vez deja de ser noticia y pierde todo su interés por trágica que resulte.

¡Exacto! insistió el monegasco. Estoy viendo esas imágenes desde que tengo memoria y siempre me estremecen, pero ya no me chocan. Hizo una corta pausa como si con ello pretendiera dar énfasis a lo que iba a decir. Sin embargo añadió, cuando escuché por la radio cómo Aziza Smain contaba con naturalidad y sin ningún tipo de lamentaciones su terrible historia, que en realidad no es otra que la terrible historia de todo un continente, fue como si una corriente eléctrica me atravesara de los pies a la cabeza. ¡Me afectó! Eso sí que me afectó añadió golpeando levemente la mesa. ¿Y queréis saber por qué? Porque en aquel momento intuí que Aziza Smain es un animal mediático. Habrá mujeres más guapas, con mejor cuerpo, más cultas o más inteligentes, pero tiene un carisma especial; «algo impalpable e inexplicable; una especie de magia que hace que nos fijemos en ella igual que las cámaras se fijan en una determinada persona que resulta especialmente fotogénica y la convierten de inmediato en una estrella de la pantalla aunque personalmente no destaque sobre los demás.

Eso es muy cierto admitió el locutor. Aziza Smain atrae como un imán y cuando estás ante ella te sientes como un pájaro atrapado por la mirada de una cobra.

¡Exacto! Es como si hipnotizara a cuantos la escuchan, y sobre todo a cuantos la ven, y por lo tanto estoy convencido de que si logramos salvarla, cosa que admito que no veo nada fácil, su imagen puede hacer mucho más por cuantos aquí se mueren de hambre de lo que consiguen en este momento las imágenes de los que verdaderamente se mueren de hambre.

¿Acaso se te ha pasado por la cabeza la idea de convertirla en una estrella? quiso saber un desconcertado Max Theroux.

Es una estrella fue la rápida y sincera respuesta. Y lo es porque respira sinceridad al aceptar sin rencor y con absoluto estoicismo las infinitas desgracias que la vida le ha deparado. Eso es el África profunda; el África que sufre en silencio un destino cruel por la falta de medios y porque el fanatismo se ha empeñado en que sea mucho más cruel de lo que impone la propia naturaleza.

¿Y cómo piensa sacar partido de eso? quiso saber el ingeniero jefe que había seguido con profundo interés la larga disertación.

Aún no lo sé... replicó su patrón con encomiable sinceridad. Y no lo sé porque lo primero que tenemos que hacer es evitar que la lapiden. Pero al igual que suelo tener buen olfato para los negocios, y por lo general intuyo dónde se puede obtener provecho sin haber estudiado el tema a fondo, un sexto sentido me indica que si en verdad Aziza Smain es, tal como sospecho, un diamante en bruto, puede dar mucho juego, no en mi provecho, que por suerte no lo necesito, sino en provecho de cuantos sí necesitan que alguien repare en sus infinitas desgracias.

El emir Uday Mulay hizo acto de presencia en Hingawana ya bien entrada la noche.

Llegó agotado y de evidente mal humor dado que la vetusta camioneta que le había transportado desde la comodidad de su amplia y fresca mansión de Kano hasta el perdido y caluroso poblacho fronterizo había sufrido dos reventones en sus gastados neumáticos y un recalentamiento del cochambroso motor, debido a lo cual el ya de por sí fatigoso viaje se había convertido en una auténtica pesadilla.

Su primera intención fue cenar algo ligero y retirarse de inmediato a descansar, por lo que se sintió desagradablemente sorprendido al ver penetrar en la sucia y minúscula posada en que se había hospedado, despreciando ostensiblemente la comodidad del palacio del caíd Ibrahim Shala, a un agitado Sehese Bangú, quien tras besarle respetuosamente las manos, exclamó alzando en exceso la voz, cosa que tenía la virtud de alterarle.

¡Bienvenido seas, gran señor! Bendita la hora en que Alá te envía y bendito tú mismo por acudir con tanta presteza a mi llamada. Nadie con más méritos para...

Le interrumpió con un autoritario gesto que no dejaba lugar a dudas sobre su poco receptivo estado de ánimo.

¡Olvídate de tantas bendiciones y tanta monserga y vayamos al grano! masculló casi entre dientes. ¿A qué vienen todas esas llamadas de socorro y todas esas prisas?

A los extranjeros, señor. A esa maldita cuadrilla de infieles que nos ha invadido como una plaga de langosta y que amenaza con devorarnos el alma.

¡Ya! admitió el recién llegado agitando una y otra vez la cabeza con gesto de profundo hastío. He oído hablar de ellos y de las sorprendentes cosas que están haciendo, pero no veo por qué razón mi presencia aquí pueda ser, tal como aseguras en tus mensajes, «cuestión de vida o muerte. Pretenden impedir que la culpable de adulterio a la que tú mismo tan justamente condenaste, sea ejecutada. ¡Eso es una estupidez! replicó de inmediato el emir. La ley es la ley, y no existe nadie en este mundo que pueda ir contra ella.

El intrigante Ibrahim Shala les apoya. Y gran parte del pueblo, al que están corrompiendo, parecen dispuestos a secundarles.

También he tenido algunas noticias al respecto, admitió de mala gana el emir. Pero ni el estúpido de Ibrahim, ni el pueblo entero, pueden oponerse a lo que dicta la sharía. Tan sólo tú, yo y mis dos compañeros de tribunal, que no tienen la menor intención de abandonar Kano, estamos en disposición de revocar esa sentencia.

Pero las cosas cambiarían, y mucho, si se descubriese, sin lugar a dudas quién o quiénes violaron a Aziza Smain, le hizo notar el imam de la mezquita de Hingawana. Uno de ellos tendría que ser necesariamente el padre de la criatura y ello le implicaría, lo que probablemente obligaría a repetir el juicio... ¿O no?

Por primera vez Uday Mulay pareció perder su proverbial sangre fría, se agitó levemente en su asiento y rezongó por lo bajo antes de admitir:

¡En efecto! Determinar quién es el padre de la criatura significaría un engorro. La ley obliga a castigarlos a los dos.

Pues ese peligro existe.

¿Y por qué se va a descubrir ahora cuando no se descubrió con anterioridad? Durante el juicio esa muchacha tuvo ocasión de acusar a quienes la atacaron y no lo hizo.

La primera razón hay que buscarla sin duda en que el principal inculpado es su propio cuñado, y eso me consta. Y la segunda, en que al parecer temía que le arrebataran a los niños.

¿Y crees que ha cambiado de opinión?

Sospecho que está a punto de hacerlo convencida como está de que esos pretenciosos extranjeros, ayudados por el caíd, impedirían que le quitaran a los niños.

¡Vaya! reconoció el fatigado viajero lanzando un sonoro escupitajo contra la pared más cercana. Empiezo a sospechar que las cosas se han complicado más de lo que imaginaba.

Y más se pueden complicar, porque los violadores son unos imbéciles, que no han dudado a la hora de ir proclamando su hazaña a los cuatro vientos. Alguien puede irse de la lengua por unos cuantos billetes y aquí ahora lo que sobran son billetes.

De lo que cuentas deduzco que esos cerdos, además de violadores son unos cretinos que no se merecen en absoluto que nos preocupemos por intentar salvarles el pellejo, pero ésa es nuestra obligación y estoy aquí para conseguirlo. ¿Los conoces?

¡Desde luego!

En ese caso quiero que los convoques para mañana, a primera hora en tu casa, fue la seca orden que no admitía discusión. Y ahora me voy a dormir, que me encuentro destrozado.

Su orden se cumplió al pie de la letra. Apenas amanecía y hacía ya largo rato que Hassan el Fasi, Mubarrak Hussein y Koto Kamuni aguardaban, pálidos y casi temblorosos, en el patio posterior de la casa del imam, que lindaba pared con pared con la vieja y ruinosa mezquita. En cuanto, con el sol elevándose apenas cuatro dedos sobre la línea del horizonte, el dueño de la casa hizo su aparición acompañado por el severo y temido emir Uday Mulay, los tres hombres se pusieron respetuosamente en pie aunque resultaba evidente que al segundo de ellos le flaqueaban las piernas y se podría asegurar que hacía un sobrehumano esfuerzo por no romper a llorar.

El adusto juez, cuyas sentencias solían destacar por su extrema dureza, los observó despectivamente uno por uno, para acabar por tomar asiento y negar una y otra vez con aire de fastidio antes de musitar:

Sólo veo a tres. ¿Dónde está el cuarto?

Se asustó antes del juicio y huyó a Europa, fue la tímida respuesta de Sehese Bangú. Nadie tiene ni la menor idea de adónde fue a parar, y dudo mucho que vuelva.

Por lo menos uno era listo sentenció el emir. Entre estos tres tienen menos cerebro que un borrico. ¿Por qué lo hicisteis? inquirió aguardando inútilmente la respuesta, pero al convencerse de que nunca llegaría, añadió: Conociendo como conozco a Aziza Smain admito que a cualquier hombre le resultaría muy difícil resistir la tentación, pero que lo entienda no significa que lo disculpe. ¿Quién fue el instigador?

Tanto Mubarrak Hussein como Koto Kamuni se volvieron instintivamente hacia Hassan el Fasi, que se limitó a inclinar aún más la cabeza admitiendo su falta.

Era de suponer... masculló de nuevo el emir. La tenías ante ti a todas las horas del día y el impuro deseo te cegaba, pero no tuviste el valor suficiente como para afrontar tú solo una acción tan abominable, aunque ello no disminuye un ápice la culpabilidad de este par de malolientes dromedarios.

¡Yo no quería hacerlo! sollozó abiertamente Mubarrak Hussein. Juro sobre la tumba de mi madre que a última hora quise echarme atrás pero ellos me obligaron.

Nadie puede obligar a nadie a cometer una acción semejante, porque si tu espíritu se hubiera negado a hacerlo, tu cuerpo jamás hubiera podido responder a tal estímulo. Y a mi modo de ver eres tanto más despreciable cuanto que a tu repugnante delito unes el de la cobardía y la humillación. El asqueado emir lanzó un profundo resoplido con el que pretendía expresar la intensidad de su hastío, pero casi de inmediato su tono de voz cambió para añadir: Pero no he venido hasta aquí para infligiros el castigo de que, a mi modo de ver sois merecedores, sino para hacer que se cumpla cuanto antes la sentencia que dictamos un día.

Los tres hombres intercambiaron una mirada de alivio y resultó evidente que a sus ojos asomaba una luz de esperanza.

¿Cómo podemos ayudarte? inquirió de inmediato el cuñado de Aziza Smain.

Impidiendo que los extranjeros continúen con su inmunda labor de corromper al pueblo con la vana esperanza de salvar a quien ya ha sido condenada por una ley que no admite discusión.

¿Y qué tenemos que hacer?

Acelerar el tiempo de espera, de modo que la sentencia se aplique de inmediato.

Pero aún amamanta al niño. Lo sé.

¿Entonces?

¿Entonces? repitió casi en tono de burla el emir rascándose con ademán distraído la espesa barba entrecana. Yo estoy aquí para indicaros lo que tenéis que hacer, no cómo hacerlo.

Pero tú eres un hombre sabio y nosotros no.

Precisamente porque se supone que soy un hombre sabio, no pienso ni tan siquiera insinuar cuáles son los pasos que debéis seguir en tan espinoso asunto. Les apuntó uno por uno con un largo dedo que aparecía adornado con una aún más larga uña muy curvada al puntualizar: Como hombre de leyes en lo único que puedo insistir es en el hecho de que mientras Aziza Smain pueda amamantar a su hijo seguirá con vida.

Pero por lo visto aún le queda leche para un par de meses le hizo notar Sehese Bangú.

¡Es posible! admitió el otro. Pero para poder amamantar a un niño no sólo basta con tener leche en los pechos.

¿Y qué otra cosa hay que tener? quiso saber el siempre aterrorizado y confuso Mubarrak Hussein. Pensadlo vosotros fue la tranquila respuesta, aunque a todas luces intencionada del hombre de Kano. Es vuestro destino el que está en juego, no el mío. Y ahora he de irme. El caíd Shala me espera.

Abandonó sin prisas el lugar y, apoyándose en un alto bastón cuya empuñadura era un curvado colmillo de hipopótamo, se alejó calle adelante doblando con dificultad las esquinas porque un viento cálido cargado de finas partículas de polvo, que muy pronto pasarían a convertirse en gruesos granos de arena, había empezado a soplar con fuerza anunciando la llegada de un violento harmatán que en cuestión de horas convertiría Hingawana y sus alrededores en un auténtico infierno.

Cuando al fin penetró en el palacio del caíd Ibrahim Shala tuvo que pedir que le trajeran una jofaina con agua para enjuagarse la cara y las manos, y a continuación tomó asiento frente al dueño de la casa que tras servirle un vaso de hirviente té con hierbabuena y unos gruesos dátiles, señaló en tono impersonal y como si no le diera la menor importancia al hecho.

Por primera vez, que yo recuerde, no has acudido a alojarte en mi casa y has preferido un lugar infestado de pulgas y cucarachas. ¿Por qué?

Llegué tarde y sin avisar y no quería molestarte.

¿Y cuál es la razón de un viaje tan urgente e inesperado?

A Kano han llegado noticias de que un grupo de infieles intentan impedir que se cumpla la ley de la sharía.

Ya han venido a verme.

Esa ley es sagrada y tú lo sabes.

Es sagrada cuando se aplica justamente, pero no es éste el caso fue la tranquila respuesta. Y eso es algo que tú también sabes.

¿Acaso te estás planteando cuestionar las decisiones de un tribunal del que yo formaba parte? inquirió en un tono levemente amenazante el emir que había comenzado a arrancarse pelos de las cejas en un gesto con el que parecía pretender contener su furia. Si así fuera estarías poniendo en tela de juicio mi imparcialidad y mi honradez.

Yo no pongo nada en tela de juicio, querido amigo. Y mucho menos tu imparcialidad o tu honradez. El caíd Ibrahim Shala se mostraba muy tranquilo, sin dar muestras de que el amenazador tono le hubiera afectado. Tan sólo señalo que durante el juicio no se llegó al fondo de la cuestión y por lo tanto en cierto modo está viciado de forma. En toda acusación de adulterio tiene que haber dos culpables, puesto que de lo contrario no existe delito, ya que sería ridículo plantear un adulterio unipersonal. Todo lo más se podría acusar al reo de masturbación, y que yo sepa la masturbación no se castiga con la muerte.

Ni da como resultado un hijo replicó secamente el otro. Si existe un hijo, existe adulterio.

Y si existe un hijo, existe un padre, tan culpable como la madre le hizo notar con evidente sorna el dueño de la casa al tiempo que le servía un nuevo vaso de té y añadía con una leve sonrisa: A no ser que creamos en milagros más propios de la fe cristiana que de la nuestra.

Juegas con fuego, Ibrahim.

¿Desde cuándo proclamar la verdad y defender la vida o los intereses de mis administrados es jugar con fuego, Uday?

Desde que existe una sentencia firme y la aceptaste en su momento. Si ahora te opones a ella me obligarás a pensar, a mí y a la autoridades de Kano, que efectivamente y tal como se murmura, el dinero de los extranjeros te ha corrompido.

Los extranjeros no me han dado ni ofrecido nada, y si hubieran intentado sobornarme no lo hubiera aceptado. Deberías saberlo porque me conoces. Lo único que han hecho es obligarme a recapacitar sobre mi desidia o cobardía, como quieras llamarlo. Si nada cambia, yo continuaré aceptando, tan de mala gana como antes, que la sentencia debe cumplirse. Pero si Aziza Smain decide revelar los nombres de quienes la violaron, me parece justo que el juicio se repita a la luz de tales pruebas.

¿Y por qué no lo dijo en su momento? quiso saber el cada vez más molesto Uday Mulay que continuaba depilándose pelo por pelo las cejas. Que yo recuerde nadie le impidió hablar.

Supongo que tenía miedo y se sentía sola y desprotegida. Pero ahora, ni está sola ni está desprotegida. ¿La protegen los extranjeros?

Y yo.


¿O sea que te pones de parte de ellos?

De parte de ellos no, Uday. De parte de lo que considero justo. Admito que tuve miedo y cometí un error, pero no estoy dispuesto a repetirlo. Aziza Smain no merece morir, y te garantizo que haré cuanto esté en mi mano por evitarlo.

El severo e inteligente emir de la poblada barba y el bastón con empuñadura de colmillo de hipopótamo alargó el vaso con una muda demanda de que su oponente le sirviera más té, se tomó un tiempo para reflexionar y estar seguro de sus argumentaciones; por último señaló con su voz grave y profunda:

Creo sinceramente que te equivocas al plantear la cuestión de si esa muchacha debe morir, morir sola, o morir acompañada de otros culpables de un adulterio que ha traído como consecuencia el nacimiento de un hijo no deseado y fruto del pecado. De lo que ahora se trata es de que no podemos consentir, bajo ningún concepto, que un atajo de infieles llegados de muy lejos nos impongan sus condiciones, corrompan a nuestra gente, y se burlen de nuestros principios.

¿Y por qué no, si les asiste la razón?

Porque lo que está en juego son nuestras costumbres y las sagradas leyes del islam. Admito que es posible que en este caso nos hayamos precipitado un tanto, pero ése sería un error nuestro, cometido en nuestro país, según nuestras propias leyes, y sin manifiesta mala fe.

Y que le costará la vida a una inocente, le hizo notar con absoluta naturalidad su interlocutor.

También los cristianos cometen errores y ajustician a inocentes, pero te garantizo que nosotros no vamos a sus países a poner sus instituciones en ridículo intentando comprarles al reo a base de balones de fútbol o camisetas de colores. Lo único que exigimos es reciprocidad; si nosotros respetamos sus costumbres, ellos deben respetar las nuestras.

No siempre las hemos respetado. Y si mal no recuerdo no hace mucho un grupo de fanáticos llevó, no inocentes balones de fútbol y camisetas de colores, sino aviones cargados de muerte y destrucción hasta el mismo corazón de Nueva York.

Y ya has visto las consecuencias le hizo notar el emir sin alterarse. A nadie benefició semejante acto de barbarie, y soy el primero en condenar ese tipo de acciones provocadas por un exacerbado integrismo. No obstante, admito que resulta muy difícil controlar a los fanáticos, puesto que al fin y al cabo tan sólo están obedeciendo un mandato divino que les obliga a llevar el islam hasta el confín del universo. La mejor prueba de que nuestra fe es la verdadera la tenemos en el hecho de que es la única que siempre está en expansión y que gana adeptos día tras día. Mahoma fue el último profeta en nacer pero los musulmanes somos ya mayoría y seguimos creciendo sin parar, mientras que el resto de las religiones se han estancado e incluso se encuentran en un claro proceso de recesión.

Nunca me había detenido a verlo de ese modo admitió el caíd Ibrahim Shala un tanto desconcertado. A este apartado rincón no llegan demasiadas noticias al respecto.

Pues debes creerme cuando te aseguro que los cristianos cada día son menos y sobre todo cada día son más tibios en la práctica de sus creencias. Pasó el tiempo de las cruzadas, y en la actualidad son muchos los bautizados, pero pocos los que practican su fe con verdadero entusiasmo. Los judíos no disminuyen en número, pero tampoco aumentan de forma significativa puesto que se alimentan de su propia sangre y rara vez se da el caso de que alguien que no pertenezca a la raza maldita se convierta a su fe. Hinduistas y budistas sobreviven de igual modo, más como tradición que otra cosa, y tan sólo el islam extiende sus raíces de tal forma que en el transcurso de este mismo siglo más de la mitad de los habitantes del planeta proclamaran a los cuatro vientos que no hay más dios que Alá, y que Mahoma es su profeta.

No viviré para verlo, pero me alegra pensar que lo que aseguras puede llegar a ser cierto.

Lo es, porque al igual que se nos ha prometido el paraíso a los creyentes, cierto es, también, que un lugar destacado de ese paraíso está reservado a aquellos que lleguen a él llevando de la mano a dos conversos. De ese modo nuestra progresión será siempre geométrica, mientras que la recesión de nuestros enemigos seguirá siendo aritmética.

Ésos son principios que se escapan a mi entendimiento, admitió sin el menor rubor el caíd Shala. Pero respeto tu sabiduría y por lo tanto acepto tus argumentos. Sin embargo, ello no es óbice para que siga opinando que la muerte de Aziza Smain a nada conduce.

Conduce a demostrar que los musulmanes no nos dejamos comprar por mucho que se nos ofrezca.

¿Y vale eso la vida de una auténtica creyente? Al fin y al cabo no es más que una mujer. Pero una mujer muy especial.

Razón de más.

¿Razón de más? no pudo por menos que repetir un desconcertado Ibrahim Shala. ¿Qué pretendes decir con eso?

Que las mujeres fueron creadas para ser madres, cuidar del hogar y dar placer a sus maridos, no para entrometerse en todo y provocar conflictos tal como está ocurriendo en el mundo occidental cuya imparable decadencia se inició el día que empezaron a conceder un trato de igualdad a las mujeres. El emir Uday Mulay hizo una corta pausa, se arrancó un nuevo vello de las maltratadas cejas, y al poco insistió convencido de lo que decía: Por lo que me han contado, existen países en los que las mujeres se han adueñado de los negocios e incluso del poder, por lo que reina el caos y la anarquía, impera la homosexualidad, y sus atemorizados maridos se vuelven cada vez más infértiles.


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