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literatura helenística estaba operando en un medio social cerrado, usando un lenguaje
muerto, el lenguaje de una clase social a la defensiva.
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Es cierto que uno de los
rasgos más acentuados de la literatura del período es el clasicismo, la elevación de un
número limitado de obras y estilos antiguos a la categoría de «clásicos»; y es posible
pensar que la literatura se estaba tornando atemporal y que ignoraba el presente y la
ciudad.
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Aunque algunos ejemplos pueden servir para ilustrar estas ideas, también
pueden llevarnos a cuestionarlas.
Muchos de los poetas más famosos de Alejandría vivieron en el medio siglo
posterior a Alejandro, y eran inmigrantes de otras partes del mundo griego. Calimaco
(Callimachus) de Cirene (c. 305-c. 240),
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a quien hemos encontrado antes, trabajó
en la biblioteca, aunque no fue probablemente el prefecto como se creyó alguna vez.
Era recordado por su disputa académica con su pupilo Apolonio de Rodas, aunque no
existe un testimonio contemporáneo que así lo confirme. Puede apreciarse en el poeta
al erudito. Además de los catálogos bibliográficos sistemáticos, compiló listas como
Una colección de maravillas en toda la tierra según su lugar; también fue el
autor de
los poemas Aitia o Causas, un compendio de 7.000 líneas de leyendas sobre la
historia y los rituales griegos, por ejemplo La trenza de Berenice, que combina la
adulación cortesana con un ingenio punzante. Conmemora la ofrenda de una trenza
de su cabello por la esposa de Ptolomeo III, su desaparición del templo y su
descubrimiento en el hemisferio norte (es la constelación que aún hoy es llamada la
Cabellera de Berenice) por el astrónomo Conón. El fragmento más extenso
preservado, revela cómo la estilizada elegancia apropiada a una pieza de adulación
cortesana se equilibra con la participación original y ocurrente de la propia trenza de
cabello como interlocutora:
¿Qué podemos hacer nosotros, unas trenzas, cuando montañas
semejantes, ante el hierro ceden? Así perezca el pueblo de los cálibes,
quienes, sacándola de la tierra, la planta nefasta, la expusieron por vez
primera y enseñaron la tarea de los martillos. Al momento de cortarme
(mis hermanas) las trenzas, sentían por mí la triste añoranza, y de súbito
el blando soplo, que de la misma sangre es del etíope Memnón, lanzóse
entre el torbellino de sus raudas alas, cárcel de la locria Arsínoe, la de
cinto violeta, y me arrebató con su aliento, y conmigo cargado por los
húmedos aires fue a depositarme en el regazo de Cipris.
(Calimaco, Aitia, frag. 110 Pfeiffer, líneas 47-56)
El verso «montañas semejantes ante el hierro ceden» se refiere al canal del
rey Jerjes de 481 a.C. en el monte Athos; los cálibes eran un pueblo en la región del
mar Negro renombrado por su herrería; «de la misma sangre es del etíope Memnón»
es Céfiro, el viento meridional; «locria», referido a la reina Arsínoe, es un confuso
juego sobre la ubicación de su templo; Cipris es un sobrenombre común de Afrodita,
que procede de su templo en Chipre, la isla de su nacimiento.
Muchos de los poemas de Calimaco están repletos de erudición y de alusiones
mitológicas, pero también son sumamente originales. En su Himno a Zeus, aunque la
forma y el lenguaje en general son de los himnos «homéricos» del siglo VII,
introduce conversaciones, como el debate sobre las diferentes versiones del
nacimiento de Zeus en el monte Ida, en el que el mismo dios interviene para declarar
que «todos los cretenses son mentirosos». Calimaco probablemente intentaba
satisfacer algo más que un mero interés por lo antiguo y conformarse con un público
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más escéptico que el que tuvieron los poetas antiguos. La demostración de su
erudición es hecha con la mayor economía y pericia y, sobre todo, con un propósito
que va más allá del alarde; como en el pasaje siguiente en que la ninfa Rea, después
de haber dado a luz a Zeus en Arcadia, busca agua donde lavarse:
Pero el caudaloso Ladón no discurría aún por allí, ni el Enmanto,
el más límpido de los ríos, y estaba seca aún toda la Arcadia, la que un
día iba a ser llamada la tierra de las bellas aguas. Entonces, cuando Rea
se soltó el cinturón, se erguían sobre el lecho del húmedo Yaón
numerosas encinas; numerosos también corrían sobre el Melas los carros;
numerosas eran las serpientes que sobre el mismo cauce del Carión tenían
sus guaridas; los hombres iban y venían a pie y sedientos sobre el Cratis y
sobre el guijarroso Metope bajo sus pies fluían, numerosas las aguas.
(Calimaco, Himno I: A Zeus, líneas 15-33)
Aquí los hitos geográficos no son enigmas divertidos por resolver o
polvorientas «alusiones» a antiguas obras; enriquecen, y, como dice Bulloch,
«actualizan la escena con una exactitud que tiene el mismo propósito que los cuatro
detalles con los cuales se ilustra la sequedad de la Arcadia (encinas, carros,
serpientes, marchas sin agua)».
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La poesía didáctica («educativa») es un género recientemente definido,
principalmente representada por Arato de Soli (en Cilicia) y Nicandro de Colofón.
Partía de lo antiguo y creaba formas literarias nuevas que homenajeaban el canon.
Arato (c. 315-antes de 240), que trabajó en Pela, escribió una amplia variedad de
poemas pero es principalmente conocido por aquellos que tratan de temas
«científicos» tales como Astrika (Sobre las estrellas) y Phainomena (su único trabajo
preservado), ambos tratan de la astronomía y la meteorología. Seguía los pasos de
Hesíodo, el poeta folclórico de la religión y la agricultura del siglo VIII; también de
los poetas más filosóficos del siglo VI, como Jenófanes, y del más próximo, en
poesía, de Empédocles de Sicilia que escribió sobre la naturaleza (siglo V). Arato no
fue el primero en escribir un poema específicamente astronómico, pero fue leído y
estudiado más ampliamente. Su obra, de un carácter informativo más genuino que
otras obras similares, estaba basada estrictamente en los escritos en prosa del
astrónomo del siglo IV, Eudoxo de Cnido (capítulo 9), y posiblemente puede
considerarse como parte de un programa intelectual más amplio que comprendía la
divulgación del conocimiento; pero el término de Bulloch «popularización» es
demasiado contundente para un poema sobre un tema rebuscado escrito en griego
arcaico.
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Las dos obras preservadas de Nicandro (Nikandros, siglo II o III) son
Alexipharmaka y
Theriaka, la primera trata de venenos y antídotos, la segunda de
animales venenosos y las curas de sus mordidas y picaduras. Es más literario y
menos informativo que Arato, y es sorprendente que quizá estuviera menos versado
en la antigüedad. Bulloch sugiere que su obra se conservó precisamente debido a la
industria académica generada por su «expresa singularidad y retorcimiento
literario»,
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pero este análisis ciertamente subestima el impacto del contexto social en
el que Nicandro escribía.
La importancia de la llamada poesía didáctica probablemente no reside en
ningún propósito o efecto genuinamente educativo —es difícil imaginar a un lector
que no sea el más libresco (u ocioso) sentándose a leer su Nicandro, o incluso su