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rebaño de Gerión; los ruiseñores monstruosos son las sirenas, la última línea encierra
referencias a Odiseo, su escudo y a su protectora Atenea.
Es una pieza bastante indigerible; en la mayoría de las líneas rara vez o nunca
hay más de una palabra usada en otras piezas de toda la gama de la literatura griega
existente. Licofrón puede ser asimilado a la poesía didáctica en ciertos aspectos; pero
aunque cada verso es bastante eufónico (al menos en el griego original), su poesía es
más bien monótona. Es difícil contradecir la opinión de un crítico bastante favorable
de que «después de un momento la insistencia de Licofrón en lo rebuscado como
vehículo para la ejecución virtuosista se vuelve retorcida y el poema chato hasta el
cansancio»,
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aunque esta lectura es algo subjetiva. ¿Qué tipo de público lector podía
soportarlo? De seguro, los lectores voraces con una buena educación y tiempo
disponible. Como Calimaco y otros, Licofrón probablemente escribía para los
griegos de clase alta interesados en los orígenes de la cultura griega; podría también
estar tratando de conmemorar el fin de la independencia griega después de la victoria
romana en Cinoscefale en 197 (el poema rinde un homenaje sorprendente al
creciente poder de los romanos, que se creían descendientes de los supervivientes del
saco de Troya).
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En muchos otros textos aparece una fascinación por los aspectos formales.
Calimaco y otros experimentaron con nuevos metros, y Licofrón ideó los primeros
anagramas griegos conocidos apo melitos (de miel), se convirtió en ptolemaios, rey
Ptolomeo; ion (h) eras «la violeta de Hera» (la h no se escribía en griego) se
convierte en Arsínoe, su reina.
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Otros concibieron poemas adivinatorios cuya
respuesta era revelada por la forma en que estaban escritos, como un altar o un hacha
de doble ala. El más famoso exponente de este truco es Simias (o Simmias) de Rodas
(inicios del siglo III), cuyas Alas, Hacha y Huevo son famosos; una Syrinx
(zampona) es atribuida a Teócrito, un Altar a un tal Diosadas (fecha incierta).
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Se
inventaron los acrósticos: los poemas en los que las letras iniciales de los versos
sirven para deletrear un nombre, como la firma de Nikandros oculta en el Theriaka
de Nicandro (versos 345-353). No se puede negar la explosión de imaginación tras
estos experimentos, aunque el probable público lector es difícil de determinar.
Los mimos de Herodas, un grupo de escritos en verso para acompañar el
movimiento y el gesto imitativos, son los únicos ejemplos que quedan de este
importante y antiguo género de la literatura griega. Los espartanos llamaban a los
ejecutantes deikêliktai en su dialecto, y los despreciaban (cf. Plut. Agesilao, 21. 8;
Ate. 14. 621 d-e);
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en la atmósfera diferente del siglo III su popularidad floreció. La
historia del autor es tan incierta como su nombre (Herodas, Herodes o Herondas),
pero parece haber consenso en que vivía en Alejandría en el siglo III. No quedan
manuscritos medievales. Cada uno de los tres mimos preservados consiste en unos
trecientos versos de «yambos de pie quebrado», y fueron descubiertos en papiros a
finales del siglo XIX. Los mimos parecen haber sido actuaciones monológicas,
aunque sabemos de ejemplos más antiguos que circularon como textos. Herodas
tiene algo en común con los Caracteres de Teofrasto, aunque los dramatispersonae
de los bajos fondos apenas si son poco más que tipos sociales rápidamente
esbozados. Un guarda de burdel afeminado persigue a un capitán de marinos por
asaltar a una de sus mancebas (Mimo 2). Una madre se queja de las travesuras de su
hijo y pide al sádico maestro de escuela que lo azote hasta casi matarlo (Mimo 3).
Dos mujeres pobres y piadosas encuentran un gazmoño alcaide del templo de
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Asclepio (
Mimo 4, el escenario pudo haber sido el verdadero santuario de Asclepio
en Cos, cf. cap. 5). Y así sucesivamente.
Varios episodios nos trasladan al mundo privado de las mujeres casadas; la
una amenaza a su amante esclavo con castigarlo por dormir con otra mujer; la otra
visita a una amiga para hablar de qué guarnicionero hace los mejores consoladores de
cuero; en el siguiente mimo aquélla lleva a dos amigas al taller de éste; el
guarnicionero lanza un jactancioso discurso sobre sus zapatos y ellas regatean con él.
El lenguaje es vivaz, el tono coloquial y «realista», incluso en los apartes
intrascendentes y el pasajero menosprecio hacia las jóvenes esclavas:
Metro: —Querida Corito, te toca a ti llevar el mismo yugo ¡yo ladrando
sin cesar como un perro, me paso el día y la noche chinándoles a
las tías estas que no sé ni como llamarlas (cambiando de tema)
Pero... a lo que he venido... [gritando a las esclavas] ¡Quitaos de
en medio, lejos de nosotras, mentecatas, que no sois más que oído
y lengua! Los demás ¡venga fiesta! [dirigiéndose a Corito] Te lo
ruego no me engañes Corito querida, ¿quién puede ser el
guarnicionero que te ha hecho el consolador colorado?
Corito: —¿Dónde lo has visto, Metro?
Metro: —Nóside, la de Erinna, lo tenía anteayer (con envidia) ¡Vaya
regalo bonito!
Corito: —¿Nóside? ¿De dónde lo habrá sacado?
Metro: —¿Te chivarás si te lo digo?
Corito: —Por estos ojitos (se lleva la mano a ellos), querida Metro, que
no hay cuidado que nadie diga nada de lo que me cuentas.
Metro: —Eubole la de Bitade se lo dio y le dijo que no se enterara nadie.
Corito: —¡Qué mujeres! Esa mujer acabará por consumirse; por respeto a
ella, de tanto como me insistía, se lo di antes, incluso, de usarlo
yo; le echó la uña encima, como llovido del cielo. Y ahora se lo
regala a los que no debe.
(Herodas, Mimo 6, líneas 12-31)
Corito cuenta cómo engatusó al guarnicionero para que le permitiera tener
uno y después deriva en el chisme:
Corito: —¿Y qué no he hecho, Metro? ¿Qué argumentos no he empleado
para convencerle? Besarle, acariciarle la calva, darle a beber vino
dulce, hacerle cucamonas... todo salvo entregarle mi cuerpo.
Metro: —Pues si también te lo hubiera pedido, habrías tenido que
dárselo.
Corito: —Sí, habría tenido que dárselo, pero no estaba bien ser
inoportuna; estaba allí Eubule, la de Bitade, moliendo el grano.
Pero esa a fuerza de desgastar nuestra rueda de molino día y
noche la ha dejado hecha una mierda para así no tener que
gastarse ella cuatro óbolos en arreglar el suyo.
(Líneas 74-84)
Debemos ser prudentes y no deducir que las escenas descritas ofrecen una
idea de cómo se comportaban las mujeres realmente.
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Lo que tenemos es (al
parecer) un hombre que escribe para un actor masculino que actúa para divertir a la
audiencia griega que probablemente es masculina en su mayoría o al menos limitada