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preptolemaico: la
Crónica fue compilada ya a mediados del siglo III. Estos romances
de reyes egipcios, reinas y heroicas luchas tienen elementos sobrenaturales así como
personajes divinos. Aunque no se puede presumir una alfabetización masiva, habrían
servido de base para su interpretación oral y cumplido así una función similar a la del
Romance de Alejandro, expresando las aspiraciones y relatos colectivos de la
tradición egipcia a través de los cuales los egipcios autóctonos, quizá en el ámbito
popular de la chôra egipcia, afirmaban su identidad frente a la nueva élite dirigente.
Otras tradiciones nativas comprenden los textos de instrucción, que incluyen
máximas morales dirigidas al parecer primordialmente a recordarle a la audiencia sus
deberes hacia su herencia egipcia. En el período romano, las leyendas fueron
traducidas y adaptadas al griego, quizá para una población que consideraba que en
parte al menos tenía un ancestro egipcio.
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Lo público y lo personal
El epigrama es una forma literaria que casi siempre intenta encarnar
sentimientos personales y preocupaciones privadas. Es un poema corto, generalmente
en dísticos elegiacos.
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Quedan miles en las antiguas compilaciones literarias y como
inscripciones en piedra. La colección más famosa es la
Guirnalda de Meleagro
(Meleagros; finales del siglo II - inicios del siglo I), que se conserva parcialmente en
la Antología palatina del siglo X d.C. y en otros manuscritos. Como estilo de
escritura el epigrama (cuyo nombre (epigramma) simplemente significa
«inscripción») es el más antiguo de los escritos griegos: se hacían inscripciones de
versos breves en los vasos de finales del siglo VIII. El epograma en los períodos
arcaico y clásico era sobre todo un poema oficial, como los poemas cortos de
Simónides de Queos sobre las batallas en las guerras médicas, que estaban inscritos
en monumentos públicos en Delfos y otras partes. Los epigramas con frecuencia era
escritos para las inscripciones funerarias, y el filósofo del siglo IV Platón escribió
epigramas que fueron muy celebrados; era un pasatiempo aristocrático distintivo. En
el período helenístico esta forma parece haber sido genuinamente más popular que
otros tipos de verso, a juzgar por el número de ejemplos conocidos, aunque debemos
ser prudentes y no presuponer que se componían o incluso se leían en todos los
niveles de la sociedad. Una característica peculiar de la época helenística es la
manifestación por parte de los poetas de preocupaciones aparentemente personales;
pero uno debe mostrar cautela al tomar los poemas como documentos de la vida real,
pues los poetas asumen personalidades y voces diferentes a las suyas (un hecho que
confunde a los comentaristas antiguos no menos que a los modernos). Es difícil
exagerar el grado en que los epigramas fueron concebidos para mostrar la percepción
del autor y su habilidad para reprocesar temas consabidos, de modo que lo que
parece ser una expresión personal puede ser una pieza de destreza literaria.
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Entre los epigramistas literarios más famosos está Asclepiades de Samos, que
además de inventar el metro que recibió su nombre (el
asclepiades) publicó
epigramas que combinaban los temas del amor y la bebida, tradicionales desde el
siglo VI:
En el vino se prueba el amor, pues, aunque él lo negase,
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delató a Nicágoras la mucha bebida.
Lloraba, en efecto, abstraíase, al suelo miraba
y firme la guirnalda no estaba en su cabeza.
(Asclepiades, Ant.pal. 12. 135)
Otro samio, por adopción al menos, fue Hédilo cuya madre Hédile fue
también poeta. Era el hijo de uno de los colonos atenienses que ocupó la isla a
mediados del siglo IV. En un epigrama recrea la misma historia, como con
frecuencia hacen los poetas (aunque no podemos estar seguros de qué poema fue
escrito primero), dándole un tinte erótico, declaradamente risqué, que quizá sugiere
una audiencia masculina:
Pues las copas del vino traidor a Aglaonice acostaron
y también el amor dulce de Nicágoras,
ahora a Cipris todo esto conságrase, oliente a perfume,
húmedos despojos del virginal deseo,
las sandalias y suave sostén que su pecho cubría.
(Hédilo, Ant. pal. 5. 199)
Si Nicágoras y Aglaonice fueron personas reales no tiene importancia; más
relevante es la posible ocasión en que una canción como esta fuera interpretada (pues
es probable que muchos epigramas literarios fueran escritos para ser recitados). La
ocasión sería probablemente, al modo tradicional griego, un symposion o banquete de
hombres con libaciones.
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Sin embargo, aunque el asunto nos permite comparar los
epigramas con sus precedentes clásicos, que eran de seguro compuestos para los
symposia, no nos permiten hacer ninguna deducción sobre la conducta sexual. A
menudo los epigramas presentan a las mujeres irónicamente, como sería el caso aquí:
Bito y Namon, las samias, no quieren dar culto a Afrodita
de acuerdo a sus leyes y se pasan a ritos
distintos y poco decentes. ¡Oh, Cipris, señora,
odia a las desertoras de tu lecho amoroso!
(Asclepiades, Ant. pal. 5. 207; Gow y Page, GreekAnthology;
Asclepiades, n.° 7)
Las mujeres (lesbianas al parecer) de este epigrama de Asclepiades no
necesariamente eran personas reales; y queda la interrogante de si el ingenio agudo y
risqué sería apreciado por los hombres o las mujeres, o por ambos.
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El tema puede
ahora ser examinado —con los detalles eróticos sugeridos más o menos
explícitamente— e investigado.
Otros epigramas sintetizan un sentimiento o un fragmento de saber filosófico
en unos pocos versos bien trabajados. El epigrama sobre la amistad y la muerte de
Calimaco es justamente famoso en la traducción de William Cory.,
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pero puede ser
mejor mantener la concisión del original:
Alguien contóme de tu muerte, Heráclito, y mi llanto
provocó; recordé cuántas veces dejamos el sol ponerse
conversando. Y ahora ya no eres amigo de Halicarnaso,
sino vieja ceniza, pero vivirán tus ruiseñores, y nunca