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(Teócrito,
Idilio 2. 23-37)
Hemos visto antes que su Idilio 15 representaba a dos mujeres que
conversaban mientras caminaban por las calles de Alejandría para una festividad.
Podemos pensar que estos poemas son indicio de una mayor libertad de pensamiento
y conducta para las mujeres, pero Teócrito es un poeta de la corte y un hombre.
Parece, en efecto, haber habido una gama más amplia de papeles para las mujeres y
se hablaba dejas mujeres de una forma nueva; esto, sugiero, puede haber tenido algo
que ver con la reducida importancia de la ciudadanía masculina. Tenemos que
encontrar el justo equilibrio entre interpretar los cambios en el papel de los sexos a
partir de cada descripción literaria y evaluar qué cambios sustantivos en las actitudes
o la conducta pueden ser documentados por la presteza de poetas y lectores en
representar a las mujeres de una nueva manera.
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Vinculada con este interés en lo que podríamos llamar los estados
psicológicos, está la exposición de lo erótico en nuevas formas y en nuevos
contextos. He sugerido antes que los mimos de Herodas presentan a las mujeres en el
contexto doméstico según una imagen que una audiencia predominantemente
masculina pretende tener de ellas. Herodas no nos dice nada directamente de cómo se
comportaban las mujeres, aunque presenta un discurso explícito sobre el sexo del que
quedan pocos ejemplos anteriores, si es que hubo alguno (la famosa escena de
seducción del poeta del siglo VII Arquiloco tiene un carácter bastante diferente; frag.
196a West).
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Las siracusanas de Teócrito que van a la fiesta y su abandonada
pharmakeutria aparecen en poemas que fueron escritos con seguridad para un
público lector extremadamente selecto, centrado en la corte, en el cual puede haber
habido más oportunidades para la expresión femenina o para la exploración literaria
del carácter de las mujeres; no son personalidades individuales.
Tampoco las mujeres de la Comedia Nueva ática de Menandro (Menandros:
342/341-c. 290 d.C.) tienen un carácter individual. Al comienzo del siglo XX no
quedaba ninguna de las comedias de Menandro sino en fragmentos; tenían que ser
adivinadas a partir de citas posteriores y de las comedias romanas de Plauto y
Terencio, que las reelaboraron un siglo después. Ahora se han encontrado en papiro
extensas partes de varias piezas, algunas prácticamente completas. Se diferencian de
las comedias de finales del siglo V e inicios del IV de Aristófanes principalmente en
el argumento, en que se centran en los dramas familiares. Algunos acontecimientos,
aunque parecidos a los de las telenovelas (el reencuentro de niños perdidos hacía
tiempo, el rescate de hijas raptadas) son demasiado melodramáticos para haber sido
experiencias cotidianas de los espectadores; quizá su verdadero propósito, al jugar
con las inseguridades inconscientes de la audiencia, era afirmar con un contraste
implícito los valores sociales de la normalidad y la estabilidad.
A primera vista, la frecuencia en Menandro de un interés amoroso es más
reveladora de las actitudes hacia la sociedad y del lugar del individuo en ella. En la
Perikeiromene (La trasquilada), el soldado mercenario Polemón («hombre de
guerra») le corta el cabello a la mujer con quien convive, Glícera (Dulce), después de
saber que ha besado a otro hombre. El siguiente diálogo implica más libertad de
acción para las mujeres (o menos restricciones en la representación de sus acciones)
que la que podríamos suponer existió en la Atenas clásica:
Polemón: —¡Yo la considero mi mujer legítima!
Pateco: —No grites. ¿Quién te la dio?
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Polemón: —¿Quién? Ella misma.
Pateco: —Muy bien. Quizá es que le gustabas y ahora ya no, y se ha
marchado porque no la tratabas como es debido.
(Menandro, Perikeiromene, líneas 239-243)
Pateco le recalca a Polemón que la violencia no traerá de regreso a Glícera.
Sin embargo, es importante recordar que no se trata de personas reales sino de
personajes imaginarios en una comedia representada en Atenas, que no era una
ciudad común; que Polemón está desvinculado de la audiencia por ser un corintio; y
que Menandro estaba asociado a Demetrio Falero, que introdujo «superintendentes
de mujeres» (gynaikonomoi). No es sorprendente que el orden social sea
reestablecido: Glícera resulta ser hija de Pateco, el hombre que había besado era un
hermano suyo perdido hacía tiempo y ella y Polemón contraen matrimonio.
Las
mismas
precauciones
serían
válidas
para
los
llamados
anaischyntographoi («escritores de temas descarados»), un tipo de autores que
existió desde inicios del siglo IV hasta la época de Nerón y que escribían lo que los
comentaristas modernos a veces denominan «manuales sexuales» bajo un seudónimo
femenino.
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(El Ars amatoria, Arte de amar, del poeta romano Ovidio, es una parodia
de estos libros entre otros). No se preserva ninguno del período helenístico o
explícitamente fechado en él, pero es probable que ya se escribieran algunos; la
mentalidad catalogadora era característicamente alejandrina. En realidad, las obras,
que afirmaban ser de tipo didáctico, abarcaban todos los tipos de la actividad erótica
heterosexual, y no eran sólo enumeraciones de posiciones para la relación sexual.
Uno de ellos incluía un relato (sin duda literario) de cómo un hombre debía seducir a
una mujer.
Las obras de este tipo fueron atacadas por los filósofos, entre ellos el
peripatético Clearco de Soloi (ap. Aten. 10. 457d-e) y el estoico Crisipo (ap. Aten. 8.
335); no con el fundamento de que mencionaran placeres ilícitos —la cultura griega
no era demasiado prescriptiva en torno a qué actos sexuales eran o no permisibles—,
sino porque alentaban la indulgencia consigo mismo y la exageración de los placeres
físicos antes que la tradicional virtud filosófica (y «varonil») de la moderación.
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Estas obras, por tanto, no implican una «liberación» posclásica, sino que encarnan
una cosificación tradicional de la mujer y adoptan la habitual «mirada masculina».
No hay nada que indique si eran hombres o mujeres, o ambos, quienes las leían.
¿Por qué no observamos que se hiciera público algo más de lo evidentemente
privado y personal? ¿Se trata simplemente de que conocemos los títulos de más obras
perdidas que para el período anterior? ¿Es un caso de una lente diferente aplicada a
una sociedad que era casi la misma que antes?, ¿o es indicio de un cambio social?
Incluso si es recomendable la cautela, no parece razonable suponer que si la lente ha
cambiado, por tanto también ha cambiado la sociedad; se presume que los autores
representan y hablan de cosas diferentes si desean entretener y esclarecer a sus
lectores. Incluso si la práctica social no ha cambiado de modo significativo, sí ha
cambiado su conceptualización.
Para algunos griegos, la pérdida de la libertad política puede haber generado
un nuevo tema para cierto tipo de discurso político. Y no eran cuestiones a ser
debatidas en dramas representados en festividades ciudadanas como en la Atenas
clásica. En lugares como Alejandría, la política no era realmente un negocio de los
ciudadanos, aunque Polibio, en una situación diferente, hubiera deseado lo contrario.