288
101
L. Robert, «De Delphes á l'Oxus: inscriptions nouvelles de la Bactriane», CRAI 1968, pp. 416-457,
en pp. 422, 424.
289
8. EL IMPERIO SELÉUCIDA Y PÉRGAMO
El imperio seléucida era el más extenso de los reinos de los diadocos. A
diferencia de Macedonia y Egipto, no era una unidad geográfica poblada
principalmente por un grupo étnico, sino que comprendía muchos países y culturas.
Ofrecía más oportunidades para la interacción entre griegos y no griegos: es la parte
del mundo griego después de Alejandro donde más a menudo podemos apreciar la
«helenización» en acción en la fundación de ciudades. A la vez, debido a su tamaño,
presentaba problemas peculiares de control e imponía límites cruciales a las metas de
los soberanos. Otros aspectos del imperio se han examinado antes, aquí el acento
incidirá en los paisajes y los recursos, y en los asuntos de control y gestión militar,
económica y de otro tipo. Después de un esbozo geográfico y un examen de
problemas militares en un contexto narrativo, nos ocuparemos de las técnicas y las
estructuras con las que los Seléucidas gobernaron su imperio. Un tema recurrente
será en estas secciones el grado en el que los Seléucidas construyeron una nueva
estructura o heredaron un sistema existente de explotación: en buena medida el
campo había sido allanado para los Seléucidas, puesto que los persas durante más de
dos siglos habían definido selectivamente las partes más ventajosas del imperio,
particularmente el Asia Menor y las costas, creando una infraestructura de
comunicación, administración fiscal y control militar que no habría de ser destruida
por Alejandro. Finalmente un examen sintético de la historia de la dinastía atálida
implicará un escrutinio de las causas de la decadencia imperial de los Seléucidas.
Las fuentes para la historia seléucida son algo diferentes de las que hemos
encontrado hasta ahora. Mientras que hay cientos de inscripciones griegas de Asia
Menor y de otras partes occidentales del imperio (en especial las cartas reales
recopiladas por Welles), para las comarcas situadas más al oriente nos basamos en
documentos en lenguas no griegas, que todavía están en proceso de ser integrados a
los relatos históricos generales. En particular, hay importantes diarios astronómicos
babilonios y una serie de otros textos cuneiformes (Austin 138, una lista de reyes
desde Alejandro hasta Antíoco IV).
1
La arqueología ha tendido a centrarse en los
yacimientos urbanos (especialmente los de Asia Menor) y en la recuperación de
obras de arte y documentos, muchos de los cuales carecen de contextos exactos; la
prospección de campo minuciosa no ha avanzado mucho excepto en Mesopotamia,
2
aunque la exploración de Balboura en Licia está comenzando a aclarar los procesos
de helenización en una ciudad fundada aproximadamente en los inicios del siglo II
290
a.C.
3
Aunque faltan historias contemporáneas para buena parte del siglo III, tenemos
las últimas narraciones sobre Alejandro para los lugares tocados por sus campañas,
así como las obras de historiadores como Apiano (Guerras sirias, Guerras de
Mitrídates, y otras) y Justino. Para la economía y los paisajes podemos usar a autores
geógrafos como Estrabón. La mayor diferencia con Egipto es que no se encuentran
papiros en el imperio; mientras que para reconstruir algunos aspectos de la historia
dinástica, particularmente en Bactriana e India, nos basamos casi completamente en
los elusivos indicios de las monedas.
4
LA TIERRA Y LOS RECURSOS
Una mirada a un mapa en relieve a una escala suficientemente reducida
muestra que la región montañosa que se extiende desde Turquía a Afganistán forma
un bloque que más o menos separa Arabia y Mesopotamia de la India, China y las
estepas asiáticas occidentales. Las tierras bajas del Levante o el «Creciente Fértil» se
encuentran en el noreste con el muro ininterrumpido de la cordillera del Zagros; estas
son las «tierras inhóspitas» que los persas de la época de Ciro, en la historia griega
(Heródoto, 9. 121), optaron por no dejar por miedo a perder su peculiar rudeza. El
núcleo del imperio persa estaba ubicado en la zona donde el bloque montañoso y las
tierras bajas coinciden, con cuatro capitales reales situadas en el ámbito del Zagros:
Ecbatana (la antigua capital elamita, actual Harmadán), Susa, Persépolis y
Pasargadai. Las dos primeras están en la parte occidental, menos abrupta, que da
acceso a las ricas tierras agrícolas del oeste: Mesopotamia, Egipto, Siria-Fenicia y
Anatolia occidental. Además el Tauro forma una barrera casi impenetrable; incluso
el paso más fácil, llamado las puertas de Cilicia, era formidable.
5
La descripción que sigue a continuación intenta ilustrar la riqueza y la
diversidad de los territorios seléucidas y sus recursos económicos, y dar una idea de
los paisajes, que rara vez pueden extraerse de los libros generales sobre la época.
También señalan los problemas históricos de cómo los reyes lograron gobernar sus
territorios y hasta qué punto lograron unificarlos.
El imperio puede ser dividido en cuatro unidades topográficas principales.
6
La Anatolia occidental
La Anatolia occidental (Asia Menor occidental) esta formada básicamente por
una planicie que se eleva de 500 a 1.500 metros sobre el nivel del mar.
7
La península
mide c. 800 kilómetros de oeste a este, y el mar la rodea por tres costados, pero en el
este se yergue el macizo del Tauro, que es contiguo a las prolongaciones
noroccidentales de los montes Zagros (véase «Anatolia oriental, las sierras