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representación estereotipada de los pastores no helenizados como peligrosas hordas
bárbaras es típica de la retórica antigua, y quizá sea auténtica antes que polibiana,
puesto que estaría probablemente bien calculada para apelar a un soberano griego en
Asia occidental.
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El antiguo rey, en todo caso, concedió la realeza a su vasallo.
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Antíoco renovó sus vínculos con la India maurya, pasó por las satrapías iranias
orientales e hizo un tratado con los árabes de Gerrha.
La anabasis no debe ser considerada como un intento efímero y fallido de
reconstruir el imperio oriental —nunca se había disgregado—, sino como una
necesaria reafirmación periódica de señorío, tradicional para los imperios del Oriente
Próximo. La expedición era mucho más que una pausa momentánea que interrumpía
una decadencia inexorable.
Pese a sus diversos triunfos, el hecho por el que Antíoco III es más recordado
es su guerra contra los romanos entre 192 y 189, que culminó con su derrota en
Magnesia en Asia Menor occidental (inicios de 189). Con la paz de Apamea (188)
abandonó la mayor parte de Asia Menor, que fue dividida entre Rodas y Pérgamo. Al
cabo de un año murió. Estos episodios son vistos a menudo como golpes mortales al
imperio seléucida, el comienzo del fin; siguió siendo un gran reino durante otro
siglo,
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pero había perdido una de sus más valiosas posesiones, Asia Menor.
De Seleuco IV a Antíoco IV (187-164 a.C.)
Los historiadores y los estudiosos suelen concentrarse en la historia seléucida
y atálida hasta 188, pero la época posterior es importante y está bien documentada, y
revela mucho del carácter de ambos reinos y las razones de su caída. Las probables
explicaciones de la ruina del reino seléucida se centran en los romanos, y en lo que
parece haber sido su deliberada política de desestabilización. Después de Magnesia,
sin intentar apoderarse de la mitad occidental del imperio, pudieron influir
enormemente en los acontecimientos a través de la diplomacia y las acciones
militares.
Al hijo de Antíoco III, Seleuco IV (r. 187-175), las fuentes lo representan
como débil, pero es difícil saber qué crédito darles, puesto que la situación en que se
encontraba no ofrecía muchas oportunidades para un gobierno enérgico. Se retrasó
con los pagos de las compensaciones y parece haber mantenido sólo el mínimo
contacto diplomático con Roma; de forma más activa, arregló alianzas matrimoniales
con Prusias de Bitinia y Perseo, rey de Macedonia. Envió a su canciller, Heliodoro a
recaudar fondos del templo en Jerusalén; cuando fracasó la misión, Heliodoro
provocó el asesinato del rey (II Mac. 3: 4-40). Quizá debido a que Seleuco se había
distanciado de Roma, el aliado de Roma, Eumenes II de Pérgamo ayudó a Antioco,
hermano menor de Seleuco, a asegurarse el trono frente a la oposición del hijo del
rey Demetrio que estaba de rehén en Roma. Un decreto (probablemente emitido en
Atenas) alaba a Eumenes y a su reina Apolonis por haber ayudado a Antioco (Austin
162, Burstein 38, OGIS 248). No es seguro si los romanos estaban realmente
ofendidos por esta usurpación del trono; incluso la podrían haber consentido, y les
dio una excusa para interferir después.
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El hermano menor de Seleuco, Antioco IV (r. 175-164), era llamado Teo
Epífanes («el dios manifiesto»). Tenía fama de excéntrico, pero parece haber sido un
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soberano eficaz. La controversia rodea su tratamiento de los judíos en la década de
160, pero en sus primeros años canceló las compensaciones a los romanos (Livio, 42.
6. 7), activó la diplomacia e hizo dádivas a las ciudades griegas, en el santuario de
Zeus Olímpico de Atenas. Sin embargo, como rey en 168, se sometió a la exigencia
romana de que desistiera de invadir Egipto durante la sexta guerra siria, en que
estaba obteniendo buenos resultados. En ésta, el tristemente célebre ocasional
comandante romano Gayo Popilio Lenas se presentó con la demanda del Senado, y
trazó con un sarmiento un redondel en la arena alrededor del rey, diciéndole que
diera una respuesta antes de salir de él (Polib. 29. 27, Austin 164).
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No demoró
mucho Antioco en acatar, pese a que Roma estaba sobrepasando los términos de
Apamea, que Ptolomeo había sido el agresor y no lo contrario, y que su imperio era
aún poderoso y rico. Puede haber sentido un comprensible temor del ejército romano,
que antes había derrotado a Antioco III y acababa de obtener una victoria sobre
Macedonia.
Lejos de descorazonarse o trastornarse por esta humillación,
Antioco emprendió campañas militares en el oriente. Antes de partir,
demostró el persistente poder de su imperio organizando una enorme
procesión al santuario de Apolo en Dafne, cerca de Antioquía, en
166/165. Primero 36.000 soldados (muchos de los cuales llevaban armas
y lorigas de oro), 500 gladiadores, cerca de 9.500 jinetes (muchos de los
caballos llevaban arreos de oro y plata, y los jinetes mantos de púrpura y
brocados de oro con bordados heráldicos en forma de animales), 140
carros tirados por 760 caballos, dos carros llevados por elefantes y 36
elefantes, después unos 800 jóvenes coronadgs decoro, cerca de 1.000
bueyes para sacrificar, además de otros 300 y 800 colmillos de elefantes
ofrecidos por los estados extranjeros.
El número de imágenes fue incontable pues eran llevadas en
andas todas las de aquellos que los hombres dicen o creen ser dioses,
semidioses e, incluso, héroes; unas eran sobredoradas y otras estaban
vestidas con ropajes de oro. Y a todas ellas los acompañaban
representaciones, ejecutadas en materiales preciosos, de los mitos
referidos a ellos tal como tradicionalmente se narran. Las seguían estatuas
de la Noche y del Día, de la Tierra y del Océano, de la Aurora y el
Mediodía. La cantidad de oro y plata se puede adivinar por lo que sigue:
sólo a un amigo del rey, Dionisio, el secretario de cartas reales, le seguían
mil esclavos que llevaban bandejas de plata, valorada cada una en no
menos de mil dracmas. Iban a su lado seiscientos pajes reales, portadores
de bandejas de oro. Seguían mujeres, unas doscientas, que rociaban (a los
espectadores) con perfumes; las vasijas eran de oro. Venían luego,
ochenta mujeres más, sentadas en literas con peanas de oro, y quinientas,
instaladas en otras literas con peanas de plata, todas ellas vestidas
lujosamente. Y esto era lo más vistoso del cortejo.
(Polibio, 30. 25-26 = Aten. 5. 194)
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Antíoco se dirigió luego al oriente (165-164) y restableció el dominio
seléucida en la Gran Armenia, que, como otras satrapías orientales, había
reivindicado su independencia desde 188. Trató de hacer lo mismo en otras partes de
Irán, pero sucumbió a una enfermedad mortal. Si su objetivo estratégico era contener