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Antígono II Gónatas de Macedonia reinó en Atenas durante algunos años; hay dudas
acerca de la cronología de la guerra cremonidea en la década de 260. Varias batallas,
como la de Cos y la de Andros a mediados del siglo III no tienen fecha segura; y hay
famosos enigmas irresueltos tales como la revuelta de Ptolomeo «el hijo» en Efeso
en la década de 260.
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Otros períodos también tienen problemas: la historia de los
últimos Ptolomeos está representada principalmente por las maquinaciones
dinásticas, con algunos vacíos sólo parcialmente cubiertos por hechos registrados en
inscripciones y papiros; la secuencia de revueltas nativas es todavía tema de debate;
no todos los nombres e interrelaciones de los últimos Ptolomeos y sus reinas se
conocen con exactitud, al igual que los últimos Seléucidas. Un ejemplo
particularmente grave de terra incognita es la historia de los últimos gobernantes
griegos de Bactriana (en el norte de Afganistán), para algunos de los cuales la única
prueba de su existencia está en sus monedas. Los estudiosos han establecido
tentativamente una secuencia de monarcas y calculan la duración de sus reinados a
partir del número de monedas existente, un procedimiento endeble que no procura un
fundamento firme para la explicación histórica.
A la luz de lo que se ha dicho antes, podría pensarse que el estudio de la
historia y la cultura helenística está asediado por problemas insuperables, y que la
escasez de fuentes es responsable de (y quizá justifica) el descuido relativo de la
historia helenística por parte de los escritores modernos, y su lugar marginal en los
cursos universitarios. Sin embargo, ¿resultaría diferente el período, si tuviéramos
más fuentes literarias? ¿Tendríamos un fundamento más firme para tratar de
comprenderlo?
No es la carencia de una narración continua lo que distingue a este período de
la era clásica precedente, sino la sobrevaloración de la misma y de ciertas categorías
particulares de testimonios. Sólo podemos comenzar a entender cabalmente la Grecia
clásica cuando nos liberemos de la presencia distorsionadora de autores que tienen
una sólida concepción del mundo, como Tucídides. El peso asignado a enunciados
«clásicos» como los suyos, no ha tenido una influencia benigna en su conjunto. Los
historiadores del período clásico, como los del helenístico, se basan ahora
esencialmente en testimonios no literarios así como en fuentes historiográficas;
nuestra comprensión del imperio ateniense del siglo V y de la naturaleza de la
democracia ateniense, que se basó alguna vez en fuentes literarias como Tucídides o
Diodoro, fue completamente transformada a finales del siglo XIX y en el siglo XX
por el descubrimiento de las inscripciones. Además hay muchas áreas de la historia
clásica que las fuentes literarias y epigráficas apenas tocan, y que no podemos
siquiera comprender sin recurrir a datos numismáticos, artísticos y arqueológicos.
Esto es sobre todo válido respecto a la historia económica y social.
De modo semejante, lo disparejo de la narración helenística es en parte un
fallo de los antiguos escritores, ya sea de los que se han conservado o de los que se
han perdido, que se centraron en las guerras y las luchas dinásticas de los sucesores
inmediatos de Alejandro, y en la conquista de Grecia por Roma, en detrimento de
otros aspectos y épocas. Una razón probable puede ser inferida a partir de Polibio,
que al inicio de su historia comenta que
en las épocas anteriores a ésta [en 220-216 a. C] los acontecimientos del
mundo estaban como dispersos, porque cada una de las empresas estaba
separada en la iniciativa de conquista, en los resultados que de ellas
nacían y en otras circunstancias, así como en su localización. Pero a partir
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de esta época la historia se convierte en algo orgánico, los hechos de
Italia y los de África se entrelazan con los de Asia y con los de Grecia, y
todos comienzan a referirse a un único fin.
(Polibio, 1.3.3)
El relativo descuido de algunos tramos de la época podría estar hasta cierto
punto inscrito en el material; pues los diferentes historiadores trataban de los
distintos acontecimientos sin dar una visión de conjunto. Se vio exagerada a finales
de la era helenística y durante la época romana, en que los epítomes y los sumarios
desplazaron partes enteras de la narración. Es muy dudoso que el descubrimiento de
una obra literaria importante, como la historia de Jerónimo, cambie de modo
fundamental la narración o aumente nuestra comprensión de las estructuras clave y
las tendencias sociales. Lo que hace a la historiografía helenística diferente y
apasionante, y podría hacerle más fácil lograr una visión equilibrada de la sociedad
helenística, es precisamente el hecho de que el testimonio no literario es mucho más
abundante que las narraciones prefabricadas con su conocimiento histórico
inevitablemente limitado y puntos de vista comprometidos. En efecto, uno de los
temas de este libro será que no hay una única «historia helenística», sino una serie de
historias diferentes.
Los textos no históricos
La antigua tradición de la historiografía estaba sumamente centrada en las
cuestiones políticas y militares, pero los estudiosos están habituados a hacer uso de
otro tipo de fuentes literarias para esclarecer diferentes aspectos en todos los
períodos de la historia griega y romana. Muchas obras contemporáneas de creación
literaria, en particular la poesía, aportan datos sobre la sociedad y la cultura, aunque,
como los escritos de religión, filosofía y ciencia, han sido muchas veces tratados
separadamente en los estudios generales del período, o incluso no tomados en cuenta.
Tal descuido es tanto más injustificado dado que aquellos que escribieron sobre la
filosofía y la mecánica se consideraban también literatos.
Aquí se hará sólo una breve enumeración de las fuentes, que se encontrarán
detalladas en los capítulos 5 (especialmente la sección sobre filosofía), 7 (sobre
literatura) y 9 (sobre ciencia).
La poesía del período helenístico, gran parte de la cual se escribió en el
entorno ptolemaico y a la cual a veces se llama genéricamente alejandrina, está bien
representada en las obras que han quedado. Fuera de Egipto, pero influenciado por
los estilos existentes, un figura principal es Arato de Soles, autor de poemas
didácticos sobre astronomía y signos del clima. Entre los poetas importantes iniciales
están Teócrito y sus sucesores, tales como Mosco y Bioon (siglo II a. C), quienes
cultivaron la poesía bucólica (poemas sobre pastores), que quizás con más exactitud
se puede llamar pastoral. Las diversas obras de Calimaco (Callimachus) lo colocan
en la vanguardia de la literatura del siglo III, junto con luminarias tales como
Apolonio de Rodas, autor de un nuevo estilo de poema épico sobre los argonautas.
Entre los poetas que consideramos figuras menores, algunas fueron sin duda
importantes para sus contemporáneos. Ejemplos de ello son el enigmático Licofrón,