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levantar altares, recintos sagrados y templos idolátricos; sacrificar
puercos y animales impuros; dejar a sus hijos incircuncisos; volver
abominables sus almas con toda clase de impurezas y profanaciones, de
modo que olvidasen la Ley y cambiasen todas sus costumbres. El que no
obrara conforme a la orden del rey, moriría.
(Mac. I, 1:44-50, Austin 168)
Tal como generalmente se interpreta, y concediendo incluso el tono polémico,
esto significa que Antíoco prohibió la religión y las prácticas sociales judías
categóricamente (lo cual de paso confirma que estaban todavía vigentes; ni los pasos
tempranos hacia la helenización ni el nombramiento de Menelao, al parecer,
buscaban detener la observación de la ley y las costumbres judías). El historiador
romano Tácito lo expresa de modo más terminante: «el rey Antíoco, esforzándose en
quitarles su superstición y darles la forma de vida de los griegos, se vio impedido por
la guerra de los partos de cambiar para mejor a un pueblo tan repulsivo» (Historias,
5. 8. 4).
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El autor de Macabeos I también dice que Antíoco levantó sobre el altar del
Templo «la abominación de la desolación» (Mac. I, 1: 54, Austin 168).
128
El
significado preciso ha sido discutido sin cesar; una sugerencia es que se refiere a la
construcción de un altar del dios sirio Baal-Shamen,
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que, si es cierto, hablaría
contra la activa política de helenización del rey, aunque en favor de la promoción de
una alternativa monoteísta al dios judío. O, si recurrimos al consenso de las fuentes
de diferentes fechas (Dan. 11: 39; Mac. II, 6; Mac. I, 1; Diod. 34/35. 5.1; Jos. BJ 1.
34), el rey habría mancillado el altar del Templo al sacrificar un cerdo.
Las fuentes posteriores también se refieren, con menos certidumbre, a la
erección en el recinto del Templo de estatuas para el culto de Zeus Olímpico, y
posiblemente del propio Antíoco y Atenea (Jerónimo, Sobre Daniel, en 8: 14-15 y
11:31; Synkellos, p. 531 Dindorf). No obstante, Zeus Olímpico era un dios con quien
Antíoco IV estaba muy identificado, por ejemplo, a causa de sus donaciones para la
construcción del Olimpio en Atenas y de otro templo en Priene. El autor bizantino
Ioannes Malalas (pp. 206-207 Dindorf) incluso declara que el Templo fue
consagrado a Zeus Olímpico y a Atenea; esto es bastante posible, puesto que la
comunidad posiblemente no judía del monte Garizim pidió al rey con éxito que
consagrara su santuario a Zeus Xenio (Mac II, 6: 1-2; cf. Jos. AJ 12. 258-263,
Burstein 42).
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Si esto es exacto, señala un intento de sustituir la adoración del dios
judío con el politeísmo griego; pero no todos los estudiosos aceptan este testimonio,
y algunos prefieren interpretar los acontecimientos, incluida la posible consagración
del Templo, como parte de la gradual helenización de Judea y el surgimiento
(deducido) entre los pueblos de la región de una preferencia por un único dios
«supremo», cualquiera que fuera la cultura propia.
Si la dirección tomada aquí es correcta, no obstante, no hay pruebas de que
Antíoco estuviera promoviendo el politeísmo; simplemente, decidió imponer el culto
griego a los judíos, por razones que no podemos conocer definitivamente pero que
eran evidentemente políticas. El intento de suprimir incluso costumbres tales como
las restricciones alimentarias tiende a confirmar que no se trataba simplemente de
una campaña religiosa. Quizá durante su invasión de Egipto, los acontecimientos en
Jerusalén bajo Menelao suscitaron disturbios que el rey no podía ignorar (estos
disturbios no tenían necesariamente relación con la oposición a las costumbres
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griegas, puesto que por lo visto las innovaciones no estaban socavando la tradición
judía). Dada la desusada fuerza de la identidad y las costumbres judías, el rey puede
haber decidido que eran necesarias medidas extraordinarias para devolver el orden a
la ciudad.
Los resultados a largo plazo del intento de hacer entrar en vereda a Jerusalén
fueron calamitosos. Quizá ya en 166/165, un grupo dirigido por Matatías y su hijo
Judas Macabeo («el Martillo») comenzaron la resistencia armada a la supresión de la
ley judía, reconquistando finalmente Jerusalén y derrotando al gobernador de Siria en
la batalla. Sin embargo, una vez que Antíoco estuvo en guerra en el Lejano Oriente y
escaso de dinero, decretó una amnistía y anunció una vuelta a la ley (Mac. II, 11: 27-
33, 164 a.C). Después de su muerte a finales de 164, el regente Lisias, en nombre del
joven Antíoco V, suspendió el anterior decreto:
El rey Antioco saluda a su hermano Lisias. Habiendo pasado
nuestro padre donde los dioses, deseamos que los súbditos del reino vivan
sin inquietudes para entregarse a sus propias ocupaciones. Teniendo oído
que los judíos no estan de acuerdo en adoptar las costumbres griegas,
como era voluntad de mi padre, sino que prefieren seguir sus propias
costumbres, y ruegan que se les permita acomodarse a sus leyes,
deseosos, por tanto, de que esta nación esté tranquila, decidimos que se
les restituya el Templo y que puedan vivir según las costumbres de sus
antepasados. Bien harás, por tanto, en enviarles emisarios que les den la
mano, para que al saber nuestra determinación, se sientan confiados y se
dediquen con agrado a sus propias ocupaciones.
(Mac. II, 11: 22-26; Burstein 43)
Simplemente reconoció el statu quo; los judíos habían ya recuperado el
Templo que fue vuelto a consagrar a finales de 164.
Hacia finales de la década de 160 los judíos habían formado una alianza con
los romanos (Mac. II, 8: 22-32, Burstein 44), quienes sin duda veían con buenos ojos
la oportunidad de desestabilizar Siria. Pese a las victorias sobre los ejército
seléucidas, Judea a partir de ahí no se hizo independiente inmediatamente, sino que
cultivó una relación cercana y respetuosa con los reyes seléucidas. En 152, por
ejemplo, cuando el rey Alejandro Balas la invadió, Jonatan Macabeo reconoció su
soberanía, fue nombrado amigo y se le envió una clámide de púrpura y una corona de
oro (Mac. I, 10: 15-20). Desde 142, sin embargo, los descendientes de Matatías
gobernaron como sumos sacerdotes (y reyes desde 104-103), expandiendo
gradualmente el territorio de Judea a costa del reino seléucida cada vez más dividido.
En 139, durante la guerra con Diodoto Trifón, Antioco VII fue obligado a confirmar
las anteriores exenciones de tributo y a hacer otras concesiones (Mac. I, 15: 1-19,
Austin 172). Posteriormente conquistó Jerusalén; pero después de que muriera
luchando con los partos en 129, Judea se volvió independiente (Just. 36. 1.10). Esto
duró hasta la reconstrucción del Levante por Pompeyo en 63, aunque la dinastía
continuó a partir de entonces hasta la época de Herodes y con posterioridad.
131
La efímera supresión de la cultura judía tuvo efectos de largo alcance en la
historia de la región en los siglos siguientes.
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Al intentar proscribir una cultura con
tanta fuerza interna, el rey provocó una reacción que hizo a Judea más firme y
ambiciosa que antes, y de ese modo fomentó el espíritu de independencia ya fuerte
entre los judíos. No obstante, si la interpretación asumida aquí es correcta, el