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pacífico. Su asesinato en 96 dejó a Ciciceno con el control general, pero uno de los
cinco hijos de Gripo, Seleuco VI, lo destronó al cabo de un año, sólo para ser
inmediatamente destronado por el hijo de su víctima, Antíoco X Eusebes. Siguió un
decenio de guerra entre Eusebes y los cuatro hijos menores de Gripo, todos los cuales
(Antíoco XI, Filipo I, Demetrio III y Antíoco XII Dionisio) gobernaron parte del
reino en un momento u otro (los dos primeros, como gemelos, juntos durante un
tiempo). Antíoco XI fue derrotado por su primo Eusebes, que a su vez fue derrotado
por los árabes nabateos, con nuevas pérdidas territoriales. Demetrio III fue hecho
prisionero por los partos. Antíoco XII murió luchando con los nabateos, a raíz de lo
cual se perdió Damasco. Cuando en 83, Filipo II (hijo de Filipo I) se vio complicado
en la guerra civil contra Antíoco XIII (hijo de Eusebes), los habitantes de Antioquía,
cansados de los conflictos intestinos, entregaron la corona a Tigranes de Armenia
(véase el capítulo 10). La dinastía se extinguió en catorce años, para revivir
brevemente en 69 antes de su supresión definitiva por obra de Pompeyo en 63.
Los pueblos vecinos —los judíos, los nabateos y los armenios— ganaron
territorios y poder a costa del decadente imperio seléucida. Esto no debe ser visto
como resultado de un sentimiento nacionalista (en el sentido de antiimperialista) por
parte de los «nativos» colonizados, o de un fracaso inherente del control seléucida;
menos aún como el justo merecido después de generaciones de inicua opresión. Estos
y otros estados satélite, normalmente semiindependientes bajo los Aqueménidas y los
Seléucidas, seguramente habrían continuado enviando tributos al gran rey si los
Seléucidas hubieran abatido a los partos. Tan alejados estaban de desear expulsar al
opresor extranjero que algunas de estas monarquías imitaban a la corte seléucida; en
Comagene, por ejemplo, se emplearon los nombres dinásticos seléucidas y se
adoptaron los elementos griegos e iraníes en la cultura del reino, aunque éste había
sido cada vez más independiente desde mediados del siglo II.
161
Las causas de la «decadencia»
En algunos textos modernos, los problemas del imperio surgen de la idea de
que una clase dominante pequeña y no autóctona podría difícilmente mantener el
control de un disperso mosaico de naciones; pero esto es exactamente lo que los
persas habían hecho durante dos siglos. Los textos que subrayan las ambiciones
«nacionalistas» por parte de los gobernantes y pueblos locales están demasiado
teñidos por las modernas nociones del estado nación.
162
La sugerencia de que los
Seléucidas «fracasaron» en unificar los códigos legales, en introducir nuevas
tecnologías o en mejorar la situación de sus súbditos tropiezan con la objeción de que
esos no eran los propósitos del imperialismo antiguo. Igualmente, la idea, sostenida
por Rostovtzeff,
163
de que los Seléucidas promovieron a la población
grecomacedonia como un baluarte contra la agitación irania, principalmente
mediante la fundación de ciudades, ahora parece demasiado simple.
Se ha sustentado, a partir de unos 250 nombres de funcionarios seléucidas
durante tres siglos, de los cuales 97,5 por 100 eran griegos, que los Seléucidas
activamente excluyeron a los no griegos del poder.
164
Sherwin-White intenta
desdeñar la validez de la muestra porque se limita a los escalones superiores de la
administración, los que, se supondría, comprenderían principalmente macedonios y
334
griegos»;
165
pero esto es simplemente pasar por alto la posibilidad misma de que los
grecomacedonios monopolizaran estas auténticas posiciones de poder. Un reparo
más serio es que la muestra de Habicht puede estar distorsionada por el hecho de que
los nombres conocidos aparecen en documentos y textos literarios griegos, que
tienen mayor probabilidad de mencionar funcionarios griegos antes que no griegos.
Además, los no griegos podrían haber tomado nombres griegos como alternativa o
haberles dado nombres griegos a sus hijos.
166
De modo que la principal afirmación
de Sherwin-White sobre este punto todavía es válida: «Lo que ocurre en los niveles
por debajo [de los puestos más altos] ... es más revelador de la política hacia los
súbditos no griegos».
167
Los casos como los de Banabelo (su nombre es babilónico),
administrador de la tierra de un alto funcionario seléucida llamado Acayo
(relacionado con el último virrey de Asia Menor, véase Austin 142),
168
y de
Bagadates (iranio por el nombre), a cargo de un importante santuario de Artemisa
por el pueblo de Amizon en Caria en 321, a propuesta de nada menos que el sátrapa
macedonio Asandro, difícilmente podrían haber surgido si hubiera habido un
prejuicio sistemático contra los no griegos.
169
El argumento fundamental del estudio de Claire Préaux sobre la sociedad
helenística es que los grecomacedonios procuraban sus propios intereses imperiales y
mantuvieron a los pueblos no griegos a distancia; para describir la situación utiliza la
palabra étanchéité («impermeabilidad»).
170
Hay escasos testimonios
directos en favor
de este fenómeno, y ahora han aparecido algunos contrarios. En asentamientos como
Ai Janum e Icaro (Failaka), no hay indicios de segregación espacial entre casas
griegas y no griegas.
171
La oposición a los Seléucidas no provino exclusivamente de
los no griegos; como señalan Sherwin-White y Kuhrt: «Es posible que sea
anacrónico (aunque esté de moda) esperar oposición por parte de los súbditos al
imperio y a la monarquía».
172
(En el capítulo 6 vimos indicios similares de
integración en Egipto.)
Un asunto difícil de resolver es si la dominación seléucida tuvo algún efecto
económico apreciable en el imperio, fuera negativa o positiva. No hay indicios
directos de que la fiscalidad o las prácticas militares hayan empobrecido los
territorios. A la luz de los comentarios de Wallbank sobre las desastrosas
consecuencias de la dominación ptolemaica para Egipto,
173
uno podría suponer que
los efectos de no tener un soberano asiático en el antiguo imperio oriental persa
fueron perniciosos. Una evaluación igualmente pesimista es dada por Kreissig, que
minimiza de modo convincente el grado en que las formas socioeconómicas fueron
introducidas, y considera razonablemente que las relaciones de producción fueron
una combinación de antiguas formas «orientales» (es su denominación) con menor
libertad política para los agricultores productores, pero es menos convincente cuando
examina la situación en términos marxistas (una contradicción fundamental entre los
agricultores y trabajadores oprimidos, por una parte, y una clase privilegiada de
macedonios y griegos, por otra).
174
Probablemente es difícil sustentar
generalizaciones tan amplias.
Parece que los Seléucidas en su mayor parte adoptaron los mecanismos
existentes de control y explotación. Donde los modificaron, como con la imposición
de nueva propiedad de la tierra, la introducción de nuevos cultivos o el aumento del
uso de moneda,
175
no estaban haciendo más de lo que habían hecho los
Aqueménidas. Uno puede cuestionar si podrían haber realizado algún cambio
fundamental en la economía, dado el tamaño del reino, la falta de comunicaciones