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particulares (como los examinados en el capítulo 1). Sin embargo, para algunos
campos quedan extensos escritos.
Teofrasto de Ereso en Lesbos (372/371-288/287 o 371/370-287/286) sucedió
a Aristóteles y permaneció como director del Peripatético desde 322 hasta su muerte.
Escribió numerosos libros (la mayoría de ellos opúsculos breves, con toda
probabilidad) sobre una amplia gama de temas. Entre sus trabajos se conservan los
tratados sobre metafísica, los sentidos, las plantas, los olores, el fuego, las piedras,
los vientos, la meteorología (éste se conserva sólo en versiones siríacas y arábigas) y,
por último, no de poca importancia: sus famosos esbozos de Caracteres; Diógenes
Laercio da una lista (5. 42-50).
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Algunos de éstos, sin duda, eran secciones de
escritos más largos y no eran monografías completas e independientes; pero ilustran
la amplia gama de intereses que un hombre podía cultivar. La naturaleza
multidisciplinaria de su actividad dista de carecer de paralelos en la historia griega.
Hombres como Tales de Mileto (inicios del siglo VI a.C.) combinaban el estudio de
ideas originales con un desempeño completamente aristocrático y presumiblemente
muy competitivo en la política y la dirección de la cosa pública. Aprendió como
predecir eclipses, pero también era un jefe militar y un teórico político. En el período
helenístico tenemos el ejemplo de Duris de Samos, historiador, tirano y discípulo de
Teofrasto. Ni estaban todos los «científicos» limitados a las actividades intelectuales:
los médicos aparecen como consejeros privados de los reyes (ya bajo los faraones y
los reyes persas), a la vez que, al igual que otros pensadores, actuaban como
emisarios diplomáticos.
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Los pensadores de este período pertenecían principalmente, quizá todos, a la
élite educada; no hay pruebas claras de una movilidad social ascendente del tipo
ofrecido por una carrera en ciencias en el mundo moderno.
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Arquímedes de Siracusa
(c. 287-212 o 211) estaba vinculado a la familia dominante de su ciudad y su padre
Feidias era astrónomo. Sus nombres sugieren sus orígenes: formas compuestas como
Arqui-medes (gobernante de los persas), Erato-ste-nes (adorable en fuerza) e Hip-
arco (señor del caballo) probablemente pertenecen a una élite terrateniente; los
hombres humildes de la época, cuando alguna vez se les menciona, con frecuencia
tienen nombres más sencillos como Zenón («hombre de Zeus»), Neón («hombre
nuevo») y Zoilo (quizá «vivaz»). Una excepción parcial a esta generalización de
carácter social es Ctesibio (c. 270 a.C), inventor de varios aparatos mecánicos
descritos extensamente por el escritor romano de arquitectura Vitruvio (9. 8. 2-5; 10.
7. 1-8. 6); era el hijo de un barbero de Alejandría (Vitruv. 9. 8. 2). Aunque
carecemos de testimonios precisos, es probable que la mayoría de los investigadores
fueran hombres con recursos particulares, de los que dependían exclusivamente, y
que dispusieran de tiempo libre para poder realizar su trabajo, si bien sólo una
minoría de hombres de medios más limitados como Ctesibio recibieron el importante
apoyo de protectores ricos o regios.
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Estas consideraciones sirven para comprender por qué la posición social de
los científicos era, como la del filósofo, muy distinta a la del moderno profesor de
química y más semejante a la del novelista de éxito. No sólo intentaron los
pensadores escribir obras que tuvieran mérito literario de por sí (al veces
escribiéndolas incluso en verso), sino que el científico no era tanto un servidor útil
del gobierno o de la empresa, como un generador de debate cultural y
entretenimiento intelectual para una élite cultivada y podía ser incluso el transmisor
de una sabiduría moral. La mayoría, sino todos los escritores de estos temas, eran
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hombres. Escribían para personas como ellos, que fueran educadas y tuvieran tiempo
libre en el cual leer o escuchar leer. Estaban interesados en poder hablar doctamente
sobre estas nuevas ideas con sus homólogos en términos sociales.
El período helenístico trajo muchos escritores y eruditos a Alejandría bajo la
égida del patronazgo real. Ya que la literatura y la ciencia no estaban separadas en
compartimentos estancos, encontramos científicos en los mismos sitios en el papel de
escritores y eruditos: la biblioteca y el museo fundados por los primeros Ptolomeos.
Disfrutaban de acceso a ambos y eran probablemente alimentados y hospedados a
expensas del rey. La protección real y el énfasis en la investigación diferencian el
Museo de la antigua Academia y el Liceo de Atenas;
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sólo podemos especular sobre
si, sin la asistencia real, estos hombres habrían tenido las condiciones de ocio y
contemplación en las que pensar, debatir y escribir. Parece al menos posible que así
sería; Lloyd recomienda prudencia al suponer «que todo científico del que se sabe
que trabajó en Alejandría (y esto incluye casi todos los nombres importantes de los
siglos III y II) fue subsidiado por los Ptolomeos».
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Es bastante probable que varias
clases de intelectuales se ganaran la vida, completa o parcialmente, dando clases a un
público que los remuneraba (al modo de los sofistas del siglo V en Atenas) o, si
poseían el conocimiento práctico en la mecánica y la medicina, vendiendo sus
servicios. Lloyd está probablemente en lo correcto al sugerir que la mayoría de los
investigadores no esperaban vivir sólo realizando sus investigaciones científicas:
probablemente ya eran acomodados antes de empezar. La mayoría procedía de las
ciudades-estado fuera de Egipto, como Eratóstenes de Cirene y Aristarco de Samos.
La mayoría de ellos deben haber nacido de la élite social, incluso si al comienzo
disfrutaban del patronazgo o estaban en algún modo bajo la dirección de un maestro
establecido.
Donde existió la protección real, ésta realzó por supuesto el prestigio del rey.
Los Ptolomeos, y después los Atálidas, trataron de convertir sus capitales en centros
intelectuales de renombre universal. (Es importante recordar que el patrocinio
ptolemaico y seléucida de la literatura y la ciencia refleja precisamente las prácticas
de las monarquías iniciales del Oriente Próximo). Los motivos que hay detrás de la
protección ptolemaica a los intelectuales fueron examinados en el capítulo 7. Se
aplicaban del mismo modo a las ciencias, con una diferencia importante: algunas
cosas que los científicos hacían tenían beneficios prácticos para los reyes. En la
representación griega de su propia historia, hay una tradición del individuo
excepcional que combina las funciones de estadista, sabio, «descubridor» (prôtos
heuretês) y benefactor de la humanidad. Los reyes adoptaron y remozaron el modelo
mediante su mecenazgo de los intelectuales. Los frutos de éste no eran sólo para su
disfrute; podemos imaginar que los ciudadanos informados de Alejandría y Pérgamo
se enorgullecían de las innovaciones, lo que a su vez aumentaría el prestigio del rey.
La distinción actual entre ciencia pura y aplicada no tiene una réplica exacta
en el pensamiento griego, aunque se distinguía entre lo teórico y lo práctico, por
ejemplo Pappus de Alejandría, un geómetra que escribía a inicios del siglo IV d.C,
siguiendo claramente las fuentes helenísticas:
Los mecánicos de la escuela de Herón dicen que la mecánica
puede dividirse entre una parte teórica (logikon) y manual
(cheirourgikon). La parte teórica está compuesta por la geometría, la
aritmética, la astronomía y la física. La parte manual está compuesta por