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tendencia hacia el gigantismo en la manifestación del poder real alcanzó su apogeo
en la nave de cuarenta remos de Ptolomeo IV,
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de la cual tenemos una descripción
por Calixeino:
La nave de cuarenta remeros la construyó Filopátor con una
longitud de doscientos ochenta codos, treinta y ocho de pasillo a pasillo,
y una altura hasta el mascarón de proa de cuarenta y ocho codos. Desde el
mascarón de popa hasta la línea de flotación medía cincuenta y tres
codos. Tenía cuatro gobernalles de treinta codos, y los remos del banco
superior, que eran los más grandes, medían treinta y ocho codos; aunque
llevaban plomo en los mangos y eran extremadamente pesados dentro de
la nave, eran fáciles de manejar en virtud de su estabilidad ... Pero estaba
extraordinariamente bien proporcionada. Eran también admirables los
restantes ornamentos de la nave. En efecto tenía unas figuras de no menos
de doce codos a popa y a proa; todo el espacio estaba coloreado de
encausto ... Abundante era así mismo la ornamentación de las armas, y
colmaba las necesidades de cada parte de la nave. Durante un viaje de
prueba, precisó más de cuatro mil remeros y cuatrocientos asistentes. En
el puente eran necesarios tres mil ciento cincuenta marineros.
(Ateneo, 5, 203 e-204 d)
Se podía tratar sólo de una especie de fortaleza flotante, que nunca había
entrado en acción, y quizá no estaba dirigida a la acción.
La mayoría de las innovaciones militares del período helenístico tuvieron
lugar fuera de Grecia; esto no es sorprendente, ya que la mayoría de oportunidades
para probarlas tenían lugar fuera del mundo de la polis, ahora que las ciudades
llevaban a cabo pocas campañas. Garlan, sin embargo, apunta a «una fosilización del
arte militar en los reinos helenísticos» en términos técnicos, culpando a ésta por las
derrotas de Macedonia a manos de los romanos y del imperio seléucida por los
partos.
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Señala la rigidez de la falange y la complicación de las maniobras bajo la
influencia de los modelos abstractos. Su estudio está quizá excesivamente influido
por Polibio, quien, dice, lamenta la mediocridad de algunos aspectos de la práctica
militar (Polibio examina el problema de la falange en 18. 28-32; parte en Austin 67).
Con todo, parece ser cierto que los reyes y generales preferían confiar en las
fórmulas usadas y comprobadas —aunque ¿en qué época, hasta los tiempos más
recientes, no ha sido así?— y que habrían sido lentos en adaptarse frente a nuevos
enemigos con nuevas tácticas. Los reyes no temían innovar donde había riqueza para
invertir en la solución de un problema, por ejemplo, comisionando mejoras técnicas
en el equipo militar, o edificando grandiosas (y sin duda muchas veces efectivas)
fortificaciones. Posiblemente, la dimensión de las monarquías, comparada con las
ciudades-estado, no era propicia para la experimentación rápida y limitaba su
capacidad para adaptarse frente a nuevas amenazas desde el occidente.
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LA COMPRENSIÓN DE LAS FORMAS DE VIDA
La creciente complejidad y elaboración de la descripción son rasgos de los
escritos filosóficos y científicos griegos antes y durante este período. Otro rasgo es la
efectiva especialización de las diferentes ciencias, aunque no de los científicos.
La botánica y la zoología
El principal autor botánico es Teofrasto, uno de los pocos autores de las
ciencias de la vida cuyas obras quedan en forma razonablemente completa.
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No hay
suficiente espacio aquí para examinar las copiosas obras de Aristóteles en este
campo,
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y no podemos hacer más que advertir que la obra igualmente amplia de
Teofrasto surgió directamente de la de su inmediato predecesor. Hay también un
debate sobre el grado en que consideró que estaba desafiando antes que ampliando
las realizaciones de Aristóteles.
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Teofrasto se inspiró en escritores antiguos y en los nuevos datos reunidos por
los científicos que acompañaron la expedición de Alejandro;
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sus dos libros
siguieron siendo los textos clave de la botánica de allí en adelante. No parece haber
realizado experimentos, pero su trabajo se ordena de acuerdo con una racionalidad
aristotélica y evita, en su mayor parte, la atribución de propiedades mágicas a las
plantas.
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Es parte de la reacción gradual contra la interpretación mágica de las
especies naturales.
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La antigua
Historia de las plantas fue escrita alrededor de 300.
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El libro 1
trata de la estructura y la clasificación de las plantas, el tono enérgico, rigurosamente
impersonal, aparece desde el inicio:
Me propongo hablar de las diferentes plantas y de su distinta
naturaleza atendiendo a sus partes constitutivas, a sus cualidades, a la
génesis de las mismas y a las etapas de su desarrollo. Su comportamiento
y actividad no son como la de los animales. En efecto, las plantas son
más fáciles de examinar y menos complejas en lo que se refiere a las
modalidades de su generación, a sus cualidades y a sus formas de vida,
mientras que las partes de los animales son más complejas. Esto es,
precisamente, lo que entraña cierta dificultad y lo que no ha sido
suficientemente dilucidado: saber qué es lo que hay que llamar «partes» y
qué es lo que no.
(Teofr. HP 1.1.1)
Los libros posteriores tratan (2) de la propagación, especialmente, de los
árboles, (3) los árboles silvestres, (4) los árboles y las plantas de regiones
particulares, (5) la madera, (6) los arbustos, (7-8) las plantas herbáceas y (9) los
jugos de las plantas y las propiedades medicinales de éstas. Estos libros son ricos en
descripción y enumeran muchos cientos de observaciones de especies particulares. A
veces la clasificación y los datos específicos van juntos: