357
Respecto al cultivo y laboreo, unas observaciones son comunes,
otras específicas de cada árbol. Comunes son los trabajos de excavar
hoyos, el riego, la estercoladura y, además, la poda y escamondeo de las
ramas muertas. Estas operaciones difieren en grado según los árboles.
Porque unos árboles son aficionados al agua, otros al estiércol, y otros no
lo son tanto, como el ciprés, que no es aficionado al estiércol ni al agua,
sino que, según dicen, muere si, cuando es todavía joven, recibe riego en
demasía. En cambio, el granado y la vid son aficionados al agua. La
higuera crece vigorosa si se la riega, pero su fruto resulta inferior,
excepto si es de Laconia. Pues ésta gusta del agua.
(Teofr. HP 2. 7. 1)
Este extracto ejemplifica el modo en que Teofrasto se basaba en informes de
todo el mundo griego, usualmente especificándolo con «dicen» o una frase parecida.
La naturaleza sistemática de su clasificación, como la de Aristóteles, se generaliza a
partir de la experiencia del mundo, no impuesta sobre la realidad por un
razonamiento a priori. Otros pasajes muestran su precisa atención al detalle o la de
sus corresponsales, sea que su clasificación y marco explicativo encaje con los de
hoy en día o no:
A distinto género pertenece el árbol que se cría en el monte Ida y
que llaman koloitia [sauce ceniciento, bardiguera o sarga negra]. Es un
arbusto, ramificado, con muchos vastagos. Es escaso, no abundante.
Tiene la hoja parecida al «laurel de hoja ancha», pero más redonda y
ancha, como que se parece en esto a la del olmo, pero es más oblonga; es
de color verde por ambas partes, pero blanquecina en el arranque; en este
lugar es muy fibrosa, a causa de las finas fibras que proceden, en parte, de
la nervadura central y, en parte, de entre los nervios, que arrancan de ésta.
La corteza no es lisa, sino más bien como la de la vid. La madera es
fuerte y prieta. Las raíces son superficiales, delgadas y largas, aunque a
veces son compactas, y son muy amarillas. Dicen que carecen de fruto y
de flor, pero tiene sus nudosos retoños de invierno y sus «ojos». Éstos
crecen a lo largo de las hojas. Son muy suaves, lustrosos y blancos y
tienen la forma de un brote de invierno. Si se corta el árbol o se quema de
abajo, echa brotes laterales y rebrota.
(Teofr. HP 3. 17.3)
Tal descripción entusiasta y sistemática y el deseo de encontrar
comparaciones con los datos conocidos, son característicos de la ciencia helenística.
Una obra con frecuencia impresa junto con la Historia de las plantas es el
tratado de Teofrasto, Sobre los olores, que también trata de las especias y los
perfumes. Junto con el libro 9 de la Historia, ofrece datos inestimables sobre las
prácticas de los antiguos herboristas, e ilustra la ausencia de pruebas experimentales:
La raíz del ciclamen se usa contra la supuración de los flemones,
como pesario para las mujeres y para las heridas, mezclada con miel. El
jugo mezclado con miel sirve para la purgación de la cabeza. Sirve
también, si se da a beber disuelto en vino que contenga raspaduras de
ella, contra la embriaguez. Dicen también que la raíz es un buen hechizo
para provocar un alumbramiento rápido y que es también un buen filtro
amoroso. Cuando la arrancan, la queman y, luego, echando las cenizas en
358
vino, hacen esferitas como las que se fabrican con la zupia que se usa
para lavarse.
(Teofr. HP 9. 9. 3)
Sin embargo, hay vacíos sorprendentes para cualquier persona familiarizada
con la cocina mediterránea actual: el ajo (skorodon), por ejemplo, es mencionado
sólo como precaución contra el veneno contraído por aquellos que arrancaban
eléboro (9. 8. 6). Teofrasto nos dice poco de sus métodos de recogida de datos.
El último tratado Sobre el origen de las plantas, de la última década de la
vida de Teofrasto,
46
es más abstracto y busca explicaciones de las características
comunes y particulares de las plantas en general. Trata (libros 1-2) de los procesos
espontáneos intrínsecos a las plantas (generación, florecimiento, etc.), (3-4) de los
procesos que resultan de la intervención humana (principalmente la agricultura), y de
los efectos no naturales dañinos de la agricultura y los efectos especiales del artificio
humano. El libro 6 trata de los sabores y los olores, al igual que el libro 7 (ahora
perdido). El objetivo más explicativo de esta obra aparece aquí:
Otro problema es este: ¿por qué, cuando el cereal está henchido y
uno podría decir (como si estuviera) seco, la lluvia lejos de mejorar el
fruto, lo empeora; pero el cereal que ha sido segado y amontonado en
pilas se madura más y así mejora, y algunos agricultores incluso riegan el
montón?
La razón es esta: en el primer caso el cereal se empapa y el sol
sale otra vez y elimina el fluido natural con la lluvia, y de ese modo
encoje los granos; en el segundo caso, la humedad es producida por el
montón y el vapor que se eleva, el cual es fino y como pneuma [gas tibio
y expansivo], penetra en los granos y los hace madurar más.
(Teofr. OP 4. 13. 6)
(Compárese con el pasaje más descriptivo sobre la misma práctica en HP 8.
11.4).
El conocimiento de las plantas era el foco de la atención de escritores sobre
las técnicas agrícolas. Ninguna de las numerosas obras sobre agricultura de esta
época se ha preservado; pero mucho de este material fue posteriormente tomado por
los escritores romanos sobre la administración de fincas tales como Varrón (De re
rustica, publicado en el 37 a.C), quien da una nómina de más de cincuenta escritores
antiguos, casi todos griegos de la época helenística (1. 1.8).
La producción agrícola y pecuaria eran temas de interés real, particularmente
en Egipto y Asia, donde había una tradición persa de apoyo real a la experimentación
con nuevas especies; la carta de finales del siglo VI de Darío I a su sátrapa Gadatas
en Jonia (ML 12) es un célebre ejemplo de esta preocupación. La innovación no
tomó normalmente la forma de una cría científica de nuevas variedades, sino que
implicó antes bien el trasplante de plantas y animales a nuevos ambientes, sea con el
objetivo de mejorar la calidad de vida de los miembros de la élite o con la esperanza
de que esto aumentara las rentas reales. Ya en el período arcaico los hombres
poderosos habían estado aclimatando nuevos animales domesticados de otros países,
como ovejas, perros de presa y carneros traídos por Polícrates, tirano de Samos
(finales del siglo VI, At. 12. 540 d-e).
47
En el período helenístico, una combinación
de buenas relaciones públicas y preocupación por las rentas reales se refleja en los