365
ser calculados geométricamente, desarrolló la noción de las esferas concéntricas y
distinguió los cinco planetas visibles a simple vista con claridad. (Sobre Eudoxo,
véase Dióg. Laerc. 8. 86-91). Sólo se utilizaban los instrumentos astronómicos
básicos. Aparte de Metón, Eudoxo habría sido el primero en utilizar los conceptos
babilónicos, que se aprecian en su descripción de las constelaciones.
70
De modo que la astronomía helenística no innovó al inspirarse en la
observación y la teoría del Oriente Próximo, si bien ya tenía un fácil acceso entonces
a los datos babilónicos. Los avances en astronomía continuaban la anterior
investigación del cosmos, aunque los más rápidos se realizaron en el siglo II, un poco
después que en otros campos de la ciencia. Dos tendencias pueden distinguirse: el
deseo de catalogar los cielos visibles, y el deseo de explicar los movimientos
observados del sol, la luna y los planetas. Con frecuencia ambos proyectos iban
juntos.
Hiparco de Nicea (c. 190-después de 126 d.C), conocido como el inventor de
la trigonometría, también puede haber fabricado una dioptra mejorada, al parecer
ajustable a la inclinación del polo norte (Arquímedes, Arenario, 1. 11; Hipótesis
astronómicas, 4).
71
Tuvieron lugar otras mejoras de instrumentos de medición:
Hiparco probablemente utilizó la esfera armilar, una serie de aros concéntricos que
rotaban simulando el movimiento relativo del sol, la luna y los planetas.
72
Ptolomeo
(
Almagesto, 5. 1; 5. 12) describe instrumentos semejantes. Con la ayuda de
instrumentos ópticos y de modelos de este tipo, Hiparco creó el primer catálogo
exhaustivo de estrellas, que superó al de Eudoxo. Algunos de los datos tenían origen
babilónico, aunque Hiparco también se basó en observaciones de los astrónomos de
Alejandría de inicios del siglo III, como Timocaris y Aristilos (Ptolomeo, Almagesto,
7. I).
73
En el campo de la explicación, Hiparco descubrió la precesión de los
equinoccios, que ahora describimos como el efecto del lento giro del eje terráqueo
cada 25.000 años, que causaba que las constelaciones hiemales se convirtieran en las
estivales y viceversa. Puesto que, sin instrumental moderno, este fenómeno sólo
puede ser advertido al comparar las observaciones astronómicas a lo largo de muchas
décadas, es un testimonio de la precisión y el rigor de estos astrónomos que el
cálculo de Hiparco para la duración del ciclo, 36.000 años, sea del orden correcto de
magnitud (aunque no sería relevante si su error fuera mayor, pues la cuestión no es la
exactitud sino el método). Esto refuta una vez más la idea de que los pensadores
griegos estuviesen encerrados en la teoría, con exclusión de la experimentación real,
la observación y la medición.
Este deseo de catalogar y denominar los cielos puede ser considerado como
parte de un proyecto ideológico mayor, que podría decirse comenzó (de forma muy
distinta) con el historiador Heródoto en el siglo V y culminó con los mapas y las
geografías del período romano. Tanto Grecia como Roma eran, por decirlo de este
modo, culturas volcadas al exterior, y el discurso dentro del cual la élite (y otros)
operaban estaba teñido por el deseo de identificar y apropiarse simbólicamente de los
pueblos y países con los que establecían contacto.
74
Visto en este contexto, y con el
transfondo de las conquistas de Alejandro, el proyecto de enumeración y
catalogación del mundo terreno y del celestial alcanza su particular coherencia.
Hay estrechas relaciones entre el aspecto catalogador de la astronomía (la
exploración astronómica, por decirlo así) y la medición terrestre. Hiparco fue
probablemente el primero en idear un sistema elaborado de latitud y longitud, aunque
366
los conceptos básicos eran ya conocidos por Eratóstenes. Nuestra principal fuente
sobre la obra de Hiparco es la Mathematike syntaxis, «tratado matemático
sistemático» (llamado por su título arábigo Almagesto, derivado de la palabra griega
megistê, «el más grande»), un enorme manual de astronomía en trece libros escrito
en el siglo II d.C. Quizá el proyecto más ambicioso que vinculaba ambas fue el
intento de medir el tamaño de la tierra. Aristarco de Samos (fl. 280 a.C), seguido por
Posidonio, calculó la distancia entre el sol y la tierra. Otros asignaron nombres a los
nuevos cuerpos celestes. Conón de Samos (después, de Alejandría) descubrió una
pequeña constelación de la Cabellera de Berenice (o la designó como constelación,
pues las estrellas que la integraban eran perceptibles a simple vista), llamándola así
en honor de la reina.
Una de las teorías astronómicas griegas más citadas es la «hipótesis
heliocéntrica» de Aristarco.
75
Hoy vemos la tierra sólo como uno de los planetas que
giran en torno al sol, y el aparente movimiento de las estrellas y el sol es el ilusorio
resultado de la rotación de la tierra. La visión ortodoxa en la antigüedad era que la
tierra estaba fija en el centro del universo mientras el sol, las estrellas y los planetas
giraban alrededor de ella. La hipótesis alternativa de Aristarco, de que la tierra en
efecto giraba alrededor del sol, es descrita por Arquímedes en un tratado preservado:
Aristarco de Samos, sin embargo, ha publicado algunas hipótesis
de las que se deduce que el universo es muchas veces más grande de lo
que nosotros vemos. Supone que las estrellas fijas y el sol permanecen
inmóviles, que la tierra gira en torno al sol siguiendo la circunferencia de
un círculo, que está en el centro de la órbita, y que la esfera de las
estrellas fijas, que se extiende entorno al mismo centro del sol, es tan
grande que el círculo en que él supone que la tierra gira mantiene una
proporción con la distancia de las estrellas fijas como el centro de la
esfera respecto a su superficie.
(Arquímedes, Arenario, 1, GMW i. 3-5)
Aunque no podemos saber si Aristarco en efecto creía que este fuera el caso,
no tenemos base para dudar de que planteaba esta hipótesis seriamente como una
solución matemática posible a cómo los cuerpos celestes se movían.
76
No encontró
una aceptación general: Plutarco dice que después de Aristarco sólo un astrónomo la
adoptó, un tal Seleuco de Seleucia del Tigris, un caldeo o babilonio de c. 150 a.C, «el
primero sólo lo suponía, el último lo afirmó» (Cuestiones platónicas, 1006 c).
77
Los historiadores a veces lamentan que esta hipótesis, que ahora sabemos
estaba más cercana a la verdad que la ortodoxia de la época, fuera rechazada siglos
después. Tales reacciones pierden de vista la cuestión. Dadas las concepciones del
mundo material generalmente existentes en la época, la teoría de Aristarco era, si no
insostenible, por lo menos imposible de probar. Plutarco refiere una objeción de
fundamento religioso: dice que el filósofo estoico Cleantes «pensó que los griegos
debían procesar a Aristarco de Samos acusándolo de impiedad por poner en
movimiento el Hogar del universo» (Sobre la faz de la luna, 923 a);
78
una autoridad
de la talla de Aristóteles había sentenciado que la tierra no se movía (
De cáelo, 2.
13). Estaba además el hecho que llamamos gravedad: según todas las apariencias la
tierra era el centro hacia donde todas las cosas se movían. Después, estaba el
argumento de que el aire y los objetos móviles deberían verse visiblemente afectados
si la superficie de la tierra estuviera moviéndose rápidamente. Finalmente, si la tierra