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El pensamiento científico de la época helenística puede ser
mejor entendido si
se enmarca en el cambio social y político, y en el trasfondo de las continuidades de
largo plazo en la cultura de la élite. El hombre que llamamos el científico era de la
élite y escribía para sus miembros, incluidos los reyes. Deberíamos resistir la
tentación de verlo como un espíritu desinteresado, resueltamente entregado a su
vocación; menos aún como una figura monacal, aislado de la vida normal en su torre
de marfil; o un pobre escritor que luchaba por romper las cadenas de la irracionalidad
y el prejuicio alrededor suyo («¡Un día me comprenderán!»). Sea o no cierto, como
cuenta la famosa anécdota, que Arquímedes murió a manos de un ignorante
legionario romano mientras estaba absorto dibujando un diagrama geométrico en la
arena, el testimonio indica que había pasado realmente los meses precedentes
ayudando a sus conciudadanos a defender la polis.
La ciencia, entonces como ahora, podía servir a intereses imperialistas e
ideológicos, no siempre benévolos. Algunas obras de los pensadores helenísticos
fueron realizadas en el espíritu del ciudadano ideal, de destacarse en beneficiar a
otros miembros de la comunidad privilegiada (como Isómaco, que defiende a
Jenofonte en Oikonomikos); otras fueron hechas para complacer al rey. Estos
objetivos no son incompatibles. Si los miembros de la élite optaron por dedicar su
ocio a la investigación del cosmos, lo hicieron como representantes de una
civilización fundamentalmente colonialista, que consideraba que el mundo no griego
estaba allí para ser catalogado, denominado y, si era posible, domado. También
pertenecían a una cultura social y religiosa particular en la que, para ser digno de su
posición social, uno tenía que cumplir con ciertas expectativas. Explicar a sus
conciudadanos la naturaleza del universo era en parte una actividad sagrada, y la
mayoría de los griegos permanecían fieles a la cultura religiosa que habían heredado.
La autoestima cultural de la élite dependía de tener nuevas cosas que decir sobre el
mundo continuamente.
Lloyd sostiene
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que el auge de la ciencia en los períodos arcaico y clásico
temprano se debió al carácter combativo, discutidor, de la sociedad de la polis. A la
inversa se podría inferir que la aparente desaceleración de la creatividad intelectual a
partir del siglo III ocurrió porque la sede del debate político se trasladó fuera de la
polis. Uno podría sostener que este cambio comenzó el día en que Alejandro arrasó
Tebas hasta los cimientos. ¿Cuan lejos había ido el proceso? Es verdad que
Alejandro, que era un hombre muy cultivado, dejó en pie la casa de Píndaro, y que
sus sucesores utilizaron sus riquezas para proteger el arte y las ciencias, quitando la
iniciativa a las asambleas de la polis. Se podría especular que al cabo de unas pocas
generaciones, quizá hacia la guerra crimonidea, la élite había dejado de considerarse
como un cuerpo primordialmente político, y la cultura concomitante de la dialéctica
política había comenzado a diluirse. El científico en Alejandría, en efecto, no era ya
un miembro libre de la clase política, sino que era vulnerable al capricho del rey:
Ptolomeo VIII incluso expulsó a los integrantes del Museo en el tiempo en que
estuvo peleado con los alejandrinos (Menecles de Barca, FGH 270 frag. 9 = Aten. 4.
184 b-c, Burstein 105).
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Por otra parte, pese a los cambios políticos globales y la fundación de las
monarquías, la cultura griega siguió estando centrada en la ciudad; la categoría de
ciudadano en una polis se mantuvo como el componente esencial de la identidad
griega, y la cultura creada por el sistema de la polis persistió en las élites incluso
durante el período romano.
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Lo que quizá era excepcional en el siglo III fue el
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papel de Alejandría
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y después de Pérgamo, las cuales ofrecieron comodidades y
hospitalidad a los pensadores de élite. Esto no provino de los nobles motivos de reyes
que deseaban fomentar la especulación pura (es de suponer que los Ptolomeos no
ofrecían becas a jóvenes griegos con talento, pero pobres), ni del deseo de encontrar
y reunir hombres dotados que pudieran, si no fuera así, permanecer en el anonimato.
Los pensadores griegos de élite fueron seguramente atraídos por la protección real, y
quizá por la sensación de un nuevo mundo por colonizar. Los problemas militares y
políticos de las monarquías en el siglo n son quizá los causantes de la decadencia de
la producción intelectual, no de que se agotara, porque no fue así.
Aunque había muchas aplicaciones prácticas, y una considerable interacción
entre la teoría y la práctica, la falta más general de un desarrollo pudo deberse al
comparativo aislamiento de los escritores que se ocupaban de la mecánica, que
podrían haber desarrollado aplicaciones prácticas de teorías e invenciones, y a la falta
de un apoyo sistemático atribuible a los valores dominantes en la sociedad.
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Préaux
identifica una ausencia de
enmeinement «arraigo», señalando que en la cultura
helenística «El tipo humano ideal no es el "investigador", sino el orador que es
efectivo en los consejos del rey» (cursiva en el original).
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Iría más allá y sugeriría
que no había «investigadores» en el sentido moderno, ni ninguna línea clara que
separara al «orador» —fuera político, administrador u «hombre de acción»— del
llamado estudioso, que no era menos paradigmáticamente un hombre de la élite
griega. La «ciencia» era algo en que los griegos educados (es decir, prósperos y
ociosos) solían interesarse. Pero no la consideraban como algo que pudiera tener un
impacto en las fuerzas de producción y sobre las condiciones de vida de la sociedad
en su conjunto, excepto indirectamente mediante servicios públicos como los relojes
de agua o máquinas que podían propiciar el triunfo en la guerra. Esta era la actitud
normal de la época, y sería insensato por parte nuestra criticar su perspectiva por
irracional o distorsionada. La obra de Aristarco era tan solicitada como la de Teocrito
porque las creaciones de ambos y la situación social de su producción encarnaban
una visión del mundo satisfactoria y justificadora. Esto no significa negar los
verdaderos logros de los científicos helenísticos, el hecho de que algunos
investigadores reivindicaran un «nuevo tipo de saber», ni el alto nivel de las
demostraciones o pruebas que a veces se requerían.
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1
Cf G E R Lloyd, Greek Science after Aristotle (Londres, 1973), xiii, cf p 7, «la ciencia es una
categoría moderna, no antigua»
2
Para estos y otras acepciones menos frecuentes véase el Concise Oxford Dictionary (9ª ed , Oxford,
1995), s v «science»
Epistéme es el termino griego mas próximo, pero es mas afin a «conocimiento»
[«knowledge»] El sentido mas amplio ha quedado mas actualizado en el francés «science», y el
alemán «Wissenschaft» Lloyd, Greek Science after Aristotle, xiii, llama la atención sobre la gama de
términos utilizados para referirse a las investigaciones científicas en la antigüedad periphyseós historia
(indagación en torno a la naturaleza), pholosophia (amor a la sabiduría), theôria (especulación) y
epistemé (conocimiento)
3
Cabe citar aquí varias. En orden cronológico Lloyd, Greek Science after Aristotle, «Introduction», en
G E R Lloyd, ed , J Chadwick y W N Mann (trad),
Hippocratic Writings (Hammondsworth, 1978), pp
9-60, Magic Reason and Experience Studies in the Origin and Development of Greek Science
(Cambridge, etc , 1979), Science Folklore and Ideology Studies in the Life Sciences in Ancient Greece
(Cambridge, 1983), «Hellenistic science», CAH2 vii, 1 (1984), cap 9 a (pp 321-352), The Revolutions
of Wisdom Studies in the Claims and Practice of An cient Greek Science (Berkeley, etc , 1987),
Adversarles and Authoritie. Investigations in to Ancient Greek and Chinese Science (Cambridge,
1996). Un estudio autorizado es O Neugebauer, The Exact Sciences in Antiquity (Providence, RI,