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Finalmente, ese invierno (184/183) los aqueos fueron forzados a aceptar en
Roma el fallo del senado sobre las disputas en Esparta (Polib. 23. 4), incluida su
recomendación de que se permitiera a los espartanos restaurar las murallas de su
ciudad (Paus. 7. 9. 5). Cuando Mesene se separó de la liga aquea, los romanos
también se arrogaron el poder para determinar los resultados (Polib. 23. 9. 8-10). Al
relatar la reincorporación forzada de Mesenia a la liga por los aqueos en 182, Polibio
formula la posición romana explícitamente: habiendo antes negado cualquier locus
standi en la cuestión de Mesene, ahora aseguraban que habían prohibido las
exportaciones de grano y armas a los rebeldes (Polib. 23. 17. 3).
Y así pusieron de manifiesto que no sólo no se desinteresaban ni
rehuían los asuntos extranjeros, aunque no les afectaran directamente,
sino que muy al contrario les indignaba que algo no les fuera sometido y
que todo no fuera administrado según su parecer.
(Polib. 23. 17.4)
La mentalidad de potencia suprema aparece una vez más; o, si se prefiere,
podría considerarse la mentalidad del gendarme del mundo.
La cuestión de la participación de Esparta en la liga fue planteada otra vez, y
en Roma en 181/180 el emisario aqueo Calícrates exhortó al senado a mostrar que
respaldaba sus partidarios de la clase alta en las ciudades griegas, para forzar a sus
opositores populistas a capitular. «Si ahora el senado romano decidía algún tipo de
castigo, los dirigentes políticos se pasarían sin dilaciones al partido romano y la masa
(hoi polloi, la muchedumbre, los plebeyos) seguiría por miedo» (Polib. 24. 9. 5). La
presunción de que la mayoría de la población era antirromana es reveladora. En
consecuencia el senado,
por primera vez se propuso debilitar a los que trabajaban por el bien en
diversas ciudades y fortalecer, tanto si era justo como injusto, a los que le
eran afectos.
Con el correr del tiempo sucedió, y a no mucho tardar, que al
senado romano le sobraron aduladores, pero anduvo escaso de amigos
verdaderos.
(Polib. 24. 10-4-5)
La opinión de Polibio está sin duda teñida por el hecho de que su padre,
Licorta, fue uno de los jefes aqueos de esta época que deseaban tratar con Roma
sobre un base de respeto mutuo. Sin embargo, Calícrates y otros ultrapragmáticos
hicieron sus carreras abogando por la obediencia a Roma como el bien supremo.
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Polibio llega al extremo de decir que Calícrates actuaba «sin haberse dado cuenta de
que para los griegos esto fue el origen de grandes males y para los aqueos más que
para otros» (Polib. 24. 10. 8).
Grecia sufrió unos cuantos años turbulentos,
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debilitando aún más su
resistencia a Roma. Los aqueos debatían si debían reanudar las relaciones normales
con Macedonia (Livio, 41. 23- 24). Los disturbios internos estallaron en Etolia,
Tesalia y Creta. En Licia, el senado en 178/177 había devuelto arbitrariamente su
antigua asignación de la región a los rodios siguiendo las peticiones del pueblo de
Jantos:
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Al final lograron [los enviados de Jantos] convencer al senado de
que remitiera una delegación a Rodas, a poner en claro que, atendiendo
las disposiciones promulgadas por los diez legados en Asia cuando
trataron la guerra de Antíoco, los licios habían sido confiados a los
rodios, pero no en calidad de dádiva, sino más bien como amigos y
aliados. Tal fue la solución que se halló, la cual, ciertamente, no satisfizo
a muchos pues parecía que los romanos querían suscitar un conflicto
entre los rodios y los licios con la intención de agotar las provisiones y el
dinero de los primeros.
(Polib. 25. 4. 5-7)
Polibio continúa diciendo que el motivo aparente del senado era la venganza
por el nuevo acercamiento entre los rodios, Seleuco IV, Perseo y Prusias de Bitinia
(25. 4. 8). Pronto la disputa entre los licios y los rodios se reavivó otra vez (Livio, 41.
25).
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El final de la resistencia a Roma: la tercera guerra macedónica
Cuando Perseo sucedió a Filipo como rey de Macedonia en 179, comenzó a
cultivar el apoyo allí y en el sur de Grecia (Polibio lo denomina hellênokopein
«cortar (un) griego», una metáfora quizá de la acuñación de moneda, 25. 3.1). Se
sospechaba que él podría haber instigado conflictos entre dos tribus en el norte de su
reino. Aunque esto no es seguro, da una idea de la suprema confianza de los romanos
en su propio derecho a decidir el resultado de los asuntos griegos, y posiblemente de
una actitud extremadamente defensiva, el que un informe de la sospecha parezca
haber sido suficiente para hacerles temer una guerra con Macedonia (Livio, 41. 19. 4;
175 a.C). Cuando Perseo restableció el dominio macedónico sobre Dolopia en el sur
—posiblemente rompiendo el mandato de Roma de que los macedonios habían de
quedarse confinados a sus antiguas fronteras— y se dijo que sus emisarios habían
visitado Cartago, los romanos dieron por hecho que se preparaba para la guerra.
En 172, Eumenes II de Pérgamo (r. 197-159/158) denunció a Perseo en Roma
(Livio, 42. 11-13). Cuando se adujo que Perseo había urdido un plan para asesinarlo
(42. 15-17), el macedonio fue declarado enemigo de Roma. Livio enumera las
consideraciones que pesaron en las diferentes potencias mediterráneas cuando
aguardaban el estallido de la guerra (42. 29, Austin 75). Una versión retórica de las
quejas contra Perseo se conserva en una carta de los romanos, o de un funcionario
romano, a la anfictionía délfica (Austin 76, Sheik l9).
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Con ello comenzó la tercera guerra macedónica. Según Livio, Perseo tenía
ahora un ejército más grande que cualquier otro rey desde Alejandro Magno (42. 51,
Austin 77). Engañado por una oferta de negociación (42. 39-42), dio tiempo a que los
romanos se prepararan para la guerra y acumularan refuerzos en Grecia (42. 47).
Algunos senadores —los más ancianos, debe decirse— desaprobaban tal duplicidad,
«gustaban menos de la moderna sapiencia, demasiado estudiada» (42. 47. 9). No es
extraño que el prolongado disfrute de extraordinario éxito genere la laxitud ética en
la élite dirigente.
Cuando Perseo ganó una batalla de caballería en Tesalia (Livio, 42. 58-61),
pero sus términos de paz fueron rechazados (Livio, 42. 62; Polib. 27. 8), hubo una