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Unos pocos meses más tarde, las fuerzas de Mitrídates casi fueron
aniquiladas en dos grandes batallas en Beocia, en Queronea y Orcómeno, en la cual
se dice que diez mil de sus soldados fueron muertos. Sila arrasó las ciudades del
distrito en castigo por su deslealtad. Sin embargo, se acordó con Arquelao, que
Mitrídates podría retener su reino si cedía sus recientes adquisiciones, entregando un
gran número de naves de guerra completamente pertrechadas y pagando una elevada
indemnización.
En Asia, Mitrídates era el objeto de una creciente oposición durante 86 y 85.
Tomó despiadadamente Quíos, deportando a su población al mar Negro (fueron
rescatados por los habitantes de Heraclea Póntica). Otras ciudades jonias que se
rebelaron fueron duramente reprimidas, mientras que sus promesas de generosidad
para con otras tuvieron poco efecto. En 85, un ejército romano (bajo un jefe que
actuaba por su cuenta) obtuvo victorias en Bitinia; pero los griegos de Asia deben
haberse preguntado qué potencia militar era más letal, pues los romanos saquearon
las ciudades tomadas y sus territorios y mataron a los pobladores de Ilion aun cuando
habían abierto sus puertas. En una entrevista en Dárdanos en la Tróade, Mitrídates
fue obligado a aceptar los términos ofrecidos antes (Plut. Sila, 24; Ap. Mit. 56. 227-
258. 240). Sila, distraído por la guerra civil en Roma, estaría ansioso por no
provocarlo más con exigencias excesivas; también estaba ganando tiempo para
arreglar la futura organización de Asia. Permaneció allí hasta 84, y después pasó un
invierno en Atenas antes de volver a sus asuntos en Italia.
Con la excepción de firmes aliados como Rodas, Quíos, algunas ciudades del
Asia Menor suroccidental e Ilion, las ciudades griegas de Asia recibieron un trato
espantoso con la paz de Sila, pagando altísimas indemnizaciones y los gastos del
ejército de ocupación (Plut. Sila, 25). Aquellos que resistieron fueron masacrados,
otros esclavizados y las murallas de algunas ciudades fueron demolidas (Ap. Mit. 61.
251). Junto con los atrasos, la indemnización sumaba 20.000 talentos, una cifra que
no era inconcebible —Alejandro había tomado 50.000 talentos del oro de Darío—,
pero que sobrepasaba los recursos de las ciudades ya empobrecidas. El peso todavía
era sentido una generación después, pues muchas comunidades fueron víctimas de
inversores romanos y recaudadores (publicani), algunos de los cuales volvieron
después de escapar con lo puesto del baño de sangre de 88 y ahora hacían préstamos
a tasas de interés extorsionantes y bajo duras condiciones. Los edificios públicos
tuvieron que ser vendidos o hipotecados (Ap. Mit. 63. 261), mientras los propietarios
individuales que no podían cumplir con los pagos perdían las tierras.
Al mismo tiempo, la riqueza que permanecía en las ciudades parecía haberse
acumulado en unas pocas manos, a juzgar por la referencia ocasional a hombres
super ricos, unos de los cuales era Hierón de Laodicea:
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Laodicea, antiguamente una pequeña ciudad, gozó de prosperidad
en nuestra época y la de nuestros padres. Fue dañada durante
un sitio bajo
Mitrídates Eupátor, pero la calidad de la tierra y la buena fortuna de
algunos de los ciudadanos la hicieron grande. Primero estuvo Hierón, que
dejó al pueblo un legado de más de 2.000 talentos y adornó la ciudad con
muchas dedicaciones. Después estuvo Zenón el orador y su hijo
Polemón; este último, a causa de su gran coraje, fue considerado digno de
la realeza [del Ponto y del Bósforo] por Antonio y después por César
Augusto.
(Estrabón, 12. 8. 16 [578])
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Aunque había habido grandes benefactores cívicos, la escala podría haber
sido inédita. Hombres como Hierón quizá se habrían aprovechado de la desgracia de
los pequeños propietarios. Las consecuencias económicas de la organización de Asia
Menor por Sila preocuparían después a los jefes romanos.
Otra consecuencia de la dura paz para Asia puede haber sido el aumento de la
piratería en el Mediterráneo oriental. Apiano implica una conexión con la imposición
romana en Asia Menor, pues se refiere a ello inmediatamente después de describir la
desesperación financiera de las ciudades:
Así el dinero fue todo llevado a Sila, y Asia tuvo su cuota de
males. Y un gran número de bandas de piratas navegaban abiertamente
contra ella, pareciendo más flotas que asaltantes. Mitrídates había sido el
primero en lanzarlos al mar, iba saqueando todos los lugares fundándose
en que no los poseería por mucho tiempo. Se habían multiplicado
especialmente en esa época, y comenzaban a asaltar abiertamente no sólo
a los navegantes, sino también los puertos, los asentamientos y las
ciudades. Así Iasos, Samos y Clazomenas fueron tomadas y Samotracia,
aunque Sila estaba presente, y el santuario de Samotracia fue saqueado de
sus objetos valiosos que estaban estimados en 1.000 talentos.
(Ap. Mit. 63. 261-263)
Posteriormente (92. 416-493. 427) refiere el auge de los piratas, culpando a
Mitrídates por incitarlo desde el inicio, pero atribuyendo su persistencia al «haber
sido privados de medios de vida y nacionalidad por la guerra» (92. 417). La piratería
fue alimentada por el gran número de ciudadanos desposeídos, esclavos libertos y
fugados, y antiguos soldados y remeros a quienes el desbarajuste de los años
recientes había expulsado de las ciudades-estado; aunque en parte fue el error de
Diodoto Trifón y su uso de flotas de piratas, fue exacerbada por la destrucción de
Cartago y Corinto y la creciente afición de los romanos a los esclavos (Estrabón, 14.
5. 2 [668-669], Austin 171). La piratería fue otro problema con el que los romanos
tuvieron que lidiar después.
La segunda y la tercera guerras mitridáticas (c. 83-63 a.C.)
Un ambicioso jefe romano, Licinio Murena, provocó a Mitridates a
defenderse (la segunda guerra mitridática, c. 83-81; Ap. Mit. 64. 265-266. 281); y
después de la muerte de Sila el senado rehusó ratificar la paz de Dárdanos. Aunque
Mitridates cumplió con sus términos por algunos años, no es sorprendente que
comenzara a prepararse para la guerra; había hombres en Roma que estaban al
acecho de una oportunidad personal en la reanudación de las hostilidades. En 78-77
los romanos crearon la «provincia» de Cilicia, en realidad un puesto de mando contra
los piratas del Asia Menor meridional; pero si veían a Mitridates como el problema
real esto explicaría por qué edificaron un camino militar desde Side en Panfilia casi
hasta Capadocia.
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La tercera guerra mitridática
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(73-63; Ap. Mit. 68. 289- 113. 555) fue
provocada por la muerte de Nicomedes de Bitinia (c. 75), que dejó su reino al pueblo
romano. El senado lo convirtió en una provincia y nombró a L. Licinio Lúculo, que