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El culto y el ceremonial
El fenómeno del culto del soberano (capítulo 5) que se convirtió en un rasgo
habitual de la vida, no representa una violenta desaparición de una práctica existente,
sino una remodelación de los significados religiosos existentes para expresar y
formular las relaciones entre las comunidades urbanas y sus nuevos amos. Aunque su
origen puede haber sido anterior, para los fines presentes comienza con la ecuación
entre Alejandro y el dios egipcio Amón (Ammon en griego) indicado por la adición
de unos cuernos sagrados a la frente de Alejandro en las monedas de Ptolomeo.
Tetradracma de plata (17,09 g) en nombre de Alejandro. Acuñado bajo
Ptolomeo I, c. 319-315 a.C. Anverso: cabeza de Alejandro. Reverso:
Zeus. Alejandro lleva una piel de elefante; la punta de un cuerno de
carnero se asoma bajo ella. (Ashmolean Museum, Universidad de
Oxford.)
Los reyes podían modificar su imagen pública adoptando como patronos a los
dioses o a antepasados divinos. Las monedas de Átalo I llevan los cuernos del toro
como símbolo de Dionisio, el protector elegido de la dinastía. Después de repeler a
los gálatas de Delfos, las monedas de Gónatas le atribuían los cuernos de Pan, el dios
que fue visto luchando contra ellos.
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Seleuco I afirmaba que Apolo era su
antepasado, como aparece en un decreto de Ilion:
Cuando Ninfio, hijo de Diotrefes era epiménios, y Dionisio hijo
de Hipomedo era presidente, Demetrio hijo de Dies propuso:
Ya que el rey Antíoco hijo del rey Seleuco, habiendo al inicio
asumido la realeza y seguido una gloriosa y honorable política, ha tratado
de devolver la paz y la antigua prosperidad a las ciudades de la Seleucia
[Siria seléucida] que estaban sufriendo por las dificultades a causa de los
rebeldes contra el rey...
y (ya que) ahora ha venido a este lado del monte Tauro con todo celo y
entusiasmo y ha restaurado la paz a las ciudades y ha promovido sus
intereses y la realeza a una posición más poderosa y brillante...
que el consejo y el pueblo resuelvan que la sacerdotisa, los guardianes del
templo y los prytaneis [magistrados superiores] rueguen a Atenea de
Ilion, junto con los embajadores, que su presencia [en este lado del
Tauro] sea en beneficio del rey...
y que los demás sacerdotes y sacerdotisas rueguen junto con el sacerdote
del rey Antíoco a Apolo, el antecesor de su familia, a Niké [Victoria], a
Zeus, y a todos los demás dioses y diosas...
(Austin 139, BD 16, Burstein 15, OGIS 219)
Este documento sintetiza nítidamente el discurso dentro del cual tanto las
ciudades como el rey tenían que operar. El rey era el benefactor de sus súbditos y
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aliados; es un triunfador; su reino tiene una riqueza espectacular; la ciudad mantiene
una lealtad inconmovible hacia él; ambos eran piadosos y reverenciaban a los dioses.
La imagen del rey podía ser reforzada con un apellido o un apodo. A veces
estaba en dialecto macedonio y su significado es incierto, como en el caso de
Antígono II Gónatas y de Antígono III Dosón. A veces el nombre es descriptivo:
Antígono II era llamado Monoftalmo («el tuerto»), aunque no en los documentos
oficiales. Podía ser un reconocimiento al éxito militar: ya en 303/302 Demetrio
Poliorcetes es llamado Megas («el grande») en un decreto honorífico de un cuerpo
militar de élite ateniense que había luchado con él (ISE 7).
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Otros nombres parecen
derivar de apreciaciones o sátiras populares, como Ptolomeo IX Lathyros
(«garbanzo») y Ptolomeo XII Auletes («flautista»). Sin embargo, muchos son
cultuales. Antíoco I recibió (no se nos dice de quién) el título de Soter («salvador»)
por su victoria sobre los gálatas (Ap., Guerras sirias, 65); era ya un título del culto
de deidades como Zeus y Asclepios (Esculapio). A veces el epíteto era sin duda
alguna divino, como en el título de Theos («dios») de Antíoco II, otorgado por la
ciudad de Mileto después de que éste derrocara a su tirano. Más de un rey fue
llamado «Epífanes» con sus sentidos aparejados de «eminente» y «manifiesto»,
como de un dios presente aquí en la tierra. En Egipto, efectivamente, los apellidos de
los Ptolomeos eran con frecuencia versiones griegas de títulos faraónicos
tradicionales.
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Un título usado en los documentos en vida de un rey probablemente
reflejaba una imagen que le satisfacía propagar, fuera esto hecho o no por su propia
iniciativa.
Las insignias exteriores de la realeza no se elaboraban según los cánones de la
realeza europea moderna. A juzgar por las representaciones visuales, los reyes
utilizaban botas militares y una capa, pero su único emblema exclusivo era la
diadema (diadêma), una banda tejida de color blanco (o blanco y púrpura) que ceñía
la cabeza.
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Cuando en la década de 160, Eumenes II de Pérgamo envió a su médico
Estratios a convencer a su hermano Átalo de que no lo abandonara, aquél
le puso delante de la vista que, por el momento, reinaba conjuntamente
con su hermano; la única diferencia era que no ceñía la corona y que no
recibía el título de rey; por lo demás, tenían la misma e idéntica
autoridad.
(Polibio, 30. 2)
Aunque es probable que no vistieran con fasto, los reyes se diferenciaban por
su estilo de vida. Para los ciudadanos de la poleis, el symposion (un banquete de
hombres donde se hacían libaciones) era, y quizá siguió siendo, un ritual crucial de la
vida cívica. Bajo Filipo II y sus sucesores, adquirió una escala mayor y un nuevo
significado. Arriano describe una serie de banquetes en que Alejandro manifestó
importantes decisiones de política; para Plutarco y otros biógrafos el banquete suele
ser la ocasión en que el carácter del rey se revela más claramente. El «banquete del
rey y los sabios», en que el rey plantea preguntas a los filósofos para medir su
sabiduría, se convirtió en un elemento típico de las fuentes populares (para episodios
parecidos véase Plutarco, Alejandro, 64; Pirro, 14; Austin 47b).
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Josefo, que escribió
en el siglo I pero empleando fuentes más antiguas, relata una escena parecida en la
que Ptolomeo III conoce a un prestamista judío (AJ 12, 175, Austin 276). Estos