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¿MÁS ALLÁ DE LA POLIS?
Se ha encontrado insuficiente el argumento de que la polis llegó a su fin en
Queronea en el 338. Muchas poleis, particularmente en el Peloponeso y el Egeo,
permanecieron libres de la dominación macedónica y disfrutaron de relaciones
diplomáticas con reyes, que, al menos formalmente, las trataron como estados
soberanos. Sólo los rodios y los etolios permanecieron continuamente independientes
hasta la conquista romana, y por tanto pudieron hacer la guerra y la paz sin
restricciones (una de las más notables guerras entre las ciudades ocurrió entre Rodas
y Bizancio en el 220 a.C. por el control del acceso al comercio en el mar Negro;
Polibio 4. 46. 5-47. 6, Austin 94). Sin embargo, muchas ciudades, incluso bajo la
férula de los reyes, retuvieron la facultad de organizar su propia defensa. (Sobre el
dominio de Bizancio sobre el comercio del mar Negro, véase Polibio 4. 48, Austin
96).
El poder ptolemaico y antigónida se basaba en mantener contentas a las
ciudades; habría sido imposible imponer una lealtad en todos los extensos territorios
y los imperios marítimos por medio del poder militar solamente. Estar subordinado a
un rey no sólo tenía consecuencias negativas. Tampoco las causas de los problemas
sociales en la Grecia del siglo III han sido definidas, y sería precipitado atribuirlas
todas a la influencia de las monarquías. Las ciudades-estado en una época de mayor
independencia habían creado mucha opresión social, y el cuadro para los siglo III y II
no es uniforme.
Algunos pueden argumentar que la polis clásica no era el telos (fin u objetivo,
en la terminología aristotélica) de la sociedad griega, sólo un paso evolutivo en el
camino a los estados federados (véase el capítulo 4) o a estados territoriales como los
representados por los reyes helenísticos y el imperio romano.
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Si esto se plantea
como un argumento funcionalista —por ejemplo, que la polis había «fracasado» en
resolver los «problemas» de Grecia y estaba destinada a sucumbir tarde o temprano
ante una administración más grande y eficiente—, debemos rechazarlo. El sistema de
la polis, incluso como elemento de las monarquías territoriales, resultaba flexible en
gestionar recursos y en encaminar con éxito la competencia de los individuos hacia
fines sociales. Los monarcas helenísticos fueron todos con demasiada regularidad
seleccionados por la intriga, el asesinato y las fuerzas mercenarias, un sistema que
resultaría finalmente poco adaptable frente a amenazas externas, como incluso
ocurrió con el imperio romano.
1
Cf. con las observaciones de I. Nielsen, Hellenistic Pallaces: Tradition and Renewal (Aarhus, 1994),
p. 209.
2
Préaux, i, p. 234: «assurer la mémoire du passé».
3
H. Thesleff, An Introduction to the Pythagorean Writings of the Hellenistic Period (Abo 1961), pp.
99-101, prefiere una fecha tardía del siglo III. Para el texto griego de Deitógenes véase id., The
Pythagorean Texts of the Hellenistic Period (Abo, 1965), pp. 71-77; sobre el tratado pseudo-ekfanteo,
ibid., pp. 78-84. O. Murray, «Kinship», OCD3, p. 807, no acepta como comprobada la fecha
helenística; D. O'Meara, «Diotogenes», CD\ p. 485, deja la fecha indefinida entre el siglo III a.C. y el
siglo II d.C.
4
A. W. Erskine, The Hellenistic Stoa: Political Thought and Action (Londres, 1990).
5
Para los atributos divinos de los retratos reales en las monedas véase Préaux, i, pp. 252-253.
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6
N. Kyparisis y W. Peek, «Attische Urkunden», Ath. Mitt. 66 (1941), pp. 218-239, en pp. 221-227,
n.°3; A. Wilhelm, «Beschluss zum Ehren des Demetrios», ÓJh 35 (1943), pp. 157-163; sobre el
sobrenombre, W. S. Ferguson, «Demetrius Poliorcetes and the Hellenic league», Hesp. 17 (1948), pp.
112-136, en p. 116 ii. 7.
7
Véase L. Koenen, «The Ptolemaic king as a religious figure», en Bulloch, Images (1993), pp. 25-
115, en pp. 61-66. También véase su examen (pp. 48-50) de la trilingüe Piedra Rosetta (Austin 227),
en la cual los títulos del culto aparecen en forma griega y egipcia. Sobre los epítetos reales véase
también Préaux, i, pp. 250-251, cf. 211-212.
8
Su origen es incierto: R. R. R. Smith, Hellenistic Sculpture, A Handbook (Londres, 1991), p. 20.
9
Préaux, i, pp. 227-229.
10
Sobre los rituales de los reyes macedonios, véase R. M. Errington, A History of Macedonia
(Berkeley, Los Ángeles y Oxford, 1990), p. 219.
11
Koenen, «The Ptolemaic king as a religious figure», p. 71.
12
E. E. Rice, The Grand Procession of Ptolemy Philadelphus (Oxford, 1983).
13
Préaux, i, p. 229: «en matiére de culture, les rois sont conservateurs: ils assument la promotion des
valeurs de la cité classique».
14
El estudio fundamental de la imagen de Alejandro y su legado es actualmente: A. Stewart, Faces of
Power: Alexanders Image and Hellenistic Politics (Berkeley, etc., 1993).
15
Smith, Hellenistic Sculpture, p. 23 y n° 12.
16
Ibid., 11.
17
Este es un hábito peculiar de R. Green, Alexander to Actium: The Hellenistic Age (Berkeley,
Londres, etc., 1990), aunque también de otros autores.
18
Smith, Hellenistic Sculpture, n.° 265-266.
19
Préaux, i, p. 285, cita monedas de tres reyes del Ponto.
20
E. Carney, «'What's in a name?' The emergence of a title for royal women in the hellenistic period»,
en S. B. Pomeroy, ed.,
Women's History in Ancient History (Chapel Hill, N.C. y Londres, 1991), pp.
154-172.
21
S. B. Pomeroy, «Hellenistic women», en su Goddesses, Whores, Wives and Slaves: Women in
Classical Antiquity (Nueva York, 1975), cap. 7 (pp. 120-148), en p. 122.
22
Véase también S. Sherwin-White y A. Kuhrt, From Samarkhand to Sardis: A New Approach to the
Seleucid Empire (Londres, 1993), pp. 24, 25, 130. Sobre la excepcional importancia de Estratonice en
los documentos seléucidas, A. Kuhrt y S. M. Sherwin-White, «Aspects of Seleucid royal ideology: the
cylinder of Antiochus I from Borsippa», JHS 111 (1991), pp. 71 -86, en 83-85.
23
Tal como sostiene con insistencia K. Brodersen, «Der liebeskranke Konigssohn und die leukidische
Herrschaftsauf Fassung»,
Athenaeum, 63 (1985), pp. 459-469.
24
La fecha de junio 268 antes que 270 es propuesta por E. Grzybek, Du calendrier macédonien ou
calendrier ptolémaique: problémes de chronologie hellénistique (Basilea, 1990); véase análsis de F.
W. Walbank, CR 108 [n.s. 42] (1992), pp. 371-372. Véase también el capítulo 5 en p. 465 más
adelante.
25
Pomeroy, «Hellenistic women», p. 124.
26
Staatsv. iii, p. 428.
27
M. H. Hansen, «The "autonomous" city-state: ancient factor modern fiction?», CPC Papers 2
(1995), pp. 21-43. Para una opinión diferente véase p. ej. J. K. Davies, «On the non-usability of the
concept of "sovereignty" in an ancient Greck context», en L. A. Foresti et al., eds., (1994),
Federazioni e federalismo nell 'Europa antica (Milán, 1994), pp. 51-65, enpp. 61-62 (que sostiene que
para finales del siglo V la autonomía era considerada insuficiente sin eleutheria, libertad). Véase
también capítulo 4, n. 95 en p. 457 más adelante.
28
Préaux, ii, p. 410, «un état passif».
29
Cf. SEG xv, 717.
30
Austin, Hellenistic World, p. 70. Véase también S. L. Ager, Interstate Arbitrations in the Greek
World, 337-90 BC (Berkeley, etc., 1996), pp. 61-64, n° 13.
31
Sobre el efecto de la actividad guerrera de los reyes en las ciudades, véase Préaux, ii, pp. 425-432.
32
G. Shipley, A History of Santos 800-188 BC (Oxford, 1987), pp. 192-194.
33
Préaux, ii, pp. 409-410, 417-421, 425-427.
34
Sobre los impuestos reales véase ibid. ii, pp. 438-441.
35
K. Bringmann, «The king as benefactor: some remarks on ideal kingship in the age of hellenism»,
en
Bulloch, Images, pp. 7-24; E. W. Walbank, «Response» (
ibid., pp. 116-124), en p. 117; G. Hermán,