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4. MACEDONIA Y GRECIA
En este capítulo se examina el auge de Macedonia a partir de la expedición de
Alejandro. Su muerte trece años más tarde desató un período de conflictos militares,
durante los cuales el poder estuvo en manos de una serie de sucesores a veces más, a
veces menos «legítimos, hasta que hacia 276 el reino se consolidó bajo el dominio
antigónida. La esfera de influencia macedónica se extendía por el sur hasta Grecia
peninsular, pero no podía controlar todas las zonas. Ciudades como Atenas eludieron
el control antigónida, a veces con la ayuda ptolemaica. Esparta fue un foco de
revuelta y no fue destruida hasta 222. Los efectos indirectos del dominio macedonio
pueden apreciarse incluso a bastante distancia del Peloponeso; uno de ellos fue el
surgimiento de la liga aquea como potencia militar. A partir de 222 los nuevos
intentos espartanos de recuperación y reforma fueron coartados por las guerras
macedónicas contra Roma (211-168), la «liberación» de Grecia (197) y la
incorporación de Esparta a la liga aquea (192).
Buena parte de este capítulo se centra en Atenas y su desarrollo bajo la
dominación macedónica y en oposición a ella. Esto refleja parcialmente el amplísimo
corpus de datos epigráficos y la atención que se le ha prestado por parte de los
historiadores, notoriamente Christian Habicht en una serie monumental de estudios.
Se debe también a que Atenas era verdaderamente importante. Aunque ya no podía
dominar el sur de Grecia y el Egeo, dado el poder de las monarquías, siguió siendo
una potencia militar y naval significativa. De ahí la determinación de los macedonios
de retener el control de El Pireo, el puerto de Atenas, tal como lo hicieron durante
gran parte de finales del siglo IV y del siglo III, en que se comprende un período
continuo de sesenta y seis años desde 295, e incluso en momentos cuando la propia
ciudad de Atenas estaba libre. El Pireo formaba un eslabón clave de la cadena de
fortificaciones de la costa oriental de Grecia resguardada por los macedonios. El
control del Ática también dio a los reyes acceso (e impidió el de sus enemigos) a una
de las principales fuentes griegas de plata en las minas del distrito de Laureion, cuyo
valor principal era ser una fuente de metal para acuñar. Finalmente, al haber sido
Atenas una antigua potencia imperial y el origen de todo lo que era prestigioso en la
literatura, las artes visuales y la filosofía, los reyes sólo abrigaban la esperanza de
obtener prestigio cultural por asociación y dar una suerte de legitimidad a su papel de
arbitros de los asuntos griegos.
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MACEDONIA HASTA EL 276 a.C.
La estructura del reino
Como entidad geográfica Macedonia puede definirse como la cuenca formada
por la desembocadura de los ríos Haliakmon y Vardar (el antiguo Axios) y sus
tributarios.
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Su característica distintiva es la fértil meseta costera, una de las más
grandes de Grecia, tras la cual se encuentran las zonas montañosas que conforman la
alta Macedonia. Hasta que se impuso la agricultura mecanizada, muchas partes de la
meseta eran regularmente inundadas por los ríos que desbordaban sus márgenes y
depositaban limo; de modo que en primavera y otoño la llanura brindaba pastos para
las ovejas, las cabras y los caballos, así como productos del delta y las marismas (sal,
pescado y otros). Los olivos crecían con rapidez en las montañas circundantes,
alabadas en las fuentes antiguas por sus pastos y por productos como la miel, la cera,
la seda y la madera (Procopio, El tratado de los edificios, 4. 3. 27; Tito Livio, 44. 43.
1; Tod 91 y 111). Allí se podían cazar también muchos animales salvajes. En suma,
el paisaje tenía un carácter no mediterráneo, a la vez que el clima era más continental
(inviernos fríos, veranos muy cálidos) excepto en las penínsulas de Calcídica.
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Los primeros reyes habían ocupado «la Macedonia actual, que se extiende
junto al mar» (Tuc. 2. 99), pero a inicios del siglo V Alejandro I expulsa a los
pueblos vecinos de la llanura litoral y de los valles del norte. La satrapía de Tracia
fue probablemente ocupada después de la derrota de la invasión de Grecia por Jerjes.
Hasta el reinado de Filipo II, no obstante, los reyes fueron incapaces de establecer un
control permanente del interior montañoso. El logro de Filipo fue ensalzado en la
arenga que Alejandro pronunció ante el ejército en Opis, tal como se la figuró
Arriano cinco siglos después:
En efecto, Filipo os encontró siendo unos vagabundos indigentes:
muchos de vosotros, mal cubiertos con unas burdas pieles, erais pastores
de unas pocas ovejas que tenían que guardar (y no siempre con éxito) de
los limos, tribalos y vuestros vecinos tracios. Fue Filipo quien os facilitó
clámides en vez de vuestras toscas pieles, os bajó del monte a la llanura,
os hizo contrincantes capaces de pelear con vuestros vecinos bárbaros...
Os hizo habitar las ciudades y os proporcionó leyes y costumbres en
extremo útiles... anexionó la mayor parte de Tracia a Macedonia y,
apoderándose de los asentamientos más idóneos de la zona costera, atrajo
el « comercio a la región, posibilitándoos trabajar con seguridad las
minas de metales.
(Arriano, 7. 9, Austin 15)
Filipo, sin duda alguna, hizo algo grande, pero debe tomarse en cuenta el
carácter un poco retórico de este pasaje y su fecha tardía. No había comenzado de
cero: sus predecesores no sólo habían afianzado un reino floreciente, sino que había
ya una tradición cívica muy arraigada en la sociedad macedónica.
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