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El
Egeo (Adaptado J. Falconer y R.J.A., en Talbert,
Atlas, p. 16
)
Sólo el período que va desde la muerte de Casandro (c. 298 o 297) hasta 277
podría posiblemente ser considerado de crisis prolongada en Macedonia. En 294 sus
hijos Alejandro y Antípatro se enfrentaron en una guerra civil en que venció el
primero, pero la contienda dio una oportunidad a Demetrio I para arrebatarles el
poder —no sin que antes Alejandro hubiera cedido a Pirro del Épiro los distritos de
Timfea y Parauea. Mientras Demetrio estaba combatiendo en Grecia meridional en
288, Pirro invadió el sur de Macedonia, la cual quedó dividida entre él y Lisímaco
(establecido en Tracia) por tres años hasta que aquél fue expulsado por éste. Después
de la victoria de Lisímaco, Macedonia puede ser considerada casi como una
provincia periférica de su reino, todavía centrado en Tracia. La muerte de Lisímaco
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en el campo de Curopedio (281) fue seguida por la invasión de Seleuco contra
Macedonia y su asesinato por Ptolomeo Cerauno. El reino, en términos dinásticos,
tenía ahora a su rey más legítimo, desde que murieran los hijos de Alejandro:
Cerauno no era un advenedizo, sino el hijo legítimo de Ptolomeo I y nieto de
Antípatro.
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Sin embargo, habiendo gobernado más de un año cayó luchando contra
los gálatas. Un tal Sostenes, quizá un antiguo oficial de Lisímaco, fue nombrado
gobernador, aunque rehusó el título de rey, e hizo retroceder a aquel ejército de
gálatas que había derrotado a Cerauno; el siguiente grupo de invasores bajo Breno
aprendió la lección, y se dirigió directamente al sur. Pirro siguió siendo una amenaza,
al lanzar una nueva invasión que duró corto tiempo a finales de la década de 270; su
sucesor Alejandro II del Épiro haría lo mismo (véase más adelante).
Incluso en este momento no debemos suponer un desorden generalizado, o un
número masivo de muertes. Las batallas en la antigüedad no producían normalmente
grandes bajas (las excepciones tienden a ser recalcadas con énfasis), y la guerra en
general no acarreaba una gran destrucción de propiedad; durante las etapas de
violencia, la mayor pérdida de vidas debe haberse dado entre los hombres de los
sectores altos de la sociedad. El rey, normalmente un hijo adulto elegido por el
soberano anterior, tenía que ser aprobado por el ejército y los principales nobles; si la
sucesión era controvertida o poco clara, esto no era una mera formalidad.
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Los
soberanos sucesivos y los potenciales, por tanto, se preocupaban por obtener el
apoyo de otros nobles y de eliminar la oposición. Es probable que cada noble
principal pudiera recurrir al apoyo del pueblo de su propia localidad. Muchas
muertes ocurrían entre la nobleza durante los cambios de poder. En 317, por ejemplo,
la madre de Alejandro, Olimpia, al volver a Macedonia por instigación de
Poliperconte, tramó vengarse de sus enemigos. Diodoro escenifica los hechos
vividamente; adviértase el papel de la «opinión pública» macedonia:
Pero después que Olimpia hubo hecho cautivas a las personas
reales y se hubo apoderado del reino sin lucha, no supo comportarse en la
victoria tal como debía todo ser humano, sino que primero puso a
Eurídice y a su marido Filipo [III Arriadeó] bajo vigilancia y comenzó a
maltratarlos. Así que los emparedó en un angosto espacio y les daba lo
que era necesario por un solo pequeño agujero. Pero después de haber
tratado inicuamente durante muchos días a los desdichados cautivos,
como estuviera perdiendo el favor de los macedonios que compadecían a
las víctimas, ordenó a unos tracios que pasaran por las armas a Filipo, que
había sido rey por seis años y cuatro meses. En cuanto a Eurídice, que
hablaba con la mayor libertad y proclamaba que el reino le pertenecía a
ella antes que a Olimpia, la juzgó merecedora de un castigo mayor.
Entonces le envió una espada, una cuerda y un poco de cicuta, y le
ordenó que empleara el medio de su gusto para darse muerte —sin
mostrar ningún respeto por la dignidad de su víctima a la cual trataba
inicuamente, ni moverse por la piedad por la Fortuna que a todos iguala.
Por esto, cuando ella se encontró con el mismo revés, tuvo un fin digno
de su crueldad. Eurídice, en efecto, en presencia del guarda hizo votos
para que Olimpia recibiera dones semejantes. Después acostó el cuerpo
de su esposo, limpiando sus heridas tanto como se lo permitían las
circunstancias, después se colgó con su cinturón, sin vertir ni una lágrima
por su suerte ni abatirse ante el peso de sus desventuras.
(Diodoro, 19. 11. 3-7)
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Más de cien notables macedonios que eran amigos de Casandro fueron
asesinados (Diod. 19. 11. 8), pero, por lo visto, los excesos de la reina provocaron al
parecer que muchos macedonios se volvieran contra ella con más fuerza todavía. El
relato evoca la dramatización de Plutarco de las muertes de Agiatis y Agesistrata de
Esparta (p. 128), pero Diodoro o su fuente son más moderados en su moralismo.
En 316, tal como Eurídice había rogado, Olimpia fue a su vez condenada a
muerte «por los macedonios», después de ser capturada por Casandro, que trató de
exiliarla y procurar su muerte durante el viaje.
Sin embargo, como Olimpia proclamó firmemente que no huiría
sino que por el contrario se aprestó a comparecer ante todos los
macedonios, Casandro, temiendo que la plebe pudiera cambiar de opinión
si oía a la reina defenderse ... envió a su casa doscientos soldados que
eran los más apropiados para esta misión, ordenándoles que la mataran
cuanto antes. En consecuencia, irrumpieron en la casa de la reina, pero
cuando vieron a Olimpia, intimidados por su alto rango, se retiraron sin
hacer nada. Pero los parientes de sus víctimas, deseando complacer a
Casandro y vengar a sus muertos, asesinaron a la reina, que no expresó
ningún ruego indigno ni mujeril.
(Diodoro, 19.51.4-5)
Una vez más el papel de la opinión pública (de élite) es interesante. Cinco
años después, una vez que su posición parecía segura, el propio Casandro exterminó
la línea de Filipo II eliminando al hijo de Alejandro, el joven Alejandro IV, y a su
madre Roxana (Diod. 19. 52; 19, 105, Austin 30). Esta periódica pérdida de vidas
entre la aristocracia no tiene que haber tenido consecuencias graves para la economía
y la sociedad de Macedonia; sin embargo, puede haber alentado a los territorios
periféricos a afirmar su independencia.
No todo lo que ocurrió en Macedonia bajo los diadocos fue negativo.
Casandro fundó una nueva ciudad. Surgió la curiosa ciudad, filosóficamente
sancionada, de Uranópolis. Tesalónica en el golfo termaico estaba formada por el
sinoceísmo de varios pequeños asentamientos. Bajo Casandro, Tracia fue separada
de Macedonia (tuvo que reconocer el poder que Lisimaco ejercía allí), y después de
su derrota de Olimpia del Épiro una vez más se convirtió en un vecino hostil; no
obstante, Casandro tuvo éxito en instaurar un rey promacedonio en 313. Cuando el
joven Pirro fue coronado rey del Épiro en 306 por una facción antimacedonia,
Casandro ejerció una influencia indirecta para que fuera reemplazado, pero no
intervino directamente. En muchos sentidos, Casandro, lo que no sorprende dada su
parentela, fue un defensor de la monarquía tradicional.
Demetrio I, que gobernó desde 294 hasta 288, encaja en el mismo papel: tuvo
tiempo de fundar la ciudad de Demetria en Tesalia, en el golfo de Pagasai, y continuó
gobernando el Ática y los limitados territorios peloponésicos. Adoptó las relaciones
de sus predecesores con las potencias extranjeras incluso donde había conflicto con
sus propias políticas anteriores: la hostilidad hacia Etolia y contra Pirro, por ejemplo.
Su ambición, sin embargo, se extendía sin fundamento a la reconquista de todo el
reino de Alejandro, y quizá por esta razón no logró conseguir la lealtad de los
macedonios, a juzgar por los relatos de Plutarco (Demetr. 41-42: su derrota a manos
de Pirro disminuyó su prestigio, y su estilo de vida ostentoso lo indispuso con los