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y su abuela, quienes, según Plutarco, eran ricas e influyentes, como las mujeres
espartanas en general.
Leónidas había sido restablecido durante la ausencia de Agis, pero cometió lo
que a primera vista parece ser un grave error, al casar a la viuda del rey muerto,
Agiatis, con su propio hijo Cleómenes (Plut. Cleóm. 1). Su objetivo era
probablemente incorporar la fortuna de Agiatis a la de su familia fundiendo la otra
casa real con la suya. Según las fuentes, Agiatis no estaba menos comprometida con
la reforma que su difunto esposo, y en corto tiempo las ideas de éste comenzaron a
influir en el nuevo heredero. Cleómenes también tenía como tutor al filósofo estoico
Esfero de Borístenes (o de Olbia, Plut. Cleóm. 2), que más tarde los ayudaría a poner
sus reformas en práctica.
Seis años después Cleómenes sucedió a su padre como rey, con lo cual los
aqueos comenzaron a presionar militarmente a Esparta con la esperanza de
incorporarla a la liga. Cleómenes tenía otras ideas: los etolios le entregaron varias
ciudades peloponesias, e intervino en las campañas que provocaron un conflicto con
Arato. Al cabo de ocho años de reinado, en 227, probablemente por la muerte del rey
correinante (el hijo menor de Agis IV), invitó al hermano de Agis a convertirse en
rey con él y atacar a los éforos, que sabían que se opondrían a las reformas que
planeaba. Cuatro éforos fueron asesinados y sus cargos abolidos por no ser
«licúrgicos».
Cleómenes propuso leyes similares a las de Agis, y dio el ejemplo cediendo
sus propiedades para que fueran distribuidas entre los ciudadanos (Plut. Cleóm. 11,
Austin 56b). Los periecos fueron inscritos como ciudadanos y entrenados en la lucha
espartana, y la preparación de los jóvenes fue reorganizada bajo la supervisión de
Esfero. Los triunfos militares contra los aqueos y otros pueblos vecinos comenzaron
a multiplicarse. En respuesta, dice Polibio, Arato indujo a la liga aquea a declarar la
guerra (227; Polib. 2. 46) y planteó que se aproximaran al nuevo rey macedonio,
Antígono III Dosón (r. c. 229-222, inicialmente como regente del joven Filipo V;
Polib. 2. 48-50).
Plutarco ofrece prueba prima facie del amplio descontento social que,
considera, propició que aumentara el apoyo a Cleómenes de personas que deseaban
reformas semejantes en sus propias ciudades. Describe la situación en 225:
Grande fue entonces la turbación de los aqueos, inclinándose las
ciudades a la rebelión: de parte de la plebe, porque esperaba el
repartimiento de tierras y la abolición de las deudas, y de parte de los
principales, porque les era molesto Arato, y aun algunos habían
concebido ira contra él porque les traía los macedonios al Peloponeso.
(Plutarco, Cleómenes, 17)
En su biografía de Arato, basada ampliamente en las propias memorias de
este jefe, Plutarco dice (bajo la influencia de las afirmaciones de aquél) que «veía
titubear a todo el Peloponeso y a todas las ciudades puestas en sublevación por los
que querían novedades» (Arat. 39. 8). (En cambio, en su vida de Cleómenes, donde
sigue principalmente a Filarco, critica a Arato [cap. 16, Austin 57] por haber traído a
los macedonios.) El objetivo de Cleómenes puede no haber sido nunca expandir la
revolución social, ni aun entre las élites propietarias de otras ciudades. En Argos,
dice Plutarco, no logró satisfacer las exigencias de la plebe, y un ciudadano lo
convenció con facilidad de apoyar una revuelta contra Esparta, «irritada porque
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Cleómenes no había hecho la abolición de deudas con que ella se había lisonjeado»
(Cleóm. 20).
Polibio, en cambio, deja de lado los verdaderos objetivos de Cleómenes,
diciendo simplemente que «había suprimido el régimen político de su país y había
convertido el reino constitucional en una tiranía» (2. 47). Este juicio puede ser sólo
un prejuicio aqueo; pero es probablemente exacto afirmar que la ambición de
Cleómenes era dominar el Peloponeso (en absoluto toda Grecia, como dice Polibio
en 2. 49: ese nunca había sido un objetivo espartano y estaba bastante fuera de las
posibilidades de la ciudad).
La situación parece haber sido lo bastante importante para que Antígono
trajera un ejército al Peloponeso (224); es presumible que viera una oportunidad para
ampliar la dominación macedónica a una región que nunca habían controlado.
Infligió unas cuantas derrotas a Cleómenes (2. 54), pero después de que los éxitos de
éste se multiplicaron, se enfrentó a él directamente y derrotó a los espartanos en
Selasia en el norte de Laconia (222 a.C; Polib. 2. 65-69, una bella descripción de
serie de batallas).
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Antígono fue el primer invasor que se adueñó de Esparta, abolió
las reformas y según Polibio «restituyó a los lacedemonios su constitución
tradicional» (2. 70); esto era una falacia porque la doble realeza fue abolida.
Cleómenes huyó a Egipto, pero Ptolomeo III Evergetes que le había dado
antes dinero, fue sucedido por el joven Ptolomeo IV Filopator (r. 221-205), cuyos
consejeros consideraban que Antígono era demasiado fuerte y decidieron no ayudar a
Cleómenes a recuperar Laconia. En 219 Cleómenes y sus seguidores lanzaron un
vano ataque contra Alejandría y fueron muertos; una vez más Plutarco se centra en
los sufrimientos y la nobleza de las mujeres ejecutadas (Cleóm. 38; cf. p. 127).
Para Plutarco, que escribía en el siglo II d.C, Cleómenes es un emblema de la
realeza justa; su noble carácter lo convierte en un «verdadero» rey (Cleóm. 13,
Austin 56a). Las mujeres espartanas, con su fortaleza y su virtud tan espartana de la
piedad, su «lacónica» expresividad personal, personifican simbólicamente el espíritu
griego de la era clásica admirado por Plutarco y sus lectores. Encaja perfectamente
en el orden de cosas de Plutarco que los signos de bendición divina se hayan reunido
alrededor del desollado y crucificado cuerpo del rey (Cleóm. 39), pues los reyes
gobernaban por la autoridad divina (como los emperadores romanos de su época), y
Cleómenes encarnaba las verdaderas virtudes estoicas de la realeza:
Al cabo de pocos días, los que guardaban el cuerpo de Cleómenes
puesto en cruz vieron un dragón de bastante magnitud enroscado en su
cabeza y que le cubría el rostro en términos de no poder acercarse
ninguna ave a comer sus carnes, de resulta de lo cual se apoderó del
ánimo del rey (Ptolomeo) cierta superstición y miedo, que dio ocasión a
las mujeres para diferentes expiaciones, dándose a entender que habían
muerto a un hombre amado de los dioses y de una naturaleza superior; los
de Alejandría dieron en concurrir a aquel lugar, invocando a Cleómenes
como héroe e hijo de los dioses...
(Plutarco, Cleómenes, 39. 1-2).
Incluso Polibio, para quien Cleómenes es un tirano, acepta que era «un
hombre muy hábil... un varón con dotes de mando y de índole verdaderamente real»
(Polib. 5. 39). Es también una prueba del papel de Tiché (la Fortuna) en los asuntos
humanos: pero por azar hubiera escapado de la derrota y el exilio, pues en unos