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pocos días Antígono había partido para defender Macedonia contra los ilirios, y
murió poco después (2. 70).
Agis y Cleómenes no eran revolucionarios en el sentido de expresar el deseo
de las masas por un cambio progresista. No concedieron el sufragio a los pobres, sino
a los miembros de la comunidad —espartiatas, periecos (quienes eran lacedemonios
de todos modos)— y a los extranjeros de élite; sólo en la desesperada situación de
223/222 vendió Cleómenes la ciudadanía a 6.000 hilotas para reforzar el ejército y
recaudar dinero (Plut. Cleóm. 23). Sin embargo, eran algo más que reformadores;
procuraban un cambio fundamental y «sin duda revolucionaron Esparta efímera e
ineptamente».
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Que fundaran su llamado en una tradición presuntamente antigua
les permitió (como a los Gracos, con quienes Plutarco los compara) disfrutar del
apoyo de la clase alta, y Cleómenes justificó sus acciones con referencia a
enseñanzas filosóficas «respetables».
Aunque es verdad, como sugiere Cartledge, que los lemas de la abolición de
deudas y de redistribución de las tierras no pueden haber tenido el mismo significado
en Esparta que en otras partes, los problemas de Esparta eran en cierta medida los de
Grecia en su conjunto. No hay prueba confiable de penuria masiva (los ciudadanos
griegos difícilmente formaban una «masa» social en el sentido del siglo XX), sino
más bien de cierta pérdida de tierras y de privilegios por parte de algunos grupos
entre las clases favorecidas que formaban la politai o habían sido alguna vez politai.
Lo que las élites de las ciudades aqueas quizá temían no era que el orden social fuera
destruido por una airada clase de marginados, sino que ellos y sus amigos se vieran
privados del poder político por sus rivales —hombres muy parecidos a ellos, pero
que confiarían en el apoyo de Esparta y así permitirían el resurgimiento del poder
espartano.
Ni los jefes espartanos ni los aqueos pueden ser culpados por procurar sus
propios intereses tal como los veían. Pueden haber juzgado que el poder espartano
nunca sería absoluto en el Peloponeso y que la hegemonía sobre la región estaba allí
para ser asumida.
Esparta después de Selasia y el reinado de Nabis (207-192 a.C.)
Selasia no llevó la paz al Peloponeso. En Esparta se desató una violenta lucha
política; resurgió la realeza; Filipo V de Macedonia (r. 222-179) intervino varias
veces; y por muchos años hubo guerras locales. El enigmático rey Licurgo (inicios de
la década de 210) y el regente o rey Macánidas (inicios de la década de 200) una y
otra vez recuperaron y perdieron los antiguos territorios espartanos. La muerte de
Macánidas en una gran batalla en Mantinea en 207 elevó al trono a un
contemporáneo de Cleómenes III, más joven que éste.
Nabis (r. 207-192), que probablemente reinó solo, hizo un nuevo intento de
reforma social y política. Como Areo, puso su efigie en las monedas; a diferencia de
Cleómenes, mantuvo un cuerpo de guardaespaldas mercenarios y adoptó todo el
boato poco espartano de la monarquía de su tiempo, como caballos de desfile y un
palacio suntuoso. Puede ser que el aborrecimiento aqueo a Esparta haga que Polibio
(13. 6, Austin 63), seguido por el historiador romano Livio, describa a Nabis como
un tirano; a la vez, es probable que Nabis imitara conscientemente la espléndida
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riqueza de los tiranos sicilianos de una época anterior. Como uno de éstos, Dionisio I
de Siracusa (r. 405-367), se dice, habría dado la ciudadanía a «esclavos», con lo que
se quiere decir probablemente que la dio a algunos hilotas (pero no a todos).
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Parece haber alentado a los espartiatas, quizá por primera vez desde la época arcaica,
a participar en el intercambio y el comercio; es llamado benefactor en una
inscripción de la polis mercantil de Délos (IG xi. 4. 716). Por esta época se edificó el
primer tramo de muralla de Esparta, de unos diez kms de largo; se organizó el
suministro de agua, y la arqueología revela un aumento de la producción artesanal,
especialmente de talleres de alfarería. Los espartanos comenzaron a edificar
mausoleos monumentales, un cambio respecto a la discreta norma del período
clásico. Aunque sería apresurado atribuir a Nabis todas estas innovaciones, parece
que, por diversas razones, Esparta a partir de finales del siglo III, se convirtió cada
vez más en una polis griega normal.
Nabis cultivó las relaciones diplomáticas con la nueva potencia en la escena
griega —Roma—, pero había aceptado el regalo de Argos del enemigo de Roma,
Filipo V de Macedonia. Después de la derrota de Filipo en 197 (capítulo 10) el
general romano Flaminino, para realzar la posición de Roma entre sus aliados
griegos, traicionó la amistad de Nabis e invadió Laconia con el pretexto de liberar
Argos, donde Nabis había abolido las deudas y redistribuido la tierra; una vez más la
reforma social parece haber tenido objetivos pragmáticos antes que idealistas; y la
oposición fue motivada por el deseo de que no se perjudicara a los aliados. Esparta
perdió otra vez mucho del territorio perieco que le quedaba. Nabis intentó
recuperarlo en 193, pero fue asesinado. Esparta sucumbió ante el general aqueo
Filopomene, que había luchado en Selasia. Las ambiciones espartanas fueron
finalmente neutralizadas con su incorporación a la liga aquea en 192, y su historia
independiente llegó a su fin, aunque tampoco esto significó el fin de la agitación en
el Peloponeso.
ATENAS Y MACEDONIA A PARTIR DE 239 a.C.
Atenas desde 239 hasta 192 a.C.
La descripción de Atenas por «Heráclides» no puede ser fechada con
precisión; incluso si es exacta, es difícil decir si pertenece a un período de dominio
macedónico o a una época de libertad. Junto a sus monumentos clásicos, dice el
autor, la ciudad tiene festivales para deleitarse, filósofos para entretener y comida de
primera clase, aunque no muy abundante (1. 1-2, Austin 83). Cualquiera que fuera su
suerte política, la ciudad tenía una elevada reputación en lo cultural.
Después de haber sufrido los intentos de los aqueos de separarlos de Gónatas
y su guarnición, los atenienses soportaron nuevos ataques durante la «guerra de