172
110
Habicht,
Athens, 4, pp. 175-176.
111
Examinado por Habicht,
Athens, pp. 175-176; Will, i2, p. 368.
112
Habicht,
Athens, pp. 178, 182-183; Habicht,
Studien, pp. 105-112; C. Habicht, «Athens and the
Ptolemies», Classical Antiquity, 11 (1992), pp. 68-90 (reimpr. en id., Athen in hellenistischer Zeit
[Munich, 1994], pp. 140-163).
113
Habicht,
Athens, pp. 185-186.
114
Ibid. pp. 197-198.
115
Ibid. pp. 198-201, 212-213, 220.
116
Para detalles véase E. W. Walbank, en Hammond y Walbank,
Macedonia, iii, cap. 15 (pp. 317-
336).
117
Ibid. cap. 16 (pp. 337-364).
118
Sobre el reinado de Filipo, véase N. G. L. Hammond, en Hammond y Walbank, Macedonia, iii,
caps. 17-22 (pp. 367-487).
119
Sobre el reinado de Perseo, véase ibid. caps 23-26 (pp. 488-569); un esbozo favorable de Perseo se
encuentra en P. S. Derow, «Perseus (2)», OCDI pp. 1143-1144.
120
Véase Errington, Macedonia, pp. 224-227, sobre estos temas. Sobre Filipo véase también E W.
Walbank,
Philip V of Macedon (Cambridge, 1940).
121
IG xi,4, p. 1.102
122
Hammond,
Macedonian State, p. 325.
173
5. LA RELIGIÓN Y LA FILOSOFÍA
Atenas, la ciudad principal de la antigua Grecia, perdió periódicamente su
independencia en el siglo III, pero mantuvo su primacía entre los estados griegos por
sus escuelas filosóficas, y en ciertas fases del período helenístico vemos a los
filósofos participando en la vida pública. Este capítulo intenta mostrar el contexto
social de la filosofía griega en este período, pero primero examinará los cambios en
otros sistemas de creencias más antiguos.
1
Desde los días de los primeros pensadores, los presocráticos, los filósofos
habían tratado de vincular al supremo guardián divino del universo en el discurso
teológico y mitológico con el orden universal observable a su alrededor. Sus
argumentos se formulaban en buena parte en términos religiosos; era apropiado que
los hombres honraran a los dioses con templos, estatuas y juegos. Desde entonces la
filosofía se había desarrollado como un discurso complejo, mientras que la religión
continuaba evolucionando según se desarrollaba la polis.
En el período helenístico la religión y la filosofía todavía se influían y se
tomaban en cuenta mutuamente. Cada discurso tenía que adaptarse para abordar la
existencia de las nuevas monarquías, los cambios en el papel de la ciudad-estado y
las opciones que tenían los miembros de la élite. ¿Era adecuado que los ciudadanos
honraran a los dioses ahora, incluso suponiendo que estuvieran dispuestos a hacerlo?
¿Qué deberes tenían los ciudadanos con sus conciudadanos y con otros miembros de
la raza humana?
Se ha sugerido con frecuencia que los cambios observables en la religión y la
filosofía reflejaban cambios fundamentales y cruciales de perspectiva, y muchos
escritores han supuesto una ruptura de las certezas existentes en una era de rápido
cambio. Los datos arqueológicos, epigráficos y literarios, sin embargo, sugieren
continuidades antes que discontinuidades. La posición adoptada aquí es que el
mundo no cambió tan radicalmente como algunos creen, y por tanto, tampoco la
religión y la filosofía.
174
EL CAMBIO RELIGIOSO
El mundo religioso de la polis clásica ha sido objeto de una intensiva
investigación, y muchas nuevas ideas se han incorporado en los años recientes. Los
estudiosos subrayan las diferencias entre la religión antigua y la moderna,
particularmente respecto al cristianismo. La religión griega, que era politeísta, era
ante todo una religión que implicaba transacciones prácticas entre el adorador (o la
comunidad, o su representante) y los poderes divinos. Los dioses tenían que ser
aplacados o reverenciados, y esto tenía que ser hecho en la forma debida, con las
palabras y las acciones rituales apropiadas (como los sacrificios). La fe, en el sentido
del compromiso emocional o filosófico del adorador la existencia de un dios
particular o de un código moral particular, no era esencial como hoy en día; había
poca discusión (a excepción quizá de los filósofos) sobre si los dioses existían,
aunque podría haber debates sobre si un dios en particular era una «verdadera»
deidad o no.
2
Tampoco la adhesión a un culto determinado excluía a uno de la
adoración a otros dioses. No había textos sagrados análogos a la Biblia o al Corán.
Los primeros poetas eran mencionados como autoridades, en cierto sentido, para el
corpus constantemente cambiante de mitos o leyendas (mythoi, «historias»; logoi,
«cuentos») que expresaban narrativamente las relaciones entre los dioses y los
humanos y en cierto modo proporcionaban modelos para la acción. Casi ningún culto
ofrecía un código moral completo que se supusiera válido para todos los hombres.
Los cultos particulares no implicaban teorías particulares sobre la creación del
mundo. La religión sobre todo era práctica, aunque «práctica» podría comprender el
simplemente «estar presente» cuando se celebraban los rituales importantes y tomar
parte en las festividades.
Las doce deidades olímpicas eran esenciales en la religión clásica; de entre
ellos se escogía a los dioses protectores de las ciudades particulares: Atenea en
Atenas, Apolo en Corinto, y así sucesivamente. Con frecuencia la deidad protectora
llevaba un título especial: Atenea como guardiana de Atenas era llamada Atenea
Polias (de la ciudad), pero figuraba en la Acrópolis como Atenea Partenos (virgen) y
Promacos (la guerrera); en Tegea en el Peloponeso se la identificaba con la diosa
local y se convirtió en Atenea Alea. Los olímpicos eran reverenciados con templos y
estatuas de piedra, aunque sus santuarios (recintos sagrados) también contenían
monumentos a otros dioses. También los principales rituales religiosos de las
ciudades clásicas eran los que tenían presentes a los olímpicos.
Un segundo estrato de la práctica cultual clásica comprendía a los «héroes»
de estatus semidivino, que iban desde las grandes figuras de la leyenda homérica
hasta las personas reales (difuntas) elevadas al estatus cultual por conferir beneficios
especiales a la comunidad, tales como el fundador (oikistês) de una ciudad. Un héroe
o heroína usualmente tenía un vínculo especial con una ciudad o región particular,
como era el caso de los reyes de Atenas, el primero y el último, Ericteo y Codro, y
las figuras homéricas de Helena y Menelao en Esparta.
Mantener estos dos tipos de culto era defender el poder y la seguridad de la
ciudad y construir una identidad colectiva para la comunidad. En teoría al menos,
estos cultos exigían la fidelidad y la participación de todos los ciudadanos y, cuando
era conveniente, de sus mujeres y sus hijos.