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Hierápolis y otras veces en Atenas. Había una asociación o cofradía de devotos que a
primera vista parece haber sólo comprendido a los griegos sirios, probablemente
mercaderes residentes en Délos, y más tarde haberse expandido para incluir otros:
El sacerdote Nicón hijo de Apolonio, y la sacerdotisa, su esposa,
hija de Xenón, prepararon la casa existente de la cual se tomó una parte
para el templo de Serapis, en nombre de ellos y sus hijos, como ofrenda
de agradecimiento a Hagne Thea. Las siguientes personas también
contribuyeron a la decoración de la casa: el koinon de los thiasitai de los
sirios que celebran el día 20, a quien la diosa reúne [...] 50 dracmas delios
[...]
(BCH 92 [1968], pp. 359-74)
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Otras deidades del Oriente Próximo a quienes se les rendía culto en Délos
eran «los dioses de Ascalón», entre ellos a la Astarté Palaistine Urania Afrodita (I.
Délos 1719), «los dioses de Iamneia» (Jabne en Palestina,
I. Délos 2308-2309),
Cibeles (muchas inscripciones) y probablemente Atis (I. Délos 2318), versiones
sincréticas de dioses griegos como Zeus Dusares (este último es una deidad nabatea:
(I. Délos 2315), y otros dioses árabes tales como Pakeidas y Oddos (I. Délos 2311,
2320). En una inscripción (I. Délos 2321) un árabe («Chauan hijo de Teófilo,
Araps») dedica a Helio, el dios sol griego. Muchos de estos testimonios provienen de
dos santuarios (llamados B y C) en la ladera norte del monte Cintos, que parecen
haber sido designados como sedes para los dioses no griegos. Una serie de pequeños
santuarios más fueron identificados por los excavadores como «orientales»
basándose en su planta. Finalmente, se ha excavado una probable sinagoga, y los
testimonios literarios y epigráficos confirman la presencia de una comunidad griega
que llamaban a su dios Theos Hipsistos (Dios el Supremo).
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Un rasgo notable de la profusión de la actividad cultual en Délos es que no
está limitada a los griegos étnicos. Tampoco hay una separación absoluta entre los
dioses a quienes los griegos y los no griegos adoraban. El sincretismo, la refundición
o la identificación de dos deidades de diferentes panteones en un culto conjunto o
único, es un testimonio importante —no necesariamente de la tolerancia religiosa,
sino del deseo de grupos e individuos particulares de negociar sus relaciones
mediante la redefinición (con frecuencia espontánea) de la práctica religiosa.
Isis, Cibeles y la diosa siria sugieren un patrón, pero sería erróneo sacar
conclusiones generales, por ejemplo sobre las cambiantes visiones de la feminidad;
las diosas universales como Deméter eran ampliamente adoradas antes. Antes bien
estos cultos deben ser vistos en el contexto de otros cultos universales y curativos
que evidentemente estaban ganando popularidad como el de Asclepio y Dionisio,
con los que tenían rasgos en común.
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Dionisio, ahora como antes, era un dios del
bosque y de la subversión (temporal) de las normas cívicas; y también, al igual que
Baco, del vino. No tenía un cuerpo fijo de práctica ritual; sus seguidores (hombres y
mujeres) al parecer huían a los montes, despedazaban a los animales sacrificiales y se
los comían crudos. La tragedia del siglo V, Bakchai (Bacchae, Las bacantes) de
Eurípides es una fuente original, pero sería erróneo exagerar el grado de
participación popular o masiva. Puede ser que su culto liberara las tensiones sociales,
pero es presumible que la participación directa se limitara a una minoría. Podría ser
un caso semejante el de las deidades llamadas los Kabeiroi (Cabiri), cuyos santuarios
en Samotracia, Lemnos y otras partes recibieron ricas ofrendas de los reyes
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macedonios, los Ptolomeos y otros. Este culto, probablemente de origen frigio o
semítico, parece haber tenido semejanzas con el culto de Dionisio y los misterios
eleusinos.
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El «auge» de los «nuevos» cultos por tanto no implica una «decadencia» de la
religión tradicional de la polis; por el contrario, el punto es precisamente que
acababan de ingresar en el panteón existente de la polis. Sin embargo, sería
injustificado ver en esto el surgimiento de un sistema religioso universalizado e
internacionalizado;
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hay mucha más continuidad con el pasado. Si hay algo nuevo,
lo sería el mayor nivel de actividad y celebración religiosas —suponiendo que
nuestros documentos den una imagen exacta y no estemos simplemente disponiendo
de testimonios más abundantes que antes. Seguro que los nuevos cultos no eran,
como se afirma con frecuencia, el producto de un terror existencial colectivo, sino de
un enriquecimiento de la experiencia religiosa. Puede ser que hubiera una demanda
de contacto personal con las deidades,
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pero sería precipitado asumir que esta
demanda haya sido menos fuerte en el culto griego anterior. La misma gente puede
haber adorado o procurado el auxilio de muchas deidades a la vez (antiguas, nuevas,
griegas, no griegas) cuyos poderes a menudo se repetían, algo que claramente no era
visto como un problema.
Los nuevos cultos muestran que la demanda de una expresión religiosa
colectiva en la polis era palpable; Préaux habla de «un mundo que continuamente
celebraba festividades».
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Muchas listas de campeones de estos festivales fueron
preservadas en piedra, así como innumerables pedestales (el carro de un príncipe
sidonio, por ejemplo, ganó el premio de los juegos de Nemea: Austin 121,
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c. 200
a.C); hubo certámenes teatrales (Austin 122,
Syll3 1080, de la Tegea del siglo III),
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atléticos tradicionales, musicales y de otro tipo. La polis seguía existiendo, y aunque
evolucionó (capítulo 3), los signos del cambio religioso pueden ser menos
importantes que los numerosos testimonios de continuidad.
El apego a los cultos y templos de la ciudad antigua no presentan signos de
decadencia. Consideremos las ofrendas de muchos reyes a los santuarios antiguos,
como el intento de Antíoco IV (175-164) de terminar el templo de Zeus Olímpico en
Atenas (pp. 112-113). Incluso bajo el imperio romano se gastaron gruesas sumas de
dinero en nuevos monumentos para los antiguos santuarios. El cónsul romano Apio
Claudio Pulcro inició la construcción de una nueva entrada monumental en Eleusis
en 54 a.C.;
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dos siglos después, el emperador Marco Aurelio lo imitó. La gran
inversión del emperador Adriano en monumentos de Atenas, así como los de su
contemporáneo ateniense Herodes Ático en Atenas y en todo el Peloponeso, son
famosos.
Los cultos rurales con una amplia reputación internacional retuvieron su
fuerte peso en la lealtad de la élite durante los períodos helenístico y romano, como
lo manifiesta la espectacular serie de pedestales en el adoratorio del oráculo de
Anfirao cerca de Oropos, en el noreste de Ática. Entre las personas importantes que
hicieron ofrendas al santuario figura Lisímaco, que donó una estatua de su cuñada:
«El rey Lisímaco (honra a) Adeia, esposa de su hermano Autodico, por su virtud y su
devoción hacia él. A Anfirao» (Petraco, Amphiareion 45, n° 20). También fueron
honrados Ptolomeo IV (221-205) con su reina Arsínoe, y otros personajes del siglo
III. Algunos pedestales fueron reciclados en el siglo I a.C. para llevar inscripciones
honoríficas de romanos destacados; no era raro que un hombre fuera definido como
patrón del demos, una helenización del patronus latino y una indicación de que el