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por un retrato o un nombre, es una manera de reclamar o crear efectivamente tanto
autoridad económica como política. El retrato de Alejandro fue labrado primero en
las monedas por Lisímaco; honrar la memoria de Alejandro era dotarse de
legitimidad afirmando un derecho heredado a gobernar, pero a la vez era una
certificación (hay que admitir que era sólo autocertificada) de la pureza del metal y
de la fiabilidad comercial de las monedas. Ambos factores pueden explicar la
persistencia de «alejandros» entre las nuevas emisiones monetarias, del mismo modo
que explican el uso de la imagen de Lisímaco después de su muerte por las ciudades
que había gobernado en el Propontis y el Helesponto:
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esto quizá desmiente la
imagen convencional de Lisímaco como gobernante impopular.
Particularmente, el uso del propio retrato o de los ancestros, junto con el de
Alejandro, en la misma moneda podía ir más lejos. Una vez que los diadocos se
hubieron convertido en reyes a finales del siglo IV, gradualmente comenzaron a
grabar sus retratos en el anverso, manteniendo el de Alejandro en el reverso, aunque
algunas eran emitidas sólo en su nombre. Ptolomeo aparece en las monedas antes de
c. 300 a. C, Demetrio I de Macedonia también apareció mientras vivía. Seleuco I
emitió diferentes tipos de moneda a otras monarquías junto con «alejandros» y no
puso su retrato en las monedas; Antíoco I fue el primer Seléucida que lo hizo. El
primer gobernante atálida, Filatairo de Pérgamo, aunque independiente desde 284, no
tomó desde el principio el título real; acuñó en nombre de Alejandro y después en el
de Seleuco, su señor nominal. Sólo después sus sucesores pusieron su imagen en las
monedas,
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y nunca emplearon sus propios retratos en vida, aun cuando finalmente
adoptaron una moneda distintiva para el reino. Esto puede relacionarse con la
fachada de estatus cívico que los soberanos atálidas mantuvieron en lo tocante a su
ciudad natal de Pérgamo.
Para una ciudad, emitir moneda (no todas eran lo bastante ricas para hacerlo o
no a todas se les permitió) era proclamar y, por el mismo hecho, actualizar en cierta
medida una posición enaltecida en la escena universal y expresar una independencia
ficticia o real. Les daba la oportunidad de declarar su adhesión a una dinastía sin
arriesgarse: indirectamente al poner a Alejandro en las monedas; directamente al
utilizar el perfil del soberano o sus antecesores. La importancia simbólica puesta en
la moneda de la polis puede ser apreciada por el hecho de que la falsificación de
moneda era generalmente un crimen capital (véase Austin 106, Syll3 530, una lista de
condenas de Dymé en Acaya en el siglo III).
Desde un punto de vista estrictamente económico, los soberanos podían tratar
de regular la actividad económica imponiendo emisiones normalizadas, pero la
sugerencia de que imponían sus propias monedas excluyendo todas las demás es
difícil de comprobar. Incluso en Egipto, donde había poca tradición de uso de
moneda antes de Alejandro, es posible que las emisiones ptolemaicas se volvieran
normales casi por defecto, y la exigencia de que los mercaderes extranjeros
cambiaran sus monedas (Austin 238, BD 84, PCZ59021)
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puede haber sido
meramente un ardid fiscal, una manera de extraer algo de plata de cada transacción
En las posesiones ptolemaicas fuera de Egipto, como en las regiones seléucidas, la
circulación simultánea de monedas emitidas por diferentes monarquías señala un
activo comercio En el territorio atálida un patrón más bajo y un nuevo tipo de
moneda, el cistofórico (que lleva una figura de la canasta dorada de Dionisio) fue
introducida durante los inicios del siglo II, pero las medidas áticas no fueron
inmediatamente abandonadas, siendo acuñadas quizá para transacciones externas.
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Por otra parte, los diferentes reinos podían representar esferas de circulación más o
menos separadas, en que los alejandros dominaban los territorios seléucidas mientras
que las monedas de peso ptolemaico predominaban en Egipto y en las posesiones
externas. En Egipto, el uso de las monedas ptolemaicas, sin duda, era predominante y
quizá legalmente exigido; pero en las posesiones ultramarinas circulaban monedas no
ptolemaicas también, y en las regiones que cambiaban de manos cada vez, tales
como Celesiria, que los Seléucidas reconquistaron en 200 a. C, las monedas
ptolemaicas y seléucidas de peso ático existentes continuaron circulando juntas y
algunas de estas últimas fueron incluso acuñadas según el patrón ptolemaico. Por lo
general, sin embargo, los gobernantes provinciales seléucidas y las ciudades griegas
no fueron alentadas a acuñar, particularmente en oro y plata.
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Los patrones de
comercio que la circulación de las monedas helenísticas ilustra son tema de una
activa investigación actual, y muchos problemas antiguos y nuevos esperan una
respuesta.
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En un frente más estrecho y documental, las monedas son a veces
pruebas de hechos históricos particulares y de la historia dinástica. Este es el
espectacular caso de los últimos reyes griegos de Bactriana.
Estátero de oro (16,81 g) en nombre de Alejandro. Magnesia del
Meandro, c. 323-319 a.C. (SNG 2756). Anverso: cabeza de Atenea.
Reverso: Niké. (Ashmolean Museum, Universidad de Oxford.)
Tretadracma de plata (16,91 g) en nombre de Alejandro. Mileto o Mialsa,
c. 300-280 a.C. (SNG 2791). Anverso: cabeza de Heracles. Reverso:
Zeus. (Ashmolean Museum, Universidad de Oxford.)
Didracma (6,50 g) de Samos, c.300 a.C. (J. P. Barron, The Silver Coins
of Santos, Londres, 1966, p. 214, n.° 2 a). Anverso: máscara de león.