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mantenerse en el poder, y la dinastía antigónida gobernó Macedonia hasta la
conquista romana. Aquí, entonces, como en Pérgamo, la oposición a los gálatas
proporcionó una palanca para la ambición dinástica.
Dondequiera que fueran, los gálatas despertaban el temor, o así lo afirman las
fuentes y los documentos. Representaban un «otro» peligroso, y se convirtieron en
los bárbaros arquetípicos, posiblemente los enemigos más importantes de los griegos
desde los persas. Hammond atribuye la relativa debilidad de Macedonia a partir del
277, al menos en comparación con los demás reinos principales, a los efectos de
larga duración de las incursiones gálatas, que considera fueron ruinosas.
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En verdad,
los gálatas podrían haber sido una amenaza menor para Grecia que los persas a
inicios del siglo V. Una y otra vez las campañas contra ellos fueron aprovechadas
con propósitos propagandísticos. El temor a los galos puede haber incitado a los
griegos a defender su propia identidad satanizándolos, y explica por qué podemos ver
en Pausanias (1. 3. 5-4; 10. 19. 4-23. 7) un fuerte prejuicio desde la invasión de
Jerjes.
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Sus acciones agresivas dieron a los reyes oportunidades para mostrar cuan
griegos, cuan fuertes y cuan meritorios eran; pero en otras circunstancias no tardaban
en utilizar el peso militar de los gálatas en sus propias campañas.
LOS EJÉRCITOS Y LA EMIGRACIÓN
Nuestras fuentes se concentran en las acciones de una élite militar. La
posteridad y la fama (kleos) era importantes para los griegos de la aristocracia, pero
la historia es algo más que esto, y otros factores estuvieron presentes en el trazado
del mapa del mundo después de Alejandro. Como dice Claire Préaux: «¿Saben los
actores de la historia adonde van sus acciones?».
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Los cambios más amplios en la
sociedad podrían haber agregado impulso al establecimiento de un nuevo sistema
político. ¿Por qué pudieron Alejandro y los diadocos organizar ejércitos tan grandes?
Alejandro se encontró con que tenía un problema en cuanto a la cantidad de
exiliados de las ciudades griegas. Eran tan numerosos que, según Diodoro (18.8,
Austin 16, cf. 17, 109), más de 20.000 se congregaron en Olimpia en el 324 para oír
el «decreto de los exiliados». Es posible que fueran miembros de la clase de los
hoplitas en sus ciudades natales —hombres relativamente prósperos que podían
adquirir la armadura completa de infantería a la manera griega tradicional— que
habían sido expulsados como resultado de los problemas políticos. La cifra podía
incluir sólo unos pocos hombres de cada polis, aunque habría muchos más además de
aquéllos en Olimpia; con todo es significativo que el fenómeno de los exiliados fuera
visto como general. Un problema adicional para Alejandro era el gran número de
mercenarios despedidos (por orden suya) por sus sátrapas. Muchos miles se juntaron
en el 324 en el santuario de Poseidón en el cabo Tainaron en Laconia, un lugar donde
tradicionalmente se contrataba a los mercenarios (Diod. 17. 111). Bajo el mando de
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un destacado general ateniense, Leóstenes, se pusieron a la disposición de Atenas
para preparar un alzamiento contra Macedonia.
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Un posible factor demográfico relevante para el siglo IV fue la
superpoblación, que podía llevar a la emigración. Sallares ha examinado las
tendencias de la población de largo plazo de Grecia desde un punto de vista
biológico y demográfico.
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Detectó un patrón en las fuentes que sugiere que la
población humana llegó a un máximo alrededor del siglo IV y después, como tiende
a suceder con las poblaciones biológicas, excedió la capacidad de sustento ofrecida
por el medio, antes de retroceder en el período helenístico. Después de que el sistema
palaciego micénico llegara a su fin en el siglo XII, era probable que la población
humana del entorno griego aumentara por su propio impulso si no iban en su
detrimento accidentes como las hambrunas y las invasiones. Por tanto, un factor que
podría explicar la frecuencia del asentamiento griego en ultramar durante la llamada
edad oscura (c. 1100-c. 900) y los períodos geométrico y arcaico que la siguieron (c.
900 -c. 480), sería un exceso (en cierto sentido) de la población, aunque las personas
en ese momento probablemente no lo habrían reconocido como tal. El historiador,
sin embargo, debe analizar cómo operan tales causas impersonales en medios
sociales concretos.
Cuando se examinan las postrimerías del siglo IV, es importante explicitar un
posible vínculo entre el cambio demográfico y el número de exiliados políticos; pero
las personas coetáneas no pueden haber tenido ningún medio para saber que la
población estaba aumentando, más allá de los superficiales o anecdóticos, pues los
datos estadísticos o eran pocos o no existían. Ellos habrían sido conscientes de la
guerra y de sus víctimas, de las disputas por la propiedad de la tierra, de la guerra
civil que provocaba expulsiones, y así sucesivamente. Una consecuencia posible de
la creciente población bien puede haber sido un conflicto civil recurrente que
acababa con la expulsión de los grupos derrotados.
Ya en 380 (en su Panegírico), y ya en 324 y 338 a más tardar (Cartas, 2-3: A
Filipo 1 y 2), el orador ateniense Isócrates demandaba una expedición panhelénica
contra Persia para arreglar los problemas de Grecia.
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Entre esos años hizo esta
súplica más de una vez: en 356 al rey Arquidamo de Esparta (
Carta 9: A
Arquidamo), en 346 a Filipo (
Oración 5:
Filipo). Más de una vez recalcó que, entre
los problemas de Grecia, estaba, a su parecer, el número masivo de exiliados
políticos:
Porque aunque son muchos los males inherentes a la naturaleza
de los hombres, nosotros mismos hemos añadido más de los necesarios,
al haber guerras y revueltas entre nosotros y, así, unos han muerto
injustamente en sus ciudades, otros andan desterrados en tierra extranjera
con sus hijos y mujeres, y muchos obligados por la escasez de lo
cotidiano a defender a los enemigos, han muerto luchando con sus
amigos.
(Isócrates,
Oración 4;
Panegírico, 167-168)
De modo semejante, en la oración A Filipo, escribió que «es fácil reunir un
ejército más numeroso y fuerte con vagabundos que con ciudadanos» (sección 96, cf.
120-121). Muchos de estos hombres pudieron haber sido exiliados políticos, que
fueron presentados (con exactitud o con falsedad) como un peligro para Grecia.