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episodios pueden ser cuentos que crecían al ser narrados, pero sin duda los reyes
verían su potencial para una efectiva representación de sus personas.
Las ceremonias públicas dieron a los reyes nuevas oportunidades de aparecer
ante un público más amplio y consolidar su poder.
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No se adoptó un complejo
lenguaje ceremonial, tal como el de las modernas monarquías europeas, excepto tal
vez en Egipto, donde cada nuevo rey era coronado según la tradición faraónica.
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Sin
embargo, la realeza se asociaba cada vez más con fastuosas festividades y
manifestaciones exóticas, fueran procuradas por los propios recursos del monarca o
realizadas en su honor.
El banquete era la demostración visible de la gran riqueza del rey, y era
obligado que el jefe honrara a sus subordinados invitándolos a su mesa. Durante un
asedio, Eumenes de Cardia, pese a no disponer de más provisiones que grano y sal,
invitó a sus amigos a cenar con él «teniéndolos por días a su mesa y sazonando la
comida [común] (syssition) con una conversación y una afabilidad llena de gracia»
(Plut. Eum. 11). La tradición griega tendía a censurar el lujo excesivo, de modo que
la habilidad de Eumenes de hacer tolerable la inversión del banquete real
normalmente fastuoso redunda en su mérito moral en lo que concierne a Plutarco,
quien, escribiendo mucho después, seguía un programa filosófico, pero la historia
tiene su origen posiblemente en Jerónimo. Al mostrar hospitalidad, los reyes
mantenían las tradiciones de hospitalidad griega y macedonia. La diferencia con la
práctica anterior era, al menos en muchas ocasiones, el tamaño y el lujo del agasajo.
El rey podía brindar su generosidad simbólica o concreta cuando se le
agasajaba. Un acontecimiento de este tipo fue la ocasión en la que Atenas dio la
bienvenida a Demetrio con odas procesionales, loas y un himno que lo comparaba
con los dioses. Las procesiones eran una característica destacada de la práctica
religiosa griega, y los reyes no tardaron en intervenir en esta tradición cívica. El
autor tardío Ateneo, basándose en el historiador contemporáneo Calixeno, describe la
gran procesión realizada por Ptolomeo II en Alejandría en 271/270, que combinaba
elementos griegos y egipcios. Después un gran número de animales exóticos para el
sacrificio vino en un carro de cuatro ruedas que llevaba las imágenes de los dioses y
estatuas de Alejandro y Ptolomeo.
La ciudad de Corinto [como persona], situada cerca de Tolomeo,
llevaba una diadema de oro. Junto a todos ellos había una credencia llena
de vajilla de oro, y una crátera de oro de cinco metretas de capacidad. A
este carro de tres ruedas lo seguían unas mujeres con costosos ropajes y
ornamentos; tenían nombres de las ciudades, unas de la Joma y otras de
las restantes ciudades helenas que pueblan Asia y las islas y que
estuvieron bajo el poder de los persas. Todas llevaban coronas de oro. En
otros carros de tres ruedas se portaban igualmente unos tirsos de oro de
noventa codos de alto, así como una lanza de oro de sesenta codos, y en
otro un falo de ciento veinte codos, pintado con dibujos y atado con
cintas bordadas en oro; en la parte superior tenía una estrella de oro, cuyo
perímetro era de siete codos.
(Ateneo, Deipnosofistas, 5. 201-b-f, Austin 219)
Luego venían los animales exóticos, más estatuas de dioses, después más de
57.000 jinetes y 23.000 infantes, ricamente equipados. Se ofrecían ricas recompensas
a los triunfadores de las competiciones y es probable que se invitara a los habitantes
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comida y vino. El gasto total era más de dos mil talentos, y el esplendor de la
ocasión, sin duda, procuraba demostrar la generosidad del rey hacia el pueblo de
Alejandría, griegos y no griegos por igual, impresionarlos con su poder y subrayar la
estabilidad y la continuidad de la dinastía.
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El lenguaje del ritual, como el del arte, se utilizaba para expresar nuevas
relaciones sociales. En estas y otras maneras, los reyes estaban adoptando un código
ceremonial griego derivado de las tradiciones del symposion y de las festividades de
la polis. En efecto, el código de significados y asociaciones simbólicas era el que,
como griegos, compartían. En este aspecto como en otros, los reyes desde cierto
punto de vista eran «preservadores» que «asumían la tarea de conservar los valores
de la ciudad clásica».
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Era mucho más sensato que imponer la voluntad propia por la
fuerza; pero sería quizá erróneo imaginar que tomaron decisiones deliberadas para
aprovechar el ritual existente cínicamente. Antes que una estrategia calculada, podría
haberles parecido el modo más natural de cumplir con su papel.
Las representaciones visuales
Particularmente característico del período que se inicia con Alejandro, y
parcialmente nuevo en el arte griego, fueron los numerosos «retratos» reales. La
cultura griega era todavía, en su mayor parte, oral. La literatura florecía, y los usos
públicos de la escritura eran más amplios que antes, gracias a la creciente propensión
de las ciudades a grabar sus disposiciones en piedra y la necesidad de los reyes de
archivos exhaustivos; pero la mayoría de hombres y mujeres probablemente leían
poco y escribían menos. Como en la Europa medieval, las declaraciones sobre el
orden político y religioso se hacían muchas veces mediante la representación visual.
Anteriormente las deidades habían sido representadas en esculturas y monedas, ahora
los monarcas también eran retratados de este modo.
El precedente fue establecido por Alejandro, que en una primera etapa fue
caracterizado con una figura juvenil de exuberante cabellera (con raya al medio) y
los ojos vueltos hacia el cielo como si reconociera su ancestro divino.
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En las
estatuas y otras representaciones su retrato estándar —no necesariamente real— fue
modificado en diversas formas, como con la añadidura de los cuernos de carnero
para simbolizar el vínculo con su divino padre Zeus-Amón. No causa sorpresa que
sus retratos sean los más numerosos entre las estatuas reales, y hayan proporcionado
un prototipo sobre el cual se modelaron las demás estatuas. Lisímaco parece haber
sido el primero en poner el busto de Alejandro en las monedas; otros lo hicieron más
tarde para expresar su continuidad con el fundador del imperio.
Las estatuas de los reyes posteriores son con frecuencia más difíciles de
identificar, en parte porque la gran mayoría son conocidos a través de las copias
romanas; pero es claro que no sólo utilizaron las imágenes de Alejandro esculpidas o
representadas por otros medios, sino que también —como las representaciones de
aquél— el lenguaje visual de la estatuaria griega más antigua. Los reyes eran
representados como guerreros y como jinetes, o simplemente con una musculatura
atlética. Por lo general, los mostraban como adultos jóvenes, que no sobrepasaban la
edad mediana; el retrato de Seleuco I fue hecho cuando ya era en realidad un