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siglos de interacción con culturas no griegas, continuó evolucionando en nuevas
formas durante muchos siglos todavía. Con razón escogió A. H. M. Jones los mil
años que se inician con Alejandro como el marco cronológico para su estudio de la
ciudad griega tardía, que persistió por bastante tiempo una vez iniciada la era
cristiana y después de la división del imperio romano en oriental y occidental.
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Dadas estas dificultades o fluctuaciones de definición (y particularmente en
vista de que es posible plantear definiciones más breves del período, tales como 301-
146 a.C.), debemos inquirir si hay algo inherentemente distintivo en el período
posterior a Alejandro. Como existe una plétora de acontecimientos políticos y
militares que podrían ser escogidos como hitos, sería mejor enmarcar dicha respuesta
en términos de la sociedad, la economía y la cultura. A menos de que evitemos
distorsionar los datos en búsqueda de fronteras cronológicas fijas o transformaciones
de la noche a la mañana, la pregunta puede ser considerada como una investigación
en los efectos de la conquista macedónica de Grecia y el Oriente Próximo. Además,
como los capítulos subsiguientes mostrarán, el período que se inicia con Alejandro
contempló una aceleración de todo tipo de contactos entre las diferentes
colectividades del Mediterráneo y de su entorno, en actividades como el comercio,
los viajes, la diplomacia y el intercambio de ideas.
Una serie de asuntos importantes han atraído la atención de los historiadores
en los últimos años. ¿Cómo evolucionó la ciudad-estado clásica? ¿Cómo les fue a las
personas comunes y corrientes en lo económico y en relación a los derechos políticos
en un mundo de potencias militares monárquicas? ¿Cómo se desarrolló la propia
Macedonia después de la desintegración del imperio de Alejandro, y qué impacto
tuvo el gobierno de los monarcas de ancestro macedonio en Egipto y Asia
occidental? ¿Cómo pudieron sobrevivir las formas tradicionales de religión en
Grecia, y qué cambios tuvieron lugar en el estilo de las prácticas religiosas y en los
sistemas éticos? Fuera de Grecia ¿de qué modo la cultura y la organización social
griegas interactuaron con otras sociedades? ¿Cómo abordaron las personas, tanto en
Grecia como fuera de ella, las cuestiones relativas al género, la etnicidad en las
nuevas circunstancias sociales y políticas? ¿Qué actividades intelectuales se
desarrollaron?, y ¿en qué medida interactuaron con la vida social y contribuyeron a
ella en un sentido amplio?
La información, desde muchos ángulos, nos presenta un período de cambio
rápido. Pese a las anteriores preocupaciones de algunos estudiosos, está creciendo el
consenso de que la polis (ciudad-estado) griega continuó existiendo y, en algunos
aspectos, floreció y prosperó. Parece evidente que hubo más ciudades democráticas
que antes, pero su libertad de acción se vio limitada. Muchas ciudades (poleis)
tuvieron que resignarse a una nueva situación de subordinación a un rey; pero esta no
era una experiencia totalmente nueva, pues muchas habían tenido que lidiar con el
dominio de Atenas o Persia. Sin embargo, hay tendencias más preocupantes: en la
Grecia propiamente dicha al menos, la arqueología sobre el terreno indica un
movimiento, aunque no completo, de abandono de las pequeñas explotaciones
agrarias en favor del empleo urbano, quizá respaldado por la agricultura de grandes
propiedades en el medio rural, realizado por aristócratas terratenientes cada vez más
ricos (aunque las pruebas no son concluyentes [pp. 57-58]).
Se aprecian también signos de transformaciones sociales, si bien graduales.
Las mujeres parecen desempeñar un papel más destacado en la vida pública, aunque
dentro de un sistema de valores de predominio masculino. Sin duda, la literatura y
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los documentos oficiales muestran signos de una visión más compleja de las mujeres
como personas.
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Hubo nuevas alternativas religiosas, especialmente en el ámbito del
culto al soberano y de los nuevos cultos no griegos introducidos recientemente en
territorios griegos, con una mayor visibilidad de los cultos medicinales y aquellos
relacionados al destino o a la salvación individual. En la filosofía, hubo un énfasis en
la ética y en el papel de la persona en una colectividad. La literatura, que nunca había
dejado de evolucionar (el supuesto pináculo de obras maestras en los siglos IV y V
apenas representa una instantánea), se desarrolló en nuevas direcciones. La poesía
tiene un perfil muy característico de esta época, al subrayar la vida individual y los
estados emocionales y psicológicos, antes que, como en la Atenas clásica, centrarse
en el deber del ciudadano con la ciudad. Finalmente, hubo en todo sentido grandes
avances de la comprensión científica, aunque no, como hoy en día, desde un punto de
vista utilitario o industrial. La ciencia era una actividad cultural, casi filosófica y
religiosa, e incluso un pasatiempo para la élite ociosa.
Todo período histórico puede ser visto hasta cierto punto como un espejo del
nuestro, ya que es el relato de cómo las personas, que en la mayoría de aspectos eran
como nosotros, lidiaron con los problemas que les salían al paso. El período
helenístico, no es una excepción, y muchos escritores han considerado que contiene
claves para las cuestiones de nuestra época. W. W. Tarn, que escribió principalmente
durante el período de entreguerras, en el momento de apogeo de la Liga de las
Naciones, se centró en el enfrentamiento racial y cultural que Alejandro y sus
sucesores abordaron, y en la naturaleza del régimen colonial en Asia occidental.
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Mijail Rostovtzeff, que dejó Rusia para evitar la revolución, nos ofreció un mundo
helenístico cuya característica más importante era el surgimiento de una burguesía
capitalista (los sucesores de Alejandro eran incluso «hombres que se habían hecho a
sí mismos»).
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Arnaldo Momigliano, un judío italiano que escribió antes y después
de la segunda guerra mundial, se centró en la historia intelectual como un proyecto
autónomo, y también en los problemas del mutuo entendimiento entre las razas.
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Más recientemente, en el Nueva York de los años cincuenta, Moses Hadas
pintó un cuadro optimista de la síntesis de las culturas.
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F. W. Wallbank, un
historiador que asume un enfoque materialista, escribe en términos del poder
político-militar y de las relaciones de clase.
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Claire Préaux, una papiróloga cuya
obra está marcada por un enfoque histórico social, examina el sistema económico de
Egipto y, en su trabajo posterior, la interacción entre reyes y ciudades y entre
culturas diferentes, asumiendo una visión pesimista en general de esta última.
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Otros, tales como el cuáquero John Ferguson y el perpetuo iconoclasta Peter Green,
que escriben en la época del liberalismo de finales del siglo XX, han tendido a ver el
período helenístico en términos del individualismo (sea normal o déraciné), de la
ruptura de las convenciones y de los experimentos de nuevas formas de vida y
pensamiento, comparables a los de los últimos treinta años en el Occidente
capitalista. Green, en particular, ve reflejadas en todas las instituciones y procesos
políticos una desilusión posmoderna.
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Aunque algunos de estos enfoques tienen un mejor fundamento en los
testimonios que otros, se puede mostrar que muchos son históricamente relativos,
mientras que otros son excesivamente rigurosos, selectivos o exagerados. Los
estudiosos más modernos ceden menos a la tentación de plantear esquemas históricos
globales.
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Es
importante
comprender
el
período
utilizando
términos
metodológicamente neutrales tanto como sea posible (la riqueza, los grupos, el