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Eumenes se comportó igual que cualquier otro diadoco y su carrera puede
servir como un ejemplo de lo que estaba pasando con el poder macedonio. Después
de la corta regencia de Pérdicas, que trató de mantener el reino unido, los ejércitos de
los diadocos no fueron ya en realidad el ejército macedonio, o secciones del mismo,
sino fuerzas mercenarias adscritas a ellos por un juramento. Eumenes se cuidó de no
reclamar ninguna legitimidad que perteneciera debidamente a los macedonios, sin
embargo fue derrotado al final. La razón del fracaso de Eumenes pudo estar, por
tanto, no (o no principalmente) en haberse ganado cierta enemistad de ellos (sus
propias tropas macedonias le fueron tenazmente leales), sino en el hecho de que en
última instancia no tenía un ejército suficientemente poderoso. Como dice Briant, ni
el hecho de que no fuera macedonio ni el hecho de que se mantuviera leal a los reyes
legítimos pueden explicar su fracaso.
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Eumenes es un ejemplo interesante de la mitificación de los diadocos por
autores posteriores, quienes a veces siguen a las fuentes contemporáneas. Parece
como un embaucador, un «hombre ingenioso» a imagen y semejanza del héroe épico
Odiseo. Su vida se ha vuelto casi novelística; como todas las buenas novelas contiene
una moraleja, en este caso la inestabilidad del destino. Esas glosas probablemente
fueron añadidas después. Como cualquiera de los diadocos, Eumenes procuró su
propio interés. Como ellos, representó un tránsito de la monarquía «nacional»
macedonia a un estilo característicamente postalejandrino de monarquía personal
sustentado en un ejército mercenario.
Lisímaco
Otra figura en la que vale la pena centrarse, precisamente porque no logró
establecer un territorio dinástico con fronteras estables, es Lisimaco (fig. 2.5). Su
larga trayectoria fue sintetizada por Pausanias (1.9-10, Austin 45).
En el 323 se le asignó la tarea de administrar Tracia y defenderla de los
tracios odrisios, quienes lo forzaron a aceptar un compromiso.
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Implicado en
importantes alianzas contra Casandro y Antígono, hizo campañas en dos frentes a la
vez: para mantener su posición en su provincia y para aumentar su poder, pero
también para proteger a Macedonia del ataque de los no griegos. Su territorio se
expandió hasta incluir la mayor parte del Asia Menor y la propia Macedonia
finalmente. Mantuvo estrechos contactos con los atenienses, para quienes el acceso a
las islas del Egeo nororiental y los suministros de grano de más allá del mar Negro,
eran preocupaciones permanentes. Después de Ipso, Atenas no era menos valiosa
para Lisimaco en su campaña militar y diplomática contra Demetrio, y cultivaba su
apoyo mediante generosas donaciones a la ciudad. Estas fueron posiblemente
negociadas por el exiliado ateniense Filipides de Cefale, poeta y autor de versos
políticos que vivió en la corte de Lisimaco por muchos años y recibió honores en
Atenas en el 283/282 (Austin 43, BD 13, Burstein 11, Syll3 31 A)
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Como otros reyes, Lisimaco fundó o antes bien refundo ciudades. En el
309/308, Cardia, en la costa europea del Helesponto, se convirtió en su nueva capital
lisimaquea, bien situada para controlar el acceso hacia y desde el mar Negro.
Rebautizó a Éfeso como Arsínoe por su tercera esposa, Arsínoe II (hermana de
Ptolomeo II Filadelfo de Egipto), trasladando la ciudad a un nuevo emplazamiento,
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reubicando allí por la fuerza a las personas de las cercanas
poleis de Colofón y
Lebedos y reemplazando la constitución democrática establecida por Alejandro (Arr.
1.17, Austin 4) por una oligárquica. Incluso promovió que se reorganizaran las
ceremonias del culto de Artemis, la diosa patrona de la ciudad.
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Tales manejos
autoritarios probablemente no habrían sido del gusto de todos, pero sin duda la élite
ciudadana rápidamente se resignó en tanto mantuviera el poder político. La memoria
de Lisímaco no se vio empañada, pues en el período romano era rememorado junto
con otros fundadores históricos y legendarios de la ciudad.
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La descendecia de Lisímaco
Lisímaco impuso un gobernador regional en Jonia, como cualquier otro
soberano de satrapías habría hecho; arbitró las disputas entre las ciudades como
Samos y Priene (BD 12, Burstein 12, RC 7, OGIS 13, del 283/282 a.C). Tampoco
parece haber quedado atrás en ofrecer dones a las ciudades y a los templos. Como
otros diadocos, posiblemente recibió honores divinos. También tuvo una «corte» real
formada por sus philoi (amigos), y pese a que se dice que el rey Demetrio se mofaba
de sus maneras licenciosas y serviles (Plut. Dem. 25, 4-6; Ath. 14. 614 f-615 a), estos
hombres eran tan griegos y tan cultos como los cortesanos de cualquier otro rey.
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No
hay prueba de su presunta dureza fiscal hacia las
poleis griegas, aunque podría haber
sido duro hacia las poblaciones no griegas (laoi), por ejemplo en el Asia Menor.
Como los demás diadocos, siguió «una política alentada por el pragmatismo antes
que por la ideología que mezclaba incentivos y elementos disuasorios en respuesta a
las circunstancias particulares.
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Aprovechaba sus vínculos con Alejandro tal como
ellos hacían; a diferencia de algunos, no podía jactarse de una larga carrera al
servicio de Alejandro, de quien era contemporáneo. Utilizaba las imágenes visuales
como las monedas para afirmar su derecho al poder, manteniendo los modelos
acuñados de Alejandro. A partir de Ipso (301), fue el primero en retratar a Alejandro
en las monedas, quizá para mostrar al rey como su protector divino, mientras que
otros diadocos eligieron a las deidades olímpicas como emblemas.
En los estudios modernos a veces se presenta a Lisímaco como un gobernante
cruel y sin inteligencia que no mereció el triunfo ni lo consiguió; pero se suelen
interpretar las pruebas forzadamente. Su reputación militar puede haber sufrido
debido al hecho de que a finales de la década de 290 fue hecho prisionero por
Dromicetes, el jefe de los getas, un pueblo tribal de más allá del Danubio, pero hay
considerables indicios de su perspicacia militar. En cuanto a la dureza de su
gobierno, podría tratarse en gran medida de una fantasía.
Muchos estudiosos se han visto tentados a ver alguna verdad en un rasgo de
esta mitología. Aunque Pausanias enmarca la historia en términos puramente