197
(Sexto,
Adv. math. 7. 183 =
Contra los lógicos, 1. 183)
Carneades era muy consciente de las implicaciones prácticas de sus
argumentos; como observa Long: «No hay razón para pensar que el escepticismo de
Carneades tenga el fin de recomendar un comportamiento exageradamente prudente
en los juicios cotidianos»;
73
como otros filósofos helenísticos tenía como objetivo
brindar a las personas educadas un marco conceptual para lograr la felicidad.
El énfasis en formular filosofías susceptibles de aplicación práctica, antes que
en desarrollar modelos universales seguros, puede haber reflejado las circunstancias
políticas. No todas las personas estaban necesariamente temerosas en los momentos
de incertidumbre, como algunos historiadores aducen; antes bien, quizá, los
ciudadanos de la élite —aquellos que participaban en la vida pública— tenían que
encontrar nuevos conceptos con los cuales definir la actividad política a la que se
consideraban con el derecho y la habilidad para asumir. En momentos de crisis
existían, sin duda, riesgos de exponerse; también en las épocas de paz, el poder de
que disponía un hombre activo en la política local estaba más circunscrito que antes,
y el centro de la ambición se trasladó a la diplomacia inter-polis, las negociaciones
con el rey y sus amigos, y el cultivo del talento retórico para el debate político y las
ceremonias de la polis. Otro eje de las rivalidades podría haber sido la promoción de
cultos religiosos particulares, que puede explicar en parte la aparente acento
pluralista en los cultos adoptados recientemente, incluyendo aquellos que concernían
al destino personal, junto con los de las deidades olímpicas oficiales.
Es difícil saber si realmente la reputación de la Academia y el Liceo
disminuyó, como se afirma con frecuencia; lo que quizá es revelador es que las
generaciones posteriores tenían mucho que decir sobre las otras dos «escuelas» que
no se desarrollaron hasta después de la muerte de Alejandro: el epicureismo y el
estoicismo, el Jardín y el Pórtico.
El epicureismo
Epicuro (Epikouros en griego) era el hijo de uno de los colonizadores
atenienses que ocuparon la isla de Samos durante cuarenta y tres años hasta 322.
Nacido en 341, emigró a Atenas después de la expulsión de la colonia, estudió
filosofía, y estableció su propia escuela aldedor de 307/306.
El principio central de la escuela epicúrea fue que para lograr la felicidad es
necesario evitar la agitación; el mayor placer es «la ausencia de perturbación»
(ataraxia). La carta, elegantemente escrita, de Epicuro a Menoiko, conservada por
Diógenes Laercio (10. 121-135), da una buena idea de esto pero es fácil ver cómo sus
ideas podían ser distorsionadas:
Así que, cuando decimos que el deleite es el fin, no queremos
entender los deleites de los disolutos ni los que consisten en la fruición,
como se figuraron algunos, ignorantes de nuestra doctrina, o contrarios a
ella, o bien que la entendieron siniestramente; sino que unimos el no
padecer dolor en el cuerpo con el estar tranquilo en el ánimo. No son los
convites y banquetes, no la fruición de muchachos y mujeres, no el sabor
de los pescados y de los otros manjares que tributa una mesa magnífica
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quien produce la vida suave, sino un sobrio raciocinio que indaga
perfectamente las causas de la elección y fuga de las cosas, y expele las
opiniones por quienes ordinariamente la turbación ocupa los ánimos.
(Dióg. Laer. 10. 13-132 = Epicuro, 97)
El énfasis en el placer (hêdonê), aunque en una forma bastante enrarecida, dio
lugar al reproche de «hedonismo» lanzado por los adversarios de Epicuro; esto era
injusto, pues Epicuro abogaba por una vida tranquila, pero cívica. Justificaba su
concepción refiriéndose a la teoría atómica del universo, que afirmó era un sistema
impersonal y mecánico; incluso los dioses, aunque existen, eran remotos e
indiferentes en los asuntos humanos. La muerte es meramente el fin de la sensación,
una disolución de los átomos:
Así que es un simple quien dice que teme a la muerte, no porque
contriste su presencia, sino la memoria de que ha de venir; pues lo que
cuando presente no conturba, vanamente contrista al ser esperado. La
muerte, pues, el más horrendo de los males, es nada para nosotros; pues
mientras vivimos, no está presente; y cuando está presente, ya no vivimos
nosotros.
(Dióg. Laer. 10. 125 = Epicuro, 92).
Epicuro no era un revolucionario (participaba en las festividades de la ciudad,
a la vez que sostenía que los hombres debían evitar la política), pero sus opiniones
sobre la sociedad no eran convencionales. Exhortaba a las personas a liberarse de la
camisa de fuerza de la paideia («educación», i. e. cultura griega), y el compromiso
de sus seguidores con determinadas concepciones implicaba un estilo de vida
correspondiente, verdaderamente libre. Su casa, situada entre Atenas y El Pireo era
llamada el Jardín y acogía a una devota comunidad de seguidores, incluidos las
mujeres y los esclavos; era más una sociedad de amigos que una institución de
investigación, una comuna antes que una escuela. Parece haberse sostenido durante
generaciones después de su muerte, en parte observando rituales comunales en
memoria suya. Como otros filósofos, Epicuro parece haber otorgado gran valor a dar
ejemplo a los demás con la propia conducta y a vivir de acuerdo con los valores que
se predicaban.
74
Se asegura a veces que el epicureismo fue un esquema de valores sin
influencia; un autor llega a decir que «nunca llegó a ser totalmente respetable
(excepto durante un corto tiempo en Roma hacia el final de la República)», y que
«tanto en popularidad como en influencia fue superada por las enseñanzas de la Stoa
('columnata')», que se convirtió en «la filosofía más popular» bajo el Principado.
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La
idea de que el estoicismo fue «popular» será examinada en la siguiente subsección;
en cuanto a la opinión de una fase «respetable» del epicureismo, puede sustentarse
señalando que los romanos de clase alta como Lucrecio a finales del siglo II d.C.
deseaban convertir a sus lectores (o confirmar a los epicúreos en sus creencias) con
un enunciado razonado de la filosofía materialista y moral en la forma de un poema
largo. Sin embargo, es improbable que el epicureismo tuviera una mala reputación en
algún momento, excepto a los ojos de sus adversarios filosóficos; en efecto, Antíoco
IV lo convirtió en el culto oficial de su corte.
No puede demostrarse que los epicúreos no fueran respetables, y aunque la
comunidad incluía mujeres y esclavos, sus jefes, como la mayoría de los filósofos,