335
complejas y otros medios de imponer cambios a distancia, y la minúscula
superestructura administrativa. Es importante subrayar la dificultad de distinguir los
efectos generales en un paisaje tan vasto y dispar, particularmente dado el carácter
fragmentario de los testimonios.
Un argumento más sutil sobre la debilidad seléucida podría centrarse en el
problema del control de las provincias distantes. En la época de Heródoto eran
necesarios tres meses para que un mensaje llegara al Este desde Ecbatana, y esto
todavía lo hacía más difícil; la lejanía podría ser considerada como una causa
subyacente de la pérdida de Bactriana y otras provincias orientales. Sin embargo, la
distancia no era el único factor; la cultura y la política podían mitigar o aumentar sus
efectos. El Asia Menor era difícil de controlar, pese a su relativa proximidad a las
capitales imperiales (no menos distante que Irán en kilómetros, estaba efectivamente
más cerca por vía marítima); tampoco hay testimonios directos de separatismo griego
regional como tal; cuando el Asia Menor se convirtió en un reino separado bajo
Acayo, esto no tuvo nada que ver con el resentimiento de las ciudades con la
dominación macedónica, y mucho que ver con la propia opinión de Acayo sobre el
nuevo rey y sus consejeros. Por el contrario, las remotas satrapías de Irán estuvieron
vinculadas al reino seléucida de algún modo casi continuamente hasta terminado el
reinado de Antíoco III.
176
El surgimiento de potencias externas, sobre todo los partos y los romanos,
puede explicar la dificultad de mantener la posesión territorial. Estos factores
exógenos explican las disputas sucesorias cada vez más caóticas a partir de 188.
Habría sido posible para los Seléucidas controlar los amplios y diversos territorios
del antiguo imperio persa sólo si los romanos no hubieran optado por alterar la
estabilidad de la dinastía.
El punto esencial del estudio de Sherwin-White y Kuhrt es que los
historiadores han subestimado la deuda seléucida con los Aqueménidas. Como en el
imperio persa precedente, hubo intercambios importantes de información cultural. El
imperio se semejaba a su predecesor en no estar paralizado por la lejanía y la
confrontación étnica, ni debilitado por las derrotas militares únicas en una zona
(compárese Jerjes después de 480, o los Seléucidas después de la ruptura de Pérgamo
y Bactriana a mediados del siglo III y después de Magnesia).
Sería erróneo dar la impresión de que el reino seléucida era exactamente un
segundo imperio aqueménida. Hubo innovaciones y modificaciones, y la
superestructura del imperio era básicamente griega en su lengua, costumbres y
aspiraciones. La patria de los conquistadores no estaba ya dentro del imperio;
Seleuco I nunca renunció (o quizá, ya en la edad madura, reavivó) su ambición de
dominar Macedonia, y casi lo consiguió. No había una razón a priori para que él y
sus sucesores no pudieran haber controlado ambos reinos; los persas bajo Jerjes casi
se habían apoderado de Grecia, y sólo arbitrariamente cabría decir que nunca lo
hubieran podido lograr: el resultado en 480-479 fue determinado por la mejor
organización, táctica y quizá tecnología de los griegos, exactamente como el talento
militar daría a Roma el poder en el oriente en el siglo II. Dicho esto, sería erróneo
imaginar a los soberanos macedonios de Asia atormentados por una crónica nostalgia
de la patria, una especie de pothos («ansia») de nuevos horizontes opuesto al que se
cree que Alejandro debe haber sentido. Tal vez dicha suposición ha llevado a los
historiadores a exagerar la preponderancia occidental de los intereses seléucidas, los
cuales se centraban tanto en Mesopotamia como en Siria.
336
El desgaste militar del imperio se prolongó desde mediados del siglo II hasta
las campañas de Pompeyo —no puede decirse que fuera un fenómeno de la noche a
la mañana. En lo que respecta a la conquista romana, ésta también fue un proceso
gradual, que culminó en el derrocamiento de Antíoco XIII Asiático y la anexión de
Siria en 64.
177
Aunque el proceso fue bastante implacable, incluso para los romanos
la conquista del imperio no habría sido en modo alguno inevitable si los Seléucidas
hubieran derrotado a los partos, como parecía probable a veces. Lo que lo hizo
irresistible fue el poder del ejército romano.
Aparte de la superioridad de las legiones romanas, ¿por qué pudieron Roma y
Pérgamo interferir tan ruinosamente en la toma de decisiones de reyes seléucidas aún
poderosos? ¿Por qué Popilio pudo dibujar un redondel en la arena con el sarmiento?
Probablemente fue el temor a las legiones romanas —que ya habían derrotado a los
ejércitos seléucidas y macedonios — lo que hizo a Antíoco doblegarse en 168. El día
en que Popilio hizo uso del sarmiento que empuñaba, un aspecto nuevo y perturbador
del poder romano se manifestó. El imperio podría haberse expandido bajo Seleuco y
después de él, pero los factores militares y la casualidad (como en 281) lo
impidieron. Culturalmente las estructuras de poder estaban dominadas por los
griegos, pero debían mucho a sus predecesores aqueménidas. Ni la confrontación
étnica, ni el factor «exilio» pueden explicar la prolongada erosión del poder
territorial y militar. No fue una inestabilidad interna inherente, sino que fueron el
poder romano y el parto los que pusieron fin a la larga empresa seléucida.
1
Sobre la correspondencia real: Welles, Royal Correspondence in the Hellenistic Period (New Haven,
etc., 1934); sobre fuentes no griegas en general: Sherwin-White y Kuhrt,
Samarkhand, pp. 3-4. Textos
cuneiformes: A. J. Sachs y H. Hunger, Astronómical Diaries and Related Texts from Babylonia, i:
Diaries from 652 BC to 252 BC (Viena, 1988); J. Oelsner,
Materialien zur babylonischen Gesellschaft
und Kultur in hellenistischer Zeit (Budapest, 1986).
2
R. McC. Adams, Latid behind Baghdad: A History of Settlement on the Diyala Plains (Chicago y
Londres, 1965); id.,
Heartland of cities, Surveys of Ancient Settlement and Land Use in the Central
Flood plain of the Euphrates (Chicago, 1981); id. H. X Nissen, The
Uruk Countryside: The Natural
Setting of Urban Societies (Chicago y Londres, 1972). La situación de la arqueología helenística en
Asia es sintetizada por S. E. Alcock, «Breaking up the hellenistic World: survey and society», en I.
Morris, ed., Classical Greece: Ancient Histories and Modern Archaeologies (Cambridge, 1994), pp.
171-190, en pp. 181-187.
3
Véanse los informes preliminares de J. J. Coulton, titulados todos «Balboura survey», en Anatolian
Studies, 36 (1986), pp. 7-8; 37 (1987), pp. 11-13; 38 (1988a), pp. 14-17; 39 (1989), PP- 12-13; 41
(1991a), pp. 17-19; 42 (1992a), pp. 6-8; id., «Balboura and district research project», ibid. 43 (1993a),
pp. 4-6; «Balboura and district research project 1993», ibid. 44 (1994), pp. 8-10; más extensamente,
«Balboura survey 1987», Arastirma sonuclan toplantisi, 6 (1988b), pp. 225-231; «Balboura survey
1988, 1990», ibid. 9 (1991b), 47-57; «Balboura survey 1991», ibid. 10 (1992b), pp. 459-472; y
«Balboura survey 1992», ibid. 11 (1993b), pp. 429-436. Se menciona material helenístico en P.
Catling y P. Roberts, «Balboura survey pottery study», Anatolian Studies, 41 (1991), p. 19; T. J.
Smith, con N. P. Milner, «Votive reliefs from Balboura and its environs», ibid. 47 (1997), pp. 3-39.
4
Véase O. Bopearachchi, Monnaies gréco-bactriennes et indo-grecques: catalogue raisonné (París,
1991); las antiguas reconstrucciones, las de A. K. Narain,
The Indo-Greeks (Oxford, 1957; 3.a imp.,
1980); id., «The Greeks of Bactria and India», CAH2 viii (1989), cap. 11 (pp. 388-421), han sido
necesariamente corregidas gracias a los ejemplares de monedas recientemente descubiertos.
5
M. Cary, The Geographic Background of Greek and Roman History (Oxford, 1949), p. 151.
6
Paisaje general: A. Kuhrt, TheAncient Near East c.3000-330 BC (Londres y Nueva York, 1995), i,
pp. 6-7.
7
Sobre la geografía de Anatolia véase también S. Mitchell, Anatolia: Land, Man, and Gods in Asia
Minor, i:
The Celts in Anatolia and the Impact of Roman Rule (Oxford, 1993), pp. 5-9.