hipótesis- cada casta, aun la más pura, en el transcurso de una docena, o
a lo sumo una veintena, de generaciones, ha estado cruzada con la palo-
ma silvestre: y digo en el espacio de doce a veinte generaciones, porque
no se conoce ningún caso de descendientes cruzados que vuelvan a un
antepasado de sangre extraña separado por un número mayor de gene-
raciones. En una casta que haya sido cruzada sólo una vez, la tendencia a
volver a algún carácter derivada de este cruzamiento irá haciéndose na-
turalmente cada vez menor, pues en cada una de las generaciones sucesi-
vas habrá menos sangre extraña; pero cuando no ha habido cruzamiento
alguno y existe en la casta una tendencia a volver a un carácter que fue
perdido en alguna generación pasada, esta tendencia, a pesar de todo lo
que podamos ver en contrario, puede transmitirse sin disminución du-
rante un número indefinido de generaciones. Estos dos casos diferentes
de reversión son frecuentemente confundidos por los que han escrito so-
bre herencia.
Por último, los híbridos o mestizos que resultan entre todas las razas
de palomas son perfectamente fecundos, como lo puedo afirmar por mis
propias observaciones, hechas de intento con las razas más diferentes.
Ahora bien, apenas se ha averiguado con certeza ningún caso de híbri-
dos de dos especies completamente distintas de animales que sean per-
fectamente fecundos. Algunos autores creen que la domesticidad contin-
uada largo tiempo elimina esta poderosa tendencia a la esterilidad. Por la
historia del perro y de algunos otros animales domésticos, esta conclu-
sión es probablemente del todo exacta, si se aplica a especies muy próxi-
mas; pero extenderlo tanto, hasta suponer que especies primitivamente
tan diferentes como lo son ahora las mensajeras inglesas, volteadoras,
buchonas inglesas y colipavos han de producir descendientes perfecta-
mente fecundos inter se, sería en extremo temerario.
Por estas diferentes razones, a saber: la imposibilidad de que el hom-
bre haya hecho criar sin limitación en domesticidad a siete u ocho sup-
uestas especies desconocidas en estado salvaje, y por no haberse vuelto
salvajes en ninguna parte; el presentar estas especies ciertos caracteres
muy anómalos comparados con todos los otros colúmbidos, no obstante
ser tan parecidas a la paloma silvestre por muchos conceptos; la reapari-
ción accidental del color azul y de las diferentes señales negras en todas
las castas, lo mismo mantenidas puras que cruzadas y, por último, el ser
la descendencia mestiza perfectamente fecunda; por todas estas razones,
tomadas juntas, podemos con seguridad llegar a la conclusión de que to-
das nuestras razas domésticas descienden de la paloma silvestre o Co-
lumba livia, con sus subespecies geográficas.
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En favor de esta, opinión puedo añadir: primero, que la Columba livia
silvestre se ha visto que es capaz de domesticación en Europa y en la In-
dia, y que coincide en costumbres y en un gran número de caracteres de
estructura con todas las castas domésticas; segundo, que, aunque una ca-
rrier o mensajera inglesa y una tumbler o volteadora de cara corta difie-
ren inmensamente en ciertos caracteres de la paloma silvestre, sin embar-
go, comparando las diversas sub-razas de estas dos razas, especialmente
las traídas de regiones distantes, podemos formar entre ellas y la paloma
silvestre una serie casi perfecta; tercero, aquellos caracteres que son prin-
cipalmente distintivos de cada casta son en cada una eminentemente var-
iables, por ejemplo: las carúnculas y la longitud del pico de la carrier o
mensajera inglesa, lo corto de éste en la tumbler o volteadora de cara cor-
ta y el número de plumas de la cola en la colipavo, y, la explicación de
este hecho será clara cuando tratemos de la selección; cuarto, las palomas
han sido observadas y atendidas con el mayor cuidado y estimadas por
muchos pueblos. Han estado domesticadas durante miles de años en di-
ferentes regiones del mundo; el primer testimonio conocido de palomas
pertenece a la quinta dinastía egipcia, próximamente tres mil años antes
de Jesucristo, y me fue señalado por el profesor Lepsius; pero míster
Birch me informa que las palomas aparecen en una lista de manjares de
la dinastía anterior. En tiempo de los romanos, según sabemos por Plin-
io, se pagaban precios enormes por las palomas; «es más: han llegado
hasta tal punto, que puede explicarse su genealogía y raza». Las palomas
fueron muy apreciadas por Akber Khan en la India el año 1600: nunca se
llevaban con la corte menos de veinte mil palomas. «Los monarcas de
Irán y Turán le enviaron ejemplares rarísimos» y, continúa el historiador
de la corte, «Su Majestad, cruzando las castas, método que nunca se ha-
bía practicado antes, las ha perfeccionado asombrosamente». Hacia la
misma época, los holandeses eran tan entusiastas de las palomas como lo
fueron los antiguos romanos. La suma importancia de estas considerac-
iones para explicar la inmensa variación que han experimentado las pa-
lomas quedará igualmente clara cuando tratemos de la selección. Tam-
bién veremos entonces cómo es que las diferentes razas tienen con tanta
frecuencia un carácter algo monstruoso. Es también una circunstancia
muy favorable para la producción de razas diferentes el que el macho y
la hembra pueden ser fácilmente apareados para toda la vida, y así, pue-
den tenerse juntas diferentes razas en el mismo palomar.
He discutido el origen probable de las palomas domésticas con alguna
extensión, aunque muy insuficiente, porque cuando tuve por vez prime-
ra
palomas
y
observé
las
diferentes
clases,
viendo
bien
lo
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