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comportó de modo racional y correcto. Su ejército había invadido el Ática,
provocando que los emisarios romanos lanzaran un llamado a que se retirase: «Si se
aviene a ello todavía le es posible la paz con los romanos» y aprueba «la conducta
real y verdaderamente magnánima de Filipo, la constancia en sus propósitos»:
irritado por los desastres que había sufrido se indignó y se enfureció más
de lo que era normal en él, pero con ello se adaptó de manera
sorprendente y prodigiosa a la situación de entonces y fue así como se
enderezó contra los rodios y el rey Átalo y saldó con éxito sus empresas
siguientes.
(Polibio, 16. 28)
Polibio puede haber interpretado mal la situación. Es posible que Filipo se
retirara por miedo de provocar una guerra con Roma. Esto no importa, el punto es
que Polibio, aunque era un escritor analítico a diferencia de Teócrito, y un historiador
más crítico que Apiano, comparte con ellos la presunción de que un rey debía
encarnar ciertas virtudes. La decisión sensata de Filipo se convierte para Polibio en
un signo de su naturaleza verdaderamente real —aunque en otras ocasiones se
mostró inepto. Otro rey que a los ojos de Polibio no estaba a la altura debida era
Antíoco IV Epífanes, apodado Epimanes (el loco) porque supuestamente se mezclaba
con los plebeyos y no se privaba del gusto de hacer payasadas en los baños públicos
(Ateneo, 10. 439a + 5. 193d = Polibio, 26. 1a-2. Austin 163a; Livio, 41. 20, Austin
163b; cf. Diodoro, 31, 16).
Demetrio de Plutarco, aunque fue escrito siglos después de la muerte de su
protagonista y está impregnado de las preocupaciones morales y filosóficas del día,
encarna la misma expectativa de lo que un rey debía ser. Demetrio es
sobrenaturalmente bello; su apariencia combina los atributos heroicos con la
dignidad real (cap. 2); ama a su padre y es leal con sus amigos (caps. 3 y 4); es
decidido en la estrategia y valiente en la batalla, y es un jefe resuelto que emprende
la guerra por la libertad (cap. 8); es generoso con el enemigo vencido (cap. 17). No
es su culpa que los atenienses incurrieran en la adulación crasa; la falla de su carácter
era ser un esclavo del placer y descuidado de su reputación. Plutarco estaba operando
con su propia versión del «rey ideal», la cual Demetrio le permite definir en parte por
contraste, y presenta un comentario interesante aunque crítico sobre la significación
de la adopción del papel real por los sucesores de Alejandro:
No se crea que terminó esto en la añadidura de un dictado [dar el
título de rey] y la mudanza de traje, sino que influyó en los ánimos, y los
llenó de orgullo y altanería para el trato y para toda su conducta,
mudando, como los actores de la tragedia, juntamente con las ropas, el
aire y continente del cuerpo, la voz y el modo de sentarse y saludar. Así
que desde este punto se hicieron más violentos en la administración de la
justicia, dando de mano al disimulo hipócrita que los hacía un poco más
benignos y afables con los súbditos. ¡Tanto pudo una sola palabra de un
adulador, y tal mudanza produjo puede decirse que en toda la tierra!
(Plutarco, Demetrio, 18, Austin 36)
¿Era sólo un cambio de estilo? Evidentemente, no para Plutarco; el nuevo
título alteraba el carácter de los hombres y por tanto modificaba la historia. Para
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Polibio también, aunque éste yuxtapone a la figura real un nuevo estrato de análisis,
en la creencia de que el jefe militar más exitoso es aquel de un superior cálculo
racional. Los diferentes autores operan con diferentes marcos conceptuales y
escriben para públicos diferentes, pero todos presuponen que los reyes están
obligados, por su posición y su dignidad, a comportarse de cierta manera.
Una serie de opiniones más problemáticas surgen en las filosofías
contemporáneas, o en los relatos fragmentarios de ellas que se pueden reconstruir. En
el período clásico, los autores críticos de la democracia como Jenofonte, Platón (en
su Politikos, o el Político) e Isócrates habían desarrollado teorías sobre la monarquía
como forma de gobierno. Una vez que se hizo realidad y sus problemas pudieron
apreciarse, los filósofos continuaron examinando el concepto y se escribieron
muchas obras sobre la monarquía; ninguna ha quedado definitivamente, aunque el
tratado Sobre la realeza de Diotógenes, y otro del mismo título atribuido falsamente
al filósofo pitagórico del siglo IV, Ecpanto, pueden haber tenido un origen
helenístico antiguo.
3
El esfuerzo de defender la toma de decisiones democrática
frente al poder real habría estimulado el debate. Hasta cierto punto, es probable que
aquellos que formularon las ideas sobre la realeza trataran de ayudar a los griegos a
lidiar con los problemas de un nuevo sistema político antes que rendirse a las
relaciones de poder verticales prevaleciente, o bien intentaran cambiarlas.
El lexicón bizantino de Suidas presenta la siguiente definición de realeza
(basileia), que se cree derivada de una fuente helenística:
monarquía. No es la justicia ni la naturaleza lo que da las monarquías a
los hombres, sino la habilidad para mandar un ejército y gestionar los
asuntos competentemente. Tal fue el caso de Filipo y los sucesores de
Alejandro. Pues al hijo natural de Alejandro no le fue útil en modo
alguno su realeza debido a su debilidad de espíritu, mientras que aquellos
que no tenían parentesco con Alejandro se convirtieron en reyes de casi
todo el mundo habitado.
(Suidas, s. v. basileia, Austin 37)
La obra filosófica de la cual probablemente procede encarnaba por lo visto la
habitual distinción griega entre naturaleza y convención; aunque el derecho «natural»
de los reyes a gobernar no se discute realmente, la idea tradicional de una realeza
hereditaria se cuestiona, y en consecuencia, la realeza es una posición que puede ser
lograda por un individuo poderoso o atribuida a él por otros. A la vez, está la
implicación de que un hombre pueda resultar inepto para ser rey, una opinión que
habría surgido en el contexto de la oposición griega a los diadocos y a sus
descendientes.
Las críticas más radicales se encuentran, de modo notable, entre los primeros
filósofos estoicos (capítulo 5). Zenón, el fundador del estoicismo, adoptó quizá una
posición radical, que sus sucesores suavizaron una vez que la independencia total
quedó fuera del alcance de Atenas. El estoicismo se convirtió entonces en una
filosofía predominante de la élite dirigente en los estados griegos y después en
Roma, que la transformó de una teoría general de perfección moral en una limitada
teoría de conducta ética para el gobernante que deseara ser justo.
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También pudo
tratarse de un intento de dotar a las élites griegas con las herramientas conceptuales
que necesitaban para dar sentido a su relación con los nuevos poderes externos, y
darles justificaciones retóricas toda vez que desearan hacer presión por un trato justo.