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Sería simplista, no obstante, ver estas mercedes como un mero ejercicio de
relaciones públicas; como Préaux advierte precisamente, «una piedad auténtica y una
generosidad desinteresada no están necesariamente excluidas».
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LA SOCIEDAD URBANA Y EL CAMBIO SOCIOECONÓMICO
Se ha sugerido que la frecuencia de los dones reales a las comunidades
griegas llevó a un cierto estancamiento económico, que permitió a las ciudades eludir
la tarea de esforzarse por desarrollar sus economías.
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Esto implica un enfoque
demasiado moderno de la administración de la economía urbana, es imposible que la
élite de la ciudad dedicara mucho tiempo al «desarrollo» económico en el sentido
moderno. Las economías de las ciudades probablemente permanecieron inalteradas
en su mayor parte, excepto por la imposición de contribuciones reales, y
recíprocamente, la intervención de los reyes con sus mercedes benéficas. Davies y
otros, en efecto, señalan los signos de crecimiento económico, parcialmente
explicados por la creciente intensidad de la interacción comercial entre diferentes
partes del mundo helenístico. Las ciudades pueden haberse beneficiado
indirectamente de la conquista macedonia y la explotación de Asia occidental, y del
desarrollo general de las instituciones mercantiles.
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La base económica, desde luego,
siguió siendo la producción agrícola del territorio rural (
chora) de cada ciudad (véase
el capítulo 4 sobre los posibles efectos económicos del dominio macedónico en
Grecia).
Los cambios en la forma urbana
La arquitectura y los monumentos cívicos del período helenístico suelen ser
fáciles de distinguir de los edificios más antiguos y de los posteriores; los diferentes
órdenes arquitectónicos están combinados de modo imaginativo y dejan una
impresión general de grandeza. Las instituciones que obtuvieron renovada
importancia se hicieron más complejas arquitectónicamente, como el gymnasion, un
centro educativo donde, en muchas ciudades, los hijos adolescentes de la élite eran
imbuidos de la cultura griega. Por todo el mundo griego, se encuentran inscripciones
con las leyes de la administración de gymnasia en las ciudades (como Beocia en
Macedonia) (Austin 118),
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Mileto (Austin 119, BD 127, Burstein 30, Syll3 577) y
Teos (Austin 120, BD 65,
Syll3 578), todas del siglo II (sobre el supuesto de que una
polis necesitaba, antes que nada, un gymnasion véase la carta de Eumenes II a una
comunidad frigia). Las instituciones más antiguas tales como las ágoras, los teatros y
los santuarios también se volvieron más grandes y más suntuosas.
105
Pero muchos de estos edificios espléndidos fueron pagados por potencias
extranjeras. Algunas veces, las ciudades más antiguas, como Atenas, parecen no
haber podido financiar los proyectos públicos importantes con sus propias reservas,
quizás porque ya no eran potencias imperiales sino que estaban dominadas durante
períodos más largos o más cortos por soberanos foráneos. Se respaldaron cada vez
más en benefactores externos como los reyes y sus generales.
En Atenas, esta tendencia comenzó relativamente tarde. Hay un largo hiato en
los grandes proyectos públicos a partir de 300-299, en que la nueva stoa dórica en el
santuario de Asclepio, en la ladera sur de la acrópolis, se decidió por votación de un
decreto (IG ii2 1685).
77
Durante el período de resistencia a Macedonia y los
veintitrés años de gobierno directo que terminaron en el 229, no se emprendió
ninguna gran obra. Sin embargo, desde el 229 los ciudadanos pudieron sacar
adelante, presumiblemente con fondos públicos, una renovación general de la
muralla de la ciudad y de los fuertes rurales en el Ática. Para honrar a Diógenes, el
general que liberó El Pireo (Pausanias 2.8.6), inauguraron un culto, un festival y un
edificio, el Diogeneo (Plut. Symposiaka problêmata
78
9.1. 1, 736d); este último pude
haber sido parte del complejo del gimnasio probablemente fundado por esta fecha en
honor de Ptolomeo III de Egipto, para el cual se ha propuesto recientemente una
nueva ubicación al este del agora.
79
En este momento el mecenazgo real comenzó a hacerse sentir. En los inicios
del siglo II, Eumenes II de Pérgamo dio a la ciudad una gran stoa al lado sur de la
acrópolis; tiene una gran dimensión (163 m de largo) y es notable por el novedoso
uso de los arcos. Eumenes habría sido venerado también con un enorme monumento
junto a la entrada de la acrópolis. Entre el 175 y el 164, el rey seléucida Antíoco IV
también se mostró dadivoso. El Olimpión, o templo de Zeus Olímpico, había
quedado inacabado por más de tres siglos. Por orden de Antíoco, el arquitecto
romano Cosutius terminó la mayor parte o todas las murallas y columnas del
santuario donde estaba el dios (Vitrubio, 3. 2. 8).
Posteriormente, se realizó una serie de modificaciones en el agora y en su
área circundante. Átalo II de Pérgamo (r. 159-139/138) donó la stoa que, por primera
vez, daba al costado oriental del agora una fachada definida: la famosa stoa de Átalo,
reconstruida en la segunda mitad del siglo XX. Para hacer espacio para construirla
probablemente se demolió una corte de justicia del siglo IV.
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Alrededor de la misma
época, se construyeron nuevas stoas en la parte sur del agora: la stoa intermedia con
su triple columnata, y la «segunda stoa meridional», que creó un «plaza meridional»
cerrada, separada del núcleo de la antigua agora. Un tiempo más tarde se dotó a la
«plaza» de dos nuevos templos. Entretanto, en el agora principal, el Metroón
existente, un edificio consagrado a la madre de los dioses que servía como archivo de
la ciudad, fue dotado de una nueva fachada muy elaborada, mientras que el área del
agora principal se llenaba cada vez más con estatuas de reyes, de sus amigos y de
otros benefactores de la polis.
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El efecto de estos cambios fue hacer el agora menos
abierta y más estructurada, un proceso que iba a continuar durante el período
romano. En menos de un siglo, el carácter monumental de los espacios públicos
centrales de Atenas se había transformado. Aunque Atenas no era ya una potencia
importante, un rey podía conseguir un gran prestigio cultural si asociaba su nombre a
sus monumentos públicos.