4. -El resultado de la disposición pirrónica: la afasia y la ataraxía.
Esta idea, que insiste no en asumir un tipo de filosofía, sino en vivir cualquier principio que te lleve a la ataraxia y a la felicidad, no es extraña para sus coetáneos. Las formulaciones teóricas de Pirrón sustentan y fundamentan los hechos cotidianos de cada día (su práttein), pero no son formuladas, explícita ni expresamente, como doctrina. Nosotros hemos intentado integrar estas dos facetas de Pirrón para una comprensión más completa, ya que interpretar a este filósofo desde una de ellas sólo propicia una lectura unilateral y propone una separación entre teoría y praxis bastante artificial. Según Cicerón, el conjunto de la doctrina pirroniana era bastante elemental, reduciendo todo su pensamiento ético a la máxima “vivir virtuosamente”. Ahora bien, ese vivir honestamente, se reduce a no desear nada, a no apetecer nada y ser indiferente ante las cosas. La honestidad consiste, pues, en la nivelación de todo hasta tal punto que es inútil la elección o la selección.
Dicho de otro modo, libre de los conflictos propios del hombre que debe elegir, el de Elis descubre una legítima y propia situación espiritual del sabio escéptico, definida como «modo de vida escéptica», coherente y fuera de lo común, que cimentó su fama como hombre indiferente y sereno. La doctrina de Pirrón tiene, pues, un desarrollo explícito como si de un progreso terapéutico se tratara: la enfermedad dogmática debe ser curada con destreza. Después del diagnóstico viene la limpieza, la terapia que intenta la estabilidad, el equilibrio de la vida del hombre. El tratamiento consiste en eliminar la angustia de la vida humana, que se produce cuando hay que elegir constantemente entre opciones. Esto es lo que trata de obviar el escepticismo: no estamos ante una filosofía que nos obliga a elegir entre la inútil alternativa ética y gnoseología, sino ante un pensamiento usado como higiene intelectual, como práctica terapéutica que ayuda al hombre en el áspero camino de la vida, de la forma más serena posible. La amplitud y la profundidad que tiene en Pirrón la «indiferencia» y la «apatía», presuponen, como ya hemos observado en el epígrafe dedicado a su vida, una fuerte influencia oriental.
El testimonio de Timón que dejaba Aristocles, apuntaba en esta dirección. Allí, la suspensión del juicio que realizaba Pirrón venía dada por términos bastante precisos desde un punto de vista del conocimiento: la indeterminación de las cosas, lleva a Pirrón a decir sobre cada cosa que no más es que no es. Sobre esta nulidad de las cosas se construye, paradójicamente, la felicidad; que no consiste en la obtención de algo, sino, justamente, en la suspensión de nuestra decisión sobre las cosas, por eso como las cosas son indeterminadas, sin estabilidad e indiscernibles está claro que ni nuestras sensaciones ni nuestras opiniones pueden ofrecer nada verdadero, ni nada falso. El ser humano debe quedar sin opiniones, dado que éstas implican determinación o diferenciación de la cosas; también debemos quedar sin tender ni a un lugar ni a otro y quizá también indecisos al no poder discernir completamente y poder elegir con posterioridad.
Las consecuencias de esta indeterminación son bastante claras, pues llevan, como hemos observado múltiples veces, a cualquiera que se preocupe por el conocimiento de las cosas a la afasia y a la imperturbabilidad, a la tranquilidad de ánimo tan necesaria para el sabio. El primer término asesora, en este caso, al segundo. Si bien tradicionalmente la afasia está ligada, en la lengua griega, al estado de emoción que anuda nuestra garganta e impide la palabra, en Pirrón adquiere un significado especial y técnico. Es decir, no se trata de "quedar sin palabra", sino de "no tener nada que decir sobre las cosas". Es probable que la utilización de este vocablo sea deliberado, pues el hombre no está intranquilo, turbado y ello le hace perder la palabra, sino que es la falta de perturbación, la tranquilidad a la que llega la causa de la aparición de la afasia, la suspensión de la palabra lleva a la ataraxía.
Pirrón no da normas, ya que esto comportaría un sentido dogmático alejado de su actitud; más bien declara, de manera escéptica, que quién se ocupa de las cosas no tendrá más remedio, ante la indeterminación de la realidad, que quedar sin opinión, en estado de suspensión: acción que le lleva sin proponérselo a la felicidad, a la imperturbabilidad de ánimo. Si Pirrón rehuye el instalar cualidades positivas o negativas a las cosas, es normal que considere convencionales todos los valores. De ahí que para Pirrón no haya nada bueno ni malo, justo ni injusto, sino que los hombres al no poder distinguir claramente con un criterio los dos extremos de las cosas, siguen la ley y la costumbre49.
Pirrón parece estar refiriéndose aquí a los modos y costumbres concretas y determinadas que tienen los distintos seres humanos de concebir la vida. La diversidad de las leyes, conductas y creencias que él observó en los distintos países que tuvo que recorrer en las expediciones de Alejandro, lo persuadieron de la imposibilidad de encontrar un criterio mediante el cual alguna de esas costumbres o creencias pudiera servir de valor universal. Esta actitud sugiere uno de los temas centrales del pirronismo, el problema del comportamiento humano; Sexto Empírico expone tiempo después, la misma idea de manera más coherente cuando observa que nada es bueno ni malo por naturaleza, sino que son los hombres quienes los juzgan como tal por convención50.
En fin, Pirrón no reivindicó un pensamiento ético escéptico en cuanto verdad, sino en cuanto búsqueda, una búsqueda en la que los resultados nunca están dados a priori sino que tienen que ir surgiendo poco a poco a través de la indagación y el examen. La investigación manifiesta un fin determinado: llegar a la felicidad51. Esta reflexión proporciona cierta base que fundamenta la caracterización de Pirrón también como pensador ético. Así, una interpretación de Pirrón más integradora que disgregadora nos conduce a una lectura moral y cognoscitiva. Sin ningún género de duda hay en Pirrón una intención moral, pero podemos pensar razonablemente que a la ética le precede, en este caso, una preocupación teórica, gnoseológica, puesto que es necesario primero atender al conocimiento de la naturaleza de las cosas para poder ser feliz.
El desarrollo del escepticismo posterior es, en este sentido, extraordinario, pues llega a decir con una clara actitud epistemológica que las cosas son incomprensibles y por consiguiente, no sabemos a qué atenernos con ellas, por lo que lo mejor será guardar silencio, no decir nada y suspender el asentimiento. Por eso no es extraño que el escéptico, el buscador, el examinador, el observador, llegue a la conclusión de no haber buscado todavía en el lugar correcto y siga la búsqueda. Además, esa búsqueda es autoinmunizante, pues no podemos detenernos en ningún punto, ya que son infinitos los posibles lugares correctos en los que puede encontrarse lo buscado. Una anécdota que cuenta Sexto Empírico en sus Hipotiposis sobre el pintor Apeles52, refleja fielmente el método de su pensamiento y la actitud que asume ante la vida: este pintor después de intentar reproducir en su pintura la espuma de un caballo desistió, arrojando la esponja de limpiar los pinceles al cuadro, y allí, sin esperarlo, apareció, perfectamente dibujada, la espuma del caballo. Como diría Borges, ante una metáfora tan espléndida cualquier intento de refutación resulta baladí.
Es falso decir que los escépticos se oponen a todo, más bien a lo que no está claro; el escéptico actúa y sigue lo que le aparece: es más, nuestro práttein sólo es posible en "lo que aparece". El sabio advierte la indeterminación de las cosas, la imposibilidad de juzgar, y la imprudencia de quien se inclina por algo a través de la razón o de los sentidos; por tanto, se queda en la ataraxía. Por eso, el hombre debe actuar con indiferencia hacia las cosas, no pronunciarse sobre ellas, pues no existe ningún sistema capaz de asegurar la verdad o falsedad de las mismas: fórmula que no está construida ni como afirmación ni como negación, sino que expresa únicamente la imposibilidad del que habla para poder aceptar alguna alternativa. Este acuerdo sobre nuestras impresiones conduce a la tolerancia, pues el que comprende el mundo de esta forma debe acordar lo mismo para el mundo de los demás.
En consecuencia, la causa original del verdadero escepticismo es la esperanza de alcanzar la ataraxía mediante la investigación de la verdad de las cosas. Ahora bien investigar no significa dogmatizar, el escéptico con su obra investiga, pero no dogmatiza; es decir, no afirma o niega nada sobre las cosas que investiga. Cuando al escéptico no le queda más remedio que decir alguna cosa positiva o negativa sobre algo, no será una afirmación o negación en el sentido absoluto del la palabra, sino que en todas las fórmulas escépticas que afirman algo como: No comprendo; nada defino; no más esto que aquello otro; tal vez sí, tal vez no; todo es incomprensible; ¿Por qué esto más bien que eso?; suspendo el juicio; siempre habrá que sobreentender “según me parece”.
Sexto encuentra un paralelo entre esta actitud y los fármacos catárticos que aplicados a las enfermedades (el dogmatismo), no sólo expulsan del cuerpo la dolencia, sino que también son arrojados ellos mismos por igual procedimiento53. La propuesta escéptica es bastante novedosa. Las fórmulas escépticas al suprimir toda certeza no tienen más remedio, si quieren ser consecuentes, que suprimirse a sí mismas. La estrategia de Sexto consiste en aceptar como necesidad argumentativa la auto-refutación de sus argumentos y así como no es imposible para un hombre utilizar una escalera y después de ascender por ella echarla abajo, tampoco es imposible utilizar unos argumentos para destruir al dogmatismo, no procediendo arbitrariamente sino dialécticamente, y destruir, posteriormente, los argumentos mismos54.
CONCLUSIONES
En resumen, no cabe duda que Pirrón era un hombre honesto, con tranquilidad de ánimo que intentaba armonizar su vida y su filosofía, su manera de vivir y su manera de pensar. Un filósofo que persigue un ideal de vida necesario en cualquier época, pero más en la época helenística, en la que el griego tuvo que proponerse nuevos horizontes, pues los que habían regido su existencia hasta ese momento ya no servían. Así, en este período tiende a replegarse en sí mismo, inclinándose más a la individualidad y a la búsqueda de la felicidad. Todos estos extremos eran cumplidos por Pirrón, que gustaba, según Diógenes, de la soledad y evitaba la muchedumbre para no verse atrapado por el compromiso social que le impedía alcanzar como meta la ataraxía, ideal en el que coinciden también los epicúreos: otro de los movimientos filosóficos que intentará dar nuevas pautas al hombre helenístico.
La importancia que tiene, pues, Pirrón en la historia de la filosofía no puede reducirse sólo a su figura, que parece ser lo que más claro aparece en los textos; sino también a las posibilidades que inaugura su actividad filosófica en lo que concierne al desarrollo de la filosofía escéptica. Pirrón es un filósofo que descubre los problemas del pensamiento tradicional griego e intenta, después de tomar contacto con el oriente en su viaje con el séquito de Alejandro, traducir todo su aprendizaje a un tipo de pensamiento en el que teoría y praxis se incorporan de forma equilibrada, con el único fin de conseguir por encima de todo la ataraxía. De ahí que muchos textos hablen de la docilidad con que Pirrón se sometía a todos los asuntos cotidianos, ya fuese hacer la limpieza de la casa, llevar pajarillos al mercado, lavar un cerdo o sufrir con paciencia las dolorosas curas de las heridas.
Así pues, el movimiento filosófico que surge de Pirrón, que será denominado posteriormente pirronismo y se identificará, en un sentido más amplio con escepticismo, se constituye a partir de algo inexistente como sería una doctrina dada por un maestro, pero su vitalidad surge del aprovechamiento de sus discípulos del mensaje de Pirrón. Un mensaje que es único y cuya característica más significativa en la historia del escepticismo es la constante reconstrucción que se realiza de él, cada vez más en sentido teórico y cognoscitivo. Estamos, pues, ante una construcción laboriosa determinada tanto por las necesidades propias del proceso de las ideas, como por las exigencias del hombre que las creó. Esta impresión viene dada más por el impacto que, al parecer, su persona ejerció entre su contemporáneos y discípulos, que por las posibles características teóricas o técnicas de su filosofía.
Es evidente que Pirrón fue un hombre preocupado e interesado por las cosas y por la felicidad, y nadie puede dudar que esa pregunta teórica por las cosas, cimenta una actitud práctica fundamental. Ello refuta esa imagen de insensatez que preside algunas de las anécdotas transmitidas por Diógenes Laercio y que han justificado una consideración de Pirrón, a veces, ridícula. Anécdotas que, como hemos visto, adquieren sentido y significado al ser aprovechadas por Pirrón para presentar a los que le escuchaban su posición personal ante las cosas, de forma pedagógica. Independientemente de su filosofía, su vida se convirtió en un modelo de conducta irreprochable. Sus conciudadanos supieron advertir estas virtudes y lo veneraron igual que después hicieron sus discípulos, los cuales comprendieron que, en justicia, había que colocarlo como cabeza del movimiento escéptico. A ellos debemos en gran parte el conocimiento de su filosofía, pues él no escribió nada. Si siguieron exactamente o no al maestro, tampoco le hubiese importado mucho, pues también a lo afirmado por ellos le habría aplicado la fórmula ou mâllon, necesaria para llegar a la suspensión y a la tranquilidad. Pirrón representa, pues, la primera gran figura del hombre helenístico, si exceptuamos a Alejandro, que propicia una ruptura con el hombre griego clásico, que se centra en la imposibilidad de desligar, a partir de ahora, al hombre teórico y al práctico. La filosofía no es teoría sin vertiente práctica, sino más bien, como afirmaba también el propio Epicuro, un "saber para la vida"55.
Ciertamente existe entre los escépticos una renuncia a la “sabiduría”, ya que intentan encontrar el medio para salir de la servidumbre de las opiniones. La razón de esta actitud es clara, no cree que la filosofía dogmática (toda filosofía excepto la escéptica) sea capaz de llevar al ser humano a la felicidad. No sabemos si al final Pirrón consiguió ser feliz o no; por contra, sí conocemos, según los testimonios, que permaneció pobre, no sacó partido de su duda y su vida fue simple, austera e irreprochable. Todo un modelo que no estaría de más rescatar. En fin, el escepticismo es una cura de humildad, una cura frente al dogmatismo, si bien como terapia filosófica de la sensación que propicia lo que en todos los balnearios: se recupera la salud, pero se pierde un poco el corazón.
Estos límites también los conocía el propio Pirrón. Una de esas anécdotas singulares que tantas cosas nos dicen a veces sin ser consciente de ellas nos lo demuestran. Diógenes cuenta que una vez un hombre insultó a Filista la hermana de Pirrón56 éste se permitió encolerizarse saliendo así de esa indiferencia tan pirrónica. Se ve que el amor filial y la necesidad de proteger a una mujer indefensa, es decir el nivel más sencillo y natural de preocupación por los demás, seguía siendo coherente con el escepticismo57. Nussbaum así lo reconoce también cuando cree ver en esta acción la imposibilidad de vivir el escepticismo de manera “absoluta”, ya que nos llevaría a actuar contra nuestra propia naturaleza; y añade que esta idea va contra uno de los elementos más propios del ser humano que es la sociabilidad, “el ser uno entre otros y ser capaz de contraer compromisos estables con los demás, tanto individualmente como en grupo58. Quiza, y aun reconociendo el amplio ámbito del pirronismo, existen dos esferas –como ella misma señala- en dónde no cabe ser escéptico de manera radical: la persona y la ciudad que uno ama. En esos dos espacios la ausencia de perturbación nos llevaría a no tener ni cuidados, ni compromisos, haciendo gala de indiferencia, anularía, a la larga la fundamental apelación a la felicidad. Pirrón supo equilibrar estos dos elementos en principio contradictorios. Así lo vieron sus conciudadanos que le reconocieron, como hemos visto, una existencia digna de recuerdo con una estatua en el centro de la plaza pública, y con un compromiso singular: apoyar con la excensión de impuestos a todos los filósofos que como él resideran en Elis, su ciudad.
Ramón Román Alcalá
Universidad de Córdoba
Dostları ilə paylaş: |