concebir la fraternidad forzada legalmente, sin que resulte la libertad legalmente destruida y la
justicia legalmente pisoteada.
La expoliación legal tiene dos raíces: una, acabamos de verlo, está en el egoísmo humano; la
otra está en la falsa filantropía.
Antes de seguir adelante creo que debo explicarme acerca de la palabra expoliación.
LA EXPOLIACION VIOLA LA PROPIEDAD
No tomo la expresión como se hace demasiado a menudo en un sentido vago, indeterminado,
aproximativo y metafórico. Me sirvo de ella en el sentido completamente científico, destinándola
a expresar la idea opuesta a la de la propiedad. Cuando una porción de riqueza pasa sin su
consentimiento y sin su compensación de aquel que la ha adquirido, a quien no la ha creado,
ya sea por la fuerza o por el engaño, digo que hay ataque a la propiedad, produciéndose una
expoliación. Digo que ahí está precisamente lo que la ley debiera reprimir en todas partes y
siempre. Que si la ley misma realiza el acto que debiera reprimir, sigo diciendo que no hay ahí
menos expoliación sino más aún, desde el punto de vista social, con circunstancias agravantes.
Sólo que en tal caso, no tiene la responsabilidad quien se aprovecha de la expoliación, sino la
ley, el legislador, la sociedad, y he allí la existencia del peligro político.
Es lamentable que la palabra expoliación sea ofensiva. Vanamente he buscado otra, porque en
ningún momento, y hoy menos que nunca, quisiera arrojar en medio de nuestras discordias una
palabra irritante. Por eso, se crea o no, declaro que no pretendo atacar las intenciones, o la
moralidad de ninguno. Ataco una idea que creo falsa, un sistema que me parece injusto y tan lo
hago prescindiendo de las intenciones, cuanto que reconozco que cada uno de nosotros
aprovecha de la idea del sistema sin quererlo, y sufre por el mismo sin saber la causa.
TRES SISTEMAS DE EXPOLIACION
Sería necesario escribir bajo la influencia del espíritu de partido o del temor, para poner en
duda la sinceridad del proteccionismo, del socialismo y aún del comunismo, que no son sino un
solo árbol en tres períodos diversos de su crecimiento. Sólo ocurre que la expoliación se hace
más visible, por su particularidad, en el proteccionismo, y por su universalidad en
elcomunismo; de donde resulta que de los tres sistemas el socialismo es aún el más vago, el
más indeciso, y por consiguiente el más sincero.
Si en Francia la protección no fuera acordada mas que a una sola clase, por ejemplo a los
herreros, sería tan absurdamente expoliativa que no podría mantenerse. Así es que vemos
coaligarse a todas las industrias protegidas, hacer causa común y aún reclutarse hasta
aparentar que abarcan todo el conjunto del trabajo nacional. Instintivamente se dan cuenta de
que la expoliación se disimula al generalizarse.
Como quiera que sea, cuando admito que la expoliación legal tiene como una de sus fuentes la
filantropía falsa, es evidente que descarto lo relativo a intenciones.
Bien comprendido esto, examinemos qué es lo que vale, de dónde viene y dónde desemboca
la aspiración popular que pretende realizar el bien general, por medio de la expoliación
generalizada.
Nos dicen los socialistas: Puesto que la ley organiza la justicia, ¿por qué no habría de
organizar el trabajo la enseñanza y la religión? ¿Por qué?
Porque no podría organizar el trabajo, la enseñanza y la religión, sin desorganizar la justicia.
LA LEY ES LA FUERZA
Nótese pues que la ley es la fuerza y que por consiguiente el campo de acción de la ley no
puede extenderse más allá del legítimo campo de acción de la fuerza.
Cuando la ley y la fuerza mantienen a un hombre dentro de la justicia, no le imponen otra cosa
que una pura negación. No le imponen más que la abstención de dañar a otros. No atentan ni
contra su personalidad, ni contra su libertad, ni contra su propiedad. Tan sólo salvaguardan la
personalidad, la libertad y la propiedad de los demás.
LA LEY, CONCEPTO NEGATIVO
La ley y la fuerza se mantienen a la defensiva: defienden el igual derecho de todos. Llenan una
misión cuya inocuidad es evidente, de utilidad palpable y cuya legitimidad no se discute.
Tan cierto es eso, que uno de mis amigos me hacía notar que decir que la finalidad de la ley
es hacer reinar la justicia, es valerse de una expresión que no es rigurosamente exacta.
Debe decirse: "La finalidad de la ley está en impedir el reinado de la injusticia". En efecto,
no es la justicia quien tiene existencia propia, sino la injusticia. La una es resultado de la
ausencia de la otra.
Pero, cuando la ley -por intermedio de su agente necesario, la fuerza- impone un modo de
trabajo, un método o una materia de enseñanza, una fe o un culto, no actúa ya negativamente;
actúa en forma positiva sobre los hombres. La voluntad del legislador sustituye a la libre
iniciativa. La persona no tiene ya para qué reflexionar, comparar o prever; todo eso lo hace por
ellos la ley. La inteligencia les resulta un artículo inútil; cesan de ser hombres; pierden su
personalidad, su libertad y su propiedad.
Ensáyese imaginar una forma de trabajo impuesta por la fuerza que no constituya un atentado
a la libertad; una transmisión de riqueza por la fuerza, que no sea un atentado a la propiedad.
Al ver que aquello resulta imposible, debe reconocerse que la ley no puede organizar el
trabajo y la Industria, sin organizar la injusticia.
EL ASPECTO POLITICO
Cuando un político, desde el aislamiento de su oficina, pasea su mirada sobre la sociedad, se
conmueve por el espectáculo de desigualdad que se le presenta. Gime por los sufrimientos que
son dote de tan gran número de nuestros hermanos, sufrimiento cuyo aspecto se hace aún
más entristecedor por el contraste con el lujo y la opulencia.
Tal vez correspondería preguntarse si tal estado social no tiene por causa antiguas
expoliaciones ejercitadas por vía de la conquista y por nuevas expoliaciones ejercitadas por
intermedio de las leyes. Debiera preguntarse si, dada la aspiración de todos los hombres hacia
el bienestar y el perfeccionamiento, no es suficiente el reinado de la justicia para realizar la
mayor actividad de progreso y la mayor suma de igualdad, compatibles con la responsabilidad
individual que Dios ha establecido para que virtudes y vicios tengan para cada uno su justa
consecuencia.