Medstar II: Curandera Jedi Michael Reaves y Steve Perry Versión 1



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Ya estaba hecho.

El espía estaba frente a un ventanal, mirando al planeta verde y azulado a sus pies. El coste inicial había sido de treinta y tres vidas biológicas, diecisiete androides y varios miles de millones de créditos en daños materiales. Y la cosa no acababa ahí. Dado que Columna había recibido la orden de destruir las cubiertas inferiores, la admisión de pacientes del planeta había sido restringida en gran medida: los enfermos y los heridos empezarían a apilarse en los Uquemor, y aquellos que, ele ser transferidos a la MedStar, habrían sobrevivido, no lo conseguirían. Asimismo, los envíos de bota sufrirían una drástica ralentización, aunque no tanto como para levantar las iras de Sol Negro. Los mafiosos sabían de las conexiones separatistas de Columna. No cabía duda de que estaba moviéndose por arenas movedizas. Tenía que asegurarse de que los servicios prestados a Sol Negro compensasen las inconveniencias causadas en los envíos de bota, o no tardaría en tener al nediji Kaird llamando a su puerta, como había llamado a la puerta del almirante Bleyd, No se podía negar que había sido un golpe para la República. ¿Bastaba para ganar la guerra? No, claro que no. Pero era otro bloque sobre el lomo del bantha, como decía el refrán. ¿Quién decía que aquél no sería el que hiciera la carga insoportable para la criatura? ¿O al menos el que se acercara a hacerlo?

Aun así, Columna no sentía la satisfacción del trabajo cumplido. Hacer estallar una nave médica, aunque sólo fuera una parte, era vil, maligno y reprobable. Había gente en Drongar que tenía muy buena opinión de Columna, y si se enteraban de lo que había hecho, le darían la espalda. O, lo que era más probable, se alegrarían de que Columna fuera ejecutado bajo una lluvia de disparos láser. Sin olvidar a los que pedirían a gritos ser los encargados de apretar el gatillo…

Pero más le valía no pensar en eso, pensó el espía. Las experiencias dolorosas dejaban cicatrices, y si uno les prestaba demasiada atención podían latir y arder incluso pasados los años. Lo mejor era encerrarlas en un armario y atrancar la puerta. Siempre estarían allí, pero si uno no se las miraba no hacían tanto daño. Algunas veces, ésa era la única forma de seguir avanzando.

El espía consiguió averiguar que seguían considerándolo un accidente, por lo que no buscaban un saboteador. Las operaciones entre la nave y el planeta acabarían por volver a la normalidad. Y Columna podría por fin marcharse y regresar al Uquemer.

A tramar el siguiente e inevitable golpe contra la República.


~
En opinión de Barriss, llamar milagro a los resultados de la inyección intramuscular del extracto de bota al soldado moribundo era quizá ampliar el significado del término. No se podía negar que, tan sólo unas horas antes, aquel hombre llamaba a las puertas de la muerte, pero ahora estaba despierto y consciente, no tenía fiebre y, si los monitores telemétricos funcionaban correctamente, sus frágiles sistemas orgánicos se estaban reparando. El recuento de glóbulos blancos con tasa bacteriana había disminuido considerablemente, aunque seguía siendo ligeramente elevado. Pero, a todos los efectos, estaba casi bien.

Increíble.

Barriss recibió seis ampollas más de manos de Jos, y conocía a varios pacientes a los que sin duda les vendrían muy bien. Los que se acercaban más a los humanos en su especie parecían sacar un mayor partido ante los virus y bacterias, pero a aquellos a los que la sustancia les afectaba principalmente como analgésico, y que sufrían un dolo tan intenso que los narcóticos normales no podían aliviar, apreciaran también las inyecciones.

Había muchos más pacientes en el Uquemer de lo normal: la explosión a bordo de la MedStar había ralentizado los traslados, y aunque la mayoría estaban estables, otros seguían necesitando más cuidados de los que el Uquemer podía proporcionarles. La bota les ayudaría. El problema era que no duraría mucho más.

Mientras hacía la ronda por el pabellón médico, Barriss ya estaba maquinando cómo conseguir más de la milagrosa planta. Los cultivos de mayor tamaño estaban protegidos, por supuesto, pero Jos le había dicho que había zonas en las que crecía de forma salvaje. Zan había encontrado esos parterres y los había utilizado para sus preparaciones. Si ella pudiera encontrar uno y cosechar aunque fuera medio kilo, quizá podría crear un preparado con el que tratar a cincuenta o cien pacientes. Desconocía la dosis adecuada y las proporciones de los ingredientes activos para la solución, pero podía analizar una de las ampollas que le quedaban para averiguarlo. La química y la preparación de fármacos no fueron precisamente sus dos asignaturas favoritas durante su formación médica, pero había conseguido aprender lo suficiente como para aprobar ambas con honores. Ya encontraría la forma de conseguirlo.

Es una pena que Zan no dejara apuntes, pensó. Eso habría ahorrado tiempo y problemas.

Pero claro, si hubiera dejado esas notas por ahí, podría haber metido en problemas a quien las hubiera encontrado. Lo que habían hecho Zan y Jos, y lo que ella pretendía llevar a cabo, era técnicamente ilegal. Pero no era inmoral, y su formación como médico y como Jedi estaban totalmente de acuerdo en ese tema. Había leyes y leyes. Algunas de ellas se aprobaban por motivos equivocados, y muchas tenían defectos: casi todas tenían alguna excepción. Cuando la elección estaba entre un acto legal o un acto moral, en circunstancias idóneas, el jedi que tomara la decisión tendría que conseguir optar por ambos. Pero las circunstancias no solían ser idóneas, y en esos casos uno debía optar siempre por la vía moral y estar dispuesto a sufrir las consecuencias, si es que las había.

En ese caso, no era complicado. Salvar vidas era lo correcto. Si los medios para hacerlo estaban a mano, y uno permitía que la gente muriera por una ley que se había aprobado para beneficio de los ricos y poderosos… bueno, pues haría algo incorrecto.

Escuchó un lamento grave y se giró para ver a uno de los muchos pacientes no clones, un teniente rodiano llamado Zheepho, revolviéndose en la cama, luchando con el campo de presión que le mantenía fijo en el sitio. Zheepho padecía unas fiebres crónicas que habían permanecido aletargadas durante años, pero que habían rebrotado recientemente. La intensidad de las contracciones musculares causadas por el agente patógeno, una forma de microorganismo que no era ni una bacteria ni un virus, sino algo a medio camino, era tal que podían llegar a rasgarle los ligamentos, y había casos en que los huesos se quebraban durante los episodios más violentos. La enfermedad tenía una tasa de mortalidad del cincuenta por ciento, incluso recibiendo tratamiento. No existía cura, y la mayoría de los relajantes musculares a su alcance no eran efectivos en los rodianos. Una desconexión quirúrgica cerebral podría detener el trafico nervioso de los conductores aferentes y eferentes, pero no solo el paciente quedaría totalmente privado de la capacidad de moverse voluntariamente, sino que las convulsiones no se detendrían; la infección se hallaba en el propio tejido nervioso y no solo en las conexiones neuronales, Quizá la bota fuera de ayuda, Zheepho estaba sufriendo mucho, y moriría si no se hacía algo, En más de la mitad de los casos, la infección se extendía a los órganos y se producía el fallo de algo vital, en la mayoría de los casos el corazón, el hígado o los pulmones, Barriss había realizado investigaciones, pero la literatura, al menos la documentación a la que podía acceder desde allí, no mencionaba los efectos de la bota en los rodianos, Pero tampoco es que tuviera mucho que perder, La bota no producía efectos secundarios letales en ninguna especie, y los continuos ataques podían provocar a Zheepho un daño que superaría con mucho la capacidad de tratamiento del Uquemer, de sobrevivir a la enfermedad, Se acercó al inquieto rodiano. Tenía que quitar el campo de presión para ponerle la inyección, Un pinchazo en un deltoide o en el muslo bastaría, La ampolla nebulizaría la sustancia directamente en el tejido muscular, si es que Barriss conseguía hacerlo antes de que a él le dieran más espasmos, Tendría que emplear la Fuerza para sujetarlo, Se acercó a la cama.

—Zheepho —dijo—. Soy Barriss Offee, curandera jedi.

—Di… i… isculpe que… e n… n… no me le… le… levante, curandera —consiguió decir entre las apretadas mandíbulas.

—Tengo aquí algo que podría ayudarte —dijo ella, alzando la ampolla—, pero existe cierto riesgo que no puedo calcular con precisión. El rodiano empezó a temblar, tensándose como un puño gigante. El espasmo duró veinte segundos. El sudor verde azulado manó de todo su cuerpo, Cuando el espasmo pasó, él gruñó:

—Ahora mi… mi… mismo, curandera, aceptaría ve… ve… veneno si me lo of… of… ofreciera… ¡Aaah!

Otra contracción se apoderó de él, esta vez más breve.

—Vaya tener que quitar el campo. Intenta aguantar todo lo que puedas.

—Va… va… vale —pudo decir él.

Ella se sentía menos segura de lo que parecía. No podía hacerlo manipulando la mente de aquel hombre porque él no controlaba los músculos de los espasmos. Tendría que sujetarlo físicamente, con una presión controlada y sostenida de la Fuerza, y eso sería difícil de hacer sin causarle daños, sobre todo en el frágil estado en que ya se encontraba el paciente, Ella encontró la conexión con la Fuerza que necesitaba y se echó hacia delante mentalmente, sujetándole con fuerza. Él se quedó quieto y ella preparó la ampolla. Quitaría el campo de sujeción, se abalanzaría, le pincharía y todo acabaría en cuestión de un segundo. Preparados, listos… ¡ya!

Apagó el campo y se echó hacia delante con ambas manos, utilizando una para sujetarle la pierna. Apretó la ampolla contra ésta y fue a apretar el gatillo. Un espasmo de los grandes hizo contraerse al rodiano. La gravedad inesperada aparto a Barriss de la fuerza.

¡Corre!

Pero cuando libero el contenido de la ampolla, la pierna de Zheepho dio un tirón, como si mil voltios de electricidad le hubiera galvanizado. La ampolla salió disparada de su muslo. Ella seguía agarrándole la pierna cuando le sobrevino un segundo espasmo, y perdió el equilibrio por un momento. Se echó hacia delante, y entonces la aguja se introdujo… en el dorso de su propia mano.



La ampolla hizo penetrar la sustancia a través de su piel, Parte fue a parar a una vena, y pudo sentirla inyección fría. Rápidamente se echó hacia atrás, activó de nuevo el campo de presión y cogió otra ampolla de bota de su bolsillo. Cuando Zheepho relajó los músculos, ella apago el campo de nuevo y le inyectó la ampolla.

Esta vez tuvo más suerte.

Un momento más tarde, el campo volvía a estar encendido, y Barriss estaba allí, de pie, mirando al rodiano. Él tembló de nuevo, pero menos que antes, y los espasmos se detuvieron al cabo de otros dos minutos.

¿Tan rápido funciona?, se preguntó ella.

—Vaya —dijo él—. Gracias, curandera. No sé lo que ha dado, pero quiero un barril lleno.

Ella sonrió.

—Volveré a verte dentro de un rato.

El rodiano estaba en la Cama Verde, la última del pabellón. Barriss atravesó el campo de esterilización y se metió en una cámara de provisiones. Utilizó la Fuerza para buscar en su interior, para hacerse un chequeo. Aunque era cierto que la bota no había mostrado efectos adversos en humanos, lo cierto es que se había suministrado una dosis bastante considerable. No se sentía distinta, pero…

Una repentina luz cayó sobre ella.

Parpadeó. Y vio a la Maestra Luminara Unduli de pie a unos tres metros de distancia, junto a la pared, observándola y sonriendo.

—¿Maestra? ¿Cómo has…?

La Maestra Unduli se volvió translúcida, luego transparente y finalmente su imagen parpadeó como una luz, apagándose.

Al tomar aire, Barriss sintió de repente un flujo de energía penetrando en su interior: energía pura, en crudo, un vasto poder. En ese momento se sintió trascendente, casi omnipotente. Estaba a la vez dentro y fuera de su cuerpo, capaz de sentir tres y hasta cuatro dimensiones. Se sentía como si pudiera agarrar el tejido del que estaban hechos el espacio y el tiempo y arrugarlo, retorcerlo a su antojo. Por un cegador instante, pudo sentir la Fuerza como nunca antes lo había hecho: en su totalidad. Había una especie de… conciencia cósmica en la que se sentía conectada con todas las cosas, en cualquier lugar, capaz de hacer de todo, de cualquier cosa…

Durante ese momento atemporal, ella fue la Fuerza.

Los soles nacían, los planetas se creaban, las civilizaciones se fundaban y caían, los planetas morían, los soles se enfriaban… El tiempo huía como un rayo láser, como una nave a hipervelocidad, pero ella podía estar al tanto de todo, Cada detalle de cada planeta de todas las galaxias que había hasta el final del universo.

Era indescriptible. Era así como debía de sentirse un dios, si es que exilio tía algo así.

No supo nunca cuánto duró aquello. Un rato o unos eones, no había forma de averiguarlo…

Y de repente acabó. Barriss se tambaleó al apoyarse en la pared y se deslizó hasta estar sentada en el frío suelo, alucinada con la experiencia.

Apenas podía respirar. El brote pasó, pero sus restos continuaban arremolinándose en su interior, potentes patrones que surgían y bailaban por todo su ser. Se sentía exhausta, pero… de alguna manera… más sabia. ¿Qué era aquello? ¿Qué le acababa de pasar?


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